lunes, 15 de agosto de 2016

Claroscuros de Cuba, a 57 años del triunfo de su revolución

AGENDA CIUDADANA

Rebecca Arenas
Si un hombre fuese necesario para sostener el Estado,
 este Estado no deberá subsistir, y al fin no existiría”
Simón Bolívar
Para quienes simpatizamos con la gesta de la Revolución Cubana, que tanto conmovió a los jóvenes de mi generación, el 57 aniversario de su emblemático triunfo, este 26 de julio, constituye una ocasión propicia para analizar sus logros, sus enormes desafíos, y los yerros autoritarios de  sus gobernantes que transformaron, con el paso de los años, nuestra admiración en inevitable rechazo.
Dentro de los logros importantes que tenemos que reconocerles a los revolucionarios de la Sierra Maestra que llegaron al poder, uno fue el rescate del pueblo cubano, agraviado, manipulado y utilizado para servir al divertimento del capital norteamericano. Los gobiernos cubanos incondicionales a Washington habían convertido a la isla en un centro de vicio, de ocio placentero y vida fácil, en donde el ron, los habanos y los centros nocturnos atestados de bellas mujeres habían hecho de Cuba el burdel del Caribe.
La revolución cubana cambio de tajo esa situación, al brindar al pueblo cubano un esquema de oportunidades de superación sobre todo en educación, salud y deporte, pero sin duda, el cambio fundamental fue la transformación de una sociedad desvalorizada, explotada y resignada al dictado de las mafias que gobernaban el país, en una comunidad comprometida con una mística miliciana, de apoyo a la revolución, capaz de ir a cortar zafra, y preparase para los nuevos tiempos libertarios, al ritmo aleccionador de la primera trova cubana. 
La drástica reacción del gobierno norteamericano, reacio a perder sus privilegios en la Isla, provocó el bloqueo económico que durante más de cuatro décadas ha padecido el pueblo cubano (aún no termina  pero se ha suavizado) que resistió  con paciencia, sacrificio y dignidad todas las carencias inimaginables,  en medio del  fuego cruzado que conformaron,  el bloqueo económico dictado desde Washington, y el endurecimiento del régimen de Fidel Castro hacia cualquier disidencia del pueblo cubano.    
Había que sobrevivir al bloqueo norteamericano, pero ante ese desafío, la revolución cubana, o mejor dicho su principal líder Fidel Castro no confió en sus propios logros e ideología, y   convirtieron a la isla en una prisión de la cual sólo se podía salir fugándose hacia alta mar, en donde muchos prefirieron morir ahogados o devorados por los tiburones, antes que seguir presos de un sistema que prohibía y castigaba duramente la menor disidencia. 
Así, la revolución cubana que un día fue un ejemplo para la población libertaria de América Latina y el mundo entero, al paso del tiempo se transformó en una revolución aislacionista, que impidió a la población cubana el conocimiento y la reflexión intelectual de un mundo interconectado por el Internet, los satélites y las telecomunicaciones, ante el temor de que “tentaciones capitalistas”, debilitaran la mística de una juventud adoctrinada para el socialismo, que padecía a diario el racionamiento y la carencia.
En aras del prevalecimiento de un sistema político, liderado, además, por un solo hombre, la revolución cubana sacrificó durante todos esos años varias generaciones de millones de personas.
Referirnos a Fidel Castro la principal figura de la gesta revolucionaria cubana, no es asunto fácil, porque al igual que la revolución de su país tiene claroscuros. Carismático y con madera de auténtico líder, Fidel Castro se caracterizó por su valentía, decisión, por su capacidad de negociación y como habilísimo estratega.  Cuentan las crónicas cubanas de los innumerables intentos desde Washington para asesinarlo, claramente fallidos, porque su red de información de altísima eficacia siempre lo puso sobre aviso. Poseedor de muchas cualidades, no tuvo, sin embargo, una visión de realismo político para dejar el poder oportunamente, permitiendo el paso a las generaciones de relevo formadas en el propio proceso revolucionario, única forma de garantizar la continuidad, el mejoramiento y el perfeccionamiento de una revolución que por elemental justicia tenemos que reconocerle al pueblo cubano
El pro hombre de la revolución cubana, pareció no confiar en la solidez del trabajo realizado  y llegado el momento, tarde en la opinión de muchos, delegó el mando en su hermano Raúl Castro por aquel entonces de 75 años. Una muestra de su obstinación en no creer en los líderes que él mismo formó; una suerte de arrogancia frente al ineludible paso del tiempo y una muestra de su falta de visión colectiva en una revolución, que claramente ha considerado mayormente obra suya.
A cincuenta y siete años del triunfo de la gesta libertaria cubana, y frente a la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, un proceso largo y complejo del que todavía nos falta mucho por ver para poder aquilatar su rumbo, si alguna huella llegara a quedar del primigenio fervor de la revolución cubana, será para los anales de la historia. No se  generaron líderes revolucionarios con poder y mando, no habrá por tanto una experiencia compartida que trascienda a la sociedad cubana.
La revolución que una vez fue ejemplo para Latinoamérica, terminó siendo un ejemplo más de autoritario nepotismo tropical , caldo de cultivo idóneo para la corrupción de una comunidad que vive sin expectativas. 
Para que un proceso de transformación social prevalezca, debe sustentarse en la fuerza y legitimidad de la colectividad y no en la figura de un líder. La lección que nos deja la revolución cubana, no puede ser más clara.   


rayarenas@gmil.com        

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