Fabiola Aranza Muñoz
Mucho antes de nacer
Vincent, alguien le dijo a sus padres que el era diferente, distinto al común
de todos esos niños que vemos a diario en cualquier lado, solo pasó un tiempo
para que ellos se dieran cuenta de que ese alguien tuvo razón, aunque nadie
determinaba entonces que un genio en toda la extensión de la palabra, había
nacido y estaba ya entre nosotros.
Vincent nació con el
universo en la mirada, es a través de ella que percibe lo que existe a su
alrededor, sus ojos escudriñan como quien necesita mirar hacia adentro de
nosotros mismos, el ya contemplaba desde pequeño campanarios todas las mañanas
y comenzó a pintarlos, aunado a los volcanes, peces y trailers que inundaban su
imaginación y espacio, la pintura ya era parte de su vida, su misión en este,
el mundo que le tocó vivir y como muchos otros niños índigos, coexistiendo
entre nosotros sin que muchas veces lo sepamos.
Si su padre Hugo Curiel
comenzó a pintar a partir de una ruptura, era casi lógico que Vincent lo
hiciera creciendo en una galería que es su casa y su refugio, traza, colorea
lienzos indistintos; escucha la música de fondo, el niño crea su propio
espacio, el propio tal y como el contempla a los demás, desde su propia
trinchera, pensando al mismo tiempo en sus caracoles de mar, sus pollos, sus
plantas y su propio jardín con la sapiencia del que es adulto y todo lo tiene
bajo control, tiene la energía plasmada en sus manos, da espatulazos hacia la
vida, interactúa con un colibrí sin que nadie sepa comprenderlo, lo devuelve a
la libertad, se apega a la música clásica, no se deja guiar excepto por su propio
instinto, juega con el ritmo, desata guerras de colores en cada obra propia y
sorprende a todos cuando de modo súbito, comienza a leer una pequeña Biblia a
la que el llama amorosamente: “ El libro de Dios” y lee a modo intempestivo.
Quizás uno se pregunte
que es lo que descubre en cada fragmento leído, en que momento aquello que
llaman luz espiritual toca su frágil cuerpo, se inspira escuchando, el oído
fino es parte de su esencia.
Solo el permite que uno
indague en su aura, en su mundo como todos aquellos genios que hemos conocido a
lo largo de la historia, no podía ser diferente, ha decidido pintar dos cuadros
diarios para esta su primera exposición, tiene las miradas sobre su pequeña
persona pero no dice nada, guarda silencio, esboza una sonrisa, mira con
intensidad a quien lo descubre, hermana lazos con niños como el, amiga, sonríe
abiertamente y dan ganas de abrazarlo para reunir energía suficiente y entrar
en su mundo abstracto y portentoso.
Invita a quienes le
conocen a sabiendas de que su trabajo vale la pena, vuelve a sonreír para las
fotos, quizás está nervioso pero no lo denota, los adultos sí,aunque ya todo
fluye a su favor y su segundo nacimiento como artista plástico es inminente,
esta vez no solo están sus padres, sus hermanos, sus amigos, sino todos
aquellos que hemos tenido la fortuna de que se haya cruzado en nuestro camino,
lo celebro, me asomo a sus ojos, los de el, el niño índigo que escribe su
propia historia, que toma confianza y agradece los aplausos a sus logros,
aquellos que los simples mortales no conocen, de aquí al martes 1 de septiembre
en punto de las 5 de la tarde, cuando la Galería del Congreso del Estado abra
sus puertas para presentar oficialmente la obra de Vincent Curiel.
¿Quieren conocerlo?
Vayan agendando, no todos los días conocemos un niño genio, esta es nuestra
oportunidad de decir: Sí, le conozco, de aprender tanto como sea posible de lo
que pueda enseñarnos y fluir hacia el universo mismo, que al final, esas son
las genialidades de la vida que vale la pena experimentar, así que ¡por allá
nos vemos!
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