Abelardo Iparrea Salaia.
Es el 18 de Diciembre de 2010. La fría temporada navideña está en festivo movimiento. El reloj parte en dos el día. Un poco después de las 12 horas inicia la ceremonia de la presentación de un libro: La Nueva Pedagogía Social del maestro Guillermo H. Zúñiga Martínez. El recinto para escuchar la presentación es el Auditorio de la sede del Colegio de Notarios en Xalapa de Enríquez. El autor tiene una gran capacidad de convocatoria. Para cuando inicia el acto el aforo está excedido en su totalidad. Están ahí gente de diferentes sectores sociales: familia, intelectuales, amigos, periodistas, burócratas, maestros, alumnos, políticos.
Quienes asumen el compromiso de dar al público una versión analítica de la obra, son personalidades ampliamente reconocidas por su talento y virtud: Dr. Salvador Valencia Carmona, Dr. José Velazco Toro y Lic. Amando Octavio Domínguez Ruiz. Los tres son coincidentes y los tres hacen justicia al mérito del maestro.
El contenido de la obra no es ciertamente un planteamiento sistemático sobre pedagogía; es, sí, una antología que reúne un abundante material que nos aproxima a las viejas y nuevas voces de la educación en cuya fuerza y creatividad se apoya Guillermo Héctor para insistir en su esencial preocupación pedagógica: llevar la educación y la enseñanza a todas las áreas de la geografía y a sus habitantes todos, con énfasis especial para aquellos que por mucho tiempo han sido marginados de todo proyecto cultural, social y económico, sobre todo la población adulta.
Las pasadas experiencias de su juventud magisterial y las que el tiempo le fueron sumando – según creció física, cultural y políticamente – hablan de ello y de su pasión por congeniar sus convicciones ideales con los hechos ajustados a la realidad social cuyas sementeras, siempre ávidas y fértiles, han sido sembradas por instituciones educativas por él concebidas.
La fama de nuestro autor creció pausadamente para cobrar después suma relevancia. Sus primeros pasos en estrecho abrazo con los niños indígenas los dio en las duras regiones montañosas del estado, siendo profesor de primaria. Desde entonces escribe sus vivencias como ser humano de limpio nacimiento y como educador de clara y sólida conciencia social, sensible, comprometido. De lo escrito en sus tiempos más recientes hace una adecuada selección de sus muchos artículos y nos proporciona, con ello, la oportunidad de sumergirnos una vez más en las corrientes invariablemente bondadosas de las aguas pedagógicas, aquellas que conmueven hondamente el corazón y la conciencia de las mujeres y los hombres verdaderos.
Los escritos con que hace la suma de su pensamiento son de fácil lectura. Sus ideas están en muchos renglones de las muchas páginas que hacen el volumen que nos ocupa. En esencia pareciera que hay ausencia de novedades pedagógicas, pero justo en la dispersión de sus ideas hallamos la insistencia sobre aspectos específicos educativos, metodología, evaluación, filosofía, etc., que plantea la nueva pedagogía social, cuya más reciente atalaya de defensa y aplicación ha sido el Instituto Veracruzano de Educación Superior, y lo será la proyección histórica de éste al convertirse en la Universidad Popular Autónoma de Veracruz.
Cuando leemos, citamos y apreciamos a Guillermo Héctor Zúñiga Martínez lo hacemos por razones hondamente ideológicas y morales. Porque como en el caso de otros grandes pedagogos, ofrece contestaciones: eficaz, sencillo y humano responde a las muchas preguntas que asaltan al que ha de habérselas con la educación y formación de jóvenes y adultos. La suya es ya una institución que funda lo mejor de aquellos pensadores y creadores: filósofos, sociólogos, historiadores, antropólogos, pedagogos que, con él, coinciden en considerar a la educación como un ave fabulosa capaz de abrigar e impulsar – sin distingos – con sus alas el destino de esos seres que por derecho propio aspiran – como no lo habían podido antes de su oferta educativa – incorporarse como agentes modificados y modificadores al ritmo dialéctico de la vida. La magna obra de repetirnos en el hombre – como expresaba el maestro ruso Vasili A. Sujomlinski – cumple así su enorme cometido.
En las líneas de Guillermo, escritas con ese lenguaje accesible a todas las inteligencias y amable para todos los corazones, desfilan nombres, obras, realizaciones y perfil humanista de preclaros maestros y líderes sociales que dejaron huella profunda y edificante en diferentes partes del occidente europeo y aun de oriente, así como mujeres y varones ilustres – algunos por fortuna aún entre nosotros – trabajando para elevar al hombre sobre sí mismo, que abrieron caminos y abren otros para orientar, con paso más seguro, la marcha histórica de nuestro país y el continente.
Como definición de Pedagogía Social, nuestro amigo Guillermo Héctor nos dice que “…es una rama de la ciencia de la educación que tiene como propósito fundamental organizar, conducir y orientar a la población que se encuentra en rezago cultural, dentro de las actividades sistemáticas del aprendizaje, para proyectar su mejoramiento en bien de la comunidad”.
Actualmente es común que mujeres y hombres en condiciones de marginación se den cuenta cabal de que son capaces de acometer empresas importantes. Que son esos héroes que se admiran en los libros o en la realidad circundante. Y cuando ya formados son esos los paradigmas que imitarán más a gusto, porque, sin duda tendrán campo para el cultivo de sus capacidades. Así, Zúñiga Martínez nos ilustra que “…la pedagogía social tiene retos y expectativas inconmensurables, mágicas, invaluables, porque consiste en tener un contacto estrecho con los grupos marginados de la educación formal; para decirles que son capaces de aprender con base en la autoresponsabilidad y el autodidactismo creativo y crítico”. Y de esa manera se les ofrece la posibilidad de comprobar su valía, de mostrarse, de afirmarse o lograr su autoafirmación.
El autodidactismo creativo y crítico es el impulso intencionado del “yo aprendo por mí mismo” y que permite crear y recrear herramientas, recursos metodológicos y otros en provecho del propósito que se persigue y que, naturalmente, da al alumno margen para juzgar, mediante el análisis y la autoevaluación, las ventajas y bondades del proceso de transformación, en provecho de sí mismo y de la comunidad a que pertenece.
Luego, a partir del modelo de las escuelas unitarias de nivel elemental funcionando con un solo maestro(a) para atender a todos los niños “cualesquiera que sean su edad y capacidades”, en aldeas, pueblecitos, rancherías de rala o mínima población, donde por obvias razones no se cuenta con escuelas de organización completa, el maestro Zúñiga Martínez echó a andar el proyecto de las preparatorias unitarias en todo el estado de Veracruz, justo ahí donde hay ansias legitimas de estudiar y progresar y que, dadas las limitaciones como son la lejanía, el aislamiento, la escasez de la población, falta de recursos humanos, pobreza, etc., la gente frustraba sus anhelos. Hoy las situaciones son ya diferentes y el mapa de la irregularidad, la injusticia y el rezago cultural, se modifica poco a poco, de manera que hoy son ya, muchos de sus egresados, estudiantes de licenciaturas o trabajadores mejor remunerados. En este caso “…esta novedosa modalidad educativa… consiste principalmente – explica el maestro Zúñiga Martínez – en que los alumnos que acepten el reto deben estudiar todos los días de la semana y asistir a clases (asesorías) sabatinas” (o dominicales). Es ésta, efectivamente, una extraordinaria aportación pedagógica que irá cubriendo los espacios y necesidades de una gran dispersión humana, no sólo del estado sino del país, y acaso de toda la América Castellana.
La educación es la mejor fortaleza de la cultura y, “la cultura – como sentenciara Don José Vasconcelos – engendra progreso y sin ella no cabe exigir de los pueblos ninguna conducta moral.”
Tuxpan de Rodríguez Cano, Veracruz Enero de 2011.
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