Gilberto
Nieto Aguilar
Las
redes de la maldad sin límites se han incubado en este país a lo largo del
siglo XXI y han llegado a su máxima expresión con el caso de Ayotzinapa, en
Iguala, Guerrero. Con los antecedentes del 12 de diciembre de 2011, contra
todas las especulaciones y posibilidades, el marco de fondo rebasa los horrores
de la impunidad excesiva a que se ha llegado y de la posible participación de
la delincuencia organizada en las actividades de gobierno.
Guerrero
es un caso reiterativo, no aislado pero sí evidente, de la inseguridad y la
constante convulsión social en que se encuentra el país. Este acto de represión
colectiva como los casos de Acteal en Chiapas y de Aguas Blancas en Guerrero, es
ahora peor pues las víctimas son jóvenes y adolescentes estudiosos destinados a
servir a la patria a quienes se desaparece y probablemente se les priva de la
vida casi por capricho, en un acto de omnipotencia artera.
Acostumbrados
a conocer de ejecuciones, fosas clandestinas, guerra entre cárteles, rencillas
que eliminan al que estorba las maniobras políticas, accidentes creados,
homicidios convenientes nunca aclarados, desapariciones que no se investigan,
este atentado masivo y cínico de estudiantes desarmados e indefensos pretenden
que sea, para la opinión pública, un hecho más que se va al olvido. La gente ve
con indiferencia este tipo de acciones.
Seguro
no nos toca juzgar lo que no conocemos a fondo, como son los acontecimientos
suscitados en Iguala el 26 de septiembre pasado. La especulación sólo causa
desinformación y confusión. Pero el hecho es real y del dominio de la comunidad
internacional. Los oscuros sótanos de la política mexicana y de su vida pública
se verán expuestos a verdaderos investigadores que no dirán “me imagino”, “supongo”,
“creo”, “escuché por ahí”, tan común en la “cultura
de la investigación” en este país.
Se
basarán en evidencias objetivas y lógicas, probables y comprobables, dejando de
lado la información sensacionalista y sesgada, obsesiva, carente de una verdad
de fondo, o en la ya clásica manipulación mediática. Al rato, con toda la
vergüenza reflejada en el rostro, leeremos versiones más próximas a la realidad
en un corresponsal extranjero que en muchos de los comentarios de los medios de
comunicación mexicanos.
Las
normales rurales son producto de la revolución mexicana en su etapa socialista,
algo muy lejano de lo que podría producir el modelo voraz, sofisticado y
mediático del neoliberalismo. Por sus mismas raíces, estas escuelas han sido
semillero de pensadores y luchadores sociales, la gran mayoría incorporados con
el tiempo al sistema y régimen de gobierno una vez convertidos en trabajadores
asalariados.
Verdad
ideológica y relativa de cada quien, lo cierto es que la etapa estudiantil crea
conciencia de la realidad que nos rodea. En la etapa profesional, cada quien
toma el rumbo que su conciencia le dicta y desde esa posición desarrolla su
trabajo. Algunos son absorbidos por el sistema y unos cuantos siguen el ideal socialista y concentran sus
fuerzas en la oposición. Tal decisión, como resultado de su libre albedrío, es
muy respetable y hasta admirable en las adversas condiciones de un régimen
autoritario.
Esta
historia de varias décadas de miradas de reojo y sospecha sobre las normales
rurales como formadoras de docentes y de agitadores sociales, infundadas pero
generadoras de un rencor oficial, ha sido rica en expresiones y manifestaciones
de crítica social, evidentemente molestas para las altas esferas de poder en
los distintos estados en que existen las últimas sobrevivientes, como es el
caso de Ayotzinapa. Otras organizaciones, secretamente aliadas del gobierno,
cometen peores desmanes y no sucede nada.
La
verdad real (en México hay que buscarla así) debe ser encontrada para recuperar
la credibilidad y la moral de una sociedad cada vez más escéptica y corroída
por el óxido venenoso del engaño y la mentira. Se debe llegar al fin último de
las causas y móviles de este homicidio masivo –y de otros–, explicarlos
razonablemente a la sociedad hasta que quede satisfecha, aplicar la ley a los
culpables y desaparecer de una vez por todas la impunidad de la función
pública. Sólo así se comenzará a restablecer el orden social y político.
gilnieto2012@gmail.com
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