Si lo hago, el Dios de la tormenta arremete contra mi balsa hasta perderme en el fondo de la mar, sin embargo, hay veces que sueño ahogarme en la desobediencia y disfruto embelesarme en el desierto ardiente de tu mirada, mientras el oleaje me azota y perezco en la inmensidad.
No sé si sueño, no sé si vivo. Ayer, estoy seguro, las gotas de agua fueron reales, las nubes grisáceas velaban toda luz, pero tus ojos encendidos brillaban, aquel tesoro brillaba en la oscuridad y por segundos contemplé nuestras almas entrelazadas.
Tengo prohibido mirar tus ojos, pero no temí el castigo, no temí perderme en la miel que despedían en aquella oscuridad, tus labios amorosos sabían al mejor vino que jamás probé, ayer, desobedecí, ayer, mi condena quedó dictada, las gotas de cielo caían frescas sobre nuestro rostro ardiente.
Aquel Dios, a veces, disfruta el verme observando el horizonte tratando de evocar tus ojos, tu cuello, tu piel dorada, tu dulce escencia preciada que trato de aprisionar cada que te envuelvo en una caricia, en un asalto incontenible al que sucumbes por el efecto de aquella magia antigua a la que no se puede resistir, la magia que pierde vidas, ciudades y reinos.
.......
Sé que pronto zarparé a otras aguas porque errante y sin sentido he vivido recorriendo el mundo, coleccionando recuerdos que me llenan de vacío, viviendo de pasado y aplastando el presente con aventura y guerra.
Al Dios cruel lo quiero de amigo y lo bendigo por los favores que me otorga. Favores que me otorga cuando quiere castigarme.
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