Florencia Enriqueta Domínguez Guerra
Cuando
nací me pusieron en pocos minutos en una báscula y un pequeño rayo de luna
llegó a mis sienes haciendo que mi mechón rojo se tornara iridiscente, mis ojos
ya abiertos primero contemplaron la noche que el día.
El ver la luz de octubre sobre una ventana es
saber la luz de todo el universo y la luz propia tocadas por una mima visión.
Es traspasar con nuestra presencia las oscuridades, como de repentefrente a una
superluna tenemos esas pequeñas nubes con oquedades desvaneciéndose, hasta una
minúscula nube en forma de corazón se dibuja por un lado de su resplandor,
siendo un humo que se expandió y formó en sí dos manos que juntas están
precisamente debajo de la circunferencia plateada, haciendo
dos palmas que se sostienen una a otra orando al horizonte.
Así
recordé a mi Madre cuando veía a la lunay ella sentía su energía que la
magnificaba en mí, podía ver sus ojos titilantes de energía que tanto añoro, su
rostro a contraluz de los brillos nocturnos, mi Mamá con la ternura más grande
vista y siendo la Diosa dadora de mi vida que obedece los mandamientos de las
estrellas.
Mi Mamá medijo que había un conejo en la luna
que lo llevó Neil Armstrong. Eso me hizo imaginar al conejo que cavaba hoyos
avisando que ahí estaba, veía en la luna un queso que en mis sueños podía desmoronado
en una tostada, me preguntaba cuanto queso tenía la luna y el porqué los astronautas
no se lo comían. Para mi ese conejo era
Mexicano y es por eso que le gustaba tanto el queso como a mí. También llegué a
pensar que los hoyos tenían alguna conexión con las ollas de los frijoles,
tenía cinco años para mícualquier hoyo que tuviera algo negro adentro podía
estar más allá de la tierra.
En
las noches cuando por el viento las cortinas se abrían mi Mamá me despertaba diciendo:
“no te debe dar luz de luna, es malo no dormirás a gusto”.
Recuerdo
cada año con sus lunas de octubre, como mi Madre se ponía junto a ella y su
reflejo, los rayos de luna reflejaban más en sus cabellos. Aquel primer mechón
blanco que conocí en mi Madre, fue cuando tenía 3 años, coincidieron sus rayos
de plata con la luna y cada vez que reconstruyo rápidamente como su cabeza se
volvió a lo largo de su vida lo más parecida a la luna llena.
Amo a mi Madre, la luna la acompañó con
su luz y como mensajera, cuando una tarde la vi menguante con un brillante
venus amoroso que buscaba al luminoso mensajero de mercurio. Era la alquimia
del cielo, el último sello de la luna que me decía como estaba mi Madre, y
¡lloro!.
¡Lloro
como las aguas tempestuosas del mar golpean con tormentas y lunas llenas!, la
luna que influyó hasta el momento mismo de mi concepción, supo darme a mi Madre
y decirme cuando partiría, mis lágrimas no cesarán ante el sentir por mi Madre
pero me queda el aceptar que mientras la luna me acompañe seguiré siendo parte
de este equilibrio maravilloso que rige la vida.
Mi Madre era como una fuente al hablar con
su esencia. Saber que ya no está para ver la luna es triste y nostálgico, no
hay manera de modificar lo que siento, los recuerdos siguen intactos, mi Mamá
no se ha ido lejos, aunque el sueño de una noche se ha interrumpido en una
superluna, habrá sueños más ligeros.
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