Jazzamoart
En un mundo donde todo ocurre rápidamente --la
información, los acontecimientos políticos, las catástrofes ecológicas, los
escándalos de la farándula--, el arte se consolida como uno de los principales
valores que nos rescata, que nos salva del caos y de la desgracia existencial.
El arte siempre ha ofrecido un abanico de posibilidades y diversos caminos para
la aventura, ya que siempre ha estado envuelto tanto en la polémica, la
discusión, las revoluciones como en las
propuestas innovadoras, las vanguardias, las aportaciones y los
conceptualismos. Aun hoy, en medio de este caudal, sigo creyendo que la pintura seguirá impulsando a la
humanidad por los vaivenes de la historia.
Algunos
advierten que la pintura ha muerto, que es arte del pasado, arte de viejos. No
obstante, la realidad es que hoy se
practica con gran oficio y pasión, interactúa con los nuevos conceptos y con las
nuevas tecnologías. El deseo de dominio sobre los materiales y la búsqueda de
la perfección técnica y expresiva fueron tanto impulso de los pintores
renacentistas como lo son hoy de los maestros de nuestro tiempo. De ahí que, en
esencia, en espíritu, el ejercicio plástico es el mismo: son parientes, son
coincidentes los de antes y los de ahora. Habrá buena y mala pintura, buenos y
malos pintores, pero desde luego, lo que nos toca en suerte es el disfrute del
fenómeno actual de la pintura con sus polémicos rumbos, sus esplendores y sus
altibajos. Pese a los malos augurios, la pintura se mantiene constante como pilar
y referente de las artes visuales.
Desde
que tuve mi primer taller en la infancia hasta ahora, cuando tengo mis
herramientas de trabajo entre las manos, mantengo el mismo espíritu lúdico y
emotivo; sigo divirtiéndome con las aventuras de la invención: exprimir los
tubos de óleo, preparar las barnicetas, aspirar el aroma de la trementina. Esta
ceremonia y este oficiar en el antro de los placeres plásticos mantiene vivo al
artista en mí, y si soy auténtico, si tengo algo que decir, el espectador se
conmoverá, se sacudirá, habré logrado provocar en otro las mismas sensaciones y
las mismas emociones que sentí al trabajar.
Pintar
es un acto solitario, un monólogo interno, una batalla con los materiales y con
el insaciable deseo de descubrirse y de encontrarse en mundos de invenciones y
formas. La aventura parece no terminar nunca: el deseo es dejarse llevar por
esos ríos de color, de perderse en los océanos de una gran mancha, pero, al
final, el único objetivo es salir avante sin ahogarse en el caos ni en la lucha
creativa. Saber hacer, ser capaz de cumplir con lo que llamo “las horas
brocha”, es decir, horas de acción diaria y disciplinada, tratando, trabando,
trabajando con los materiales, es el oficio de todo pintor. Habrá días buenos y
los habrá malos, pero el trabajo y la persistencia llevarán a “conclusiones
sanas”, es decir: nos colocarán a la luz de la lámpara de Van Gogh.
Pintar es embarrar, untar, tallar, sobar, salpicar,
chorrear, dejar caer la materia, la pasta, acomodar los bodoques de óleo sobre
la tela: la pintura navega entre la armonía y el misterio; equilibra la
violencia y la sutileza; brota del acto creativo; se inventa y se reinventa sin
tiempo ni moda. La pintura no es sólo una manifestación atávica del arte; la
pintura es una forma de vida, la pintura es una
labor cotidiana: la pintura, como el amor, nunca morirá.
El
color capitanea las historias, los cuentos: gobierna las “narraciones
pictóricas”. Tal como si fuesen materia viva,
el rojo, el azul, el amarillo actúan en una función lúdica y
conmovedora. Mientras, tanto las técnicas del óleo, del fresco y del temple,
así como la alquimia de los elementos --los pigmentos, los aceites, los
barnices, la trementina junto con sus aromas acres-- montaron un escenario
eterno. Como diría Augusto Monterroso: cuando desperté... seguía ahí.
La
propuesta es simple: "La Pintura". En otras palabras, plantear un
mundo de pintura total: un mundo en el que el acto de embarrar, de trabajar con
el óleo, de usar una brocha como soporte sea siempre; un mundo en el que se
experimenta la pintura viva: aquella que se escurre, aquella que se mueve; un
mundo en el cual se goce con el antojo de un color que invita a comérselo con
los ojos. Cuando pinto me mueve la pasión y la emoción de pintar mi propia
historia de la pintura más allá del bagaje del conocimiento fruto del análisis
y de mi pasión por todos los artistas a los que admiro. Mantengo siempre un
diálogo apasionado con los materiales, con los aromas, con los placeres y con
quehaceres de ese viejo y eterno camino de "La Pintura".
Al
pintar, no se busca mantener vigente este medio clásico de creación, mucho
menos un nuevo renacimiento, es simplemente ejercer el derecho a la brocha, a la
libertad y a la inteligencia. Citando a Efraín Huerta: “sólo a fuerza de poesía
deja uno de ser un poeta a fuerza”. Yo digo: “solo a fuerza de pintar deja uno
de ser un pintor a fuerza”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario