Por Raúl Hernández Viveros
Hace unos
días, la Universidad Veracruzana realizó en el día de su nacimiento, un evento
académico para recordar al historiador e impulsor de la antropología en el
estado de Veracruz. También participó en la fundación de la Facultad y el
Instituto de Antropología. Al mismo tiempo encabezó la creación del Museo de
Antropología de la Universidad Veracruzana, en su primera época.
Conviene revisar el prólogo de David Ramírez Lavoignet del libro La Enseñanza Lancasteriana, de José Luis
Melgarejo Vivanco, porque casi se trata de una breve biografía sobre la vida y
las aportaciones de este maestro en el amplio sentido y significado de esta
palabra que representó en la divulgación del conocimiento hacia muchos de sus
discípulos.
En otro
espacio merece toda nuestra atención el libro Los Jarochos, de José Luis Melgarejo Vivanco, ya que representa una
breve enciclopedia sobre el ser originario de estas tierras veracruzanas, y
descubrir nuestra tercera raíz en la negritud. De acuerdo a sus informaciones,
datos, reflexiones y búsquedas de nuestros orígenes, la sangre africana estuvo
ya presente desde mucho antes de la llegada de los conquistadores españoles, y
que todavía sobreviven en diversas regiones veracruzanas. Sin duda alguna
significó una investigación histórica, sociológica y política sobre nuestras
raíces que marcaron el talento y trascendencia de las aportaciones culturales
hacia y para México, América Latina y España.
En la
sección Liminar de la obra Los Jarochos,
de José Luis Melgarejo Vivanco, publicado
en 1979, el autor reconoció que: “Este libro, tal vez el último de una vida en
ofrenda del terruño, escrito fue con el mismo fervor de aquel Totonacapan, empedernido
pecador de la técnica, pero, sin pedir mirar cuartel en la defensa de su
pueblo, y habrá de ser trillado parto de los montes o incitación a la censura.
Si por esta brecha en la etnografía mañana transitarán sus correctores el ideal
habría sido alcanzado…” Hasta ahora sus aportaciones distribuyen el
conocimiento y el estudio de la historia y la cultura como fundamento del
orgullo de haber nacido en estas tierras veracruzanas.
José Luis
Melgarejo Vivanco nació en la congregación de Palmas de Abajo, del municipio de
Actopan, el 19 de agosto de 1914, y murió en Xalapa, el 23 de enero de 2003. Estudió en Escuela Normal Veracruzana, y
desde su adolescencia se aproximó al espacio de la literatura. En la revista
“Momento”, a finales de los años 40 colaboró con su sección “Las mejores
páginas de la literatura veracruzana”. Con sus primeros versos se descubrieron las inquietudes literarias.
La alianza entre el sentido y el ritmo, las imágenes y los sentimientos advirtieron
de un valor que emergió de la poesía desgarradora, honda y verdadera. Aparte,
se pudo admirar el punto de vista de un intelectual detrás de cada una de las
anotaciones y búsquedas poéticas. Algunas de ellas perdieron, en ocasiones, la
fuerza del instante en que fueron escritos; sin embargo, era difícil no sentir
lo sublime de la creación literaria; afecto, ternura, satisfacción, soledad y
vacío. La vida del autor se encontraba en la vigilia
donde el punto de vista siempre estaba alerta.
En el texto “Lumumba”, planteó José Luis Melgarejo
Vivanco referencias al tema de la negritud, que estudiaron Gonzalo Aguirre
Beltrán y Gilberto Bermúdez Gorrochotegui, entre otros expertos. Ahí definió
perfectamente el concepto de fraternidad: el valor estético frente al poder de
la evolución histórica, porque se logró ubicar en el espacio de la perspectiva
auténtica a un personaje próximo a las luchas de liberación de los pueblos
africanos.
Bajo la
creación literaria se modeló el empleo de las palabras: “Nuestra mano, la tuya
/ como nuestro el pigmento de tus ríos africanos / —uno solo el sudor—
desquebraja / las pértigas de los viejos trapiches, / en la copa de ron.” Este
poema de Melgarejo Vivanco recogió dentro de su espíritu, parte de la historia
de América Latina, que es la presencia de nuestra tercera raíz: la negritud. No
obstante, en los versos de “Prometeo”, penetró en el conocimiento de siglos
pasados; expresando formas cargadas de sentido histórico. Es la concepción de
los hechos literarios como datos y acontecimientos de la historia antigua:
“Vencido Prometeo, cacharro del cerámico de Atenas, / qué insulso fue tu fuego,
/ comparado con el que a orillas del
Yang Tsé Kiang prendiera el pueblo.”
El autor
enfrentó las alturas universales y descendió a las profundidades del ser humano
para encarar el desarrollo de la civilización. La poética de Melgarejo Vivanco
es descriptiva y, en términos sociológicos, tiene un nivel para reflexionar
sobre su relación con aspectos de un lenguaje cotidiano. Dentro del poema
“Canto al país de Yucatán”, entregó su pasión y amor al corpus de una literatura nacional. El ritmo de los versos acompañó
a un movimiento abierto y dinámico. El sonido que proporcionó el ritmo
enriqueció la rima y las formas de repetición fonética. El lenguaje poético
iluminó cada estructura interna de los cinco apartados que componen el canto de
un pueblo del sur de México. El principio mecánico de la repetición cumplió con
la tarea de memorizar los versos: “Selva en derrota, / selva calcinada, /
ceniza de los trinos, / polvo de la esperanza, consunción / la tierra macerada
de granos; / vieja selva.”
La lírica de
la reflexión de Melgarejo Vivanco se instaló en el mundo de la historia. Con lo
que se cumplió casi como una profecía, las palabras que leímos en las páginas
del libro “Escritores veracruzanos: Reseña biográfico-antológica”, de Francisco
R. Illescas y Juan Bartolo Hernández: “En sus versos se aprecia el estro de un
poeta de altos vuelos y en su prosa, elegancia de estilo y erudición de fondo”.
Hasta el final de su vida colaboró en “La Palabra y el Hombre”, y tuve la
oportunidad de reflexionar sobre dichas aportaciones a la cultura veracruzana.
Adolfo Contreras escribió en la
revista “Xalapa”, No. 115, marzo-abril, 1962, una reseña sobre un opúsculo
literario de José Luis Melgarejo
Vivanco, e informó que: “Carece de prólogo este ramillete de versos. No lo
presenta nadie. Se presenta solo, haciendo honor a la idiosincrasia del poeta
quien ha sido siempre fiel –cual jinete solitario- un tipo agrario amante de
las campiñas veracruzanas del “trueno viejo”, de la salmodia de los mares, de
los encajes de las olas, del céfiro blando; y emotivo cantor de las miserias
del campesino y del acerbo dolor de
nuestra raza pretérita, la cual tan sólo nos ha dejado huellas que sigue la
ansiedad antropológica de los investigadores. Además, estos versos, de por si,
despliegan una correspondencia de perfumes, sonidos y colores, a lo Baudelaire
o Renoir:
“En el tibor, entre la hierba trémula,
/ la garza estira el cuello / cazando una libélula; / pero atrapa un reflejo”.
Sus andanzas por los caminos y las eras se transformaron en raudal de
lucubraciones espirituales que, deslizándose sobre las realidades, levantaron
el vuelo quimérico hacia el lirismo para caer sobre la tierra mexicana, en
eclosión de luces, en lluvia prolífica de versos desnudos; es decir, alejados
del preciosismo retórico de la métrica y del ritmo acompasado de la música.
Algunos de sus poemas tienen la grata
melodía privativa de nuestro pujante medio de expresión y la flébil libertad de
la materia en su excelso salto hacia el pensamiento imponderable. “Hija de Zeus
y de Latona, fruto / de olímpico amasiato, cazadora / del siervo azul y los
faisanes de oro. / Tienes lebreles.”
Dos poetas nacidos el mismo año que
José Luis Melgarejo Vivanco: Octavio Paz
señaló al final de “Posdata” que: “La cultura de el Tajín, un arte que escapa a
la pesadez “Olmeca” y hieratismos teotihuacano
sin caer en el barroquismo maya; un prodigio de gracias felina”. Efraín
Huerta con sus imágenes sorprendentes de: “Oh, Tajín, oh naufrago, / tormenta
demolida, / piedra bajo la piedra / cuando nadie sea nada y todo quede /
mutilado cuando ya nada sea / y sólo quedes tú impuro templo desolado / cuándo
el país-serpiente sea la ruina y el polvo, / la pequeña pirámide podrá cerrar
los ojos / para siempre / asfixiada, la muerte en todas las vidas / bajo el
silencio universal y en todos los abismos, / Tajín, el trueno, el mito, el
sacrificio, / Y después, nada.”
De la cosmovisión del mundo prehispánico
llegamos ahora a la realidad de mentiras piadosas, mensajes de utopía de un
mundo mejor y al engaño o prestidigitación que es el arte de la mentira o la
ilusión de repetir en discursos tantas cosas que al final alguien pueda creer
sin ver. De esta forma, José Luis Melgarejo Vivanco señaló que: “El territorio
del Totonacapan solo tiene ocupada la parte sur con estas obras (en relación a
la zona arqueológica y sus esculturas artísticas que advierten de la esencia
artística de nuestros antiguos veracruzanos); por eso quiérase o no, deberá
considerarse al cruzamiento de totonacos y Olmecas, es decir, a los jarochos
como generadores de Alegría, de musicalidad un tanto en contraposición al
“indio triste”, o por lo menos, muy digno, muy sonriente frente a una vida sin
alegrías; también por eso resulta dolorosa la tragedia, ese pueblo fue
silenciado; ya no volvió a reír”.
En la actualidad, frente a la tragedia
de nuestra esencia efímera en el mundo permanecen los versos y metáforas
proféticas de Efraín Huerta sobre el destino y desaparición de los habitantes
de El Tajín. El futuro ya presente de reconocer la destrucción de la madre
naturaleza y aceptar la desaparición de
la serpiente emplumada que representa la formación geográfica del territorio de
la república mexicana, que va desde su nacimiento en el sur hasta el norte, en donde los pueblos marginados y
olvidados escapan en peregrinaciones hacia el sueño americano, en búsqueda del
encuentro con un poco bien común, seguridad, respeto a la vida, que no existen en sus lugares de origen, en
su patria exfoliada y saqueada.
David Ramírez Lavoignet en la introducción a
la Relación
de Misantla, Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras, 1962,
reconoció que: “José Luis Melgarejo Vivanco adquirió de la citada Universidad
de Austín una copia fotostática de la misma, acompañada del plano
correspondiente". Este material fue
revisado y comentado en las páginas de la publicación mencionada. En 1985,
también David Ramírez Lavoignet destacó
la participación de José Luis Melgarejo Vivanco cuando en 1945, Adolfo Ruiz
Cortines impulsó la elaboración de la Historia
de Veracruz, a cargo de Manuel B. Trens, que se concluyó en el gobierno de Ángel
Carvajal.
De
esta manera, brotaron profundos
conocimientos del investigador y autor
de la obra Totonacapan, 1943, al
mismo tiempo que marcaron los cimientos de sus Historias de Veracruz. Además
fue el impulsor contemporáneo de los informes sobre el estudio de Quiahuiztlan, “Cerro de los Metates”.
Después, en 1950, en la revista Uni-Ver,
José García Payón fue invitado por José Luis Melgarejo
Vivanco a conocer el sitio; publicó sus comentarios. De 1951 a 1953, Alfonso
Medellín Zenil tuvo a su cargo la investigación con la ayuda de Manuel Torres
Guzmán y Adán Oviedo, y apareció el libro del Instituto de Antropología: Cerámicas del Totonacapan, de Alfonso
Medellín Zenil; donde señaló: “Este
libro intenta una síntesis de lo más importante que hemos podido conocer en la exploración del área totonaca del
Estado de Veracruz, a través de unos 10 años. Han sido registradas
aproximadamente unas 500 zonas arqueológicas que se localizan entre la cuenca
del Papaloapan por el sur y de la costa a la zona frigo-serrana”.
José Luis Melgarejo Vivanco, en 1993 encabezó un recorrido por
Quiahuiztlan, acompañado de Roberto Williams García y Alfonso Medellín Zenil.
La fotografía tomada por José Luis Melgarejo Vivanco sobrevive casi como un
grabado antiguo por el paso del tiempo. Sin embargo, Roberto Williams García
escribió que: “En 1943 había ascendido hasta la punta del cerro en compañía del
maestro Melgarejo y de Alfonso Medellín Zenil quien seguramente en esta ocasión
decidió su vocación al palpar al imantarse de las tumbas prehispánicas que 17
años después las describió en un capítulo de su libro: Cerámicas del Totonacapan (1960 UV), donde puede abrevar quien
quiera profundizar en torno a Quiahuiztlan. Hace 50 años el maestro Melgarejo
nos había llevado a los terrenos de su entorno familiar pues había nacido
dentro del escenario de una historia singular descrita entre Cempoala y
Quiahuiztlan”.
El comentario de Roberto Williams García, fue
publicado y la fotografía, el 17 de marzo de 1994, en Punto y Aparte. Años después, el 18 de febrero de 1999 en el Auditorio
“Alberto Beltrán”, se presentó el libro Pensamiento, memoria y escritura, en sus
páginas apareció mi investigación “Textos de José Luis Melgarejo Vivanco en La Palabra y el Hombre”. Entonces estuvo
como invitado de honor y pude decirle que mi ensayo formaría parte de la obra Maestros de la Antropología en Veracruz,
y José Luis Melgarejo Vivanco me ofreció su respaldo para cualquier tipo de
consulta bibliográfica.
En 2008, la Secretaría de Educación
de Veracruz hizo la edición del libro Selección de Ensayos y Poemas, En sus
páginas se recogió la segunda versión de mi investigación: “Textos de José Luis
Melgarejo Vivanco en La Palabra y el
Hombre”. De su “En torno a la mexicanidad”, destacó: “porque jamás quedará
integrado el todo si falta una de las partes, y entre lo mucho urgido de
meditación, existen los conceptos de indígena, español, indiano, criollo,
mestizo, referidos a hombres concretos de un territorio material, y no a
invenciones flotando en los paraísos artificiales del idealismo”.
La
Palabra y el Hombre en cada aniversario
de nuestra Universidad Veracruzana editaban números conmemorativos.
En 1984, se incluyó el texto “En el
fondo sellado de un plato”, en 1987, José Luis Melgarejo Vivanco dio a conocer
su reflexión “Honshu”. Constantemente colaboró con sus aportaciones bibliográficas.
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