Por Fernando Hernández Flores*
A finales del mes de agosto, de un año que no viene rápidamente a la memoria, fue cuando volvimos a coincidir. Me subí a su coche, recorrimos la ciudad hasta llegar a su casa. Me mostró las fotos de sus pequeños, mientras su esposa preparaba un café, al estilo tapatío. Sin quererlo, vas cerciorándote como han pasado los años y la familia va creciendo a pasos agigantados. La armonía en el hogar y el sentimiento de unidad es lo que enriquece los valores y son parte esencial para darles buenos cimientos a las familias mexicanas.
Volviendo al pasado, se ve paseando en las calles del pueblo. En un ambiente netamente rural. Cada uno de sus hermanos tiene una forma de ser diferente, pero gracias a sus padres, siempre fueron muy unidos y siguen estando unidos desde otro lugar, que se volvió su segundo hogar. Estudió la Primaria y la Telesecundaria en el pueblo. En sus ratos libres va al campo para apoyar a sus padres en el corte de café, de limón y ya más jovencito, en el corte de caña. Sus hermanos y él aprenden a trabajar en el campo y algo que les apasiona es ir a pescar al arroyo o al río. Hacían canastas de bola y cuando estaba una creciente, las iban a poner y atrapaban camarones, acamayas o pescados, los cuales eran preparados por su mamá. En ciertas ocasiones, me tocó probar la deliciosa comida que hacía ella. Precisamente al estar en la telesecundaria y cuando se me olvidaba algún material que nos solicitaban los maestros, a quién recurría era a ella, su mamá.
Él se caracterizó por ser un buen hijo desde chico, muy llevadero y confianzudo. En un momento menos esperado, su mamá se enferma y la llevan a la capital a revisiones, le realizan estudios y en su diagnóstico, es delicado su estado de salud. Hacen lo imposible por buscar medicamentos naturales y de patente. Pasan los meses y se deteriora su salud. Para esa fecha, su hermana más pequeña es la que sufre las ausencias de su madre. Lo inesperado llega y posteriormente, algunos de sus hermanos y él, deciden emigrar a otro estado de la república.
Unos encuentran trabajo inmediatamente y a los otros se les dificulta, pero siguieron unidos, como buena familia. Su padre se quedó en el pueblo, su hermano mayor estaba casado y la pequeña se queda a seguir con las clases en la escuela, y bajo el cuidado de ellos. Pasan los años, se casan. Él, orgullosamente tiene a sus hijos, a quienes les enseña a amar su pueblo de origen, así como las tierras donde nacieron sus pequeños. Su hermana crece y se va a trabajar, volviendo con ellos.
Ese día que estuve a su casa, me mostró unas piedras preciosas que encontró y me las quiso compartir. Se encontraba agradecido por la visita inesperada, sin embargo, yo tenía que ir a otra casa de una integrante más de la familia.
Hace unos días, me hacen una llamada para avisarme que él había culminado su trayectoria aquí en la tierra. Lo tengo en la mente, en el corazón, en la sangre y en las venas. Su madre, que es mi tía, mi otra tía, mi padre y abuelos, ellos que se han ido adelantado, lo llamaron y se reunieron en un lugar sagrado, están en paz y armonía; porque han sido bendecidos en la tierra y también en el cielo, como el que es dueño de lo que se ve y no se ve, lo ha permitido. Solamente en vida disfrutas de las enseñanzas que se quedan grabadas, al convivir con personas como tú, estimado primo. ¡Oraciones constantes para todos!
(*) Autor del libro “Andanzas interculturales de Tepetototl”, 2020. Periodista cultural, originario de un rincón del Totonacapan.
Correo: venandiz@hotmail.com Twitter: @tepetototl
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