jueves, 27 de julio de 2017

Las tinieblas cubren la tierra

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Sergio Pitol

Cuando en 1957 JerzyAndrzejewskipúblicóLas tinieblas cubren la tierra, había ya recorrido un largo tramo de su carrera de escritor. Con esta novela inició un periodo distinto, el más pleno quizás, el más rico en sugerencias e intuiciones, y en cuyo ejercicio habría de alcanzar resonancias de trágica grandiosidad. El periodo de aprendizaje quedaba concluido y empezaba la madures, no la académica, sino una madurez caracterizada por innovadores experimentos formales y por un audaz manejo de ideas. En Las tinieblas cubren la tierra,Andrzejewskiabandona el relato tradicional que había desarrollado con maestría, deja de ocuparse de los destinos individuales, cierra el ciclo de indagación psicológica: Caminos inevitables, 1932,La orden del corazón, 1938, o de búsqueda de relaciones entre individuo y sociedad: La noche, 1945,Cenizas y diamantes, 1948, para comenzar a integrar un mundo de complejos símbolos y amplias parábolas. La nueva visión y está teñida de denso pesimismo, revela una ardua y seguramente despiadada reflexión sobre la situación del hombre, sus obsesiones, sus tinieblas, su latir más profundo.
Los libros anteriores testimonian con honestidad y pasión los conflictos que le ha tocado vivir a un hombre de su generación: la inquietante preguerra, la ocupación alemana, el advenimiento del socialismo, las distorsiones del periodo estalinista. De todo ello supo ser fiel testigo; su inicial fervor religioso, luego su militancia marxista le permitieron observar -desde adentro y con la pasión de quien toma partido- los fenómenos que constituyen el tema de su obra de entonces. Sus héroes van, a través de dolientes conflictos psicológicos, enhebrando y conformando el tiempo en que la historia los ha ubicado. Después temática y estilos se alteran. A las revelaciones que arroja una desestalinización prosigue el vértigo. Andrzejewskivislumbra el carácter de oscuros peones movidos en un magno tablero de ajedrez que han adquirido en gracia a la complejidad de las generaciones del poder, los hombres. La visión se enriquece, se ensancha y se torna sombría. Ciertos momentos de la historia parece repetirse de una manera cíclica y atormentadora. El autor escarba en ellos: la Inquisición en Las tinieblas cubren la tierra adquiere la talla de un instrumento perdurable, eterno. De un instrumento con el que el destino juega y repite para su deleite. Diego, el protagonista de la novela, que de rebelde contra el Santo Oficio se convierte en su más ardiente ciervo, encarna a muchos hombres, se vuelve espejo de toda alineación al poder, Torquemada tiene un rostro que podemos identificar en modelos muy recientes. La Cruzada de los Niños constituye el tema de otra novela, Las puertas del paraíso, 1960 -prodigio estilístico en que la acción transcurre a lo largo de una sola frase 150 páginas- y vuelve replantear problemas candentes del mundo contemporáneo. Pocos autores tan despiadados con sus personajes como el Andrzejewski de los últimos diez años. Parecería que no hubiera humillación o abajamiento que no se merecieran. Ninguna tortura les es escatimada. Sin falsos patetismos, sin grandilocuencia, nos relata en La zorra dorada la historia de un niño que ha ganado y después perdido, gracias a la labor persuasiva de sus familiares y compañeros de escuela la versión de una zorra dorada; sus juegos volverán a ser semejantes a los de todos los niños, jugará a los tractores y a los planes quinquenales. La fantasía ha sido derrotada, los sueños "superados". En otro relato breve, "semejante a un bosque", las relaciones humanas se truecan en algo terriblemente turbio cuando un adolescente descubre que ha sido engañado, que se ha jugado con su credulidad cuando se le prometió conocer un ave exótica que en realidad no existe, y se convierte, sin advertirlo acaso, en una arrolladora fuerza de maldad. Ambos relatos sobre el derrumbe de los pequeños mitos producen una sensación de agobio, de martirio, una tristeza casi indescriptible.
Las tinieblas cubren la tierra ha sido ampliamente comentada, discutida con encarnizamiento, defendida con pasión. Su historia cubre los 23 últimos años de la vida de Torquemada. Narra substancialmente la transformación de Diego, un joven religioso, de opositor a defensor de la Inquisición y los largos periodos de lucha de conciencia, hasta que convencido de la justicia y necesidad de la Milicia de Cristo, acalla y domeña toda crisis interior para entregarse de lleno a su causa.
El libro, por su denso tejido la símbolos y alusiones puede prestarse a diversas exégesis. Nos detendremos sólo en un punto, su magistral último capítulo.
El capítulo final de Don Quijote que a Tomás Mann le resultaba innecesario y postizo y que para algunos escritores -Reyes, Borges, entre otros- ha sido punto de partida para la interpretación del libro, nos narra como Sancho, fascinado ya por la idea realidad del mundo quijotesco, trata de convencer a su maestro –que ha despertado de su extraño delirio- para que vuelva a incorporarse a la vida caballeresca. Muerto Don Quijote es presumible que Sancho se lance a los campos, busque un escudero y que la historia vuelva a reiniciarse; el escudero ha absorbido al maestro, le ha entregado la conciencia, y la deserción de Don Quijote no le detendrá en la azarosa jornada que se propone iniciar. En la novela de Andrzejewski, Diego, en cambio, descubre que toda su vida ha quedado sin sentido. Para él no hay futuro posible y el pasado sin la vestimenta de una gran retórica justificadora, queda reducido a una monótona y gratuita cadena de infamias. El final que Andrzejewski ha creado para Torquemada es novelísticamente deslumbrante. Octogenario, casi moribundo, emprende el viaje postrero a Ávila, su ciudad natal, dentro de cuyos muros quiere morir. Durante el trayecto, en un diálogo sostenido con la voz de las tinieblas se le revela toda la macabra insensatez de su empresa. Largas décadas de esfuerzo infatigable ha consagrado a la consumación de sus ideales: crear el Reino de Dios sobre la tierra, no se ha negado al empleo de los medios más atroces: una vasta red de torturas, tribunales, delaciones, sobresaltos, se extiende sobre la faz de España. La Milicia de Cristo todo lo socava, su absolutismo corroe, deforma, hasta llegar a modelar el tipo de hombre que le es necesario, su brazo se asienta con firmeza en los intereses del reino, su fuerza doblega por igual al oscuro Lorenzo Pérez de la aldea de Borgillos que a las santísimas majestades de Isabel y Fernando.Pues bien, cuando las tinieblas han logrado reinarsobre la tierra, cuando todo propósito de rebelión ha sido profundamente erradicado, cuando ya se vislumbra la aparición del "hombre nuevo", Torquemada escucha las voces que le revelan el crimen construido por la institución que ha forjado una y, aún más, le convencen de que el destino del hombre es vivir sin dioses. En esos últimos momentos de lucidez absoluta, exhausto, a punto de morir, se dirige a Diego, su secretario, una sombra ya casi de sí propio y le dicta su voluntad final:
"-Debemos, pues-les dice-, dirigirnos al pueblo y decirle abiertamente por fuerza cuan falsa es esta fe que ha sido capaz de provocar tan terribles devastaciones. Falsa y engañosa es esta fe y debe hacerse todo lo necesario para que la miseria sea eliminada no solo de la superficie, sino erradicada desde sus mismas raíces. No habrá un reino de Dios sobre la tierra.
“Así, pues, para salvar la humanidad del exterminio total y para poner en guardia a los hombres de caer en el pantano de la esclavitud, del terror de las mentiras y del odio, debemos destruir todo lo que con desprecio hacia los hombres y a través de engañosas ilusiones construimos con nuestras propias manos al precio de las más grandes desventuras de sufrimientos humanos. Ciertamente que se producirá una terrible confusión y sobrevendrándías duros. No obstante para salvarnos de un mal aún mayor, debemos definir como locura la locura de nuestra fe y como falsedad su falsedad. Será necesario, hijo mío, aprender a vivir sin Dios y sin Satanás".
El golpe, la revelación, son demasiado fuertes para Diego. A las primeras palabras de Torquemada se resiste, opone esa ciega pasiónsanchezca de aferrarse al ensueño, de impedir que en el maestro se derrumbe los principios que ha sabido inculcar y que se han convertido en la única razón de ser del discípulo. En sus gemidos, sin que Andrzejewski tengan que añadir palabras, imaginamos el torbellino que lo acomete. El maestro ha expresado con punzante claridad los pensamientos que alimentaron su juventud, que tanto lo matizaron y por los que tan severamente se vigiló y castigó. No le queda haciendo una vida manchada yveintitrés años baldíos, encadenado a una idea muerta a la que sacrificóhonra y dignidad y hasta la vida de muchos de sus cofrades cuya tibieza de fe denunció en los momentos de mayor fervor y celo ideológico.
"Así, sin darse del todo cuenta de lo que hacía, alzó una mano pesada como un mano y la dejó caer sobre el rostro del venerable Padre con todas sus fuerzas".
Del mismo modo que la novela, con su cauda de interrogatorios, procesos, repentinos desenmascaramientos y confesiones espurias nos recuerda constantemente negros episodios de un pasado no muy distante, este capítulo final nos trae a la memoria las crisis de conciencia que ocurrieron en algunos países socialistas, después del informe presentado en Moscú con el ya celebérrimo XX Congreso. Algunos apelaron al suicidio, otros, como Andrzejewski han escarbado en la conciencia hasta producir estas visiones sombrías que son a la vez un llamado a la racionalidad del hombre, a una racionalidad que no tenga que reñir con su dignidad ni pretenda borrar de los confines el mundo de los sueños.


Recuerdo de  Sergio Pitol

Raúl Hernández Viveros






Sergio Pitol Demeneghi cumplió ochenta y cuatro años el 18 de marzo de 2017. Obtuvo la licenciatura en derecho en la UNAM. Desde hace varias décadas decidió radicar en la capital veracruzana. Entre 1969 y 1972 vivió en España, y trabajó para varias editoriales, entre ellas Seix Barral, Tusquets y Anagrama. El 23 de enero de 1997, fue elegido miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua. Entre  sus premios y distinciones: Xavier Villaurrutia 1981 por Nocturno de BujaraBellas Artes de Narrativa Colima para Obra Publicada  en 1982. Herralde 1984 por El desfile del amor. ElPremio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura 1993. Mazatlán de Literatura 1997 por El arte de la fuga, Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo 1999, y el Cervantes en 2005.
Su libro de cuentos Infierno de todos, apareció en la Serie Ficción de la Universidad Veracruzana, 1964. Tuvo a cargo la editorial La Palabra y el Hombre. Impartió un curso sobre el estudio y análisis de la obra de William Shakespeare, donde investigó en las profundidades del genio de Stratford-on-Avon. Creo fue mi primer encuentro con mi admirado amigo, quien impulsó el estudio de las huellas en cada personaje, escenarios, y temas shakespearianos, y permitió el encuentro con el autor de Hamlet. Recuerdo sus apasionadas conferencias sobre cada pieza teatral de Shakespeare, y principalmente las referencias hacia la lectura de los capítulos de Shakespeare nuestro contemporáneo, de JanKott.
Las charlas universitarias rebasaron  las aulas, y Sergio Pitol comenzó a iluminar a sus estudiantes y discípulos. Durante estos años salió a la luz pública la Antología del cuento polaco contemporáneo. Todavía conservo la primera edición que me obsequio con la dedicatoria: “Para Raúl Hernández, deseándole una formidable estancia en el lugar al que en fin decida (o pueda) irse y el deseo de verlo pronto por allá. Sergio Pitol, octubre, 20 1967”. 
Desde luego fue mi primer contacto con la literatura polaca: Bruno Schultz, WitoldGombrowicz, MarekHlasko, SlawomirMrozek, JerzyAndrejewski, o KazimierzBrandys, que entre otros autores llegaron a causarme interés y preocupación por la creación literaria. En  la entonces famosa Serie Ficción, Sergio Pitol dio a conocer su versión de Cartas a la señora Z, Kazimierz de Brandys. Me confrontó con la novela Las puertas del paraíso, de JerzyAndrejewski. Luego pude destacar el descubrimiento de WitoldGombrowicz, de quien posteriormente construimos un culto. Recuerdo sus versiones de Transatlántico y Cosmos, en Seix Barral, o el Diario argentino, en la editorial Sudamericana. Logró la autorización de publicarTierra de nadie, de Juan Carlos Onetti, en la Serie Ficción. Sergio Pitol regresó al viejo continente, en las embajadas de México en Polonia, Yugoslavia, y en Francia al lado de Carlos Fuentes, y embajador en la llamada entonces Checoslovaquia. Desde aquellas vivencias lo visité varias veces en Varsovia y Praga. Constantemente, aparece entre mis sueños en las viejas calles varsovianas que recorrimos, hace muchos años, Mario Muñoz  y Lorenzo Arduengo Pineda. Todavía recuerdo las caminatas por el río Vístula, acompañado del poeta Edward Stachura, mientras  mi estimado Sergio Pitol, mientras nos esperaba Sergio Pitol en una mesa del hotel Bristol para contemplar cómo se divertía, en aquellas épocas, la juventud polaca.







[1]La cultura en México, Suplemento de Siempre!, número 130, agosto 5 de 1964.

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