José
Luis Rangel Gasperín
“Cada
sonido suyo me parecía de amor”
Italo
Svevo, La conciencia de Zeno
Llevábamos más de media hora en la fila
cuando abrieron las puertas del Teatro del Estado. Era una tarde clásica de Xalapa: cielo nublado, ligera
ventisca, la amenaza silenciosa del chipi
chipi. Me pregunté en qué pensaban las demás personas mientras esperaban la
función sabatina de Madama Butterfly.
Al entrar nos recibieron tres geishas con sus respectivos kimonos magenta,
verde y carmesí. Nos acomodamos mi madre y yo en la segunda fila de la sala
justo en la sección de en medio, ya que en los asientos anteriores parte del
público había colocado sus abrigos para apartarle el lugar al conocido que se
le hizo lo suficientemente tarde como para todavía merecer una localidad así de
cerca del escenario. Típico.
Poco a poco se
fue llenando el lugar. La gente miraba al techo de la sala o sus respectivos
programas igualmente absortos. Unas cuantas mujeres no alejaban la vista de sus
celulares. Escucho en la parte de atrás a un hombre hablar de la lluvia. ¡Está
lloviendo otra vez! dijo él, y una voz femenina repitió lo mismo en forma de
pregunta, como si fueran parte de una ópera a punto de ser escrita.
Volteo hacia los
demás lugares y noto una entrada llena: prácticamente todos los asientos
ocupados. A pesar del clima melancólico la gente prefirió acudir a la ópera.
Perdió la casa y ganó la cultura: en doble apuesta como doble la función hubo
una mayoría que quería oír la historia de Cio Cio San, protagonista de Madama Butterfly, cuyo fatídico destino
conmueve a cualquier espectador. Escucho aún las conversaciones y alcanzo a
atrapar la cordial invitación a cenar unos tacos al finalizar el evento.
¿Aceptan?, ¡Pero por supuesto! dice una mujer sin pensarlo. Entonces otra voz
confiesa: “He creado un monstruo. Es un peligro esta mujer”.
Anotaba todo lo
que me llamaba la atención y no tardé en recordar una frase de Vila-Matas: seguro que andaba en lo cierto cuando
sospechaba que los escritores siempre fueron unos consumados espías. Y
esperaba no encontrarme en una novela de Paul Auster como Fantasmas y que un detective anotara cuidadosamente todas las cosas
que yo andaba haciendo, escribiendo como yo escribía.
Las luces se
apagaban y dejé de rayar el programa. Mis observaciones dependerían de mi
memoria, que en ocasiones no es tan buena. Escuché el rumor de un gong; fue lo
último que escribí. Se asomó ligeramente el director de la fosa y al poco
tiempo fue alzándose el telón, apareciendo una acogedora casita japonesa que,
como dice el libretto, con un estornudo se caería.
Llega Goro
–interpretado por el tenor Nahúm Sáenz- y B.F. Pinkerton –el xalapeño Armando
Mora- que respectivamente son el pícaro casamentero y el capitán americano que
desea juntarse momentáneamente con una fanciulla
japonesa para después abandonarla y encontrar a la esposa americana que amará
para toda la vida. Goro le presenta a Susuki, la doncella representada por
Patricia Escudero que mantendrá durante toda la obra el mismo patrón:
sollozante, piadosa y tierna. Llegará el Cónsul Sharpless –Amed Liévanos- para
felicitar a Pinkerton por su matrimonio y no tardarían en cantar dovunque al mondo, un maravilloso dúo
donde se habla de las aventuras y los riesgos del yanqui vagabundo contra el
azar y su propio destino hasta alzar la copa al son de America forever!
Madama butterfly es una ópera donde obligadamente
debe brillar la soprano. Si pensamos en las célebres novelas del Siglo XIX el
lector suele apasionarse más por las heroínas y su hado funesto, haciendo a un
lado a los maridos que las dirigen maliciosamente al abismo. Sufrimos por Ana
Karenina y parecemos distantes ante su rígido esposo. De una misma manera con
esta obra al llegar las damas de honor junto con Cio Cio San –interpretada por
Cynthia Toscano- uno sabe que los aplausos irán para ella. Y así fue.
Desde que entró
en escena Toscano consiguió una magnífica Madama
Butterfly: cándida, angelical, enamorada del amor como cualquier
quinceañera, destinada a la desgracia sin imaginarlo. El primer acto se volvió
un augurio de victoria tras la boda, con la aparición del tío Bonzo –Daniel
Hernández- que desaprueba la unión de Cio Cio San hasta desterrarla de la
familia, confirmándose tempranamente el posible éxito con Viene la sera, donde Toscano y Armando Mora hacen una gran
interpretación.
En el segundo
acto despuntó Patricia Escudero, la fiel Susuki, intuyendo la suerte que
Butterfly desconoce. Toscano cantó un bel
di vedremo, una de las más conocidas arias femeninas donde consiguió el
aplauso del público. Aparece el cónsul para notificarle a la japonesa que el
capitán americano no piensa volver al Japón, pero en ese momento ella le muestra
un niño, hijo de Pinkerton. Cio Cio San renace con una abrumadora esperanza,
alegrando la casa con los olores de la primavera y observar el mar por donde
navega su marido.
Regresa el
amanecer con el porvenir. Butterfly aguarda nostálgicamente, extrañando algo
que nunca tuvo. Al poco tiempo, B.F. Pinkerton llega con su esposa Kate –Ana
Ibarra- y el cónsul Sharpless. Susuki se entera de lo sucedido y llora por su
ama. La tragedia comienza porque el americano está dispuesto a reconocer a su
hijo con la condición de llevárselo a su país. Sin embargo, cuando Cio Cio San
está por llegar él huye. Kate le pide perdón a la japonesa, el cual es
concedido. Se retira junto con el cónsul porque no le será dado el vástago
hasta que el mismo capitán vaya por él. Butterfly acaba suicidándose no sin
antes despedirse de su hijo. Se clava el cuchillo y las luces del teatro se
ponen rojas. Cae al suelo y llega Pinkerton desconcertado. Lentamente se baja
el telón y el público comienza a aplaudir.
La ópera resultó
un éxito. El director Rubén Flores agradecía con una reverencia mientras desde
el foso se veía a los músicos ondear sus arcos como banderas. Se alzó el cuerpo
de un cello que causó júbilo entre los presentes. Se fueron presentando los
actores: Manuel Vera, el comisario imperial que tuvo una pequeña escena al
casar a los novios y Ana Ibarra, que se colocó al extremo izquierdo del teatro;
poco después Daniel Hernández, el monje bonzo y Amed Liévanos, el cónsul que
definitivamente acertó con su interpretación; Nahúm Sáenz, cuyo fullero
personaje –Goro, el casamentero- no dejó de parecernos a muchos alguien
simpático; Patricia Escudero, aclamada
con aplausos y vítores; Armando Mora, recibido con una emotividad similar. Sin
embargo no habrá voz que me desmienta: Cynthia Toscano fue la ganadora de la
noche gracias al darle vida a la pobre Cio Cio San. Una niña abajo del
escenario le llevó un ramo de flores, el cual recibió con notable alegría. Ya
para esos momentos muchos de las primeras filas estábamos de pie aplaudiendo a
la soprano merecidamente.
Fue una bella
noche. Algunas mujeres mientras salían trataban de imitar a la soprano haciendo
verdaderamente el ridículo con sus imitaciones de Butterfly que dejaban mucho
que desear. Ojalá no vuelvan a hacer eso en público. Respecto a mí salí
bastante complacido, esperando que haya más funciones operísticas en Xalapa y
con el deseo de que alguna vez se represente aquella clásica de Leoncavallo que
dice en su primer acto que el teatro y la
vida no siempre son la misma cosa. Y aquella flor de loto que acabó
marchitándose, la bella Butterfly que
permanecía en mi recuerdo me hizo evocar un verso del chileno Oscar Hahn: detrás de todo gran amor la nada acecha.
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