Aurora Ruiz Vásquez
Kelia atravesó la calzada del jardín y entró llorando a la
casa en busca de refugio y consuelo.
El abuelo que
reposaba en su sillón, apenas escuchó los gritos, se levantó y al percibir que
eran de su nieta consentida, ayudado por su bastón se trasladó al lugar de donde
procedía la voz de Kelia que él también conocía.
─Ven, que te pasa hija mía
La niña, que apenas podía hablar por el llanto, le dijo:
─Anna la vecina, me contó que tiene una casa de muñecas preciosa,
pero no me la quiere mostrar y yo quiero verla y también tener una casa para
mis muñecas.
─Calla, calla, seca esas lágrimas, tendrás la más hermosa casa de muñecas, nada más hay
que esperar un poco, ya verás.
Kelia logró calmar su llanto con las palabras de abuelito
que todo lo sana y subsana; se quedó pensando ¿Cómo sería esa casita?. Tenía
que caber su muñeca Rosi, la más grande, ¿Dónde la pondría para que no la
tirara el perro o se mojara? ¿de qué color sería?, me gusta el rosa.
Por otra parte, el abuelo pensó inmediatamente en adaptar el
bargueño de cedro venido de España en barco, que había conservado tantos años,
había sido de su padre y de niño le servía cerrado, como escritorio, y abierto
tenía muchos cajoncitos con llave donde se guardaban documentos y cosan importantes
pero, actualmente no lo ocupaba.
Empezó a trabajar por las noches, ya tenía todas las
herramientas necesarias pues él conocía la carpintería y el olor del serrín lo
transportaba a sus tiempos de trabajo activo. Ya tenía brochas, lija, masa restauradora, barniz. Avanzó con rapidez porque trabajaba
con entusiasmo. Lijó con cuidado los cajoncitos y partes delicadas como las
molduras e incrustaciones. Empezó por
limpiar la parte interior; agregó una escalerilla por aquí, y una por allá.
Abrió una puertecita donde hacía falta y
un ventanal para que entrara la luz. Pasaron varios dias, Kenia impaciente
preguntaba:
─Abuelito, ¿y mi casa de muñecas’?
─Ya mero, espera un poco más, es una sorpresa, ya verás.
Así
pasaron muchas noches de trabajo. El bargueño se barnizó quedando reluciente y el abuelo lo vistió con lo necesario: cortinas
para las ventanas, una mesa, camas, vestiditos, trastes de cocina, platos,
tasas, vasos, todo en miniatura, sin olvidar dotar de plantas a un pequeño
jardín. Listo, había transformado al
barqueño, como se transforma la vida sin
perder su origen. El abuelo sonreía, satisfecho de su trabajo. Esa noche no
pudo dormir pensando la cara que pondría Kelia ¿le gustaría?.
Por otro lado, cada noche que pasaba, la niña tenía una
imagen de su casa diferente, a veces era
un palacio con princesas, otras un refugio para muñecas y nada más ¿cómo sería
la que el abuelo le daría?
Al día siguiente por la mañana el abuelo dijo:
─Ven Kelia, tomándola de la mano la llevó consigo, mira, detrás
de esa cortina, está tu casa de muñecas, mírala.
─¡Oh! pero esto no es una casa de muñecas, parece un cofre
nada más.
─Ábrelo y verás, así, ahora abre los cajones, algunos tienen
llave.
¡Qué, maravilla, abuelo! tiene muñecas pequeñas y sus
vestidos, hay que bañarlas, hacer la comida, .pero esto es un desorden.
─Hay que ordenarlo todo.
─Es el trabajo de la dueña de la casa ¿no crees?
Kelia se puso a acomodar muebles y utensilios en su sitio:
recámara, cocina, comedor, baño estudio,
la sala y el jardín.
Ahí se pasó horas enteras en un mundo fantástico, admirable.
Se sentó en un cojín a descansar y ahí se quedó dormida, soñando tal vez con su
casita de muñecas, en el bargueño.
El abuelo, complacido contemplando a la niña jugar, prendió
el radio para escuchar las noticias, entre ellas se enteró que invitaban a un
concurso de la mejor casa de muñecas confeccionadas con cualquier material.
Ofrecían de premio un viaje en avión a Acapulco con gastos pagados para dos
personas durante tres días, ademmás quinientos pesos en efectivo. La idea lo entusiasmó y la comunicó a su hijo
Raúl, papá de Kenia. Desde luego apoyó la idea del “viejo”. Al día siguiente,
lo platicaron con Kelia y, entusiasmados vistieron bien
la casita y la llevaron al concurso.
Otra vez había que esperar el resultado del jurado que
calificaría los trabajos.
Kelia iba contando los días en el almanaque y el último día
esperó al cartero emocionada. Ya tarde del día, lo vio llegar con un gran sobre
amarillo, a nombre de su abuelito que cuando llegara lo abriría. Mientras
tanto, había que esperar…
17/04/015
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