Gilberto Nieto
Aguilar
El gran cúmulo de literatura que
trata sobre la idea del progreso humano es realmente enorme. Pero la
perspectiva, especialmente desarrollada en el siglo XIX, de que cada día que
pasa nos hacemos mejores en todos los sentidos, es ilusoria y no se refleja en
la realidad. Esta perspectiva es desalentadora en especial cuando se tratan
temas como el progreso social, económico, político, ético, moral y demás
ámbitos del saber y la actividad humana.
De hecho, según Charles Van
Doren (Breve historia del saber, Ed. Planeta, 2006, Barcelona) “es complicado
argumentar de forma convincente que la humanidad ha experimentado a lo largo de
toda su historia una mejora constante en la forma de gobierno de sus países, en
la conducta estándar habitual de los seres humanos o en la producción de
grandes obras de arte”, incluida la literatura.
No podemos valorar el progreso
humano sólo por los avances de la tecnología, cuando se sufre como consecuencia
la devastación del planeta y sus ecosistemas. No podemos valorarlo por los avances
en las ciencias biológicas cuando no se respeta la bioética sino los intereses
de las grandes firmas internacionales que lucran con el dolor humano.
Mientras se observan mejoras en
algunos campos de la actividad humana, en otros espacios sucede lo contrario.
Yo que soy afecto a cultivar una visión esperanzadora de lo que puede alcanzar
el ser humano cuando se lo propone, creo que allí radica el meollo del asunto:
que se lo proponga y lo dejen hacerlo.
Ya no podemos considerar
infalible el ferviente argumento de Auguste Comte (Siglo XIX) sobre la
inevitabilidad del progreso en todo los campos de la experiencia humana, porque
éste –quedó demostrado–, no se dará por sí solo sin la voluntad consciente de
las personas. Entonces, la humanidad no debe renunciar a alcanzar conceptos
absolutos, ni abandonar la búsqueda del origen y el destino del universo y de
las causas internas de los fenómenos, a riesgo de convertirse en marioneta de
la tecnología.
Seguramente Comte, el iniciador
del positivismo y la sociología, jamás supuso que al final de la segunda década
del Siglo XXI existirían en el mundo millones de seres que mueren en hambrunas,
millones de analfabetas, y todavía peor, millones de analfabetas funcionales en
riesgo de caer en procesos involutivos. ¿Se habrá imaginado que el poder podía frenar
el progreso de la humanidad?
Nunca la humanidad tuvo acceso a
tanta información como ahora. Y creo que nunca se sintió tan pobre de
espiritualidad y tan ignorante sobre sí misma. La memoria de la especie es eterna
–dice Van Doren– y como mínimo es de esperar que perdure mientras los seres
humanos continúen escribiendo y leyendo, almacenando su saber en libros y
soportes tecnológicos para el uso de las generaciones futuras.
Afirmó Albert Camus
que la época moderna mató a Dios y puso a la razón en su lugar. En realidad lo
sustituyó por la ciencia. Pero el hombre se siente el creador de la ciencia y
por lo tanto, el hombre es quien realmente se siente Dios, dueño de vidas y
destinos, jugando con el progreso de la humanidad, sujetando su desarrollo a
las conveniencias de pequeñas minorías.
Dice Jorge Wagensberg, en El
País, que una cosa es una
sinfonía imaginada en la mente del compositor, otra cosa es la sinfonía escrita
en la partitura y otra, la sinfonía sonando en la sala de conciertos. Una cosa
es imaginar un edificio, otra dibujarlo, y otra construirlo. Imaginar,
representar e interpretar. Son las tres fases de la creación... donde crear es
erigir un conocimiento (Edición América, 10/Jun/1998).
Imaginar la idea,
representarla con una argumentación lógica, interpretarla frente al público en
formato de tesis, en un discurso, en un ensayo, en un libro. Para el mundo
occidental, el conocimiento tiene su punto de partida en la filosofía griega,
después de un doloroso y lento progreso en los tiempos que la memoria común de
la especie humana se trasmitía oralmente, y el lenguaje todavía no adquiría las
palabras ni los símbolos necesarios para expresar ideas complejas y
pensamientos profundos.
Más adelante, Wagensberg porfía: “La
ciencia es una forma de conocimiento en la que imaginación, representación e
interpretación se estimulan, se provocan, se insinúan, se acarician, se
golpean, se corrigen, se refutan y se confirman mutua y continuamente. La
ciencia, necesariamente, progresa.” Es parte de su deber, de su esencia y
evolución aplicada.
El conocimiento que se
expande y acumula es de varios tipos y, por ende, de diversos usos. Lo que hoy
sabemos sobre la naturaleza, el cuerpo humano, el cerebro, los planetas y
galaxias, la tecnología que nos asiste, es muy superior a lo que se sabía hace
mil o simplemente cien años. No así la sabiduría de vida que transmitieron los
grandes pensadores como Sócrates, Jesús o Buda. Los contemporáneos como Gandhi,
Luther King o Mandela.
Entre esos nombres
existen centenares a lo largo de la historia escrita de la humanidad con
lecciones de vida aplicables al proceder
social, familiar, económico, político, ético y moral de los seres humanos, que
debería estar afectando positivamente la existencia de millones de personas en
cada punto geográfico del planeta, nuestra aldea global. La libertad y la
dignidad, el bienestar y las oportunidades, la tolerancia y la inclusión, ¿cuánto
han avanzado?
Como dijo
Charles Van Doren, es difícil esclarecer de manera convincente que la humanidad
ha mejorado al unísono que mejoran sus conocimientos, pues habría que aclarar
cuánto han mejorado los gobiernos de los países del mundo; las redes de apoyo,
tolerancia y consenso con que se guían los pasos, los intereses y defensa del
bien común para la aldea global; y, sobre todo, cuánto ha mejorado la conducta
estándar habitual de los seres humanos.
gilnieto2012@gmail.com
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