lunes, 5 de noviembre de 2018

Reflexión Prenavideña




Marcelo Ramírez Ramírez

El cristianismo “incluye-explica José Gómez Caffarena- como parte esencial de su mensaje y como parte y supuesto de la salvación ofrecida, la llamada a determinadas actitudes y conductas inequívocamente morales en la sociedad humana”. Así es sin duda, pues el cristianismo invita a la vida interior, no a encerrarnos en ella; no se trata de salvarnos solos. El sentido comunitario brota necesariamente del hecho de que el llamado es para todos, así, la vida en la fe se resuelve en ética, en saber convivir en plenitud de vida con los demás. Y como lógica derivación de esta actitud hacia los demás, marcada por el respeto y la caridad, se presenta a cada ser humano el deber de ayudar a los marginados, a los que poco o nada tienen. Precisamente en la solicitud y predilección mostrada por Jesús hacia los humildes, los enfermos, los rechazados, los que siempre se han considerado escoria de la sociedad, tomó asidero hace algunos años la opción por los pobres en América latina, cuestionando la cómoda actitud contemporizadora de miembros de la jerarquía católica y el retraimiento egoísta de muchos cristianos a su vida privada. Una vez más, salía a la luz el elemento crítico del cristianismo, recordando a la conciencia cristiana que no puede ni debe permanecer indiferente ante la injusticia. Aquí y ahora el cristiano ha de hacerse cargo de los apremios del momento dando respuesta generosa a las demandas de auxilio de su prójimo.

Lévinas desde el fondo de la tradición judía ha interpretado muy bien la fuerza de esta demanda, al decir que somos interpelados por la mirada del Otro. Interpelados es ser sometidos a un juicio perentorio; es sentir la obligación olvidada o soslayada de la fraternidad. Prójimo dice más que proximidad, dice hermandad. Esto es así porque lo ético es previo a la cultura. Medimos el nivel de una cultura por su capacidad de responder a esa exigencia de altura ética. Sólo en una civilización pervertida por el egoísmo materialista, pueden los individuos evadir los deberes esenciales hacia sus semejantes.

A poco menos de dos meses de celebrar la Navidad de este 2018, se imponen estas consideraciones, cuando somos testigos de la disolución de los lazos familiares, de la violencia cruel que domina el territorio del país, de la corrupción generalizada, de la incapacidad de instituciones y autoridades para actuar con eficacia. Se afirma que estamos en una etapa de transición. Preguntamos: ¿Hacia dónde apunta esa transición? ¿La entendemos en sentido estrictamente político o con el término apuntamos hacia algo más amplio y profundo?. Si es esto último lo que queremos significar, ¿Cómo se impulsarán con éxito los cambios indispensables?. La tarea es demasiado compleja y deberá llevarse a cabo en los ámbitos de la vida pública y privada. Padres de familia, líderes de empresas y sindicatos, colaboradores y directivos de los medios, intelectuales, artistas, en una palabra, todos y en todas partes están convocados para llevar a cabo, en unidad de propósitos, la obra de renovación de la cultura que requiere nuestro mundo.

Si no hacemos hoy nuestra tarea el destino quedará en manos de las oscuras fuerzas que nos han llevado a la crisis. Si la civilización deja de ser cristiana, algo que en ciertos círculos intelectuales se da por un hecho, ¿Quién o quiénes imbuirán el soplo del espíritu que vivifique la vida comunitaria? Esta es la pregunta más difícil que podemos hacernos en estas fechas próximas a la rememoración del acontecimiento que dividió la historia del mundo.

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