La soledad surca esta colección de cuentos: Lule González
María
de Lourdes Lule González
Buenas
tardes. Es para mí un honor que el escritor Adalberto Santamaría me haya
invitado a participar en la presentación de su colección de cuentos Calle Abajo. Que mi amigo Adalberto haya
tenido hacia mí esta deferencia me llena de orgullo y satisfacción por el
aprecio y alta estima que le tengo, pero
también representa para mí un gran compromiso porque el análisis literario no
forma parte de mis competencias y está muy alejado de mi formación académica.
Mi único vínculo con la literatura es el de una lectora aficionada que se
maravilla con las historias que sólo son capaces de crear, de la nada o por
experiencias de vida, esos seres especiales que son los escritores.
El
escritor Haruki Murakami, en el prólogo de su libro de cuentos Sauce ciego, mujer dormida, propone un
símil entre el mundo de las letras y la botánica: plantar una letra para fundar
historias y enarbolar nuevas aventuras: “Para mí escribir novelas es un reto,
escribir cuentos es un placer” escribió el japonés. “Si escribir novelas es
como plantar un bosque, entonces escribir cuentos se parece más a plantar un
jardín. Los dos procesos se complementan y crean un paisaje completo que atesoro.
El follaje verde de los árboles proyecta una sombra agradable sobre la tierra,
y el viento hace crujir las hojas, que a veces están teñidas de oro brillante.
Mientras tanto, en el jardín aparecen yemas en las flores y los pétalos de
colores atraen a las abejas y a las mariposas, y ello nos recuerda la sutil
transición de una estación a la siguiente”. Es ése el reto de escribir cuentos,
cuidar cada espacio, cada frase, cada palabra como si se estuviera podando día
a día un bonsái.
No
debe de ser nada fácil crear mundos de
la nada, plasmarlos y acercarlos a lectores que viven experiencias como si
fuesen verdades. Pequeños instantes que recorremos con los ojos apresurados
hasta hacernos parte de la historia, casi como si fueran un recuerdo.
En
cada relato Adalberto Santamaría observa un momento y lo describe; lo describe
minuciosamente tratando de que hasta la más recóndita esquina sea visible. Es
difícil encontrar los detalles en su literatura, porque incluso lo más diminuto
puede merecer en su narración largas líneas. ¿Qué hay detrás de un segundo?
Santamaría lo responde deshilvanándolo hasta componer párrafos que pretenden
llamar la atención del lector. Con la exaltación que hace de las situaciones y
los hechos que parecen insignificantes, intenta hacernos recuperar la capacidad
de asombro que poco a poco hemos ido
perdiendo.
Pero
por encima de esa escritura a la vez fina y perturbadora, creo descubrir un concepto
que surca esta colección de cuentos: la
soledad. Ya sea en historias mezcladas con personajes que viven de sueños, que
están abandonados en paradas de autobuses, que caminan entre la vida y la
muerte, o que se ensimisman en pensamientos que abruman, se destaca de manera importante
al individuo alejado de cualquier comportamiento colectivo.
La
narración de varios de los cuentos está hecha en segunda persona, una obligada
implicación de la existencia de una compañía artificial. No existe el narrador
omnisciente y ajeno que observa a un grupo que convive; es el narrador
inquisidor que te hace sentir solo. Estás
ahí, piensas algo y te mueves según yo te indico. Te observo y relato todo, no
te dejo siquiera un secreto. Estás descubierto… y no hay peor soledad que la de
quien es fríamente estudiado. O es acaso la voz interna del personaje mismo,
que vive refugiado en su realidad mental, borrando la existencia del resto del
mundo, haciéndose preguntas y dándose respuestas. En el cuento que da título al
libro –Calle abajo– el personaje (o su voz interior) se pregunta y se responde:
“¿Cuántas formas tiene la soledad? Pareciera que tantas como pensamientos hay
en ti. En esa vorágine procaz que te ha invadido desde entonces, en las
sensaciones, en los deseos mezclados con la bruma de la aberración, en tu
complicidad con la noche. Dolor. Silencio. Tus manos arañando los recuerdos
para tratar de desgarrarlos, luchando con el oculto deseo de retenerlos.
¿Cuántas bestias? ¿Cuántos relámpagos? Para ti nunca cesó la lluvia y la
tormenta.”
La
soledad puede producir dolor, autoflagelación, todas las suertes de
recriminación y una cruel locura que rebota en los mismos pensamientos
reincidentes. Sin embargo, puede ser también el mejor momento para encontrar a
la única persona que siempre te va a acompañar, la tranquilidad más completa y
la música de nuestras propias palabras. Nadie sabe mejor que es lo que cada
quien desea escuchar. Es la semilla de los sueños, sobre todo de aquéllos que
nos invaden despiertos, y que son una especie de anhelos que no necesariamente
tengan que ser ambiciones condenadas al fracaso.
“La
realidad es un asunto difícil” dice Santamaría, y tiene razón. La realidad es
la pregunta eterna y la obsesión de muchas personas que proponen que ésta no es
la única ¿La realidad que todos vemos y compartimos es más válida que la que
nos imponemos para soportar la vida? No lo creo. Es tan válido cuando un hombre
“Hoy sueña; se mira reluciente”, como cuando está sentado en la cotidianeidad o
sigue los pasos de la redundante vida social.
Esta
colección de cuentos, “Calle abajo” de mi amigo Adalberto Santamaría, es una
propuesta literaria que al mismo tiempo es un esfuerzo personal de alguien que
quiere decir más de lo que ya es obvio. Él mira y trata de resolver lo que,
supongo, toda su vida ha sido una fuerte interrogante.
Debo
confesar que en ocasiones no alcancé a descifrar las figuras que plasmó en sus
cuentos. Tal vez es parte de historias abiertas que de pronto van en busca de la
cooperación del lector, a aquél que puede completar la idea con la
interpretación. Ya lo decía Tito Monterroso, no hay cuento que termine sin la
participación activa del leyente.
En
otros momentos, me encontré con metáforas sumamente afortunadas que embonan
maravillosamente, como ésa del cuento Federico
Roa donde el personaje narrador se exprime el corazón viajando hacia el
oscuro dolor por la muerte de su propio padre, donde el rito, la convención y
las fórmulas delante de la defunción, se caen porque el alma está destrozada:
“El cordero del rito se desbarrancaba escaleras abajo, vomitando dolor y
sangre, odio, rencor, rabia desbordada”.
Sólo
me queda algo por comentar. Yo creo que “Calle abajo” es un amigable
acercamiento a una lectura diferente, y que su autor es un esmerado escritor
que muestra, a todas luces, su interés por el reconocimiento de los
sentimientos puros, casi instintivos del ser humano. Adalberto Santamaría,
según me ha contado él mismo, ha sido a
lo largo de su vida, como muchos de nosotros, un amante de la literatura y de
otras expresiones artísticas, pero a diferencia de la mayoría, su amor por la
literatura ha ido acompañado de una poderosa necesidad de crear o recrear
personajes y situaciones, y de transmitir sentimientos. También me dijo: “No sabría decirte si lo que escribo pueda
tener un verdadero valor literario, eso no lo sé. Pero de lo que sí estoy
seguro es que tienen para mí un valor humano”. Si ustedes me lo permiten, los
invito a que lo lean.
Adalberto:
tú sabes que en la vida de todo ser humano, el primer paso es el más difícil, y
tú ya lo has dado. Estoy segura de que no vas a detener tu camino por las
letras, y que pronto nos darás muchos más relatos.
También
sabes que por no haberte quedado en el confortable rincón del amante lector y
haber aceptado esta difícil empresa, habrás de recibir aplausos y críticas, y
tendrás momentos de dicha y de tristeza.
Recibe
mi felicitación y mi reconocimiento: ¡Enhorabuena Adalberto!
Muchas gracias por su atención.
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