martes, 14 de junio de 2016

Los juegos estéticos de Jazzamoart



Miguel Ángel Muñoz

Años atrás, en el curso de una conversación emotiva, entrañable y admirable, Albert Ràfols-Casamada y Antoni Tàpies me confesaban, en el umbral de sus ochenta años, su perplejidad ante la curiosa evolución del arte contemporáneo. El siglo XX ha vivido  marcado por el despliegue impresionante de la ciencia, por la satisfacción y el avance del pensamiento abstracto, con elevadas cotas de exactitud y capacidad de verificación  en sus análisis y propuestas. El arte, sin embargo, parece anclado en el momento de genial simplificación que señalaron las vanguardias: convertir las formas plásticas en potentes síntesis comunicativas. Tiempo después, mera reiteración referencial -arte de contenidos, narrativos, perceptivos… meras ocurrencias de discutible validez visual. Retórica pura -.

Pero todavía hay razones para celebrar la pintura. Una de ellas, es la trayectoria  estética y pictórica de Jazzamoart. Desde sus inicios, el arte de Jazzamoart tuvo una fuerte impronta matérica, influencia directa de Antoni Tàpies, Pierre Soulages, Antonio Saura, Rafael Canogar, Manolo Millares, Willem de Kooning y del informalismo francés. En verdad no era eso precisamente una rareza a comienzos de la década de los ochenta en México, cuando se imponía internacionalmente la moda de un neo-expresionismo, de pintura empastada y violentamente gestual.  Muy pronto descubrió, en la soledad y en la búsqueda pictórica, la veracidad de los valores plásticos a través de una reflexión sobre los pigmentos que le llevará al estudio de las vanguardias y la fuerza expresiva del negro en la delimitación de la ancestral escena cotidiana o cinegética. Opacidad, transparencia, profundidad y tono son claves que nos clarifican su quehacer artístico, sensible más tarde al gesto y el desasimiento referencial de las propuestas informalistas. Un pintor atípico en nuestro país, desde luego, al que siempre he asociado con la persuasión matérica y gestual del grupo El Paso. Sin duda. Pero, siendo así, la trayectoria más admirable no puede separarse de la obra, lo producido, lo que da sentido pleno a todo lo demás, pues, sin ella, se volatiliza.

Jazzamoart lleva ya más de tres décadas de producción plástica ininterrumpida, que ha abarcado todos los materiales, géneros, técnicas y, por supuesto, maneras posibles, porque una de sus características ha sido la inquietud,  la experimentación, la reflexión. De todas formas, si nos limitamos a su trayectoria pictórica, la vía por él más frecuentada, vemos que no ha dejado de cambiar sin apartarse de sí mismo; es decir, que ha cambiado para poder mantenerse fiel a sí mismo, a su discurso estético inicial. Jazzamoart ha practicado un lenguaje semi-figurativo y a llevado a cabo una abstracción sin prescindir de un gestualismo automático, pues nunca reprime su impulso primero.

 

Las ásperas rugosidades matéricas que a modo de huellas enquistadas sobre la tela dominaban las pinturas de Jazzamoart hasta comienzos de los años noventa fueron disolviéndose poco a poco, primero mediante su concentración en figuras arropadas por densas manchas que parecían no renunciar a un lento fluir, después metamorfoseándose en sencillas formas geométricas de colores planos que apenas rompían la uniforme monocromía del plano pictórico. Como recuerda Rudolf Otto en su libro Lo sagrado,  en ciertos cuadros chinos no hay “casi nada”; el estilo consiste en producir el máximo efecto con los trazos más exiguos y los medios más reducidos. A partir del año dos mil  hasta su obra más reciente, creció la abstracción, si bien, lejos de contribuir a una articulación compositiva ordenada, se desmembró como si de un estallido se tratase. En la producción de los últimos años, sin renunciar a sus habituales registros cromáticos (rojos, negros y ocres sobre todo) y formales, retorna a un cierto orden, consecuencia de un proceso implícito de autorreflexión sobre su propia pintura. En efecto, ahora la abstracción figurativa sirve tanto para construir las formas cuanto para entrelazarlas de un modo relativamente metódico. En muchos casos su disposición parece conducir a la gestación de verdaderos signos; unos signos de larga existencia en su obra -por ejemplo, las figuras remitirían a los que él mismo denominó “gestos” en otros tiempos- desposeídos de significados específicos, ya que siempre fueron resultado de una opción creativa marcada por una particular concepción del automatismo, retomado a la manera  de Henri Michaux. En realidad a lo largo de su trayectoria Jazzamoart se ha mantenido fiel a un universo que ha ido sufriendo sucesivas metamorfosis: aspereza, reposo o dinamismo han sido algunos de los resultados.

 

ahora, qué fresco es

el recuerdo del viento

parece que la lluvia abre un largo
silencio…[1]

 


Ese silencio largo del que habló el poeta francés Claude Esteban, es el mismo que Jazzamoart busca en el proceso de relectura de su obra  actual; el cual le ha conducido no sólo a la depuración pictórica, sino a un territorio intermedio por el que las formas discurren con impecable armonía. El resultado es un lugar de interferencias entre formas, pero también entre los distintos componentes de las mismas: las líneas rectas y curvas que trazan su esqueleto, los colores que rellenan sus interiores. El encuadre pictórico muestra el carácter dinámico del conjunto, dada su predominante asimetría, como si las formas quisiesen desplazarse hacia uno de los lados; la plenitud cromática actúa en sentido contrario, propiciando quietud; los nítidos perfiles de las figuras geométricas terminan de anclarlas en el espacio plástico. Ordena con sólidas empastaciones de color el espacio, que el sombreado y el contraste transforman en volúmenes autónomos o en fuertes secuencias tonales, “No habrá luz, pero si claridad”, decía Morandi. Así el conjunto presenta una sosegada cadencia que concluye, mediante las relaciones de reciprocidad entre rojos, azules, negros y ocres, en una armonía cromática, logrando con ello, hacer del color “el principio artístico ligado a la sensualidad y el dinamismo en la pintura”, como decía Cézanne. Jazzamoart ha logrado cristalizar el color o, si se quiere, de acuerdo con el uso convencional: ha logrado modelar la pintura.






[1] Claude Esteban, En el último páramo. Editorial Hiperión, Madrid, España, 1996.

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