Por Fernando Hernández Flores*
Eran las diez de la noche del veintitrés de Junio de 1981, cuando Caracas subió al cerro del espanto. Antes de llegar, pudo observar una bola de fuego en el cielo, la cual se pasó de un lado a otro y se perdió entre la montaña. Ese era el lugar donde él se iba a quedar precisamente, durante la noche. La luna llena le fue alumbrando en el camino y Caracas, ni siquiera llevaba consigo una lámpara.
Antes de llegar, en un potrero vio un conejo y sacó de su morral un charpe (resortera) con unas pequeñas piedras boludas. Le apunto bien y al segundo tiro le pegó. El conejo cae y va a recogerlo. Caracas esa noche iba a cenar conejo. Después de más de cincuenta minutos de recorrido, por fin llega a la cabaña donde iba a dormir esa noche, que era una cama elaborada de bambú, un pedazo de cobija y una sábana desgastada, de color gris. Pero antes de dormir, encendió un candil, colgó el conejo en una rama de un árbol y le fue quitando el pellejo. Buscó entre sus cosas, un puño de chiltepín (chile en miniatura) y en una olla preparó su conejo, eran las once y media de la noche.
En eso escuchó el aullido de los coyotes y no le dio miedo, al contrario sabía que estaba encerrado en la cabaña y no podían entrar los animales del monte. Al buscar entre sus cosas la cantimplora para tomar un poco de aguardiente, escuchó el aleteo y ruido de las chachalacas. Se asomó un poco y descubrió una nave que destellaba diferentes colores, la cual volaba cerca del cerro y la cabaña. Tampoco tuvo miedo, al contrario, regreso a ver si su conejo en chiltepín estaba listo y así fue. Calentó unas tortillas y mientras comía llegaron dos seres extraños de menos de un metro de altura. Le hablaron en español y le pidieron que les convidara de su comida. Caracas como buena persona, fue compartido y los atendió como anfitrión. Los visitantes de Caracas en agradecimiento le entregaron una piedra verde en forma de estrella y le dijeron que si se encontraba en problemas, solo frotara la piedra y el peligro se desvanecería.
Es la primera hora del día veinticuatro de Junio, la luna está en pleno centro del cielo y en su alrededor se ven varios colores que la rodean. Sus nuevos amigos se despiden de Caracas y el dispone dormirse. En sus sueños vuelve a ver a esos extraños seres y ahora están más altos, se transforman en diferentes animales y hasta en coyotes. Se pierden en el monte. Pero más adelante, en el mismo sueño, logra ver que se suben a la nave metálica y se pierden entre las estrellas.
A las seis de la mañana despierta, se levanta y va rumbo al manantial de agua para darse un baño. Ve algunos camarones en el pozo y se le hace excepcional. Por lo regular, un manantial si acaso tiene unos pequeños pececillos. Agarra unos cuantos camarones y pensó, este será mi desayuno. Son las 8 de la mañana, Caracas desayuna unos camarones en caldo de epazote y llega un abuelito con un bastón, le pide de desayunar y Caracol accede con todo gusto. Al terminar, el ancianito le regala una pulsera roja cubierta con piel de un animal. Le comenta que si escucha los truenos haga una oración acariciando la pulsera. Los truenos respetaran su espacio y ningún rayo caerá cerca, hasta dejará de llover si se lo pide.
Se despiden y Caracas toma un machete para ir a chapear. Se acuerda de la piedra verde en forma de estrella y se la lleva. Va desmontando y de pronto se encuentra frente a una serpiente peligrosa y a unos centímetros de ser picado por ella. Mete la mano al morral, toca la piedra y la serpiente se transformó en una mariposa blanca que se posó sobre su hombro, como si respetara al amo. Son las doce del día veinticuatro y Caracas pierda la noción de tiempo, se recuesta y vuelve a soñar. Logra ver a muchísimas personas que salían y entraban a la montaña. Se fue acercando a la puerta que los comunicaba y se anima a entrar. Ahí adentro había una gran fiesta y la gente lo invitaban a quedarse. En eso unas gotas de agua caen sobre él y despierta. Corre a la cabaña para escamparse de la tormenta. Comienzan los truenos y recuerda al abuelito. Toma la pulsera con el cuero y comienza hacer oración tras oración, recuerda que es día de San Juan y les dice a los truenos que se lleven el agua a otro lado. La lluvia y los truenos se van y sale el arcoíris, y los colores caen en el manantial. Va al manantial, escarba a un costado y encuentra un cuero más grande con unas monedas de oro. De esa fecha hasta sus últimos días, Caracas no sufrió de hambre pero nunca mostraba que traían en su morralito. Siguió trabajando con quien lo invitara y fue siempre una persona muy amigable. Cuentan que San Juan del Monte no sólo le regaló la pulsera, sino varios tesoros de la naturaleza y de cómo vivir por muchos años sin enfermarse.
(*) Autor del libro “Andanzas interculturales de Tepetototl”, 2020. Participante de proyectos editoriales y de colectivos de escritores y poetas. Periodista cultural. Correo: venandiz@hotmail.com Twitter: @tepetototl
No hay comentarios:
Publicar un comentario