Gilberto Nieto Aguilar
El tema de hoy parte de un ejemplo que Daron
Acemoglu y James A. Robinson incluyen en el prefacio de su libro “Por qué fracasan los países”, Paidós, Crítica,
México, 2013. Se hace una comparación, a
grandes rasgos, sobre el desarrollo político, económico e industrial de Inglaterra
y Egipto, una potencia relativamente nueva al lado de una nación con una historia
de grandezas que parece que se han perdido.
México ha poseído todo tipo de recursos naturales
para ser grande entre los grandes, pero ha sido débil en capital humano, gobernantes
y gobernados, incapaces hasta el momento de aglutinarse en torno a un ideal social
de progreso que les sea común.
Pero vamos al ejemplo. El Norte de África
y el Oriente Medio están convulsionados. En Egipto, Hosni Mubarak había gobernado
con un férreo control casi 30 años, hasta que fue derrocado el 11 de febrero de
2011. La raíz del descontento en Egipto es básicamente la pobreza, así como en
Libia, Siria, Yemen y demás países de la región.
¿Por qué Egipto es más pobre que
Inglaterra? ¿Qué limitaciones impiden que los egipcios sean más prósperos? ¿La
pobreza de Egipto es inalterable, inextinguible, o puede ser superada y
finalmente eliminada? Una joven trabajadora de una agencia de publicidad de El
Cairo opina, tras el derrocamiento de Mubarak: “Sufrimos debido a la
corrupción, la opresión y la educación deficiente”.
Otro joven dice: Estoy de acuerdo con
ella. Espero que, para finales de este año (2011), tengamos un gobierno electo
que aplique las libertades universales, logre la igualdad de oportunidades
entre los ciudadanos y ponga fin a la deshonestidad que se ha apoderado del
país.
Para ellos el cambio en la conducta
política y la práctica de la honestidad en los círculos sociales y de gobierno,
son necesarios para encauzar al país. Los impedimentos económicos que enfrentan,
en gran parte se deben a la manera en que se ejerce el poder político en Egipto
y al monopolio de dicho poder por parte de una élite reducida.
Algunos analistas subrayan que esa
pobreza proviene de su situación geográfica. Otros apuntan a los atributos
culturales que supuestamente han sido hostiles a la prosperidad y a la ética de
trabajo de otros pueblos. El tercer enfoque, y el más fuerte, es que los
gobernantes egipcios no saben qué hacer para que su país prospere y han seguido
políticas erráticas basadas en la tradición.
Tal vez los comentarios de los jóvenes
estén más cerca de la realidad, porque Egipto es pobre precisamente porque ha
sido gobernado por una pequeña élite todopoderosa, que ha organizado a la
sociedad en beneficio propio a costa de la mayor parte de la población. Esta
situación es recurrente en muchos de los países considerados pobres, sin agravio
del nuestro.
Países como Corea del Norte, Sierra
Leona o Zimbabue son pobres por la misma razón que lo es Egipto, aseguran los
autores del libro. En cambio, otros países como Inglaterra y Estados Unidos
prosperaron porque sus ciudadanos derrocaron a las élites priviligiadas que
controlaban el poder, y crearon una sociedad en la que los derechos políticos
estaban mucho más repartidos, el gobierno debía rendir cuentas, atender las
necesidades y reclamos de los ciudadanos, y buscar las mejores condiciones para
que la mayoría de la población aproveche las oportunidades de desarrollo,
realización y superación económica.
En Inglaterra se produjo una revolución
en 1688 que transformó la política y la economía del país. El pueblo luchó por
alcanzar más derechos políticos; los ganó y los utilizó para ampliar sus
oportunidades económicas, que culminó en la revolución industrial. Egipto –y
México– ni se enteró, pues estaba bajo el control del Imperio Otomano que no
tenía interés en promover la prosperidad egipcia.
Aunque en 1952 derrocaron la monarquía,
no fue una revolución como la de Inglaterra en 1688 o la de Francia en 1789.
Fue sólo el traspaso del poder a otra élite parecida, sin interés en lograr la
prosperidad para los egipcios de a pie. La estructura básica de la sociedad no
cambió, las mieles del poder siguió siendo para unos cuantos y Egipto continuó
siendo pobre. Recientemente convocó a elecciones y ganó Abdel Fatah Al-Sisi,
pero los resultados hacen pensar en otro error. En fin, patrones similares se
reproducen –no se crean– en varias regiones del mundo y México no es la
excepción.
gilnieto2012@gmail.com
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