Sergio
Pitol
Cuando en 1957
JerzyAndrzejewskipúblicóLas tinieblas
cubren la tierra, había ya recorrido un largo tramo de su carrera de escritor.
Con esta novela inició un periodo distinto, el más pleno quizás, el más rico en
sugerencias e intuiciones, y en cuyo ejercicio habría de alcanzar resonancias
de trágica grandiosidad. El periodo de aprendizaje quedaba concluido y empezaba
la madures, no la académica, sino una madurez caracterizada por innovadores
experimentos formales y por un audaz manejo de ideas. En Las tinieblas cubren la tierra,Andrzejewskiabandona el relato
tradicional que había desarrollado con maestría, deja de ocuparse de los
destinos individuales, cierra el ciclo de indagación psicológica: Caminos inevitables, 1932,La orden del corazón, 1938, o de
búsqueda de relaciones entre individuo y sociedad: La noche, 1945,Cenizas y
diamantes, 1948, para comenzar a integrar un mundo de complejos símbolos y
amplias parábolas. La nueva visión y está teñida de denso pesimismo, revela una
ardua y seguramente despiadada reflexión sobre la situación del hombre, sus
obsesiones, sus tinieblas, su latir más profundo.
Los libros anteriores testimonian con honestidad
y pasión los conflictos que le ha tocado vivir a un hombre de su generación: la
inquietante preguerra, la ocupación alemana, el advenimiento del socialismo,
las distorsiones del periodo estalinista. De todo ello supo ser fiel testigo;
su inicial fervor religioso, luego su militancia marxista le permitieron
observar -desde adentro y con la pasión de quien toma partido- los fenómenos
que constituyen el tema de su obra de entonces. Sus héroes van, a través de
dolientes conflictos psicológicos, enhebrando y conformando el tiempo en que la
historia los ha ubicado. Después temática y estilos se alteran. A las
revelaciones que arroja una desestalinización prosigue el vértigo. Andrzejewskivislumbra el carácter de oscuros peones movidos
en un magno tablero de ajedrez que han adquirido en gracia a la complejidad de
las generaciones del poder, los hombres. La visión se enriquece, se ensancha y
se torna sombría. Ciertos momentos de la historia parece repetirse de una
manera cíclica y atormentadora. El autor escarba en ellos: la Inquisición en Las tinieblas cubren la tierra adquiere
la talla de un instrumento perdurable, eterno. De un instrumento con el que el
destino juega y repite para su deleite. Diego, el protagonista de la novela, que
de rebelde contra el Santo Oficio se convierte en su más ardiente ciervo,
encarna a muchos hombres, se vuelve espejo de toda alineación al poder,
Torquemada tiene un rostro que podemos identificar en modelos muy recientes. La Cruzada de los Niños constituye el
tema de otra novela, Las puertas del
paraíso, 1960 -prodigio estilístico en que la acción transcurre a lo largo
de una sola frase 150 páginas- y vuelve replantear problemas candentes del
mundo contemporáneo. Pocos autores tan despiadados con sus personajes como el
Andrzejewski de los últimos diez años. Parecería que no hubiera humillación o
abajamiento que no se merecieran. Ninguna tortura les es escatimada. Sin falsos
patetismos, sin grandilocuencia, nos relata en La zorra dorada la historia de un niño que ha ganado y después
perdido, gracias a la labor persuasiva de sus familiares y compañeros de
escuela la versión de una zorra dorada; sus juegos volverán a ser semejantes a
los de todos los niños, jugará a los tractores y a los planes quinquenales. La
fantasía ha sido derrotada, los sueños "superados". En otro relato
breve, "semejante a un bosque", las relaciones humanas se truecan en
algo terriblemente turbio cuando un adolescente descubre que ha sido engañado,
que se ha jugado con su credulidad cuando se le prometió conocer un ave exótica
que en realidad no existe, y se convierte, sin advertirlo acaso, en una
arrolladora fuerza de maldad. Ambos relatos sobre el derrumbe de los pequeños
mitos producen una sensación de agobio, de martirio, una tristeza casi
indescriptible.
Las tinieblas cubren la tierra ha sido ampliamente comentada, discutida con
encarnizamiento, defendida con pasión. Su historia cubre los 23 últimos años de
la vida de Torquemada. Narra substancialmente la transformación de Diego, un
joven religioso, de opositor a defensor de la Inquisición y los largos periodos
de lucha de conciencia, hasta que convencido de la justicia y necesidad de la Milicia
de Cristo, acalla y domeña toda crisis interior para entregarse de lleno a su
causa.
El libro, por su denso tejido la símbolos y
alusiones puede prestarse a diversas exégesis. Nos detendremos sólo en un
punto, su magistral último capítulo.
El capítulo final de Don
Quijote que a Tomás Mann
le resultaba innecesario y postizo y que para algunos escritores -Reyes,
Borges, entre otros- ha sido punto de partida para la interpretación del libro,
nos narra como Sancho, fascinado ya por la idea realidad del mundo quijotesco,
trata de convencer a su maestro –que ha despertado de su extraño delirio- para
que vuelva a incorporarse a la vida caballeresca. Muerto Don Quijote es presumible que Sancho se lance a
los campos, busque un escudero y que la historia vuelva a reiniciarse; el escudero
ha absorbido al maestro, le ha entregado la conciencia, y la deserción de Don Quijote no le detendrá en la azarosa jornada
que se propone iniciar. En la novela de Andrzejewski, Diego, en cambio,
descubre que toda su vida ha quedado sin sentido. Para él no hay futuro posible
y el pasado sin la vestimenta de una gran retórica justificadora, queda
reducido a una monótona y gratuita cadena de infamias. El final que
Andrzejewski ha creado para Torquemada es novelísticamente deslumbrante.
Octogenario, casi moribundo, emprende el viaje postrero a Ávila, su ciudad
natal, dentro de cuyos muros quiere morir. Durante el trayecto, en un diálogo
sostenido con la voz de las tinieblas se le revela toda la macabra insensatez
de su empresa. Largas décadas de esfuerzo infatigable ha consagrado a la consumación
de sus ideales: crear el Reino de Dios sobre la tierra, no se ha negado al
empleo de los medios más atroces: una vasta red de torturas, tribunales,
delaciones, sobresaltos, se extiende sobre la faz de España. La Milicia de
Cristo todo lo socava, su absolutismo corroe, deforma, hasta llegar a modelar
el tipo de hombre que le es necesario, su brazo se asienta con firmeza en los
intereses del reino, su fuerza doblega por igual al oscuro Lorenzo Pérez de la
aldea de Borgillos que a las santísimas majestades de Isabel y Fernando.Pues
bien, cuando las tinieblas han logrado reinarsobre la tierra, cuando todo
propósito de rebelión ha sido profundamente erradicado, cuando ya se vislumbra
la aparición del "hombre nuevo", Torquemada escucha las voces que le
revelan el crimen construido por la institución que ha forjado una y, aún más,
le convencen de que el destino del hombre es vivir sin dioses. En esos últimos
momentos de lucidez absoluta, exhausto, a punto de morir, se dirige a Diego, su
secretario, una sombra ya casi de sí propio y le dicta su voluntad final:
"-Debemos, pues-les dice-, dirigirnos al
pueblo y decirle abiertamente por fuerza cuan falsa es esta fe que ha sido
capaz de provocar tan terribles devastaciones. Falsa y engañosa es esta fe y
debe hacerse todo lo necesario para que la miseria sea eliminada no solo de la
superficie, sino erradicada desde sus mismas raíces. No habrá un reino de Dios
sobre la tierra.
“Así, pues, para salvar la humanidad del
exterminio total y para poner en guardia a los hombres de caer en el pantano de
la esclavitud, del terror de las mentiras y del odio, debemos destruir todo lo
que con desprecio hacia los hombres y a través de engañosas ilusiones construimos
con nuestras propias manos al precio de las más grandes desventuras de
sufrimientos humanos. Ciertamente que se producirá una terrible confusión y
sobrevendrándías duros. No obstante para salvarnos de un mal aún mayor, debemos
definir como locura la locura de nuestra fe y como falsedad su falsedad. Será
necesario, hijo mío, aprender a vivir sin Dios y sin Satanás".
El golpe, la revelación, son demasiado fuertes
para Diego. A las primeras palabras de Torquemada se resiste, opone esa ciega pasiónsanchezca
de aferrarse al ensueño, de impedir que en el maestro se derrumbe los
principios que ha sabido inculcar y que se han convertido en la única razón de
ser del discípulo. En sus gemidos, sin que Andrzejewski tengan que añadir
palabras, imaginamos el torbellino que lo acomete. El maestro ha expresado con
punzante claridad los pensamientos que alimentaron su juventud, que tanto lo
matizaron y por los que tan severamente se vigiló y castigó. No le queda
haciendo una vida manchada yveintitrés años baldíos, encadenado a una idea
muerta a la que sacrificóhonra y dignidad y hasta la vida de muchos de sus cofrades
cuya tibieza de fe denunció en los momentos de mayor fervor y celo ideológico.
"Así, sin darse del todo cuenta de lo que
hacía, alzó una mano pesada como un mano y la dejó caer sobre el rostro del
venerable Padre con todas sus fuerzas".
Del mismo modo que la novela, con su cauda de
interrogatorios, procesos, repentinos desenmascaramientos y confesiones espurias
nos recuerda constantemente negros episodios de un pasado no muy distante, este
capítulo final nos trae a la memoria las crisis de conciencia que ocurrieron en
algunos países socialistas, después del informe presentado en Moscú con el ya
celebérrimo XX Congreso. Algunos apelaron al suicidio, otros, como Andrzejewski
han escarbado en la conciencia hasta producir estas visiones sombrías que son a
la vez un llamado a la racionalidad del hombre, a una racionalidad que no tenga
que reñir con su dignidad ni pretenda borrar de los confines el mundo de los
sueños.
Recuerdo de Sergio
Pitol
Raúl Hernández Viveros
Sergio
Pitol Demeneghi cumplió ochenta y cuatro años el 18 de marzo de 2017. Obtuvo la
licenciatura en derecho en la UNAM. Desde hace varias décadas decidió radicar
en la capital veracruzana. Entre 1969 y 1972 vivió en España, y trabajó para
varias editoriales, entre ellas Seix Barral, Tusquets y Anagrama. El 23 de enero de 1997, fue
elegido miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la
Lengua. Entre sus premios y distinciones: Xavier Villaurrutia 1981
por Nocturno de Bujara, Bellas Artes de Narrativa
Colima para Obra Publicada en 1982. Herralde 1984 por El
desfile del amor. ElPremio Nacional de Ciencias y Artes en el área de
Lingüística y Literatura 1993. Mazatlán de Literatura 1997 por El arte
de la fuga, Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 1999, y
el Cervantes en 2005.
Su libro de cuentos Infierno de todos,
apareció en la Serie Ficción de la Universidad Veracruzana, 1964. Tuvo a cargo
la editorial La Palabra y el Hombre. Impartió un curso
sobre el estudio y análisis de la obra de William Shakespeare, donde investigó
en las profundidades del genio de Stratford-on-Avon. Creo fue mi primer
encuentro con mi admirado amigo, quien impulsó el estudio de las huellas en
cada personaje, escenarios, y temas shakespearianos, y permitió el encuentro
con el autor de Hamlet. Recuerdo sus apasionadas conferencias sobre
cada pieza teatral de Shakespeare, y principalmente las referencias hacia la
lectura de los capítulos de Shakespeare nuestro contemporáneo, de
JanKott.
Las charlas universitarias rebasaron las
aulas, y Sergio Pitol comenzó a iluminar a sus estudiantes y discípulos.
Durante estos años salió a la luz pública la Antología del cuento
polaco contemporáneo. Todavía conservo la primera edición que me obsequio
con la dedicatoria: “Para Raúl Hernández, deseándole una formidable estancia en
el lugar al que en fin decida (o pueda) irse y el deseo de verlo pronto por
allá. Sergio Pitol, octubre, 20 1967”.
Desde luego fue mi primer contacto con la
literatura polaca: Bruno Schultz, WitoldGombrowicz, MarekHlasko, SlawomirMrozek,
JerzyAndrejewski, o KazimierzBrandys, que entre otros autores llegaron a
causarme interés y preocupación por la creación literaria. En la entonces
famosa Serie Ficción, Sergio Pitol dio a conocer su versión de Cartas a
la señora Z, Kazimierz de Brandys. Me confrontó con la novela Las
puertas del paraíso, de JerzyAndrejewski. Luego pude destacar el
descubrimiento de WitoldGombrowicz, de quien posteriormente construimos un
culto. Recuerdo sus versiones de Transatlántico y Cosmos,
en Seix Barral, o el Diario argentino, en la editorial
Sudamericana. Logró la autorización de publicarTierra
de nadie, de Juan Carlos Onetti, en la Serie Ficción. Sergio Pitol regresó
al viejo continente, en las embajadas de México en Polonia, Yugoslavia, y en
Francia al lado de Carlos Fuentes, y embajador en la llamada entonces
Checoslovaquia. Desde aquellas vivencias lo visité varias veces en Varsovia y
Praga. Constantemente, aparece entre mis sueños en las viejas calles
varsovianas que recorrimos, hace muchos años, Mario Muñoz y Lorenzo
Arduengo Pineda. Todavía recuerdo las caminatas por el río Vístula, acompañado
del poeta Edward Stachura, mientras mi estimado Sergio Pitol, mientras
nos esperaba Sergio Pitol en una mesa del hotel Bristol para contemplar cómo se
divertía, en aquellas épocas, la juventud polaca.
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