Artículo publicado en el ejemplar 2 de octubre de 2010
Texto leído ante jóvenes estudiantes el 21 de abril de 2010 en la Semana de fomento a la lectura y escritura.
Patio central de Palacio Municipal de Xalapa, Ver.
Samuel Nepomuceno Limón.
Experiencias sobre la lectura
El doce de marzo pasado, en Valladolid, España, lugar donde había nacido, falleció Miguel Delibes. El velatorio fue visitado por más de quince mil personas, pues los vallisoletanos amaban a su escritor. Mientras en ese país los escritores dejan profunda huella en la sociedad, en el nuestro todavía no ocurre eso. Aquí, lamentablemente, el sumo sacerdote del culto popular es la televisión. Ella crea primero sus héroes y maneja después el fervor del homenaje. No obstante, aún respiran entre nosotros valiosas plumas, como Sergio Pitol, xalapeño por propia voluntad. A ellos, y otros de distintas latitudes, leerlos es una forma de homenajear, apreciar y disfrutar el mensaje que nos legan con sus obras. Ken Follet, el novelista inglés, por ejemplo, con su obra Los pilares de la Tierra, se ha mantenido en los primeros lugares de ventas españolas, con tres millones de ejemplares desde la primera publicación en mil novecientos noventa. Al menos en México leemos periódicos y revistas, y los jóvenes ya dieron la sorpresa con su afición a Harry Potter y las obras de Tolkien.
En este sentido, Xalapa es una ciudad privilegiada. Hay clubes de escritores, talleres de narrativa, círculos de lectura. Quizá algún día escuchemos a los jóvenes aquí presentes debatir sobre la obra de Pitol, José Emilio Pacheco, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Elena Poniatowska, Miguel Delibes, Antonio Muñoz Molina u otro grande de las letras o, por qué no, también en torno de un autor de novela negra.
Seguramente ustedes han escuchado más de una vez que la lectura es maravillosa, por lo tanto, no lo diré por esta ocasión. En cambio relataré un poco de mis experiencias con el acto de leer. De entrada, he de confesar que soy un lector desordenado. O más bien, sigo un orden distinto. Leo para obtener inspiración, para aprender o disfrutar una poesía, un argumento en varios textos, en distintos momentos de un mismo día. Con frecuencia estoy leyendo cuatro o cinco libros a la vez; el terminar uno de ellos me permite emprender una nueva lectura.
Pero vayamos al tema. Cuando alguien nos pregunta ¿Sabes inglés?, para que la respuesta sea afirmativa llevaría implícitos cuatro saberes: el de entender lo que se escucha en ese idioma, el de hablarlo con coherencia, el de leer comprendiendo y el de escribir en esa lengua. Escuchar, hablar, leer y escribir. Las cuatro habilidades lingüísticas básicas. Todo ello es válido también para el francés, el italiano, el alemán… y el español. ¿Sabes español? ¡Pero qué te pasa, claro que sí! Entonces, puedes comprender cualquier conversación, platicar sobre varios temas, leer sobre el asunto que elijas y escribir con claridad. Si una de esas cosas falta, el saber español todavía está incompleto… y estamos hablando de nuestra lengua natal.
Aunque el acto de leer parezca solo de input, su práctica resulta valiosa por diversas razones, de las que ya se han mencionado varias en esta Semana de fomento a la lectura y la escritura. Hay textos para pasar el rato; otros, recreativos; algunos más, para aprender. Todos tienen algo en común: el trabajo de la mente construyendo, atribuyendo, recreando a través de una fantasía, que va de las escenas imaginadas, de tipo visual, a conceptos que se organizan en grupos o categorías.
Carlos Monsiváis, en su discurso De lecturas mutuas y gratitudes compartidas, expresa que “probablemente, cada lector perseverante es un poeta ignorado en las antologías, un cómplice y un semejante. De alguna manera, leer es reescribir los poemas”[i]. Por su parte, Jorge Alberto Gudiño Hernández, en una reseña publicada en La Jornada[ii], habla de su desacuerdo con la creencia de que no existen nuevas historias, pues todo ya ha sido contado. Opina que temas ya escritos pueden seguir existiendo
porque el mundo es diferente, porque hemos ido encontrando nuevos caminos para explorarlo, porque nuestras emociones se disparan a partir de sucesos inexistentes hace unos cuantos años. Y, pese a todo, hay quien prefiere recurrir a las viejas historias”.
Así, de acuerdo con él, toda historia puede ser reescrita, y según Monsiváis, al leer poemas estamos reescribiéndolos.
Alguna vez dijo alguien que nosotros no leemos libros, que son los libros los que nos leen. Y es verdad. Al deslizar la vista por una novela, desaparecen las letras y mi conciencia da paso a la imaginación. Veo el paisaje, los rostros, las acciones. Siento la angustia y la alegría de los personajes, y por ratos el ritmo de la lectura obedece al de los acontecimientos que desfilan por la imaginación. Al leer la descripción de una persecución, parece que voy corriendo también, leyendo ahora con mayor rapidez.
Es casi seguro que al leer no tenga en mente con exactitud las mismas imágenes que tenía el autor al escribir su relato. Lo que veo es lo que mi imaginación agrega al texto. Es mi experiencia, son mis recuerdos, mis conocimientos, mis dudas, mis sentimientos los que ahora entran en acción, y no los del autor. Cierto. La lectura lee mi interior, y a la vez lo enriquece. Cuando ustedes leen poesía, no es el romanticismo del poeta lo que los embarga, sino sus propios sentimientos los que se asoman al exterior. Encuentran amor en los versos porque son ustedes los que aman. Cada vez que lean un mismo poema, en diferentes épocas de su vida, le asignarán distintas interpretaciones, porque ustedes ya habrán cambiado. “La misma noche hace blanquear los mismos árboles. / Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Pablo Neruda. Pondremos sentimientos en las letras según los estados de ánimo que prevalezcan en el momento de la lectura y los que emerjan de la memoria. Así, leer constituye un reencuentro, un verse en el espejo, una acción de reflejar. Soy yo el que se mira cuando leo, y eso es muy hermoso, pues me pone en acción.
Cuando leo un artículo o un libro sobre otros temas, en ocasiones, el pensamiento que flotaba dando significados, mis significados, a lo que leía, suelta las amarras y vuela hacia otros confines. Como me gusta escribir, de pronto asoma su nariz otro asunto, despertado de no sé dónde, que debo anotar en una pequeña libreta antes de que desaparezca al continuar con la lectura. También por eso gusto de leer, porque me genera ideas o, con lenguaje artístico, me inspira. A eso se debe el desorden con los libros, y que a veces los deje en cualquier parte sin haberlos concluido. Es que leo para leer mis ideas, mis significados, mis sentimientos, mis esperanzas. Si ustedes, jóvenes, aún no han descubierto esta experiencia, los invito a vivir una aventura como la que en esta ocasión les relato, pues ustedes deben, por ahora, leer principalmente para aprender, lo que es muy valioso también.
Igualmente leemos símbolos. Algunos de ellos persisten como iconos durante largas temporadas, lo que ha ocurrido con los del aparato telefónico y el átomo, que a pesar de haber perdido vigencia, se mantienen por su fuerza expresiva. Leemos semáforos, desentrañamos ruidos y sonidos, e incluso hallamos sentido a algunas circunstancias más complejas, lo cual puede ser considerado como una modalidad del acto de leer.
Leemos ademanes, gestos faciales, movimientos y posiciones de dedos, manos o brazos. Podemos leer una imagen. Leerla es dotarla de significado. Como preguntarle qué quiere decirme. Así, cada pintura, dibujo, escultura, o una sencilla caja de zapatos me cuentan una historia. Lo mismo ocurre con las palabras. Aunque ya el diccionario la contenga, lo que está guardado ahí es su definición. Pero el significado se lo pongo yo. Yo soy quien va vistiendo la desnudez de las palabras. Unas marquitas en una hoja de papel son transformadas por la magia de la lectura en un pensamiento, en un sentimiento, en una emoción. Yo pongo en los versos la poesía, en la novela la aventura y en la carta el mensaje. Yo pongo en los rostros de las personas lo que pienso que me dicen con su sonrisa, su indiferencia, su enojo, su interés.
En otras ocasiones, de la lectura se salta a un pensamiento que puede tener o no relación con el texto. Leer, así, estimula el acto de pensar y da sitio a ideas novedosas, al vislumbre de nuevas expectativas. Esa podría ser una de las razones por las que, en algunas épocas, en determinados sitios, la lectura haya estado restringida a un catálogo autorizado de títulos y autores.
Uno puede reflexionar sobre lo que lee, lo cual significaría ahondar sobre el asunto, o bien tomar una nueva dirección. Desde esta perspectiva, leer puede estimular la creatividad, pues a más de poner en juego la imaginación para recrear personajes y lugares, da lugar a las propias fantasías, terreno donde prácticamente todo es posible, aun las soluciones a los problemas de mayor dificultad. Fantasear, más que distractor y enajenante, abre la posibilidad para acceder a soluciones inesperadas. Esto, para un creador o una persona de ciencia, reviste gran importancia. Después de todo, qué es el arte: una fantasía hecha imagen, transformada en objeto, vuelta sonidos, puesta por escrito. Esa puede ser una ventaja de una lectura algo distraída, lo que, por supuesto, no es recomendable cuando se trata de estudio y aprendizaje.
David F. Lohman[iii], de la universidad de Iowa, Estados Unidos, amplía la visión sobre la lectura. Dice:
Los tests de buena lectura prueban más ampliamente la gran cantidad de cosas distintas que un lector hábil hace mientras lee. Éstas incluyen: decodificar palabras generalizadas y no familiarizadas, coordinando las ideas extraídas de un texto con aquellas extraídas de una pintura o diagrama; construir y coordinar modelos mentales internos que representen ideas en un texto e imagen visual de éstos; activar el conocimiento relevante en la memoria de largo plazo y establecer nuevas asociaciones con ideas tomadas del texto; inferir la idea principal del texto respondiendo con regocijo o irritación al contenido del artículo o al estilo de redacción, y mucho más.”
Por todo lo anterior, vemos que es bello leer. Por ser todo un ejercicio intelectual y emocional. Así, ningún libro es aburrido, pues antes he de reconocer que el aburrido sería yo y no el libro. En fin, si cada uno de ustedes lo decide, pueden hacer del acto de leer, todo un placer. □
Comentarios sobre la escritura
Con la comunicación escrita el hombre logró una doble trascendencia, la del espacio y la del tiempo, limitados antes al alcance de su voz. Mediante la escritura fue posible salir del sitio inmediato y hacer llegar el mensaje a otros lugares. Igual con el tiempo. Escribir fija en el papel los pensamientos de una persona, que así pueden llegar a lectores de otros sitios y otros tiempos, que jamás lo conocieron.
Con la introducción de diversos dispositivos visuales o acústicos también se desarrollaron códigos de luces, sonidos, humo que igualmente han buscado esa trascendencia del lugar, estableciendo comunicación entre embarcaciones, poblaciones o lugares alejados entre sí. Gracias a tecnologías más avanzadas, como la radio, la telegrafía, el teléfono o la televisión, los mensajes se desprendieron de sus soportes físicos aprovechando el medio de las ondas electromagnéticas. Con todo, para la humilde escritura sólo basta con lápiz y papel.
Si bien leer pone en acción mi mente para arropar con mis significados las expresiones, escribir me permite buscar orden en las ideas. De unas van brotando otras; el asunto es empezar. En el caso de quien temeroso se asoma a la poesía, a veces coloca palabras sueltas en el papel, como piedra, luna, agua. Después las va vistiendo, haciéndolas sujeto u objeto, y dándoles apariencia de verso.
Cuando se es estudiante la escuela lo hace a uno escribir. Las tareas en casa algunas veces se convierten en una labor de corte y confección o, si prefieren, de diurex y tijeras. Los muchachos se limitan a recortar las ideas de un autor, las entremezclan un poco y las pegan unas con otras. Ya tienen su tarea, y dicen que en su trabajo utilizaron sus propias palabras. Fraude. Ahí nada hay tuyo. Tuyo es cuando tú te expresas. Pongamos por caso los ejemplos anteriores: escribes “luna”; ya tienes el sujeto: la luna, una luna, alguna luna. Agrega ahora un predicado y sus complementos: La luna me mira con único ojo amarillo. Y así, en la escritura en prosa, de acuerdo con un consejo del autor de El Principito, los predicados escritos pueden dar lugar a otros sujetos, a los que habrá de dotar con nuevos predicados a su vez.
Elena Poniatowska, en la pasada Feria del Libro Universitario de Xalapa, aconsejaba a una estudiante: escribe todos los días. Lo que sea. Qué hiciste, cómo te sentiste, qué piensas. Aunque sean cursilerías. Sólo tú lo vas a leer. Al final de año tendrás trescientos sesenta y cinco escritos. Quizá ninguno valga la pena, pero podría haber uno regular. Sigue escribiendo.
Esto me recuerda al maestro Gilberto Aceves Navarro, cuando recibía nuevos alumnos en su taller de dibujo en la ciudad de México. Si alguno de ustedes piensa, les decía, que cuando salga de aquí va a llevar un cuadro para colgar en la sala de su casa, y que su familia diga qué bonito, ya se puede ir; porque aquí no van a hacer cuadros bonitos, van a aprender a dibujar. Esto lo narra en un libro[iv] una de sus estudiantes. Lo valioso no deberían ser los dibujos que hacían, sino el hecho mismo de dibujar. De un modo parecido, la acción de escribir, al margen de las tareas escolares, es importante en sí mismo, pues entre más se practique y revise la escritura, mejores productos se obtendrán.
Por mi parte, estimulado por Poniatowska, aconsejaría a unos pequeños lectores: Por un ratito, vamos a contar mentiras. Cuéntame una historia mentirosa. Pediría a los niños que observaran algún objeto del entorno, y les preguntaría también ¿Qué historia te está contando esta hoja caída en el suelo? ¿Qué le ha pasado a ese papel arrugado? Por un momento, pensar así es como si se escuchara a los objetos. En un museo, cada pieza, sea dibujo, pintura, escultura o instalación nos está contando una historia. Hay que saber ver. Si el niño hace el relato por escrito, acompañado o no por un dibujo, tendremos un ejercicio de libre expresión.
Cuando se empieza con la costumbre de escribir conviene acompañarse de una libreta, pues en los momentos más inesperados puede surgir alguna idea, enlazada o no con el asunto que en ese momento nos ocupe, que de ser posible, habría que anotar. Quién sabe si mañana, de esa pequeña chispa, pudiera emerger el desarrollo de un trabajo para el consumo propio.
A la recomendación de Poniatowska habría que agregar la de compartir los productos de la escritura, pues el contacto con el otro, que deseablemente guste de escribir también, resultaría formativo para ambos. La interacción me ayuda a precisar mis ideas, para ese texto, y mejorar mis expresiones en los siguientes.
En las primeras versiones de un escrito, lo valioso no son las cuartillas llenadas sino la visión cada vez más clara del asunto sobre el que se escribe. Nunca se resistan a redactar un texto por segunda o tercera ocasión, pues crecientemente estará más claro, incluso más breve y con mejor contenido que el del borrador. Es posible que alguna de esas inspiraciones se transforme después en un artículo o ensayo destinado a un periódico estudiantil, para empezar. O, por qué no, a crear una publicación.
Poner pensamientos sobre un papel permite vislumbrar la importancia de la gramática, la ortografía, los sinónimos, de expresar lo máximo con el mínimo de palabras. Si lo hacen, poco a poco van a hallar el valor de lo que aprendieron en la escuela. Y no piensen que lo primero que salga de su pluma merece ser publicado por La palabra y el hombre o Cultura de Veracruz. No. Quienes publican no lo hacen con lo primero que con tantos esfuerzos y borrones pusieron en dos cuartillas.
Y tampoco crean que redactar es esclavizarse por las reglas gramaticales. Algunas editoriales que publican a escritores de renombre, en ocasiones han dejado pasar expresiones y puntuaciones que algún revisor más exigente reescribiría con mayor corrección. García Márquez, por su parte, ha aceptado que tiene problemas con la ortografía en sus borradores[v]. Sea como fuere, escribir profesionalmente es una labor colaborativa. Así que no se preocupen demasiado si sus textos adolecen de algunas fallas, pues siempre podrán someterse al consejo o escrutinio de quien sabe un poco más.
Sin embargo, los signos de puntuación y la ortografía se convierten en útiles para la lectura y la escritura. Los signos de puntuación funcionan como señales de tránsito en la lectura: cuándo hacer alto y cuándo avanzar, cuándo preguntar y cuándo elevar la voz en una expresión exclamativa. La ortografía, por su parte, resulta muy valiosa para la indicación de los significados. La diferencia de una b larga o corta, una c, s, o una z nos conduce por caminos diferentes. Las buenas editoriales tienen mucho cuidado en seleccionar adecuadamente las letras, los espacios, las líneas, la distribución de las páginas buscando, más que lo estético, la funcionalidad que facilite al máximo la lectura. Trabajos de editoriales económicas o poco prolijas entorpecen el deslizamiento de la vista y del pensamiento por las líneas del texto.
Otro factor relevante es el vocabulario. Cuando sale al paso una palabra desconocida para nosotros, aunque nos parezca semejante a otra, conviene despejar la duda recurriendo a un diccionario. Mariana Miras, en un trabajo académico[vi], cita un diálogo entre dos personajes: el profesor y Julio:
―A ver, Julio, ¿por qué expulsaron a los judíos de España?
―Porque no se dejaron fotografiar.
―¿Cómo? ¿De dónde has sacado esto?
―Lo pone en el libro.
―¿Dónde lo pone?
―Aquí, pone “porque no se retractaron”.
Quizás había pensado el muchacho que se trataba de una foctografía. Así, pues el conocimiento del vocabulario es muy importante. El mes pasado, una persona con doctorado escribió en un artículo la expresión “hediondo aroma”, con lo que dio lugar a un oxímoron. En una canción que cantaba Olimpo Cárdenas se decía que “Si por temeridad/ no quieres volver más/yo mi querer guardado he de dejar”. En este caso, para el autor, temeridad era lo mismo que temor.
Vale la pena leer acompañado de un diccionario y una libretita para anotar las ideas que de pronto salten por entre las líneas de palabras. Al revisar los escritos, es recomendable emplear un buen diccionario de sinónimos y otro de conjugación, cuando menos.
Quien desea incursionar en el campo de las letras debería seguir el consejo de Poniatowska y formarse la disciplina de escribir, día con día, una página de un cuaderno. Luis Spota, el novelista, decía que escribía una hoja diaria, y al año tenía una nueva obra para dar a la imprenta.
Cuando se escribe con alguna soltura se modifica la dirección del pensamiento. De estar encerrado en uno mismo o de vagar libre y erráticamente, se va configurando una orientación. Paulatinamente quien escribe se ve impelido hacia la comunicación. Si antes pensaba cosas y de unas saltaba a otras, ahora también, sólo que varios de estos objetos son desarrollados y puestos por escrito pensando en que estarán disponibles a la consideración de otros, que van a ser ofrecidos a los demás. Entonces, pues, vale la pena escribir.
Tanto en la lectura como en la escritura se cruza por etapas. En un primer momento, por lo regular se hace por obligación. Si uno se queda ahí, existe el riesgo de llegar a aborrecer la tarea. Un avance sería hacerlo por interés y, finalmente, por agrado. Leer o escribir por gusto, por la satisfacción de hacerlo, es una meta muy importante.
[i] Carlos Monsiváis. Discurso De lecturas mutuas y gratitudes compartidas, con motivo del Encuentro Literario “Algún día en cualquier parte. Bicentenario: letras de Chile y México”. Xalapa: Semanario Punto y Aparte, 21 de marzo de 2010.
[ii] Jorge Alberto Gudiño Hernández. Para reescribir una historia. México: La Jornada Semanal, 21 de marzo de 2010.
[iii] DAVID F. LOHMAN (2009). Retos en la medición de la cognición. Ponencia en el X Congreso Internacional de Investigación Educativa. México.
[iv] Maritere Martínez Fernández (2003). ¡Cambiamos por favor! México: Conaculta.
[v] REAL ACADEMIA ESPAÑOLA Y LA ASOCIACIÓN DE ACADEMIAS DE LA LENGUA ESPAÑOLA. Notas al texto, en Gabriel García Márquez (2007). Cien años de soledad. Edición conmemorativa. España: Alfaguara, pp. xxxvii-xxxviii.
[vi] Mariana Miras, 1993, Un punto de partida para el aprendizaje de nuevos contenidos: los conocimientos previos. En C. Coll, et a. El constructivismo en el aula. Barcelona: Graó, pp. 47-63.
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