Un viejo
proverbio chino dice “deja que el Tao
fluya”, eso y otras cosas es lo que he aprendido en estos pocos años que me
he inclinado hacia el budismo. ¿Qué
tanta verdad tiene aquella sentencia? ¿Cómo es posible que los chinos
entendieran esto con tanta lucidez hace más de 3000 años? Seguramente su
claridad de entendimiento era mayor. Si
dejas que el Tao fluya suceden cosas impensables. Ahora sé que el Tao me ha
llevado a conocer a Calixta.
Mis andanzas por
el mundo han sido recurrentes en cuanto al tema filosófico hermenéutico
neumático se refiere. Aquella vez realizaba un curso de preparación en cierta
ciudad del mundo, que llamaré Tollocan de las manzanas, puesto que desea seguir
aprendiendo de la madre de todas las ciencias.
La estancia en aquella ciudad fue de una semana, ahí pude conocer las
costumbres de la ciudad, la gastronomía, a las personas y también los horarios
del camión que son muy raros. En fin. Todo marchaba con regular normalidad para
un extraño como lo era yo en ese lugar. El curso terminó, los amigos se
despidieron de mí y tuve que emprender el regreso a la ciudad donde radico que
lleva por buen nombre Xallapan de los pescados.
Justamente en el
regreso fue donde el Tao empezó a manifestarse. Primero, porque como buen
ciudadano mexica me levanté muy temprano
ese día, esto con la intención de llegar temprano a la terminal de autobuses
para poder abordar el transporte y así
llegar “a buena hora” a Xallapan de los pescados. Pues, no se pudo. Un día antes se me ocurrió la idea de enviar
a la lavandería la ropa para que no tuviera que encargarme después de aquella
tarea rutinaria en mi casa. Lo que no sabía era que la dueña del local tenía la
muy buena costumbre de desayunar tarde en su sacro santo hogar, por lo que
regularmente estropeaba los planes de las personas que tienen cierto horario;
esto lo digo no sólo por mí sino por las amas de casa que también tienes cosas
importantes que hacer como llevar al niño a la escuela, pasar por el pan,
chismear un tanto con la vecina mientras pasan por la lavandería a recoger (
como yo) la ropa, todo esto antes de llegar a la casa y ejecutar sus
labores cantando a todo pulmón las rolas
de la estación favorita. Fue así que la
ropa sí estaba lista para entregarse, pero el local todavía no estaba abierto.
¡qué cosas tan raras pasan en Tollocan de las manzanas!
Iba muy presto
al local a recoger la ropa, pero como dije, no estaba abierto; recuerdo que
eran las 9 de la mañana, para esa hora ya había desayunado, tomado mi café de
rigor y preparado todo lo necesario para mi viaje de regreso: la maleta grande,
el maletín de viaje, el celular cargado al 100 % y su pila de repuesto. Entonces,
me decidí a esperar a que abrieran. Pensé que sería un retraso de 15 o 30
minutos. El sol de la mañana estaba a
todo lo que daba, se sentía un frío que golpeaba todo el ser y se sentía muy
presente porque la mayoría de las personas salían a la calle bien abrigadas,
los niños que van al kínder apenas estaban
entrando a clases y no faltaba la madre que llegaba con retraso, es
decir, la vida transcurría con normalidad. Todo eso sucedía mientras esperaba
pacientemente a que abriera la
lavandería. Decidí dejar “que todo
fluyera”, no podía, ni quería enojarme por el incidente tan temprano, así
que me senté debajo de un pino que había a la afuera de la escuela y que estaba
justo frente a la lavandería, en el otro lado de la calle. Para
ocuparme tuve que re-agendar mis actividades mentalmente ya que aquello
repercutía directamente con todo lo programado
en mi vida para ese día.
Fue hasta en
punto de las 10:40, según la hora de mi celular, que el local abrió sus puertas
para atender a los clientes. Me entregaron mi ropa, la guardé en la maleta y emprendí el viaje. Tomé taxi para llegar a
la estación de paso del bus, después de eso abordé el subterráneo y al final
llegué a la estación de camiones de ciudad monstruo. Estando ya ahí me apresuré
con pasos precipitados a la taquilla solicitando un boleto para la corrida más
pronta a la ciudad de Xallapan de los pescados. Para eso ya eran 15 minutos
para la una de la tarde. La señorita de la taquilla me vendía un boleto para la
próxima corrida de la 1 pm. En la pantalla de su computadora marcaban los
asientos ocupados, todos en gris y los asientos disponibles en azul, de los
cuales sólo quedaban 3. Tomé el marcado con el número 40[1].
Me apresuré a abordar, busqué mi asiento y me dispuse a relajarme para el
viaje; pero fue ahí donde el Tao se manifestó de nuevo.
En el asiento
marcado con el número 39 se encontraba ella – Calixta-, al verla me pareció una
persona agradable, es decir, sentí una buena vibra. Además, en honor a la verdad, también me pareció una mujer
atractiva. ¿Por qué? Contestar eso me llevaría
mucho tiempo, pero trataré de resumirlo de la siguiente manera: la mirada era
de canela con un toque de anís, el cabello despeinado, pero en su punto, tal
cual olas en el mar, las manos inquietas[2], la cara sencilla con un toque de belleza en
mármol, las piernas tipo Dalí, hombros pequeños y frágiles, ¡todo eso enmarcado
por una exquisita piel blanca!; aquello era cubierto por una camisa de cuadros
con varios colores y un mallon color morado o purpura que perfectamente me dejó
ver eso y mucho más.
Y ahí estaba yo
enfrente de Calixta. Ella tenía “reservado”
el lugar de junto para que viajara su maleta, pero había llegado y tenía que
moverse a otro lado por lo que pregunté ¿gusta que ponga su maleta en el
compartimiento de arriba? Ella dijo que sí, por lo que tomé su maleta y con
cuidado la puse en el compartimiento indicado. Me senté cómodamente, dando espacio a su lugar y
respetando la distancia entre los dos. Sentía
que si rozaba aquella hermosa sustantividad humana sería mi fin. Para aliviar un poco la tensión que sentía
comencé a preguntarle cosas que son algo obvias en esos viajes.
Yo - ¿Va a
Xallapan de los pescados o más adelante?
Calixta- Me dirijo a Xallapan de los pescados. ¿Cuántas horas se hace el camión?
Yo- Alrededor de
4 horas y media. Llegaremos a buena hora.
Calixta - ¿Eres
de ahí?
Fue esa última
pregunta que detonó la conversación tan larga que tuvimos. Al oírla hablar de inmediato pude reconocer
el acento de las personas oriundas del norte del país y esto lo confirmé cuándo
le pregunté de dónde era. Ella me explicó que viajaba a la ciudad para hacer
unos tramites relativos a una titulación, también que no conocía a nadie ahí,
ni tampoco tenía referencia alguna del lugar, fue así que la charla versó sobre
la ciudad, el clima, la comida, los lugares para visitar, las costumbres raras
de los nativos de Xallapan de los pescados, entre otras cosas. Aquella voz alegraba mi oído embelesándome con ese acento tan
particular. Un tema llevó a otro y éste
a cosas más personales en donde pude
enterarme, y gracias a mi poder toastmaster,
que le gustaba la pintura, el arte, los colores y que no tenía televisión.
Entonces fue
cuando mi daemon empezó a
manifestarse. Le dije que si necesitaba
alguna ayuda podía contar conmigo, es decir, si procuraba alguna orientación
sobre la universidad o los lugares más concurridos de la ciudad podía preguntar
e incluso me ofrecí a llevarla a su hospedaje. Ella aceptó con gusto y pronto
intercambiamos números telefónicos. Recuerdo que nos despedimos afuera de la
terminal de Xallapan de los pescados; ella se fue a realizar sus trámites
administrativos y yo me fui a trabajar a la escuela donde impartía clases. Por la noche el Tao empezó a fluir otra vez.
Nos saludamos por mensaje, como ahora se acostumbra, para saber cómo estábamos
y de cómo había sido el día. Todo fluyó en la normalidad. Después de esos pequeños saludos nocturnos se
sobrevino la charla intensamente larga, la noche pasó tan rápido que cuando me
vi el reloj ya era la hora de que las almas salieran a penar, o eso dicen las
abuelitas. Por lo que nos despedimos, no
sin antes quedarnos de ver en el café del centro de la ciudad.
Acudí puntual a
la cita. Platicamos de varias cosas y nos dimos cuentas que había algunas cosas
interesantes que compartir, por ejemplo: me hablaba de pintura, escultura,
teatro, cine, entre otras cosas que me llaman demasiado la atención, a las
cuales puedo prestarles atención por largas horas. Ella me parecía una persona
interesante, aunque con un toque de suavidad tropical. Horas pasaron, así como
los cafés, después decidimos salir a caminar por la bella ciudad encontrando
varios parques para poder seguir la charla. Ahí fue cuando la vi detenidamente.
Y supe que Calixta era un agente creador de impresiones pictóricas. Calixta era
muralista.
Me contó que su
familia tenía miembros a los cuales el arte había llamado para servir como
instrumento de expresión en éste mundo tan descolorido. Su madre, padre y
hermana gemela sentía la necesidad de expresar a través de las formas y los
colores sus sentimientos. Por eso ella tan suave y tropical. Eso era lo que me
agradaba. Además de la unión de materia y forma, o el synolón como dicen los griegos.
No sé en qué
momento su acento típicamente norteño me enamoró, por lo cual tuve la osadía de
pedirle que me hiciera “suyo”. Digo suyo porque eso fue lo que ella me hizo esa
noche. Recuerdo levemente que me tomó entre sus piernas de una manera tan
cálida que era imposible resistirla, además su olor era tan agradable que no se
necesitaban ser un gran experto en perfumes para saber que aquella fragancia
podía domesticar a cualquier fiera. Eso me hizo. Su piel blanca me atrapó de
tal manera que no supe que hacer, temblaba de emoción al verle toda desnuda en
la cama esperando mis ansias locas de entrar en su parte más inhóspita. Ella como toda experta en las artes de amar,
me dijo “tranquilo, ve despacio que tenemos toda la noche para hacernos de
todo, pero recuerda que mañana ya no estaré aquí, por lo que entre más
lento de mejor manera me vas a recordar”;
así fue: ¡la noche se me hizo tan corta, porque el embrujo de su perfume junto
con su piel, me hizo desfallecer de cansancio a tal forma que mis energías se
acabaron en aproximadamente 240 minutos! Hermosa mujer de cuatro décadas que en
un instante me destrozó por dentro y por fuera.
El día nació
como siempre. El sol apareció en mi rostro. Calixta se había puesto más bella
que nunca, olía tan rico como en la noche. Tenía en la puerta dos pequeñas
maletas en las cuales llevaba su ropa y recuerdos de la ciudad, para ser más
exactos café de la región, los cuales cuidaba con gran recelo. Se marchó dejándome un beso con saber a su
recuerdo.
Yo - ¿Dónde está
Calixta?
Daemon- Sólo sé
que no está aquí, pero que dentro de mi sigue su fragancia, ¡su suavidad
tropical!
[1]
Cabe mencionar que siempre que viajo en autobús trato de escoger los asientos
de enfrente ya que me gusta ir viendo el paisaje además de la carretera. Y por lo regular, me es incómodo viajar en
los últimos asientos del camión.
[2]Después
supe que aquellas manos tenían el don de crear murales, también de forjar
esculturas, alebrijes y demás cosas que los mortales llaman arte.
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