Lucio
Gómez Pazos
Quien
ha leído buenos cuentos lleva consigo un universo, un jardín secreto. Un cuento
bien construido es un microcosmos que hurga en los entresijos de la condición
humana, en los pliegues del alma. Por tal motivo, es válido decir que un buen
cuentista hace un trabajo de minero, excava en el subsuelo del alma humana para
extraer de ella pepitas de oro.
Los
cuentos, por breves que sean, son de largo aliento en virtud de que pueden suscitar
en los lectores una serie de emociones: desasosiego, alborozo, tristeza; y por
la belleza que irradian obligan a rumiarlos con devoción, a leerlos sin prisa o
a releerlos cuantas veces sea necesario; de ahí que algunos de ellos se queden en
uno, dispuestos a ser invocados en los momentos menos esperados.
Hay
quienes afirman que los temas de la literatura son pocos: el amor, la soledad,
la muerte, el poder y unos cuantos más; en efecto, pero estos grandes tópicos
por ser además vinculantes entre sí son la materia prima suficiente de la que
todo escritor (desde luego cuentista), y artista en general, echa mano sin
reticencias.
Por
otro lado, es posible estar de acuerdo con la idea de que ‘cuento mata a cuento’,
es decir que el hecho de leer varios cuentos de un solo tirón resulta poco provechoso debido a que se eclipsan o anulan
unos con otros, razón por la que se sugiere leer cuentos a intervalos, es decir
leer uno y paladearlo sin premura, dejar que la respiración o la temperatura
del mismo, por llamarle de alguna manera, esté en sintonía con la avidez del
lector.
Los
cuentos que aquí se aluden responden a un mero capricho de quien esto escribe,
cuya pretensión es compartir, en forma azarosa, una inquietud de lector. El único motivo es dar mínima muestra
sobre lo dicho líneas arriba: el crisol
que el alma humana encierra, reflejada en un puñado de cuentos bien plantados o
como podría decir Aguilar Mora de cuentos sin joroba.
En
Juan Carlos Onetti, escritor uruguayo, cada palabra corre el riesgo de ser
corrosiva pero exhala belleza. Sus personajes, como los de Bienvenido, Bob- uno de sus mejores cuentos- suelen padecer un
derrumbe moral, son seres vencidos por antonomasia que viven en el
desvalimiento absoluto al evocar los anhelos de un ayer distante.
Bienvenido, Bob
es un cuento sobre el odio. Un duelo de odio mutuo, un odio acerado, calculado minuciosamente, para
ofrecérselo al contrincante con la misma honestidad con la que se ama. El protagonista,
que es quien narra la historia, odia a Bob por haberle impedido casarse con
Inés, la hermana de éste. Bob, a su vez, ha manifestado el más abierto
desprecio por él: “Usted no va a casarse con Inés […] no,
no se va a casar con ella porque una cosa así se puede evitar si hay alguien de
veras resuelto a que se haga […] Usted es egoísta; es sensual de una sucia
manera. Está atado a cosas miserables y son las cosas las que lo arrastran. No
va a ninguna parte, no lo desea realmente. Es eso, nada más; usted es viejo y
ella es joven. Ni siquiera debo pensar en ella frente a usted”.
El narrador, del que se sabe poco (como de Inés) salvo que toca el piano
en una cantina que es donde se desarrolla parte del cuento, aguarda con la
mayor paciencia del mundo para lograr que el tiempo sea uno de sus mejores
aliados y poder asestarle la estocada a su adversario. De esta manera, con el
paso de los años, Bob, el arquitecto, el que tenía ideales, el que soñó con
cambiarle el rostro a la ciudad y construir
sus nuevos edificios, el que le ha recordado en variadas ocasiones a Inés, por
el increíble parecido físico que existe entre ambos hermanos, se ha convertido
en Roberto, que así lo llama ahora el narrador, y que es un ser derrotado y
rencoroso con la vida y consigo mismo, que no obstante es instado con argucia
por éste para hacerle creer que es capaz de emprender nuevos derroteros.
Es así como el narrador logra su cometido, desplegar todo el odio que
siente por Roberto y darle la Bienvenida a Bob, al que en otro tiempo fue, al ayudar
a evocarlo una y otra vez: “Todo el tiempo pensando en Bob, en su pureza, su
fe, en la audacia de sus pasados sueños. Pensando en el Bob que amaba la
música, en el Bob que planeaba ennoblecer la vida de los hombres construyendo
una ciudad de enceguecedora belleza […] el Bob dueño del futuro y del mundo.
Pensando minucioso y plácido en todo eso frente al hombre de dedos sucios de
tabaco llamado Roberto, que lleva una vida grotesca […]”.
Y más adelante el narrador vuelve a ser igualmente implacable: “Nadie
amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su definitiva
manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres […] Lo he visto lloroso y borracho, insultándose y jurando el
inminente regreso a los días de Bob. Puedo asegurar que entonces mi corazón
desborda de amor y se hace sensible y cariñoso como el de una madre”.
Este es odio en estado puro, concentrado, llevado hasta sus últimas
consecuencias. Bienvenido, Bob es un
cuento de alto calibre que sacude por
su contundencia pero que a la vez conmueve a fuerza de belleza.
¡SALVAD A LOS NIÑOS!
Lo ha enunciado Chesterton mejor que nadie: “Loco es aquel que ha
perdido todo menos la razón” y el cuento Diario
de un loco, del escritor de origen chino, Lu Hsun, así lo confirma.
El planteamiento de dicho cuento es este: dos hermanos tienen un amigo de
la infancia el cual se entera que uno de
ellos se encuentra enfermo; en cierta ocasión, después de mucho tiempo, va a su
aldea a visitarlos, lo recibe con júbilo el hermano mayor y le informa que su
hermano se ha curado y se ha marchado a otro lugar en busca de trabajo, sin
embargo, como es alguien de confianza le muestra el diario que escribió su
hermano cuando estaba enfermo, es así que el amigo- quien además funge como
narrador del cuento- advierte que el mal que padeció era una suerte de ‘manía
persecutoria’.
Es a través de los fragmentos del diario que nos enteramos de la
naturaleza del padecimiento: un loco que, en efecto, desconfía de todos por
creer que lo van a asesinar para devorarlo, pero también es un loco que
vocifera verdades a granel, que devela nuestros males e inquiere con lucidez
por tal situación, un loco que increpa a quienes habitan en la aldea, es decir
en la sociedad, por considerar que comen carne humana, o sea que son “devoradores
de hombres”, idea por demás atinada que también la han planteado tanto Plauto, comediógrafo
latino, como Hobbes, filósofo inglés, al señalar: Homo homini lupus, “el hombre es el lobo del hombre”.
Lobeznos, llama el loco a los hombres de la aldea, instigadores de
intenciones turbias. Por tanto, a la sociedad
actual, con el capitalismo salvaje como leitmotiv,
las palabras del loco la describen a cabalidad: “Tienen deseos de carne humana
y al mismo tiempo tienen miedo de ser comidos, por eso se miran de soslayo, con
recelo, con profunda suspicacia…sería hermoso que lograran liberarse de esta
obsesión y pudieran trabajar, pasear, comer y dormir enteramente tranquilos.
Ese sería el único paso que debería darse. Pero padres e hijos, maridos y
mujeres, hermanos y amigos, maestros y discípulos, enemigos jurados, y hasta
desconocidos están unidos en esta jauría, disuadiéndose, impidiéndose unos a
otros dar tal paso”.
Dar tal paso, ese es el quid de la cuestión, el problema nodal de
nuestro tiempo, el de la necesaria solidaridad y apoyo mutuo en un entorno
amenazado por egos entreverados y confrontados entre sí, máxime en un país como
México, maniatado en muchos sentidos por diversos lastres, entre ellos la
pobreza extrema, la inexorable violencia o la ignorancia atávica.
Para dar tal paso se requiere, entre muchas otras cosas, educar de otra
manera, por ejemplo, educar nuestra sensibilidad para ser capaces de “ver
al otro no como una amenaza sino como
una promesa” según lo ha dicho Eduardo Galeano. En cambio, una educación mercantil o crematística como la
que se promueve hoy en día se sitúa
justamente en el polo contrario, donde el conocimiento y el saber se han
convertido en un valor de cambio, instrumental y monetario, no en un valor formativo
que apele a las prerrogativas propias de la condición humana.
Para intentar dar tal paso desde la educación, se hace ineludible,
asimismo, educar para el alborozo y la curiosidad intelectual; teniendo en
cuenta que el placer, el absurdo, la serendipia, el equívoco y lo lúdico se
imbrican en variadas ocasiones durante el proceso mismo de la búsqueda del
conocimiento, puesto que la realidad no es lineal o inamovible sino intrincada
y compleja.
Volviendo al cuento, el loco es un provocador irredento, un cuestionador
incisivo quien al final reflexiona sabiamente en los siguientes términos: “¿Cómo
voy a poder, después de cuatro mil años de canibalismo…encontrar un hombre
verdadero? Tal vez sea posible encontrar aún niños que no hayan probado la carne
humana. ¡Salvad a los niños!”.
Esta es la apuesta del loco, este es el reto que nos propone, escueto
pero desafiante; en efecto, cuánta razón tiene el loco de Lu Hsun: ¡Salvad a la
infancia!, y habrá que agregar: ¡Y a muchos de los jóvenes de este doloroso
país!
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