PADRE DE LA PATrIASu trayectoria biopsicosocial
SEGUNDA PARTE
Wilfrido Sánchez Márquez
Miembro de Número
Academia Mexicana de la Educación. A. C.
Sección Veracruz
Otra vez comparó la vida y observó las preeminencias de los
bucaneros y la magnificencia de los esclavistas que dictaban sus leyes a la
sociedad. Otra vez se cercioró de la podredumbre de los jueces que traficaban
con la justicia. Vio de cerca la desintegración burocrática y administrativa,
los puestos más jugosos desempeñados por los españoles que se decían
descendientes de las más rancia nobleza; los comercios en manos de abarroteros
sórdidos que los cronólogos describen con pintoresco realismo, “vestidos de
chaquetón, juanetudos, cascarrones, despidiendo obscenidades de presidiario,
desaseados hasta lo increíble, brutales como mulas espantadas, fanfarrones,
trabajadores rutineros y constantes, campesinos en el modo de apreciar la
civilización, la religión, los deberes sociales, y afectos a aislarse como los
leñadores. El gachupín que se enriquecía a fuerza de laboriosidad, avaricia,
sobriedad y usura, había aprendido a ser héroe en el trabajo, su campo de
batalla era la tienda de abarrotes, especie de penitenciaría donde los
polizones se empleaban para la labor ruda de hacer dinero, cambiando la pereza
española en actividad anglo-sajona.”
Puso en la maleta algunos libros que habían traído de
Francia amigos de su hermano Manuel, que era uno de los abogados más capaces,
en cuyo bufete se ventilaban importantes negocios judiciales de la plutocracia
española.
La escuela nocturna, sujeta a un ritmo de constante
superación, de la pedagogía industrial, pasó a materias superiores conectadas
con la historia de las sociedades y la evolución de las instituciones
políticas. Breves introducciones, explicativos preámbulos, facilitaban la
comprensión de las más avanzadas
doctrinas de los enciclopedistas franceses.
El Contrato Social era una de las obras que había llevado
Hidalgo para dar sus prédicas un carácter más radical. Con un certero instinto
educador, traducía los más sustancioso y medular del discutido pensador
ginebrino, y daba a su auditorio en un estilo fácil y accesible los terribles
oráculos, las ideas disolventes que goleaban contra el poderío secular de los
señores feudales, atrincherados en los derechos adquiridos en muchos siglos de
usurpaciones. Rousseau lanzaba sus saetas fulgurantes que daban en el corazón
del despotismo con la certera eficacia de la piedra de la honda de David en el
ojo del gigante bíblico. El régimen absolutista lo persiguió con encono
violando secretamente las fronteras de los países que le daban asilo. Turbas de
muchachos, azuzados por los sicarios de la monarquía, lo lapidaban en la calle
y se mofaban de sus vestiduras de armenio. Era el Judío Errante del pensamiento
libre y su caudillo más grande. A pesar de las hostilidades, no cejó en sus
empeños combativos y en el trono de los Luises se vino abajo.
Hidalgo desmontaba de la poderosa máquina ideológica las
piezas que consideraba más apropiadas para sus fines iconoclastas, batiendo en
sus propios reductos a los fetiches
hispanos. Sus hallazgos los engavillaba con la cinta inconsútil de un propósito,
que se fue concretando poco a poco como la perla en el molusco herido. Volvía a
ser el Maestro de San Nicolás, chancero y alegre, persuasivo y tenaz, pródigo
en derramar sus enseñanzas, su lógica incontrastable y su dinero.
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