Miguel Ángel Muñoz
Años atrás, en el curso de una conversación emotiva,
entrañable y admirable, Albert Ràfols-Casamada y Antoni Tàpies me confesaban,
en el umbral de sus ochenta años, su perplejidad ante la curiosa evolución del
arte contemporáneo. El siglo XX ha vivido
marcado por el despliegue impresionante de la ciencia, por la
satisfacción y el avance del pensamiento abstracto, con elevadas cotas de
exactitud y capacidad de verificación en
sus análisis y propuestas. El arte, sin embargo, parece anclado en el momento
de genial simplificación que señalaron las vanguardias: convertir las formas
plásticas en potentes síntesis comunicativas. Tiempo después, mera reiteración
referencial -arte de contenidos, narrativos, perceptivos… meras ocurrencias de
discutible validez visual. Retórica pura -.
Pero todavía hay razones para celebrar la pintura.
Una de ellas, es la trayectoria estética
y pictórica de Jazzamoart. Desde sus inicios, el arte de Jazzamoart tuvo una
fuerte impronta matérica, influencia directa de Antoni Tàpies, Pierre Soulages,
Antonio Saura, Rafael Canogar, Manolo Millares, Willem de Kooning y del
informalismo francés. En verdad no era eso precisamente una rareza a comienzos
de la década de los ochenta en México, cuando se imponía internacionalmente la
moda de un neo-expresionismo, de pintura empastada y violentamente
gestual. Muy pronto descubrió, en la
soledad y en la búsqueda pictórica, la veracidad de los valores plásticos a
través de una reflexión sobre los pigmentos que le llevará al estudio de las
vanguardias y la fuerza expresiva del negro en la delimitación de la ancestral
escena cotidiana o cinegética. Opacidad, transparencia, profundidad y tono son
claves que nos clarifican su quehacer artístico, sensible más tarde al gesto y
el desasimiento referencial de las propuestas informalistas. Un pintor atípico
en nuestro país, desde luego, al que siempre he asociado con la persuasión
matérica y gestual del grupo El Paso.
Sin duda. Pero, siendo así, la trayectoria más admirable no puede separarse de
la obra, lo producido, lo que da sentido pleno a todo lo demás, pues, sin ella,
se volatiliza.
Jazzamoart lleva ya más de tres décadas de
producción plástica ininterrumpida, que ha abarcado todos los materiales, géneros,
técnicas y, por supuesto, maneras posibles, porque una de sus características
ha sido la inquietud, la
experimentación, la reflexión. De todas formas, si nos limitamos a su
trayectoria pictórica, la vía por él más frecuentada, vemos que no ha dejado de
cambiar sin apartarse de sí mismo; es decir, que ha cambiado para poder
mantenerse fiel a sí mismo, a su discurso estético inicial. Jazzamoart ha
practicado un lenguaje semi-figurativo y a llevado a cabo una abstracción sin
prescindir de un gestualismo automático, pues nunca reprime su impulso primero.
Las ásperas rugosidades matéricas que a modo de huellas enquistadas
sobre la tela dominaban las pinturas de Jazzamoart hasta comienzos de los años
noventa fueron disolviéndose poco a poco, primero mediante su concentración en
figuras arropadas por densas manchas que parecían no renunciar a un lento
fluir, después metamorfoseándose en sencillas formas geométricas de colores
planos que apenas rompían la uniforme monocromía del plano pictórico. Como recuerda
Rudolf Otto en su libro Lo sagrado, en ciertos cuadros chinos no hay “casi nada”;
el estilo consiste en producir el máximo efecto con los trazos más exiguos y
los medios más reducidos. A partir del año dos mil hasta su obra más reciente, creció la abstracción,
si bien, lejos de contribuir a una articulación compositiva ordenada, se
desmembró como si de un estallido se tratase. En la producción de los últimos
años, sin renunciar a sus habituales registros cromáticos (rojos, negros y
ocres sobre todo) y formales, retorna a un cierto orden, consecuencia de un
proceso implícito de autorreflexión sobre su propia pintura. En efecto, ahora
la abstracción figurativa sirve tanto para construir las formas cuanto para
entrelazarlas de un modo relativamente metódico. En muchos casos su disposición
parece conducir a la gestación de verdaderos signos; unos signos de larga
existencia en su obra -por ejemplo, las figuras remitirían a los que él mismo
denominó “gestos” en otros tiempos- desposeídos de significados específicos, ya
que siempre fueron resultado de una opción creativa marcada por una particular
concepción del automatismo, retomado a la manera de Henri Michaux. En realidad a lo largo de
su trayectoria Jazzamoart se ha mantenido fiel a un universo que ha ido
sufriendo sucesivas metamorfosis: aspereza, reposo o dinamismo han sido algunos
de los resultados.
ahora, qué fresco es
el recuerdo
del viento
parece que la
lluvia abre un largo
silencio…[1]
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