Manuel Gámez Fernández
Triptos
Escribía una historia tratando de explicar el
universo donde la razón desvaría, cuando la puerta apareció en el cuarto. Miró
hacia ella y la puerta respondió con un resplandor naranja, se abrió dejando
pasar un rostro conocido. La cara de
Triptos se tornó alegre.
¡Qué pasó
Juan Carlos! ¡Entra!
¡QuiuboTriptos!
Juan Carlos entró. Los amigos se abrazaron y se besaron.
Otro rostro apareció en la puerta:
¡Qué pasó Marcos!
¡Qué tal Triptos!
¡Entra!
Triptos y Marcos se tomaron las manos y se
besaron mutuamente.
Otro rostro se dejó ver, era el de Sebastián:
¡Cómo estás Sebastián!
¡Quiubo mano!
Nuevamente la Euforia se apoderó de los amigos y rompiendo barreras se besaron
los labios. Triptos estaba feliz.
¿Qué hacen por aquí?
Venimos a
verte – contestó Marcos –
¿Y qué milagro que se acuerdan?
Tú nos llamaste….
Triptos calló al no comprender el significado.
Tú eres Dios- dijo Juan Carlos- nos abriste la
puerta…
¿La puerta?Triptos miró la entrada y solamente
halló un vacío negro que no tenía principio ni fin. Volvió la vista hacia sus
amigos. Entonces comenzó a entender: Una
roca flotaba en el espacio indescifrable, sobre ella estaban Marcos, Sebastián
y Juan Carlos, cada uno sentado en un extremo.
Triptos ordenó:
¡Nulifíquense!
Los amigos obedecieron y devoraron sus dedos,
después los brazos, luego los pies..
Triptos vigilaba la acción, todo debía ser
exacto, les dijo que se comieran el estómago y el cuello. Los amigos
obedecieron.
Cuando solo faltaban las cabezas, Triptos ordenó
que las golpearán contra la roca hasta que se deshicieran. Los amigos
obedecieron.
Al final quedaron tres charcas de líquido rojo.
Triptos se acercó a ellas, las llamó por sus nombres y se las bebió.
Triptos le ordenó a la roca que lo envolviera. La roca obedeció.
Imaginación
La viste por primera ocasión en uno de tus
sueños, de esos que se olvidan almomento de llegar a la vigilia.
Caminabas entre la muchedumbre y la volviste a
ver. Era el día en que los estudiantes hacían una manifestación contra el
gobierno. Ella marchaba con el grupo de punta.
Te fascinó laenergía que derramaba. Lanzaba
gritos que escuchabas atento. Era la mujer que buscabas, la elegida, la que se
sueña. Su rostro pálido, sin pestañas postizas, sin labios de rubí, pero con
una lozanía de mármol, te decidió a buscarla.
Seguiste tras ella afanoso todo el tiempo que
duró la manifestación.
Cuando ya estabas a su lado, alguien te empujaba
y hacia que te alejaras, pero tú no desistías de lo que te habías propuesto,
continuabas buscándola, intentando llamarla, tocarla por un instante, conocerla
y amarla.
La manifestación concluyó; se disolvieron los
participantes. Seguiste tras ella, ahora estaba sola.
Ya la habías alcanzado, le ibas a hablar, y de
pronto: como un ángel que retorna al empíreo, se elevó, se elevó, las nubes se
la tragaron y te quedaste solo.
Después supiste que ese día no hubo
manifestación y que tu nivel de esquizofrenia estaba aumentando.
Rompimiento
Estas son cosas que le suceden o que pueden
sucederle a cualquier muchacho de preparatoria.
Tú y yo éramos felices, ambos decíamos que
sentíamos cariño el uno por el otro. Los años pasaron pronto, terminamos el
curso, en el baile de graduación yo fui tu chambelán. Parecías una reina con el
traje de pedrería que te pusiste. Pero la música también terminó, te llevé a tu
casa y hablamos de lo que no deseábamos hablar.
Nuestras vocaciones diferentes hicieron que tú
fueras a continuar los estudios en Canadá y yo en la ciudad de México.
Recibí tu primera carta. Triste. Me extrañabas y
deseabas volver a estar conmigo.
La segunda decía que estabas contenta en tu
nueva escuela, tenias amistades recientes y la ciudad de Toronto te fascinaba.
Dejaste de escribirme por tres meses. Luego,
recibí tu tercera misiva, en un sobre pequeño, con timbres aéreos urgentes y
sin la anotación de remitente.
Al abrirlo, un ave aterciopelada salió de su
pequeño encierro, traté de atraparla, pero el ave voló, se escapó de mis manos.
Comprendí que habías dejado de quererme y ya nunca nos volvimos a ver.
Suicida fracasado
Su edad era de setenta años, jubilado de una
fábrica en la que trabajó 35 años. Soltero, sin familia, sin ideales, sin
amigos. Solo pensaba en morir, había sobrellevado la soledad por demasiado
tiempo, y ahora, la necesidad de escapar a ella y a lo pesado de la realidad,
hiciéronle buscar una salida que brillaba como la única solución.
Su primer intento lo hizo con veneno para ratas;
pero al llevarse el polvo a la boca no soportó el mal sabor y comenzó a
vomitar.
Compró pastillas para dormir: desafortunadamente
resultaron insuficientes, provocándole un sueño de 48 horas al cabo de las
cuales despertó hambriento y sediento.
Trató de ahorcarse con una cuerda vieja que se
reventó en el momento definitivo. Se rompió un brazo.
Hizo varios intentos más que resultaron
fallidos.
Entonces recapacitó, pensó que tal vez la muerte
fuera igual de tediosa que la vida, cobró ánimos y decidió seguir su existencia
monótona.
Para celebrar su decisión fue a un bar. Tomó dos
copas, tres copas, muchas copas, tantas copas que en la madrugada murió de congestión
alcohólica mientras dormía. En la bolsa de su camisa encontraron un recadito en
un papel arrugado, de fecha anterior, que decía: estuve a un pasito pero me
salvé.
Nadie reclamó su cadáver.
Familia conejo
Tal como tarde tras tarde sucedía, familia conejo
salió de su madriguera a dar el paseo vespertino de ese día. Familia conejo
estaba compuesta de papá y mamá conejo, Luís conejo, Pedro conejo, Alfonso
conejo, Ricardo conejo y Ramón conejo, todos hermanos.
Papá conejo caminaba dando saltitos al frente de
su familia, cuando apareció el cazador con dos perros bien entrenados para la
liebre.
Papá y mamá conejo pusieron en práctica el truco
de dividir al enemigo, dándoles el resultado buscado mientras huían los conejos
hijos.
Luís, Pedro, Alfonso, Ricardo y Ramón conejo,
todos hermanos, llegaron a la madriguera y sin perder tiempo pusieron la
televisión en el programa conejil de las caricaturas.
Al poco rato llegó mamá conejo, agotada de tanto
correr. Sacó del refrigerador un concentrado de zanahoria con el que se repuso
del cansancio.
Como papá conejo no llegó esa noche, ni al otro
día, mamá conejo se vio comprometida y tuvo que hablar con sus hijos:
“De hoy en adelante todo será diferente,
reduciremos los gastos de alfalfa, al cine iremos de vez en cuando y mañana
mismo los llevaré con el ortopedista para que no les pase lo que a su padre,
ustedes saben… por tener los pies planos”.
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