Manuel Gámez Fernández
El
abejorro
El abejorro es una borla de peluche
con rayas negras y amarillas que la naturaleza sostiene ingrávido en el aire
más cálido de los jardines, con dos pequeñísimas alas escondidas tanto, que el
vuelo se convierte en magia solar o tal vez en un resplandor de hojas o en el
parpadeo de una mariposa.
Su recorrido es siempre al ras de los
follajes golpeteado de pólenes y pétalos, es un vuelo espectacularmente pesado,
sin rumbo definido, es todo risas y plácemes que se desbordan como si fuera un
insecto ebrio de sensaciones que lo guían siempre hacia las flores más llenas
de miel donde éste se zambulle y se embadurna sin límite de los tintes
espléndidos de las corolas. Zumba que zumba en su balanceo de barco y salta que
salta de una corola a otra el abejorro canta canciones a la aurora y baila con el
sentir de los gitanos.
La
mariposa
La mariposa tiene mirada de papel de
china y un ángel escondido en su estructura, cuando vuela es un surco de color
y deja tras de sí una estela de anhelos.
La mariposa es una cascarita que cae del
paraíso, que se posa en los lugares húmedos y dulces y cobra vida nueva en cada
vuelo; retoza en su aleteo con las caricias invisibles de los dioses y es por
eso que siempre sonríe.
Cuando la ves llegar es también como
si la vieras partir, porque su tiempo es único, como el presente eterno de su
mirada que solo ve el azul del firmamento.
La
luciérnaga
Este insecto es un pedacito de chispa
verde que instantáneamente se desvanece y deja de ser luz. Su deambular
comienza durante la penumbra, cuando nadie puede mirar su forma y es pura
oscuridad su negra y sedosa piel, sus alitas negras, su cuerpecito blando que
de pronto se enciende en rayos esmeraldas y nos deslumbra con su verdor que
resplandece.
También suele convertirse en
estrellitas de la maleza para formar los primeros cielos de fantasía que
conocen los niños.
Es en definitiva un insecto espectral,
brillante y errabundo, que va hacia el centro de la oscuridad y sale del más
terrible océano de negrura convertido en antorcha fosforescente.
Por ello es una especie de héroe
luminoso y todos le recuerdan como el
más fantástico insecto que se incendia.
El
mosquito
Zig zag de la obscuridad, emerge en
líneas negras y zumbantes, trae recuerdos cálidos de la ribera de los ríos y se
pierde a la vista con sorprendente rapidez cuando se vuelve pura luz o pura
sombra, cuando se vuelve una zeta que cruje casi en el umbral de lo inaudible y
azota su látigo minúsculo bajo la piel y agita una cosquilla que es solo una
punta de piel rasgada por la hebra de un
aguijón picoso que se convierte en éxtasis triunfal y entonces se traslada
nuevamente a la nada dejando un escozor de agujitas delgadas que le dan
existencia, peso, forma y lugar, quedando así grabado en el recuerdo alado de
las personas.
La
libélula
La libélula es princesa de las aguas y
pertenece a la realeza de las hadas. Su cuerpo esbelto es un tenso cordón de
colores que se prepara en cada vuelo para un viaje hacia un océano de
humedades, hacia lagunas y arroyuelos de terciopelo.
La libélula tiene ojos inmensos que
miran como esferas infinitas hacia la profundidad de los colores y las
inagotables formas naturales. Vuela en soledad o acompañada y va raspando el
agua como un ser que salió de la nada y es puro amor del día suspendido en sus
alas.
La libélula es el alma del lago, la
musa del espejo, la amorosa pareja que en el aire se engendra y goza con el equilibrio de sus
transparentes alas.
Algunas veces el amor la sorprende con el destello
solar de la mañana y es frecuente escuchar de su boca callada un suspiro
instantáneo que es como un eco de pétalos cayendo sobre el agua.
La
catarina
La catarina es el payasito de los
jardines y deja en quien la mira una emoción de ternura. Camina siempre hacia
un tiempo de sueños como si en sus lunares de viva fantasía se reflejara el
espejo de un lago metálico.
Es un insecto igual que una pelota
partida a la mitad con un par de pequeñas alitas que lo transportan mágicamente
hasta el más profundo azul de todos los cielos.
Pequeño insecto que se resbala en los
dedos y habla con el polen de la mañana y por la tarde desaparece cual si
durmiera en ámbitos eternos.
Su caminar sobre el verdor de prados y
hojarasca es un gracioso deslizarse en lentas evoluciones que engañan la
mirada, al caminar sin caminar, y hacer sus bromas torpes ante el acecho de las
aves y los insectos mayores que astutamente desvían la mirada ante la gracia de
la catarina.
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