Gilberto Nieto Aguilar
El
discurso en torno a las competencias ha ocupado un espacio preferente en las
últimas décadas. Las implicaciones de la noción de competencia vienen del ámbito laboral, y aunque en el enfoque
pedagógico se refiere a las competencias
cognitivas, hay una relación estrecha respecto al enfoque empresarial y a
las oportunidades de empleo, que busca legitimar el imperativo de obtener el
nivel máximo de eficacia productiva para conservar el empleo, según los
estándares, perfiles, parámetros e indicadores que la empresa diseña para tal
fin, de acuerdo a la forma de organizar
el trabajo y la propia actividad productiva.
Las
políticas activas que pretenden responder a las necesidades reales de las
empresas, en el ámbito de la formación, induce el resguardo ideológico de las
oportunidades de trabajo para concluir que formación y empleabilidad son las
dos caras de la misma moneda que definen las modalidades de inclusión y
exclusión al mercado de trabajo. Además, aparejan el beneficio de los aumentos
salariales futuros, derivados del aumento de productividad a que podría aspirar
el trabajador que posea mayor información, capacitación y competitividad. De ahí
la relevancia, en el caso de la educación, de los cursos de actualización para la
profesionalización del magisterio que ahora se complementará con las
disposiciones legales de la llamada "Reforma
constitucional en materia educativa".
El
neoliberalismo propugna por un ordenamiento social y laboral sobre la base de
los valores meritocráticos, que por un lado podría llevar a salarios más bajos
y por el otro lado a mejorar esos salarios sobre la base de las capacidades
individuales. En el medio educativo lo encontramos en el sistema de estímulos
económicos llamado Carrera Magisterial,
que se traduce en un ascenso económico, en una mayor percepción para el
maestro, mientras quienes no pueden ingresar al programa o promoverse dentro de
él, reciben los incrementos salariales que cada año otorga el gobierno federal –normalmente
por debajo del 4%– con el consiguiente deterioro económico al cabo de algún
tiempo por ser menores que el ritmo inflacionario del país.
La
cualificación (preparación para ejercer determinada actividad o profesión)
o competencia de los individuos, “es una construcción social […] resultante de
la acción de las instituciones, la historia, la tradición, las relaciones
laborales, los sistemas formativos y la familia” (Bruner y Belzunegui, p. 15).
El sistema de enseñanza actúa como homogeneizador y, cuando así conviene a los
intereses empresariales y políticos, bajo ciertos criterios determinantes, como
diferenciador social para la permanencia del statu quo, legitimando y
eternizando la estructura social imperante a través del sistema educativo. Ahora
también con el apoyo de los medios.
En
la actualidad la educación individual es una inversión de alto riesgo, pues las
compañías rentables realizan continuas reducciones corporativas y vemos a
muchos profesionistas universitarios trabajando como taxistas, porteros,
tenderos o en actividades que no tienen nada que ver con la especialidad que
estudiaron. Buscan la garantía de una posición social, pero se estrellan ante la
idea de que “los ciudadanos han de asumir las competencias necesarias para
competir, para ser «ganadores», para ser capaces de cuidarse a sí mismos
administrando su propio capital humano” (ibídem). El Estado benefactor y
paternalista inicia un proceso de desincorporación de la seguridad social para
que no sea una carga al erario federal, evadiendo una obligación en un país
pobre y con pocas oportunidades.
La
formación se convierte en una clasificación y división social entre aquellos
que son “capaces” y los que no lo son, entre los capacitados y los que
requieren recibir la capacitación. Solé F. y Mirabet M. (1997, p. 21) aseveran
que la intención de la formación es capacitar para la realización conveniente
de una tarea o un trabajo determinado. “La formación –dicen los autores–, se define
como una metodología sistemática y planificada, destinada a mejorar las
competencias técnicas y profesionales de las personas en sus puestos de
trabajo, a enriquecer sus conocimientos, a desarrollar sus actitudes y
aptitudes, y a enseñarles a aprender”, nada lejano a lo que se predica desde la
reforma educativa de 2006 en la enseñanza por competencias, pues la formación
es uno de los principales inputs para
el cambio interiorizado de comportamientos, incluyendo el cambio cultural en un
largo plazo.
De
alguna manera se logra introducir en el ámbito laboral, como ya se intenta en
el educativo, la idea de que los trabajadores o los maestros más jóvenes están
mejor capacitados para enfrentar los cambios acelerados de la segunda década
del siglo XXI y que a ellos se reservan las mejores oportunidades de ser
contratados, permanecer en el servicio y ascender en los cargos directivos.
Otro
aspecto polémico y de consecuencias imprevisibles, es la tendencia a favorecer
la creación de centros educativos privados de educación básica. En educación
media superior, imperan los centros escolares
privados. Gran parte de la sociedad no puede hacer frente a los costos
que implica pagar la educación de sus hijos, y el criterio empresarial de hacer
de la educación un producto lucrativo es un fantasma que se recicla con cada
nuevo gobierno federal, hasta el momento, sin importar las siglas partidistas.
Actualmente
se le concede un enorme valor a los títulos y diplomas que avalan estudios o
prácticas cursadas. Con el desarrollo de competencias se pretende impulsar la
experiencia profesional y el bien–hacer a través de la cualificación adoptada y
requerida en el ámbito productivo.
Para
Solé y Mirabat (1997, p. 23) “las competencias son el conjunto de
conocimientos, técnicas, aptitudes y destrezas directamente útiles y aplicables
en el contexto particular de un puesto o situación de trabajo”. Leby–Leboyer
(1997, p. 39 y 40) consideran que las competencia son “aleaciones de
conocimientos (saberes), aptitudes (saber hacer) y actitudes (querer hacer) que
se solidifica en las personas, dotándolas de valores diferenciales frente a
otras personas.”
Dejando de lado los
reclamos del espacio mercantil globalizado, del crecimiento en el nuevo orden
mundial, desde un punto de vista ideal y pedagógico habría que cuestionarse si
efectivamente las competencias pueden ser aplicadas en el ámbito escolar para
desarrollar integralmente a un ciudadano reflexivo, analítico, crítico,
propositivo, colaborativo, cooperativo, sociable, capaz de tomar decisiones,
preocupado por su optimización individual y consciente de su pertenencia a un
entorno planetario que debe ser nutrido con la convivencia armónica y la
búsqueda del bien común.
Referencia principal:
Brunet I. y Belzunegui Á. (2003). Flexibilidad
y formación. Una crítica sociológica al discurso de las competencias, Ed. Icaria,
Barcelona.
gilnieto2012@gmail.com
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