Dr. Sergio R. Núñez Reynoso.
Al iniciar, es importante hacer la siguiente consideración,
que es compartida por muchos colegas, y es que no existe conocimiento que
merezca mayor importancia para un pueblo que el de sus inicios, porque en ellos
se encierran los elementos que le dieron el ser y los que determinaron su
formación a través del tiempo. Tanto en sus signos racionales como en los que,
integrándose con otros, llegaron por la evolución a constituir lo que se
conoce, en un momento dado, como una nacionalidad determinada. De tal manera
que resulta relevante hacer mención de las muy notables y célebres
frases: la que asegura que la humanidad se compone más de muertos que de vivos,
y aquella otra que proclama que los muertos mandan. Ambas, a mi parecer, tienen
un fondo de verdad indiscutible. Ya que es muy cierto que vivimos del ayer más
que del presente. A la vez, somos la resultante de generaciones que actuaron
antes que nosotros y de fuerzas que obraron activamente en épocas remotas.
Vale la pena en insistir: pueblo que no sabe de dónde
procede, de cómo se ha ido estructurando con el correr de las edades, las
vicisitudes por las que ha pasado y los acontecimientos que en él influyeron
decisivamente, no merece el nombre de tal, ni puede estimarse poseedor de una
individualidad jurídica y política digna de respeto.
También, ante esto, es de suma importancia aceptar, y con razón, que si estuviéramos al tanto como corresponde de los
siglos en que América vivió bajo la dominación Ibérica, tendríamos resueltos en
gran medida los problemas que tanto nos abruman. Es decir, la explicación de
los acontecimientos históricos no es factible si se desconocen los antecedentes
que los determinaron. Aceptemos que el presente no se formó de manera
espontánea: es una resultante de hechos anteriores reales y verdaderos.
Sin duda, son
variados y múltiples los elementos que integran la nacionalidad de un pueblo. Los
hay histórico-geográficos, lingüísticos, sociales, culturales. Pero, ¿Cuáles
son los más importantes de ellos?. Afirmaríamos, que sin base territorial no se
puede hablar de nacionalidad, por tanto los factores histórico-geográficos son
los de verdad fundamental para un pueblo y a ellos hay que dar atención
destacada.
El hecho que conocemos
como: descubrimiento y conquista hispana de vastas regiones del continente
americano generó un gran choque en el conocimiento europeo del mundo. Las
noticias que allá llegaban, desde el Nuevo Mundo hablaban de fabulosas
riquezas; pueblos de costumbres extrañas y bárbaras; selvas húmedas y calurosas
pobladas de animales desconocidos; ricas ciudades situadas en lo alto de las
montañas y extensos y áridos desiertos habitados por tribus belicosas y
sanguinarias. Las novedades provenientes de las tierras americanas se
escuchaban de boca de comerciantes, burócratas, marinos y aventureros de todo
tipo que regresaban del Nuevo Mundo. Todo esto conformó lo que conocemos como las crónicas.
Así, las crónicas son la primera
manifestación literaria que tenemos en Hispanoamérica. El autor quiere
transmitir objetivamente el Nuevo Mundo. El tema principal es el hombre y la
realidad americana. Son trabajos literarios fruto del descubrimiento y de la
conquista; por ello, la literatura aquí es auxiliar de la historia. Con lo que
nos encontramos es con un primer mensaje histórico y el primer testimonio
literario. A lo largo del siglo XVI
se desarrolló un nuevo género literario, las crónicas de Indias, sobre los
temas, los hombres y las cosas que constituían “la maravilla de América” o “la
novedad indiana”.
En algunos de estos libros encontramos como
sinónimo de historia, el vocablo “crónica”. De modo que recordar la trayectoria
y el sentido que tienen ambos vocablos en el siglo XVI, no es mera curiosidad
etimológica. En primer lugar, historia
(que proviene del griego ἱστορία) se emplea, en la antigua
Grecia (y es así como al parecer lo emplea Herodoto) en el sentido de ver o formular preguntas apremiantes a testigos oculares; y significa
también el informe de lo visto o lo aprendido por medio de las preguntas. El
sentido de este vocablo no contiene, de ninguna manera, el componente temporal
de su definición. Es quizás por esta razón por lo que Tácito denomina anales al informe de lo pasado; en
tanto que llama historia al
informe de los tiempos de los cuales, por su trayectoria vital, es
contemporáneo. Tal definición la recoge San Isidoro en sus Etimologías y se repite, todavía, en
los tratadistas de la historiografía en los siglos XVI y XVII. La ausencia del
componente temporal explica el nombre y el concepto de “historia natural”; y es
así como lo encontramos, en los siglos XVI y XVII hispánicos. Crónica, por el contrario, es el
vocablo para denominar el informe del pasado o la anotación de los
acontecimientos del presente, fuertemente estructurados por la secuencia
temporal. Más que relato o descripción la crónica, en su sentido medieval, es
una “lista” organizada sobre las fechas de los acontecimientos que se desean
conservar en la memoria. En el momento en que ambas actividades y ambos
vocablos coexisten, es posible encontrar, al parecer, crónicas que se asemejan
a las historias; y el asemejarse a la historia, según los letrados de la época,
proviene del hecho de escribir crónicas no sujetándose al seco informe temporal
sino hacerlos mostrando más apego a un discurso bien escrito en el cual las
exigencias de la retórica interfieren con el asiento temporal de los
acontecimientos. Los vocablos de anales
y crónicas, acuñados en la
Antigüedad, son los vocablos principales que se conservan en la Edad Media para
asentar acontecimientos notables. Anales y crónicas estaban ligados a las
prácticas de la Iglesia y a la confección de calendarios y de ciclos pascales.
Las dos actividades que designan ambos vocablos [crónica e historia]
tienden, con el tiempo, a resumirse en la historia la cual, por un lado, incorpora el elemento temporal y,
por el otro, desplaza a la crónica como actividad verbal. Los anales y las
crónicas tienden a desaparecer hacia el siglo XVI y se reemplazan por las
narraciones históricas del tipo gesta
o vitae. Ya hacia el siglo XVI
los antiguos anales y crónicas habían ido desapareciendo gradualmente y fueron
reemplazados por la historiae
(narración del tipo gesta o del
tipo vitae, éste último, que
irá conformando la biografía). Es este, al parecer, el sentido en el que se
emplea el vocablo “crónica” en los escritos sobre el descubrimiento y la
conquista.» [Walter Mignolo: “Cartas, crónicas y relaciones”. En: Luis Iñigo
Madrigal
(Coordinador): Historia de la literatura
hispanoamericana. Madrid: Cátedra, 1998, vol. 1, p.75-76]
El término cronista comenzó a utilizase más
tarde para designar al autor de relatos contemporáneos. La historia se fue convirtiendo en
disciplina, cuyo objetivo es narrar y explicar el pasado. El cronista se
convirtió en el simple relator de hechos desnudos, recopilador de fuentes o
escritor costumbrista. Con el desarrollo del periodismo, el de cronista se convirtió en
un oficio con pautas cada vez más claras y específicas.
Se convertirán, las crónicas de Indias en una fuente,
indispensable, para conocer y entender
no sólo la historia del descubrimiento y conquista de América, sino
también el desarrollo histórico de los virreinatos de ultramar, América, y la
riqueza histórico-cultural del mundo prehispánico.
El inicio de las crónicas se da
con el famoso “Diario de a bordo”, de Cristóbal Colón, en el que describe
de manera pormenorizada sus primeras impresiones de las Antillas. Estas
descripciones inician una larga serie de crónicas dedicadas a la descripción de
múltiples aspectos de la naturaleza y de las culturas americanas, entrelazados
con los propios hechos de los españoles en el largo proceso de colonización de
los reinos de Indias.
Existen, basicamente, dos grupos de
cronistas: los que habían estado en América o habían sido protagonistas de
alguna de las hazañas del descubrimiento y la conquista, y transmitían
vivencias personales o noticias adquiridas en el entorno americano, y los que
elaboraron sus propias obras reuniendo la información a través de las noticias
de otros o lecturas de escritos oficiales o privados, sin haber estado nunca en
el Nuevo Mundo. Es importante observar que de estos dos grupos se derivaran
subgrupos, atendiendo a su formación, actividades, etc., que desarrollaron para
la Corona y, por ende para el Nuevo Mundo. Esto
quedara claro con la presentación de los Cuadros de Autores y de las Obras
escritas.
Al primer grupo,
se generaran los subgrupos a
los que pertenecen descubridores, soldados, religiosos y funcionarios que desempeñaron
algún papel en este proceso. Y al primer grupo se incluirán los indígenas y
mestizos que se incorporaron a él. El segundo está formado por la mayoría de
los representantes de la historia oficial, que escribieron desde sus despachos,
aunque manejaran un caudal inmenso de información de segunda mano, acumulado
por los centros de la administración, como el Consejo de Indias, creado en 1524 para atender los temas
relacionados con el gobierno de los territorios españoles en América. Fue este Consejo el que creó la figura del cronista mayor de Indias. En 1744,
Felipe V decidió que el cargo de cronista
mayor debía pasar a la Real Academia de la Historia, sin embargo, se
sucedieron algunos nombramientos más al margen de esta institución.
La publicación y
difusión de las crónicas fue, en muchos casos, tardía. Muchos autores no
alcanzaron a ver sus obras impresas. Aún hoy se siguen publicando obras
inéditas, que en su tiempo circulaban en círculos muy reducidos o fueron usadas
como fuente por cronistas posteriores.
En la propagación de
noticias de América, la imprenta desempeñó un papel de primera importancia, a
través de la publicación de numerosas crónicas, relaciones históricas y obras
descriptivas de la geografía, costumbres y recursos de las nuevas tierras,
algunas de las cuales alcanzaron gran difusión en Europa y contribuyeron a
forjar una imagen de América en las naciones y pueblos del Viejo Continente.
Es relevante saber que las
narraciones históricas y descriptivas del mundo americano provenían de los
sectores sociales más diversos: militares, sacerdotes, letrados, mestizos e
incluso unos cuantos indígenas. Todos ellos defendían intereses y abogaban por
causas de las naturalezas más diversas: soldados y encomenderos salvaguardaban
la gesta conquistadora; misioneros y nobles indígenas denunciaban los abusos
que se cometían sobre la población nativa; letrados informaban sobre la región
que administraban o visitaban; criollos exigían una mayor atención de la corona
hacia su provincia, gobernación o virreinato y los naturalistas realizaban una
descripción de la naturaleza americana.
Interesante fue que gran
parte de las obras escritas por los cronistas del período colonial nunca
llegaron a ser impresas en su época, de tal manera que circulaban copias
manuscritas de ellas en archivos, conventos y bibliotecas. Mientras que otras,
fueron impresas en Europa o en América tras obtener la autorización de la
corona española, en razón de la censura oficial que se ejercía sobre los textos
impresos. Unas cuantas publicaciones traspasaron los límites de la península
ibérica y alcanzaron un alto grado de difusión en el Viejo Continente gracias a
las traducciones latinas o en lenguas vernáculas, muchas de ellas acompañadas
de vistosos grabados.
De tal manera que se revela la existencia de dos tipos de cronistas
distintos y, por lo tanto de crónica: 1. oficial, y 2. toda aquella crónica
llegada a nosotros de los acontecimientos indianos, bien sea escrita por un
conquistador, por un misionero o por un historiador humanista.
La crónica oficial se cree, para muchos autores, que nació con la polémica
entre Las Casas y Ginés de Sepúlveda, y con la inquietud producida en la Corte
por la actitud del dominico Las Casas. Como consecuencia de ello, se ordenó al
cronista de Castilla, fray Antonio de Guevara, escritor y eclesiástico español,
uno de los más populares del Renacimiento, que deja escrito “un
celebre dialogo entre el villano del Danubio y el Emperador Marco Aurelio, que Carlos I se
ha hecho leer”, y en donde
fácilmente podría cualquiera percibir una analogía entre Marco Aurelio y Carlos
V, y entre los villanos del Danubio y los indios del Nuevo Mundo, y que prosiguiera el
trabajo de Pedro Mártir de Anglería. Pero ni aquél, ni el encargo que
posteriormente se dio a Fernández de Oviedo, con su obra más famosa Historia
general y natural de las Indias, significan que puedan
considerarse cronistas mayores de Indias. Este título recae por primera vez en
la persona de Juan López de Velasco, que realizó una gran labor de síntesis con
el abundante material que tuvo a su alcance, escribiendo su Geografía
y Descripción Universal de las Indias, obra, principalmente, como
indica su nombre, de carácter geográfico. La gran figura de la crónica oficial
fue Antonio de Herrera y Tordesillas, Historia
general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar
océano, analítica, documentada y muy utilizada como referencia, que
ocupó el cargo hasta 1625.
Después, y a lo largo de todo el siglo XVII,
fueron nombrados destacados historiadores, como Gil González Dávila, autor de Teatro
eclesiástico de la primitiva Iglesia de las Indias. Su sucesor, León
Pinelo, fue cronista mayor entre 1658 y 1660; el escaso tiempo que desempeñó el
cargo impidió que hiciese una gran obra como su preparación le hubiese
permitido, y había dado muestras al coronar la Recopilación de Leyes de
Indias, al preparar una Historia de la ciudad de los Reyes y
dejar terminado un estudio sobre El gran canciller de Indias.
Antonio de Solís, sucesor de León Pinelo, fue
autor de una Historia de la conquista de México, población y progreso de la América
septentrional conocida con el nombre de Nueva España. Los últimos
cronistas mayores del s. XVII fueron Pedro Fernández del Pulgar, Historia verdadera de la
conquista de Nueva España e Historia de Florida, entre otros estudios. y Luis de Salazar y Castro, Historia
genealógica de la Casa de Lar.
En la época borbónica el cargo de Cronista Mayor, comienza a estar
siempre vinculado a miembros de la recién creada Academia de la Historia. Así,
hasta 1744, año en que todos los cargos de cronistas que fueron cesando
quedaron incorporados a la misma Academia, como tal institución. Y el de Cronista
Mayor de Indias también pasó a ella.
Independientemente de esta crónica oficial,
existió otro tipo representada, como ya hemos dicho, por todos los estamentos
sociales que a las Indias acudieron, y que, lógicamente, fue muy distinta una
de otra según que el historiador que la hiciera fuera soldado, eclesiástico,
humanista, etc.
Por lo que, tomando en consideración todo lo anterior,
la historiografía del Nuevo Mundo habrá que iniciarla con los escritos de
Cristóbal Colón: sus Diarios, desafortunadamente, el del primer viaje no se conoce el original
y los de los demás se han perdido o sus Cartas dirigidas a los reyes o
particulares. Su hijo Hernando Colón, gran bibliófilo, es autor de una Biografía
del Almirante que es obra
capital para su historia, ya que fue redactada por un testigo presencial de los
hechos y a base de los perdidos manuscritos colombinos.
Para completar las crónicas de este primer
momento del descubrimiento habría que citar la Relación (carta) del
médico sevillano Dr. Álvarez Chanca, dirigida al Cabildo
de Sevilla en 1494 en la que consta una valiosa descripción de la isla de La
Española, incluyendo estudios sobre la flora de las costas y la vegetación de
las montañas y valles, lo cual refiere en un estilo llano y breve, compañero del Almirante en su segundo
viaje, dirigida al cabildo de Sevilla, y los escritos, Relación de Nicolás Scillacio, "De Insulis
Meridiani", el era italiano, de Mesina. Su fuente de
información fue un caballero aragonés, Guillermo Coma. Ésta es la única
obra que se imprimió sobre el segundo viaje de Cristóbal Colón. Fue
impresa en Pavía entre 1494 y 1497; Simone dal Verde y Michele de Cuneo. La obra de Las Casas, y las
relaciones de Diego Méndez, en su Testamento, otorgado en
Valladolid en junio de 1536 (año de su fallecimiento), Méndez hace una relación
del cuarto viaje de Colón, que Fernández de Navarrete publicó en 1825, y Diego Porras, junto con los escritos de
Américo Vespucio, Carta de Amerigo
Vespucci del 9 de diciembre de 1508 al cardenal arzobispo de Toledo, completan la historiografía del
descubrimiento. Cinco son las cartas de Vespucio que hacen referencia a sus
viajes y que alcanzaron una gran difusión con el título de Mundus Novus. También las
incidencias de esos viajes y de otros realizados en la misma época, todos ellos
conocidos con el nombre de viajes andaluces, están recogidas en las obras de
Las Casas, Oviedo y Herrera. En cuanto a la primera vuelta al mundo, son varias
las crónicas que tenemos: la más importante es la de Pigafetta, Relazione del primo
viaggio intorno al mondo, obra en italiano y
publicada en Venecia en 1536 pero queden reseñadas también las de Francisco Albo, "Derrotero", Ginés de Mafra, Libro que trata del descubrimiento y principio del
estrecho que se llama de Magallanes.
Hecho significativo es que a la par que las
crónicas citadas, principian a darse las primeras Historias generales de las
Indias. De ellas, la de Fernández de Oviedo, Las Casas y López de Gómara, al
igual que de Pedro Mártir, Sepúlveda y Acosta.
Pedro Mártir de Anglería, cronista de los
Reyes Católicos, es considerado el primer historiador de América al escribir Décadas
De Orbo Novo, que toma su nombre de la división que hizo en 10 libros
de cada una de las ocho décadas en que se compone. Mártir de Anglería, escritor
humanista que sin haber pisado las Indias, relata la geografía de aquellas
tierras, sus minerales, vegetales y animales, aunque muchas veces con la
imprecisión y desorden propio del que transmite las noticias que le van
llegando. En 1511 se publicó la primera Década, posteriormente las otras, y en
1530 apareció en Alcalá la obra completa. En castellano, fueron publicadas por
vez primera en 1892.
Juan Ginés de Sepúlveda, cronista de Carlos V,
tampoco estuvo en las Indias. Su obra, De rebus hispanorum gestis ad Novum Orbem,
tiene como fuente principal a Oviedo. El trabajo del gran contradictor de Las,
Casas quedó inédito hasta el siglo XVIII, en que fue publicado por la Academia
de la Historia.
José de Acosta, jesuita, fue un gran conocedor
de América, como consecuencia de los diversos cargos que de su Orden tuvo, y
fruto de ello fue su obra Historia natural y moral de las Indias,
que le coloca en un lugar destacado dentro de la historiografía de América. De
los seis libros que componen el trabajo, los cuatro primeros están dedicados a
la historia natural y los otros dos tratan de la historia moral.
Independientemente
de estas Historias generales, cada uno de los territorios, de las
provincias indianas tiene sus crónicas. Así, la Nueva España, además de la obra
de Bernal Díaz, son dignas de reseñar las cartas de Hernán Cortés y diversas
relaciones de soldados que narran los hechos que ellos protagonizaron, como
Alonso de Aguilar, Andrés de Tapia y Bernardino Vázquez de Tapia. Y junto al
relato de la conquista armada, la conquista espiritual del suelo mexicano
cuenta con grandes cronistas: De la Orden franciscana, los más conocidos son
fray Toribio de Motolinia, fray Gerónimo de Mendieta, fray Juan de Torquemada y
fray Bernardino de Sahagún. Este último, además de ser cronista de la historia
eclesiástica, es un gran investigador de los asuntos indígenas mexicanos; de la
misma Orden, en el siglo XVII, citemos a fray Agustín de Betancur y Baltasar de
Medina. Entre los dominicos reseñaremos a fray Diego Durán, Juan de Tovar y
Agustín Dávila; y de los agustinos, a Juan de Grijalva, Juan González de la
Puente y Diego Basalenque. En cuanto a los cronistas jesuitas citemos a Pérez
de Ribas, Francisco de Florencia, Kino, Venegas y Clavijero.
Hay además numerosos relatos de todos los
viajes descubridores que se realizaron por el ancho espacio del virreinato
mexicano, como el itinerario de Grijalva, narrado por Juan Díaz, capellán de la
expedición; la empresa de Hernando de Soto (v.) por La Florida, referida por el
hidalgo de Elvas; la fabulosa expedición de Alvar Núñez Cabeza de Vaca,
relatada por él mismo en Naufragios; o la relación que fray Marcos de Niza dejó
de su búsqueda de las Siete Ciudades.
En la conquista de América Central también hubo
soldados cronistas, de cuya obra son muestra las ya citadas cartas de Cortés, o
la relación que de su viaje hizo Pedro de Alvarado. Completa la crónica la
labor de los religiosos, como el franciscano Francisco Vázquez o los dominicos
Antonio de Remesal y Francisco Jiménez.
Lo mismo ocurre en Nueva Granada y Venezuela:
junto a las relaciones de los conquistadores las de Jiménez de Quesada (v.),
Pedro de Heredia (v.), Nicolás Federman, tenemos las de los religiosos Pedro de
Aguado, Esteban Asensio, Pedro Simón, Antonio Caulín y Alonso de Zamora. Gran
historiador del Nuevo Reino de Granada fue Juan de Castellanos, que
influenciado por Ercilla escribió en verso la historia de aquel país. En cuanto
a la historiografía del Amazonas es también muy amplia: el relato de la
aventura de su descubrimiento por Orellana nos lo da fray Gaspar de Carvajal, y
expediciones posteriores son referidas por Pedro de Munguía, Gonzalo de Zúñiga,
Francisco Vázquez y otros.
En cambio, a pesar de la importancia que tuvo el
descubrimiento y conquista del Perú, las relaciones no abundan. Por primera vez
se refiere en una carta de Pedrarias Dávila, y después en la relación de
Pascual de Andagoya, en una carta de Hernándo Pizarro a la Audiencia de Santo
Domingo, y la crónica conocida con el nombre de Anónimo sevillano de 1534,
atribuida a Cristóbal de Mena. El primer gran historiador de este suceso es
Francisco de Xerez con su Verdadera relación de la conquista del Perú y
provincia del Cuzco llamada Nueva Castilla, que publicada en Sevilla, en 1534,
tuvo una rápida difusión. Las de Miguel Estete, Pedro Sánchez de Hoz, Pedro
Pizarro, Diego de Trujillo, Juan Ruiz de Arce y Alonso Enriquez de Guzmán
completan este interesante acontecimiento. El gran c. de las guerras civiles,
que atormentaron los territorios peruanos momentos después de la conquista, fue
Pedro Cieza de León, ocupando un lugar destacado dentro de la historiografía
indiana. Le sigue en importancia Agustín de Zárate, autor de Historia del
descubrimiento y conquista del Perú, con las cosas naturales que señaladamente
allí se hallan y los sucesos que ha habido; obra que alcanzó gran éxito al
publicarse en 1555. En cuanto a los historiadores religiosos son muy numerosos
en Perú. Muchos de ellos, más que las historias de sus órdenes religiosas,
reflejan el marco donde se desarrollaron las misiones y sus obras adquieren un
gran valor como crónicas; citemos al jesuita Anello Oliva, al dominico Juan
Meléndez, al franciscano Buenaventura Salinas y al agustino Antonio de la
Calancha. Como México, Perú fue otro gran centro de expediciones, las más
importantes por el Pacífico, y los relatos de ellas abundan. Las expediciones de
Mendaña las cuentan Hernando Gallego y
varios manuscritos anónimos existentes en la Biblioteca de Palacio, en Madrid;
y lo mismo ocurre con las expediciones al estrecho de Magallanes, las de Juan
Fernández y Pedro Fernández de Quirós; y las científicas de Jorge Juan y
Antonio de Ulloa, que dieron lugar a las Noticias secretas de América.
La crónica de Chile, que comienza con las cartas
de Pedro de Valdivia, tiene su máximo exponente en la obra de Alonso de Ercilla,
La Araucana, el gran poema épico de la conquista americana. Alonso de Góngora,
Pedro Mariño de Lobera, Cristóbal Suárez de Figueroa y el poeta Pedro de Oña
son otras de las figuras más destacadas de la historiografía chilena.
En la crónica del Río de La Plata el primer
nombre que figura es el del alemán Ulrico Schmitdel, que minuciosamente refiere
las expediciones de Pedro de Mendoza, Ayolas y Martínez de Irala. El otro gran
cronista de estos primeros momentos en el Plata es el ya citado Alvar Núñez
Cabeza de Vaca con sus Comentarios. Y un pariente de éste, el mestizo Ruy Díaz
de Guzmán, puede considerarse el primer historiador del Plata con su obra
Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de La Plata. Los
poetas Luis de Miranda y Martín Barco de Centenera pueden considerarse cronistas
distinguidos rioplatenses. Otro importante capítulo de esta crónica lo componen
los jesuitas de la provincia del Paraguay: Antonio Ruiz de Montoya, Juan
Romero, Juan Pastor, Pedro Lozano y otros muchos narran las vicisitudes de
aquella provincia a lo largo de su colonización.
Cronistas
indígenas. Por último, queda por referir la crónica escrita por el indio o
por el mestizo, bien en su idioma original o en castellano. En México, sus
analistas siguieron escribiendo en el viejo sistema, es decir, con escritura
jeroglífica, quedando ejemplos tan destacados como los códices Boturini, Aubin,
Acaztitlán, Mendoza y otros muchos. Y escritas en nahuatl o en castellano se
hallan también muchas crónicas indígenas, como la historia toltecachichimeca,
los Anales de Cauhtititlán, la Crónica Mexicana de Hernando Alvarado, las obras
del mestizo Juan Bautista Pomar, la de Fernando de Alba Ixtilxochitl o la de
Muñoz Chimalpain. En Guatemala, escrito en idioma quiché, el Popol Vuli, donde
se narra la historia del pueblo maya quiché. Los libros de Chilam Balam, los
Anales de los Cakchiqueles y las crónicas de Yaxkukul y de ChacXulubChen
completan la historiografía indiana de esta región. Perú es el tercer gran
núcleo de historiadores indígenas, como Titu Cusi Yupanqui, el mestizo
Cristóbal de Molina, y sobre todos la gran figura del Inca Garcilaso (v.),
autor de los Comentarios Reales, donde relata la historia de su pueblo y su
conquista por los españoles. Juan de Santa Cruz Pachacuti y Felipe Huaman Poma de
Ayala son otros dos c. peruanos a destacar.
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