martes, 9 de octubre de 2012

Sobre la idea de modernidad

Artículo publicado en el ejemplar 2 de octubre de 2010
Por: Jesús Jiménez Castillo
La modernidad es un término con significados muy diversos que han variado de cuerdo con cada época, pues son muchas las formas y fenómenos culturales que se singularizan y desprenden de ella. Sin embargo, si la tomamos en un sentido genérico, la modernidad es una visión que el hombre occidental ha elaborado de su propia cultura. Y representa un proceso de cambios y transformaciones de los pueblos del oeste de Europa a partir del siglo XV. Como todo proceso histórico, la modernidad está representada por etapas cuya naturaleza -de cada una de ellas- tiene su determinación en la anterior. Así, la modernidad del siglo XX es un fenómeno emergente del ocaso de la modernidad del XIX. Es, a manera de comparación, como un renacimiento semejante al del Ave Fénix que resurge de sus cenizas para regenerarse y proyectarse hacia el futuro hasta desaparecer y luego reiniciar su continuo proceso de renovación.
Pero ¿qué es la modernidad -pregunta Alan Touraine- cuya presencia es tan central en nuestras vidas y formas de pensamiento desde hace más de tres siglos y que hoy es sometida a juicio, puesta en duda o redefinida? La idea de modernidad, en su forma más ambiciosa, fue la afirmación de que el hombre es lo que hace y que, por lo tanto, debe existir una correspondencia cada vez más estrecha entre la producción –vuelta más eficaz por la ciencia, la tecnología o la administración-, la organización de la sociedad mediante la ley y la vida personal animada por el interés, pero también por la voluntad de ser entes libres. Dicha correspondencia se basa en el triunfo de la razón, pues sólo a través de ella se puede establecer una correspondencia entre la acción humana y el orden del mundo, que era lo que buscaban aquellos pensamientos religiosos paralizados por el finalismo de las religiones monoteístas fundadas en una revelación. Es la razón la que anima la utilidad de la ciencia, la que dispone la adaptación de la vida social a las necesidades individuales o colectivas, y es la razón la que puede reemplazar la injusticia por el estado de derecho y por el mercado. La humanidad, al obrar según las leyes de la razón, debe avanza a la vez hacia la abundancia, la libertad y la felicidad.
Uno de los problemas en torno a la modernidad es la fecha de su inicio. Para algunos autores la modernidad comienza más o menos a principios del siglo XVI, aunque Jürgen Habermas, filósofo alemán que ha estudiado el tema profundamente, va mucho más lejos: “La palabra moderno, en su forma latina modernus se empleó por primera vez a finales del siglo V para distinguir el presente, convertido oficialmente en cristiano, del pasado romano y pagano. Con contenido variable, el término moderno[1] expresa una y otra vez la conciencia de una época que se pone en relación con el pasado de la antigüedad para verse a sí misma como el resultado de una transición de lo viejo a lo nuevo.
Otros consideran como punto de partida 1453, año de la caída de Constantinopla en manos del Imperio otomano y la  desaparición del antiguo Imperio Romano de Oriente; para otros es 1492, fecha en que se descubre América (la referencia es válida solamente desde la perspectiva europea). “En efecto, dice O’Gorman, el equilibrio alcanzado por el criollo colonial sólo tiene ese sentido en la órbita cerrada de ese tradicionalismo que, como baluarte, hizo de las colonias unas ínsulas históricas, apenas contagiadas de la ideología moderna durante la segunda mitad del siglo XVIII, y sólo respecto a un pequeño grupo “ilustrado” cuya modernidad, por otra parte, no penetró hasta las creencias en que se sustentaba el mundo al que pertenecía”.
La Dieta de Worms es otro acontecimiento que se propone como el principio de la modernidad. Convocada en 1521 por Carlos V, es el punto culminante de la Reforma emprendida por Martín Lutero; hecho importante por las implicaciones políticas, religiosas y sociales que tuvo para la historia de los países occidentales. En 1517 Lutero expone en Wittenberg sus 95 tesis en latín para debatir sobre indulgencias y obras de los papas Julio II y León X. En 1520 aparecen los  escritos esenciales de la Reforma, insistiendo que la autoridad última de la iglesia es la palabra de Dios. En 1520, en conflicto con Roma, emerge de la controversia un nuevo Cristianismo que rechaza las bases de la Iglesia medieval. El emperador Carlos V y los príncipes alemanes y eclesiásticos, en la Dieta Imperial de Worms, instan a Lutero a retractarse, éste se niega y es excomulgado. En Wartburgo, protegido por Federico el Sabio, comienza a traducir la Biblia, contribución fundamental a la lengua e integración de la nación alemana. Lutero es uno de los padres del mundo germánico y del espíritu alemán, sin duda. En la justa medida se entiende, en que hay “un espíritu alemán”, así como también, por otra parte, hay “un espíritu moderno”.
También se mencionan la invención de la imprenta, el movimiento de la Ilustración, la publicación del Manifiesto Comunista, la aparición del motor a vapor, o cualquier otro suceso relevante que aporte un significado que pueda ser utilizado como punto de partida. Como todo proceso histórico, la modernidad está representada por etapas cuya naturaleza -de cada una de ellas- tiene su determinación en la anterior. Así, por ejemplo, la modernidad del siglo XIX es un fenómeno emergente del ocaso de la modernidad del XVIII.
Marshall Berman, especialista en el tema, divide la historia de la modernidad en tres fases: la primera fase, desde comienzos del siglo XVI hasta finales del XVIII, las personas comienzan a experimentar los cambios de la nueva época, tienen poca o nula sensación de pertenecer a una comunidad moderna en el seno de la cual pudieran compartir sus esfuerzos y esperanzas. La segunda fase comienza con la gran ola revolucionaria de la década de 1790. Con la Revolución Francesa y sus repercusiones, surge abrupta y espectacularmente el gran público moderno, que comparte la sensación de estar viviendo una época revolucionaria en todas las dimensiones de la vida personal, social y política. El público moderno del siglo XIX puede recordar lo que es vivir, material y espiritualmente, en mundos que no son absolutamente modernos. De esta dicotomía interna, de esta sensación de vivir simultáneamente en dos mundos, emergen y se despliegan las ideas de modernización y modernismo. En el siglo XX, fase tercera y final, el proceso de modernización se expande para abarcar prácticamente todo el mundo, y la cultura del modernismo consigue triunfos espectaculares en el arte y el pensamiento. 
Franklin L. Baumer nos dice que es al siglo XVII al que se le puede llamar el primer siglo moderno. En este siglo se anuncia una nueva edad moderna que, en muchos aspectos, todavía no termina. Según este autor, era usual discutir el pensamiento moderno europeo comenzando con el Renacimiento y la Reforma. Pero los hombres de esa época, los humanistas[2] renacentistas y los reformadores protestantes, no se consideraban así. Para ellos ser moderno era solamente asumir una oposición a la edad media. Renacentistas y reformistas eran básicamente fundamentalistas, lo que querían era revivir y competir con los modelos antiguos de la civilización griega y romana o con la primitiva iglesia cristiana.
Una actualidad que, vista desde la perspectiva de la Edad Moderna se entiende en quien la asume como la actualidad del tiempo que demarca dos épocas, no tiene más remedio que vivir y reproducir como renovación continúa la ruptura que Edad Moderna significó con el pasado. A esto dan respuesta los conceptos de movimiento que en el siglo XVIII emergen con la expresión “época moderna”  y que reciben significados que siguen vigentes hasta nuestros días: revolución, progreso, emancipación, desarrollo, crisis, espíritu de la época, etc. “La modernidad ya no puede ni quiere tomar sus criterios de orientación de modelos de otras épocas, tiene que extraer su normatividad de sí misma”. En este sentido, la modernidad se aprecia como un proceso liberador de la sociedad, tanto en la visión burguesa, alimentada por los postulados de la Revolución Francesa, el Liberalismo Inglés y el Idealismo Alemán, como por su contraparte, la crítica marxista que nace con la economía política de Marx y que evoluciona hacia un sistema neomarxista hasta llegar a la teoría crítica alemana.
El hombre de las edades clásicas, es decir, el hombre occidental del siglo XVIII hasta principios del XX -según Phillippe Aries-, estaba seguro de la permanencia y superioridad de su cultura. No aceptaba la idea de que esta no había existido siempre, aunque algunos períodos de decadencia parecían interrumpir su continuidad. El hombre de hoy no está ya tan convencido de esa superioridad de la modernidad, ni de la superioridad de la cultura que parece haber preparado la modernidad... desde la época de la invención de la escritura. Ve culturas diferentes e igualmente interesantes allí donde el historiador clásico reconocía una civilización o unas barbaries. Este último por tanto estaba más bien tentado por las semejanzas con un modelo universal. Hoy, la investigación de las diferencias supera, por el contrario, a la de las semejanzas.
Alrededor de estas contradicciones giran muchas de las discusiones actuales sobre la modernidad. Muchos consideran que es un proyecto inacabado que debe ser llevado a su culminación. En la posición contraria, se asume que la modernidad cumplió su ciclo y que somos testigos del nacimiento de una nueva etapa histórica que aún no tiene nombre, aunque se ha intentado bautizarla como postmoderna, postindustrial, o simplemente una nueva era. La justificación de la modernidad como problema se origina en el ámbito de la crítica estética. La distancia entre antiguo y moderno tiene su referencia inmediata en la disputa en torno al arte, que se da en los inicios del siglo decimonono querelle des anciens et des moderns. El adjetivo moderno -dice Habermas- sólo se sustancia hasta mediados del siglo XIX, lo cual ocurre, principalmente, en el terreno de las artes. Hoy en día la palabra moderno aún tiene una fuerte carga semántica relativa al carácter originariamente estético del término.
El Concepto modernidad fue acuñado por Charles Baudelaire, el gran poeta francés del siglo XIX. A partir de él la modernidad, como concepto y materia de estudio, marcó la vida cultural de más de un siglo, trasladándose hasta el presente. La modernidad es la gran referencia de la teoría social y de la crítica de las sociedades del pasado y contemporáneas. Desde Baudelaire, se han desarrollado dos concepciones de la modernidad que se oponen entre sí, una pastoral de tipo romántico, y otra contrapastoral, según las define Marshall Berman; la primera es una referencia a la fe que se tiene en la burguesía como motor del progreso; la segunda, es la crítica a la modernidad, principalmente a la confusión que existe entre progreso material y progreso espiritual, y que representa en sí misma el ataque directo a la esencia de la modernidad, o sea al pensamiento y la vida moderna. La primera origina la modernolatría, término introducido por Umberto Boccioni[3] en 1909. La modernolatría se basa en uno de los presupuestos más firmes de la modernidad: el culto incondicional al progreso. La concepción contraria, la crítica a la modernidad que se puede llamar modernofobia, propone un juicio  crítico demoledor contra los principios en que se basa la modernidad.
En la perspectiva del enfoque estético Charles Baudelaire expresa en su obra “El Pintor en la Vida Moderna” la siguiente definición: La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable. En este sentido, en el cual Baudelaire confunde la experiencia estética con la experiencia histórica, la obra de arte adquiere preeminencia, pues es el punto de referencia de lo actual y lo eterno. Lo moderno deja de ser trivial y superficial. Su caducidad no impide su trascendencia. Lo actual está destinado -en el arte- a ser clásico. El tiempo determina también la relación de la modernidad con la moda. Pero a pesar de que la obra de arte es el extremo como ejemplo de lo moderno, es al mismo tiempo el mejor modelo para tomarlo como su referencia. Lo actual convertido en el ahora no es un pasado con disfraz, sino, como lo concibe Baudelaire, es una contraposición entre una búsqueda en el pasado y el ideal estético de los modelos clásicos que dan como resultado una expresión creativa. Baudelaire, dice Habermas, “citaba a la vieja Roma exactamente como la moda cita un traje del pasado. La moda tiene un fino olfato para lo actual por más que lo actual se esconda en la maleza del pasado. La moda es el salto de tigre hacia el pasado.”
El siglo XX,  dice Baumer, marcó una revolución percibida desde los inicios del siglo en Europa, que puede catalogarse muy bien, sin precedentes. El Cristianismo que provocó una alteración que transformó el mundo antiguo, la revolución científica que precedió al Renacimiento y la Revolución Industrial, produjeron cambios en el mundo en cada época, pero nunca antes como ocurrió durante el desarrollo del siglo pasado. La vieja modernidad representada por los pensadores del XVII, y que era la resultante de la Ilustración, dejó intactas importantes consideraciones en torno al ser. La nueva modernidad, en cambio, prescindió de él dejando inerme a los hombres de este tiempo, sin orientación y con incertidumbre sobre el porvenir. Tal como lo describe Ortega y Gasset en la Rebelión de las Masas, el siglo XX es el primer período de la historia que no reconoce ninguna norma ni vínculo con el pasado. A diferencia del siglo XIX, en el nuestro no se da importancia a la cultura moderna como algo acabado. Lo que ha prevalecido es un exceso de confianza en la improvisación y la creatividad. Y se ha prolongado la emergencia del estado industrial y el predominio de las tecnologías. Leszek Kolakowski nos previene de estos excesos: “Debemos tener cuidado sin embargo, cuando enunciamos juicios a cerca de lo que en nuestra cultura expresa modernidad y lo que es resistencia antimoderna. Sabemos por experiencia histórica que lo nuevo en los procesos culturales a menudo aparece disfrazado de lo viejo, y viceversa: lo viejo puede fácilmente asumir vestiduras de moda”.
Bibliografía
Baudelaire, Charles, Los paraísos artificiales, Barcelona, colección Cultura, Edicomunicación, 1999 [1858].
_____, Cuadernos de un disconforme (antología), Buenos Aires, Clásicos de bolsillo, No 39, Longseller 1999 [1863].
Baumer, Franklin L., El pensamiento europeo moderno. Continuidad y cambio en las ideas, 1600-1950, México, FCE, 1985.
Berman, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, México, FCE, 1997-9.           
_____, “Temas de los tiempos modernos: MARX Y EL FUTURO”, en QUEHACER, No 100, Lima, marzo-abril de 1996 (DE, 28/10/06: www.desco.org.pe/qh/qh-in.htm).
Febvre, Lucien, Erasmo, la Contrarreforma y el espíritu moderno, Barcelona, Biblioteca de Historia, Ediciones Orbis, 1970.
_____, Martín Lutero, México, Breviarios 113, FCE, 1972.
Guerrero, Omar, Las Raíces Borbónicas del Estado mexicano, México, UNAM, 1994.
Habermas, Jürgen, El Discurso filosófico de la modernidad, Madrid, Taurus, 1989.
Kolakowski, Leszek, La modernidad siempre a prueba, México, Vuelta, 1990.
O’Gorman, Edmundo, México. El trauma de su historia, México, Cien de México, CONACULTA, 1999.
Ortega y Gasset, José, La rebelión de las masas, México, Colección Austral No 1, Espasa-Calpe Mexicana 1985-24.
Picó, José (introducción y compilación), Modernidad y postmodernidad, Madrid, Alianza Editorial, 1998.
Touraine, Alan, Crítica de la modernidad, México, FCE, 1998-4R.



[1]Entre la idea de modernidad y lo moderno se debe hacer una distinción: la modernidad es un proceso abarcante que incluye a todas las diferentes etapas por las que han transitado los países occidentales en su “marcha hacia el progreso” y la procuración de un status ideal. En cambio “lo moderno” se aplica de manera específica a cada una de esas épocas, es el resultado de un proceso de modernización. De acuerdo con Omar Guerrero, “La modernización consiste en un proceso integrado por dos fases históricas sucesivas y combinadas, caracterizadas por el hecho de que los países hegemónicos de Europa supeditaron a los de otros continentes. El suceso ocurrió por medio de la dominación política y la de colonización, y después por el imperialismo económico. La primera fase de la modernización benefició primeramente a Italia, donde floreció el renacimiento de la cultura greco-romana durante el siglo XVI; luego tocó su turno a Inglaterra y Holanda en el XVII, gracias al progreso del comercio y dos notables revoluciones burguesas que atenuaron el absolutismo del Estado en la primera y lo suprimieron en la segunda. Finalmente, en la centuria del XVIII la modernidad ingresó en los dos imperios universales de la época: Alemania y España, para ayudar a su derrumbe final y propiciar la formación del Estado moderno.”
[2]Humanismo: concepto creado por los historiadores del siglo XIX para referirse a la revalorización, la investigación y la interpretación que de los clásicos de la antigüedad hicieron algunos escritores desde finales del siglo XIV hasta el primer tercio del siglo XVI. La voz latina "humanista" se empleó por primera vez en Italia a fines del siglo XV para designar a un profesor de lenguas clásicas, la que dio origen al nombre de un movimiento que no sólo fue pedagógico, literario, estético, filosófico y religioso, sino que se convirtió en un modo de pensar y de vivir en torno a una idea principal: el hombre, imagen de Dios, ser privilegiado y digno. Al principio el humanista fue un profesor de gramática, retórica, literatura, filosofía moral e historia, que constituían el programa educativo ideado por Leonardo Bruni (Arezzo, 1370-Florencia, 1444), humanista, historiador y político italiano. Escribió Historiae Florentini populi en 12 libros, impresa en 1492, que destaca en su tiempo por adoptar un método historiográfico científico: confrontación de documentos y alejamiento de una concepción providencialista de la historia. En 1434 escribió Vida de Dante y Vida de Petrarca.
[3] Humberto Boccioni. Escultor y pintor italiano, Regio di Calabria 1882-Verona 1916. Fue uno de los firmantes del Manifiesto futurista (1910), documento representativo de los movimientos de vanguardia artísticos que emergieron en las primeras décadas del siglo XX, y que constituyeron terreno fértil para cuestionar las formas "tradicionales" de percibir el mundo que les rodeaba.

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