Juan Fernando
Romero Fuentes
Gracias a Tlanestli podemos acercarnos al
pensamiento de Maquiavelo, y entenderlo un poco mejor, y espero que ello nos motive
a leerlo. La entrevista publicada en el pasado abril me impulsó a reproducir un
artículo que había escrito hace unos años sobre el autor de El Príncipe, por lo que agradezco
cumplidamente a Tlanestli. Sólo que
me quedó una inquietud respecto a la entrevista: sin duda los participantes (Jérémie
Duhamel y Silvestre Manuel Hernández) son muy capaces y conocedores de los múltiples
temas que tocan; sin embargo, lo que no me agrada de la misma, es el tono
académico superlativo que contiene. Y este estilo de alambicada presentación no
es exclusivo de este caso: leemos en revistas y periódicos, y desde luego en
libros y conferencias (o papers) este
tipo de lenguaje super educado que hace continua referencia -sin duda erudita-
a muchos autores y escuelas, a multitud de libros y escritos, referentes que, por
lo menos, apabullan al lector no especializado, como es mi caso (y para ponerme
a la altura de esta crítica, ensaye unos latinajos para este texto).
Esta proliferación de
citas tiene varias funciones: se ha convertido en un requisito irrenunciable
para la Academia, que de esta forma manifiesta no tan solo su erudición, sino
su poder; para el autor es una ocasión magnífica para mostrar de forma evidente
sus altos conocimientos y dominio de los temas que presenta. Este excelso
conocimiento de la autoridad de los personajes que cita, convierte al propio
citador, en la autoridad, ya
indiscutible. La entrevista que cito acumula citas, la vuelve voluminosa, y no
necesariamente mejor.
Esta casa de citas se
vuelve entonces para el lector medio, una aventura a lo desconocido, y si tiene
la paciencia y el deseo de seguirlo, puede obtener el premio de la consumación
del acto de la lectura, pero me temo que en la mayoría de los casos se vuelve
un lectus interrumptus, ya que en
lugar de enseñar, ahuyenta; en lugar de atraer, repele.
La Academia tiene sus
reglas –y sus virtudes- y, ni modo, habrá que cumplirlas, pero los lectores
ajenos a ellas no tienen por qué sufrir la mala fortuna de enterarse de que los
autores, o el entrevistado y el entrevistador, son unas chuchas cuereras en el
tema que tratan. Ellos evitan – con razón- el lugar común, y su omnicomprensión
ahuyenta los malos olores de la vulgaridad, pero el común de los lectores no
aprende con los locus rei sitae, pues
es ajeno a ellos, y entonces lo que apesta es el texto multirreferenciado, y
sus autores.
En este orden, existen
entrevistas para los altamente cultos y entrevistas para los bajamente cultos.
En las primeras la mayoría de los mortales nos perdemos y para los actores se
vuelve un juego de espejos donde los auditores no cuentan y el elogio recíproco,
sí. En las segundas, con seguridad se pierden muchas cosas, pero también suele
suceder que se enganche el interés del lector y, en consecuencia pueda
remitirse a las fuentes para acrecentar su acervo, motivado por la sencillez y
el conocimiento, juntos.
Tal vez una edición de
la magna erudición mostrada en la entrevista citada podría restarle lo complicatio (corresponde a aquello que
los manuales de retórica denominaban amplicatio
y accumulatio, es decir, los procedimientos mediante los cuales se alarga
el contenido de un texto y se suman elementos complementarios) y así podría acercar al lector medio de Tlanestli a lo que el autor quiso y supo
decir, en este caso Maquiavelo, leído por pocos y entendido por menos, y sin
embargo un autor tan poderoso que sienta las bases de la ciencia política
actual cuyo progreso palpable se encuentra en el diseño de las instituciones
políticas que nos rigen, republicanas y con aspiraciones democráticas.
“La pertinencia para
acercarnos a los textos fundamentales de Niccoló Machiavelli” como se señala en
la entrevista (se aprende a citar) es entonces la simple lectura e
interpretación sencilla de cada lector en su época y en su espacio, debiendo contextualizar
lo escrito, pero sin caer en el detalle preciso propio del microhistoriador; o bien,
se puede dar la lectura compleja basada en una interpretación compleja si el
lector es un hermeneuta o filósofo o doctor muchilingüe; o también, pero más
escasamente, se puede dar una interpretación genial, si se es un genio, como
el lector Foucault. Ese es mi pienso,
para citar a un amigo.
Xalapa, Ver. 4 de junio del 2014
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