miércoles, 12 de agosto de 2015

Un libro digno de las bibliotecas escolares


Ariel López Álvarez

Me gustan los buenos cuentos. Son como el buen vino. Porque el buen cuento requiere algo así como un cuidado de la idea general y un añejamiento de la idea final. En unas cuantas páginas se puede disfrutar la maestría del creador, quien va envolviendo a los lectores en una historia que aparentemente podrían deducir. Si el cuento se escribiera mano, el texto seguramente terminaría siendo hojas descoloridas por el tiempo, con decenas de borrones y tintas, como las hojas que conserva David Nepomuceno Limón.

Me gustan los buenos cuentos de David Nepomuceno. Los que ahora pueden leerse gracias a una publicación xalapeña de Editorial Foro Fiscal. En éstos, el maestro Nepomuceno atrae poco a poco a sus lectores, a través de una pluma fina. Con el arte de todos aquellos que escriben con profusión y tienen la facilidad para provocar la eclosión de la fantasía.

Me gustan los buenos cuentos de David Nepomuceno, recopilados en “Un rayo de sol después de la lluvia de la tarde”. Insisto, porque son del tipo de los buenos cuentos que reflejan la inteligencia de su creador, solazando las mentes de los demás a través de la destreza de su escritura y en su capacidad para recrear las vicisitudes de la vida. Eso pienso yo, claro.

¡Me gustan los buenos cuentos de David Nepomuceno Limón, recopilados en “Un rayo de sol después de la lluvia de la tarde”, cuyo título finalmente proyecta a la viejecita de su cuento “Por el aire”, poseedora de la sonrisa que expresaba algo similar a un rayo después de la lluvia de la tarde!

Claro. A bien, al género del cuento nadie lo ha definido perfectamente y menos delimitado en su extensión. Quiroga decía algo así como que el cuento es una novela a la que se le debe quitar todo lo que le sobra. Yo pienso que, además, por esa brevedad el cuento es muy exigente para su creador.

He dado a entender que el buen cuento juega con la inteligencia del lector, y para muestra el microrrelato de Luis Felipe Lomelí, en “El Emigrante”:

—¿Olvida usted algo?

—¡Ojalá!

Sí. De dos párrafos es todo el cuento de Lomelí. Las conclusiones a su microrrelato se interpretan desde nosotros, los lectores. Salen de nuestra experiencia. ¿Qué recuerdos de la memoria desearíamos que se perdieran? Los desenlaces de este cuentecito, como los de los cuentos de David Nepomuceno, han de estar en nosotros. De ahí su belleza.

En especial, el maestro David Nepomuceno no necesita intérpretes de su obra. Demanda lectores y acceso a las bibliotecas públicas. ¿Cómo puedo contar algo mejor que aquellos cuentos que ya traen la forma necesaria para trascender? Para esta ocasión, si acaso, me atreveré a recoger un par de las ideas de la exigencia de David Nepomuceno para todo aquel que escriba historias. Por supuesto, aclaro que, al fin maestro de toda la vida, David Nepomuceno es un hombre muy tolerante con cualquiera. Cuando estuvo frente a grupo, siempre orientaba sus clases para encaminar a sus alumnos hacia el interés por el conocimiento.

Me refiero a su cuento “Remodelación”, donde narra cómo es que Gregorio acostumbraba escribir anécdotas y relatos. En el parque, un día se le acercó un desconocido, quien le provocó inquietud y desconcierto. El extraño le recomendó lo siguiente para el desarrollo de su afición:

—Si usted escribe, haga algo para permanecer en la mente de los demás, no haga de su trabajo un inventario de acciones pasivas desprovistas de emotividad.

—¿Qué trata de sugerirme? (más adelante pregunta Gregorio).

—Reflexionar y, si es una idea no muy bosquejada, déjela en el diván de los intentos. Las palabras se graban en el corazón… Después, en los recuerdos. —Le contestó aquel que desaparecía tan misteriosamente como había llegado.

Estos párrafos eran los únicos que quería copiar. Pero como suelo contar de más, he aquí el último párrafo de esta fascinante narración de David Nepomuceno, en “Remodelación”:

No sabría decir si el encuentro con el desconocido ocurrió en la realidad o fue producto de un sueño. Con la mirada clavada en la acera (Gregorio) caminó recordando la plática que había sostenido hacía apenas unos momentos. Se alejaba con lentitud, con la ligera idea de haber tenido contacto con alguien que olía a eternidad.


Sábado, 11 de julio de 2015


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