TEPETOTOTL
*El caballero errante del Tlalocan*
Por Fernando Hernández Flores
Con el semblante blanco y un traje del color de la nieve. Camina sigilosamente entre las calles empedradas, el caballero de la voz siniestra. Sus zapatos no muestran desgaste y su pelo está encanecido. Su edad oscila entre los cien años.
En pocas ocasiones se le ha visto y algunas personas relatan que su barba es plateada y su mirada profunda. Otros opinan, que es un ser sobrenatural que hace tiempo falleció, no obstante, sigue recorriendo los lugares que tantos recuerdos le dejó en vida. Cual caballero errante transita en horarios nocturnos. Al cantar la lechuza, localizada en lo más alto de una higuera, dejan de escucharse los grillos mientras las ranas descansan de tanto croar. El chipi chipi esta en su apogeo, la niebla es espesa y la calle hacia donde se dirige, se halla muy solitaria.
A finales de octubre, es más frecuente que coincidas con él. Nadie ha dialogado con él, pero si lo han escuchado hablar. Sobre todo cuando las familias duermen y al instante las despierta un vientecillo frío que les causa escalofrío. Al oír su voz, un perro ladra cariñosamente, pareciera que va al lado de su amo. Son pasadas las doce de la noche, ninguna alma circula por las calles y la lluvia arrecia. Un caballo relincha, se escuchan sus cascos por la calle y se detiene frente al hombre de barba blanca. El venerable anciano monta sobre el caballo y el perro los sigue, moviendo la cola.
Hace ochenta años, un señor pereció en una hacienda. Sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos se pelearon por la herencia y acabaron con todo lo que les había dejado. Solo una nieta de él, compró un pequeño terreno y ahí construyó una casa de madera con lámina de cartón. Esa nieta, es quien pone el altar a sus seres queridos, pone un vaso con agua, acompañado de sal y prende un cirio. Con el apoyo de las vecinas, preparan los tamalitos, el atole y el café que le gustaba con demasía a su abuelo. ¿Quién iba a pensar que su abuelo tenía un pendiente, aún en la tierra y por eso sus frecuentes visitas por el pueblo?
En una noche, mientras dormía ella. Él se le acercó y le susurró en el oído izquierdo que su mayor tesoro no estaba en las propiedades que les dejó a sus familiares, sino que los tenía enterrados a un costado de su tumba. Tres pasos al sur, cinco pasos al oeste, dos pasos al norte y uno al este. Allí hallaría un crucifijo bajo una piedra que debería de levantar. Escarbaría a las dos de la mañana ella con su esposo. Se le pedía que no fueran más personas, sin mirones, ni gente ambiciosa.
Al amanecer le contó a su esposo, aquello que le había dicho su abuelo. El señor se puso pensativo y sintió temor, pero a la vez se emocionó. Por fin saldrían de pobres. Dejaron pasar una semana, eso fue buena señal.
Eran casi las dos de la madrugada, cuando partieron rumbo al cementerio. Al estar en la tumba de su abuelo, le piden permiso para poder sacar el tesoro. Hacen lo que le dictó a la nieta. Encontraron el crucifijo y escarbaron, hallaron una cazuela cubierta con monedas de plata.
El caballero errante del Tlalocan sigue apareciendo cada año, entre el primero y dos de noviembre. Consideran que visita a su nieta. Quienes lo escuchan, al parecer entona un bello corrido. La pareja que descubrió el tesoro, vive de manera humilde y mandaron a construir una casa para alojar a los adultos mayores.
Paxkatkatsini (Gracias)
venandiz@hotmail.com
Twitter @tepetototl
*El caballero errante del Tlalocan*
Por Fernando Hernández Flores
Con el semblante blanco y un traje del color de la nieve. Camina sigilosamente entre las calles empedradas, el caballero de la voz siniestra. Sus zapatos no muestran desgaste y su pelo está encanecido. Su edad oscila entre los cien años.
En pocas ocasiones se le ha visto y algunas personas relatan que su barba es plateada y su mirada profunda. Otros opinan, que es un ser sobrenatural que hace tiempo falleció, no obstante, sigue recorriendo los lugares que tantos recuerdos le dejó en vida. Cual caballero errante transita en horarios nocturnos. Al cantar la lechuza, localizada en lo más alto de una higuera, dejan de escucharse los grillos mientras las ranas descansan de tanto croar. El chipi chipi esta en su apogeo, la niebla es espesa y la calle hacia donde se dirige, se halla muy solitaria.
A finales de octubre, es más frecuente que coincidas con él. Nadie ha dialogado con él, pero si lo han escuchado hablar. Sobre todo cuando las familias duermen y al instante las despierta un vientecillo frío que les causa escalofrío. Al oír su voz, un perro ladra cariñosamente, pareciera que va al lado de su amo. Son pasadas las doce de la noche, ninguna alma circula por las calles y la lluvia arrecia. Un caballo relincha, se escuchan sus cascos por la calle y se detiene frente al hombre de barba blanca. El venerable anciano monta sobre el caballo y el perro los sigue, moviendo la cola.
Hace ochenta años, un señor pereció en una hacienda. Sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos se pelearon por la herencia y acabaron con todo lo que les había dejado. Solo una nieta de él, compró un pequeño terreno y ahí construyó una casa de madera con lámina de cartón. Esa nieta, es quien pone el altar a sus seres queridos, pone un vaso con agua, acompañado de sal y prende un cirio. Con el apoyo de las vecinas, preparan los tamalitos, el atole y el café que le gustaba con demasía a su abuelo. ¿Quién iba a pensar que su abuelo tenía un pendiente, aún en la tierra y por eso sus frecuentes visitas por el pueblo?
En una noche, mientras dormía ella. Él se le acercó y le susurró en el oído izquierdo que su mayor tesoro no estaba en las propiedades que les dejó a sus familiares, sino que los tenía enterrados a un costado de su tumba. Tres pasos al sur, cinco pasos al oeste, dos pasos al norte y uno al este. Allí hallaría un crucifijo bajo una piedra que debería de levantar. Escarbaría a las dos de la mañana ella con su esposo. Se le pedía que no fueran más personas, sin mirones, ni gente ambiciosa.
Al amanecer le contó a su esposo, aquello que le había dicho su abuelo. El señor se puso pensativo y sintió temor, pero a la vez se emocionó. Por fin saldrían de pobres. Dejaron pasar una semana, eso fue buena señal.
Eran casi las dos de la madrugada, cuando partieron rumbo al cementerio. Al estar en la tumba de su abuelo, le piden permiso para poder sacar el tesoro. Hacen lo que le dictó a la nieta. Encontraron el crucifijo y escarbaron, hallaron una cazuela cubierta con monedas de plata.
El caballero errante del Tlalocan sigue apareciendo cada año, entre el primero y dos de noviembre. Consideran que visita a su nieta. Quienes lo escuchan, al parecer entona un bello corrido. La pareja que descubrió el tesoro, vive de manera humilde y mandaron a construir una casa para alojar a los adultos mayores.
Paxkatkatsini (Gracias)
venandiz@hotmail.com
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