Ana Ixchel Sánchez Lira
Desde que era chiquita, como una ardillita, Saraí es una niña muy fuerte y muy lista. Hace dos semanas que cumplió 9 años y ya se siente grande.
Siempre ha sido alegre y muy traviesa, ¡pobres de sus abuelos que la cuidan diariamente! Le gusta mucho hacer experimentos, como esa vez que probó qué pasaba si le echaba una pastilla de menta y bicarbonato a un refresco luego de agitarlo. Fue una explosión tan genial que Saraí salió corriendo, riéndose y aplaudiendo como monita.
Hace unas semanas, en el árbol de su patio descubrió a un montón de orugas que se estaban juntando, como si las hubieran invitado a una fiesta. En la tarde ya eran muchas bien amontonadas que formaron un gran círculo. ¿Qué estarán haciendo?, pensó Saraí y decidió que su nuevo proyecto científico sería vigilarlas todos los días.
Todas las mañanas las revisaba antes de irse a la escuela y vio cómo poco a poco se convirtieron en capullos cafés. Algunos ya estaban un poco transparentes y adentro se veían unas alitas de colores, y ella estaba emocionada por ver cuando salieran las mariposas. Todo iba bien hasta que un día en la escuela, Saraí vio algo que no le gustó: unos niños de 6º molestaron a su compañera Marisela, sólo porque no podía cargar la compu de la maestra. Y en lugar de ayudarla, le decían que era “débil como niña”.
Después, a la salida, se fue con una amiga porque su mamá no podía ir a buscarla. Llegando a su casa, Saraí vio que la hermana de su amiga estaba muy triste porque no la habían aceptado en un trabajo de mecánica, aunque es muy buena componiendo los coches y le gusta inventar nuevas máquinas. Todo porque es mujer.
No se vale, eso no es justo, pensó Saraí.
Cuando llegó a su casa estaba enojada, furiosa. Después de terminar su tarea, buscó en internet y encontró muchas cosas sobre la discriminación contra las mujeres y las niñas, y se dio cuenta de que muchas personas lo ven normal. Y eso la puso muy triste.
Para sentirse mejor fue a revisar sus capullos y a cantarles una canción de Totoro para animarlas a salir, pero todavía no estaban listas. Así que se sentó en su banquito azul a cuidarlas un rato y volvió a pensar en Marisela y en la hermana de su amiga, y se volvió a entristecer porque una niña pequeña como ella no podía cambiar las cosas.
Cerró los ojos para limpiarse las lágrimas y al abrirlos vio que estaba sobre el tronco del árbol, porque se había convertido en una oruguita gris, un poco peluda y con muchas patitas, que avanzaba por el tronco hasta que encontró un lugarcito cómodo junto a otras oruguitas. Cada vez que aprendía algo nuevo, sentía que se formaba una capita encima de su cuerpo, y así pasó el tiempo y mientras más aprendía se le iban formando más y más capas, hasta que se le hizo un capullo brillante.
Entonces los capullos que había alrededor de ella se empezaron a mover y vio cómo se rompían de un ladito y empezaban a salir mariposas, que primero sacaban la cabeza y después las alitas arrugadas y pegadas alrededor de su cuerpo. Poco a poco las mariposas abrieron sus alas, que eran negras con rayitas anaranjadas y azules, y esperaron a que se secaran con el viento y con el sol, sosteniéndose con sus patitas del capullo.
¡Qué bonito!, pensó Saraí la oruguita-capullo, abriendo los ojos como gatito bebé para fijarse bien. Entonces vio que las mariposas tenían caras que ella conocía: ahí estaba su mamá, que trabaja y la quiere mucho, su hermana mayor que va a ser doctora, sus tías que son maestras y las que trabajan en una tienda muy grande. También sus abuelitas, que la consienten y cocinan muy rico, y tejen y bordan para los bebés. Y sus bisabuelas, que fueron muy valientes y cariñosas.
Había más mujeres mariposas, muchísimas, como sus maestras del kínder y la primaria, y otras escritoras, y arquitectas, y dentistas, y artistas, y deportistas que hacían gimnasia y también corrían, y mecánicas, ingenieras y también científicas, y de todas las profesiones.
Al verlas volar, Saraí se dio cuenta de que los que discriminan a las mujeres no tienen razón porque todas las mujeres son valientes y fuertes, inteligentes y trabajadoras, y pueden hacer todo lo que se propongan. ¡Entonces ella puede enseñarle a sus compañeros que las mujeres y los hombres somos iguales, que merecemos respeto y tenemos los mismos derechos!
Saraí decidió que va a ser maestra para educar a todas las personas y acabar con esa discriminación. Se sintió tan contenta que en ese momento su capullo se empezó a romper y ella se despertó.
¡Fue un sueño!, dijo Saraí sorprendida. Entonces vio que su árbol estaba lleno de mariposas, que salieron volando todas juntas alrededor de ella y otra vez se sintió muy feliz. En el futuro, ella va a cambiar el mundo.
Semblanza.
Ana Ixchel Sánchez Lira cursa el cuarto de año de primaria en la escuela “Dr. Rafael Lucio” y tiene nueve años. Con “Mujeres-mariposas” resultó ganadora del concurso de cuento del Instituto Municipal de la Mujeres de Xalapa, el pasado mes de octubre, en la categoría de 9 a 12 años.
Desde que era chiquita, como una ardillita, Saraí es una niña muy fuerte y muy lista. Hace dos semanas que cumplió 9 años y ya se siente grande.
Siempre ha sido alegre y muy traviesa, ¡pobres de sus abuelos que la cuidan diariamente! Le gusta mucho hacer experimentos, como esa vez que probó qué pasaba si le echaba una pastilla de menta y bicarbonato a un refresco luego de agitarlo. Fue una explosión tan genial que Saraí salió corriendo, riéndose y aplaudiendo como monita.
Hace unas semanas, en el árbol de su patio descubrió a un montón de orugas que se estaban juntando, como si las hubieran invitado a una fiesta. En la tarde ya eran muchas bien amontonadas que formaron un gran círculo. ¿Qué estarán haciendo?, pensó Saraí y decidió que su nuevo proyecto científico sería vigilarlas todos los días.
Todas las mañanas las revisaba antes de irse a la escuela y vio cómo poco a poco se convirtieron en capullos cafés. Algunos ya estaban un poco transparentes y adentro se veían unas alitas de colores, y ella estaba emocionada por ver cuando salieran las mariposas. Todo iba bien hasta que un día en la escuela, Saraí vio algo que no le gustó: unos niños de 6º molestaron a su compañera Marisela, sólo porque no podía cargar la compu de la maestra. Y en lugar de ayudarla, le decían que era “débil como niña”.
Después, a la salida, se fue con una amiga porque su mamá no podía ir a buscarla. Llegando a su casa, Saraí vio que la hermana de su amiga estaba muy triste porque no la habían aceptado en un trabajo de mecánica, aunque es muy buena componiendo los coches y le gusta inventar nuevas máquinas. Todo porque es mujer.
No se vale, eso no es justo, pensó Saraí.
Cuando llegó a su casa estaba enojada, furiosa. Después de terminar su tarea, buscó en internet y encontró muchas cosas sobre la discriminación contra las mujeres y las niñas, y se dio cuenta de que muchas personas lo ven normal. Y eso la puso muy triste.
Para sentirse mejor fue a revisar sus capullos y a cantarles una canción de Totoro para animarlas a salir, pero todavía no estaban listas. Así que se sentó en su banquito azul a cuidarlas un rato y volvió a pensar en Marisela y en la hermana de su amiga, y se volvió a entristecer porque una niña pequeña como ella no podía cambiar las cosas.
Cerró los ojos para limpiarse las lágrimas y al abrirlos vio que estaba sobre el tronco del árbol, porque se había convertido en una oruguita gris, un poco peluda y con muchas patitas, que avanzaba por el tronco hasta que encontró un lugarcito cómodo junto a otras oruguitas. Cada vez que aprendía algo nuevo, sentía que se formaba una capita encima de su cuerpo, y así pasó el tiempo y mientras más aprendía se le iban formando más y más capas, hasta que se le hizo un capullo brillante.
Entonces los capullos que había alrededor de ella se empezaron a mover y vio cómo se rompían de un ladito y empezaban a salir mariposas, que primero sacaban la cabeza y después las alitas arrugadas y pegadas alrededor de su cuerpo. Poco a poco las mariposas abrieron sus alas, que eran negras con rayitas anaranjadas y azules, y esperaron a que se secaran con el viento y con el sol, sosteniéndose con sus patitas del capullo.
¡Qué bonito!, pensó Saraí la oruguita-capullo, abriendo los ojos como gatito bebé para fijarse bien. Entonces vio que las mariposas tenían caras que ella conocía: ahí estaba su mamá, que trabaja y la quiere mucho, su hermana mayor que va a ser doctora, sus tías que son maestras y las que trabajan en una tienda muy grande. También sus abuelitas, que la consienten y cocinan muy rico, y tejen y bordan para los bebés. Y sus bisabuelas, que fueron muy valientes y cariñosas.
Había más mujeres mariposas, muchísimas, como sus maestras del kínder y la primaria, y otras escritoras, y arquitectas, y dentistas, y artistas, y deportistas que hacían gimnasia y también corrían, y mecánicas, ingenieras y también científicas, y de todas las profesiones.
Al verlas volar, Saraí se dio cuenta de que los que discriminan a las mujeres no tienen razón porque todas las mujeres son valientes y fuertes, inteligentes y trabajadoras, y pueden hacer todo lo que se propongan. ¡Entonces ella puede enseñarle a sus compañeros que las mujeres y los hombres somos iguales, que merecemos respeto y tenemos los mismos derechos!
Saraí decidió que va a ser maestra para educar a todas las personas y acabar con esa discriminación. Se sintió tan contenta que en ese momento su capullo se empezó a romper y ella se despertó.
¡Fue un sueño!, dijo Saraí sorprendida. Entonces vio que su árbol estaba lleno de mariposas, que salieron volando todas juntas alrededor de ella y otra vez se sintió muy feliz. En el futuro, ella va a cambiar el mundo.
Semblanza.
Ana Ixchel Sánchez Lira cursa el cuarto de año de primaria en la escuela “Dr. Rafael Lucio” y tiene nueve años. Con “Mujeres-mariposas” resultó ganadora del concurso de cuento del Instituto Municipal de la Mujeres de Xalapa, el pasado mes de octubre, en la categoría de 9 a 12 años.
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