lunes, 21 de septiembre de 2015

Educación y valores, un binomio necesario.


Yasdeimi Ramirez González.
                             

La incorporación del individuo a la sociedad se opera a través de un proceso ininterrumpido que le permite adaptarse a la convivencia con  sus semejantes y,  a su vez, el aprendizaje de ciertas normas de comportamiento individual y colectivo, a este proceso suele denominarse como proceso de socialización.  En él corresponde a la práctica histórico-social un papel determinante.

La educación tiene entre sus finalidades que el proceso a través del cual el hombre se integra en la sociedad y se adapta a sus formas de vida se logre de manera completa, su objetivo supremo es la preparación general del individuo para su incorporación a la vida social, lo cual tiene siempre un carácter histórico-concreto.

Los cambios que suceden a lo largo del tiempo operan en diversas esferas de la vida y hacen necesario la modificación de aspectos y presupuestos en consonancia con los mismos.  Así, frente a los críticos y complejos problemas que tienen lugar en la sociedad, se atribuyen a la educación responsabilidades, misiones y roles de significativa trascendencia, que a su vez también están íntimamente relacionados al proceso de socialización.

Un enfoque centrado en el aprendizaje constaría de seis dimensiones en el proceso del avance humano, según Carneiro, (2001): aprender la condición humana; aprender una sabiduría moderna; aprender nuestra cultura original; aprender cómo procesar información y organizar el conocimiento; aprender a desarrollar una identidad vocacional y aprender el logro de la sabiduría; es decir, aprender a ser hombre y a convivir con los demás. Por eso hemos de ocuparnos de orientar el rumbo, no con el ánimo de trazar de antemano el camino y “cortarles las alas” sino con la intención de que el alumno se convierta en una persona capaz de tomar sus propias decisiones, para que sea capaz de identificar que el saber está en él y de pensar en cómo lo que está diciendo el maestro se relaciona con él y el impacto que tendrá sobre los demás; de tal forma que desde la institución se eduque a la sociedad.

Siendo así, el profesorado necesita estar formado para asumir su labor, la cual debe ser concebida como parte indisoluble del trabajo que éste realiza y como proceso de interacción.  En tal sentido, los docentes deben emplear en su trabajo de formación ético-cívica los recursos comunicativos de que disponen para todo su desempeño profesional. No puede pretenderse, sin embargo, el cumplimiento de esta misión, sin conocer qué acontece en el ámbito de la enseñanza, las opiniones del alumnado y profesorado sobre el proceso pedagógico, sin indagar los avances que hemos logrado y determinar cuánto aún nos queda por hacer.

Las expectativas que la sociedad tiene de la educación son cada vez mayores. La gran parte de las exigencias se concentran en el profesorado, que está llamado a llevar a la práctica los cambios que se esperan de las acciones educativas.  Paradójicamente, se complejiza el desempeño de las funciones docentes, pero se mantienen invariables otros elementos como su formación, condiciones laborales, etc.  En el caso del sector privado, no debe descuidarse el hecho de que el profesorado, en su gran mayoría, posee una escasa preparación pedagógica, porque no se han formado como docentes  antes de ejercer como tales.

Aunque se fijan nuevas demandas y retos, relacionados con propiciar una educación integral u holística que prepare al individuo para la comprensión de un mundo complejo y para interactuar en él, las maneras de enseñar, generalmente ajustadas a la tradición de la enseñanza disciplinar, se mantienen prácticamente  invariables, incluso desde la propia concepción del estado y las autoridades.

Actualmente volvemos una y otra vez a formularnos interrogantes como éstas: ¿Cuál es la finalidad de la educación y  cómo se relaciona con los valores? ¿Es la adaptación a la civilización moderna, y por consiguiente la preparación para participar en su actual curso de desarrollo? ¿O bien consiste en conseguir un perfeccionamiento sistemático en todos los campos que requieren un control juicioso?

El  hombre, en el proceso de educación asimila las nociones morales que la sociedad elabora.  A partir de esto es que puede regular su conducta y juzgar el significado moral de lo que acontece en su entorno, de manera que no sólo resulta objeto del control social, sino que a su vez es sujeto consciente.  Por tanto, una de las facetas del desarrollo de su personalidad es el desarrollo moral.

Como parte de sus objetivos, la educación debe formar la personalidad moral de los hombres, pero también la labor del maestro está guiada por categorías morales que definen su actuación, las actitudes y cualidades que debe poseer para garantizar el cumplimiento de sus funciones y la apropiación por sus alumnos de los contenidos que imparte (incluidos los de valor).

De ahí que una finalidad del proceso de educación, tanto formal o institucionalizado como espontáneo, es lograr la concordancia de la conducta de cada individuo con los intereses de sus semejantes y los de la sociedad en su conjunto.

La relación entre personalidad y sociedad en esta esfera se manifiesta, de un lado, (personalidad) por la predisposición a aceptar las exigencias sociales, de modo que pueda obtener el apoyo de esa comunidad y, de otro, (sociedad) en forma de sistema de normas sociales que orientan a la personalidad en la toma de decisiones morales y de garantía de aprobación y respaldo de la opinión pública. Para la práctica educativa resulta un asunto de primer orden investigar el mecanismo a través del cual la conciencia moral del hombre influye en su conducta, tanto como el análisis de los métodos, medios  y procedimientos que deben emplear los agentes educativos para  ejercer su influencia en los educandos.

En nuestra opinión, el contenido de los valores está determinado, en primer término, por las necesidades sociales, toda vez que la sociedad en su conjunto o grandes grupos de hombres (clases o grupos sociales) intervienen como sujeto valorante; sin embargo, es preciso comprender que como sujeto de valoración pueden intervenir no sólo la sociedad y los grupos humanos, sino también el individuo.

El individuo, a cada instante, en cada situación de su vida valora los objetos del mundo circundante, siempre desde su perspectiva, sus necesidades.  No obviamos aquí el hecho de que estas valoraciones  individuales pueden o no estar en correspondencia con las que realiza la sociedad o la clase a la que pertenecen.

Sólo en la relación sujeto-objeto que se da en la actividad práctica de los hombres surgen los valores, por ello, consideramos que al ser la práctica donde el hombre comprueba la veracidad de sus representaciones es la práctica humana la que determina sobre los valores que guían la actividad de los individuos, por lo tanto, el proceso de formación de valores transcurre como un proceso práctico, por lo que los valores que se enseñan tienen que estar ajustados al tiempo y lugar en que tiene lugar la acción educativa.

Los valores, por lo anteriormente explicado, no tienen existencia fuera de la sociedad, poseen un carácter histórico-concreto, de ahí que en diferentes épocas, contextos y condiciones históricas, la significación de objetos y fenómenos puede variar, con lo que objetos que durante un largo período de tiempo se consideraban valores pueden dejar de serlo en otras circunstancias, del mismo modo que objetos que poseen  en un contexto gran significación pueden carecer absolutamente de significación en otros, o llegar a tener una mayor significación.

Siendo así consideraremos los valores como aquella significación social que desempeña un papel positivo en el desarrollo social y que constituyen, para los individuos proyectos ideales de comportarse. 

En este sentido, la educación está llamada a proporcionar esos proyectos ideales que han de guiar su conducta como profesionales y ciudadanos y que se sitúan a tono con el desarrollo, de manera que contribuyan a su avance.

Los valores son fuerzas orientadoras de la acción y están estrechamente relacionados con las valoraciones, por lo que no hay valor sin valoración ni valoración sin valor. (Vásquez, 2002)

La relación entre educación y valores constituye, en estas condiciones, un desafío. La educación es un proceso de mejora de la persona que trasciende los límites del período escolar, sin embargo, esto no exime a la institución escolar de sus funciones, ni de los retos que implica asumirlas en este momento.

La educación históricamente se ha encargado de formar a las personas para su convivencia con los demás y para que constituyan pilares importantes en el mantenimiento y preservación de lo que es considerado como bueno y valioso. 

Hoy día la sociedad humana asiste a lo que universalmente ha sido reconocido como cierta "crisis" o "quiebra" de valores, o al menos a la ruptura de ciertas escalas o jerarquías de valores aceptadas por mucho tiempo como estables y definitivas y que se cuestionan, cuando no han perdido absolutamente credibilidad.  ¿Qué hacer ante tal situación? No existe una única respuesta para tal interrogante.

De acuerdo a lo que se ha venido describiendo, no es posible considerar que los valores se adquieren o se forman de una vez, y que son inmutables, sino que partimos de la  consideración de que éstos se adquieren y se configuran a lo largo  de toda la vida y que en cada etapa de ésta los individuos entran en juego con un conjunto de valores que expresan cómo ven el mundo y se sitúan en  él. Siendo así no estamos hablando exactamente de una crisis sino de una reestructuración en el qué y el cómo comprender y asumir los nuevos cambios sociales y contextuales.

El hombre es un ser perfectible y la educación constituye una tarea perfectiva.  Este reconocimiento  confiere a la relación entre educación y valores una mayor preponderancia en las discusiones acerca del lugar y papel de la educación que es considerada, con razón, como una de las vías que garantiza el cambio hacia posturas positivas cuando la sociedad humana parece amenazada por la irracionalidad, en tales circunstancias el sistema educacional debe postular una educación ética que fundamente y posibilite que el género humano no se autodestruya, sino que perdure y pueda alcanzar un desarrollo superior.

La institución escolar en general no puede concebirse como un sistema autónomo, situado al margen de  lo que  acontece en la vida social. Lejos de eso, representa un factor clave en la continuidad del sistema social, y a su vez, en la transformación y cambio de la misma sociedad (Ortega, et al., 1996).

La educación contribuye a la preservación y desarrollo de los sistemas sociales que la prefiguran, en tal sentido, la sociedad le fija  a la educación su contenido axiológico.  Esto hace que la educación desempeñe un rol innegable en el proceso de formación de valores, lo cual puede verificarse de manera consciente y planificada o espontánea e inconsciente.  La educación constituye, pues, una herramienta insustituible en la difusión e internalización de valores éticos porque su contenido es la configuración de la mentalidad y la personalidad social de las nuevas generaciones.

Independientemente  de la significación que se atribuye hoy a  la llamada  educación en valores, hay autores como Ortega, et al., (1996 : 9)que apuntan  hacia  la existencia aquí de una redundancia y, en tal sentido, afirman: " (...) cuando  hablamos  de  educación necesariamente nos referimos a los valores, a  algo valioso que queremos que se produzca en los educandos. De otro modo,  no habría un acto educativo..."

Si pensamos que el propósito de la educación es preparar personas competentes, hay que partir de la sociedad en que vivimos y de las necesidades reales para poder decidir cómo dar tratamiento al contenido de la enseñanza; hay que saber en qué mundo estamos para poder discernir entre lo deseable y lo posible.

Las instituciones educativas educan a la sociedad y desde este planteamiento queda implícito el binomio entre ésta y los valores. La construcción de una sociedad del conocimiento tiene como eje fundamental a la educación. Frente a la mundialización o globalización financiera capitalista actual, la educación es un tema que debe abordarse en todos los países y regiones del mundo, tanto para considerar nuevos paradigmas educativos como de comunicación.

Con la misma importancia deben incluirse aquellas características locales indispensables para que la educación sea de calidad, y con las características culturales que mantengan un sano equilibrio entre la modernidad y la tradición, entre lo global y lo local, para una sociedad mundial y una comunidad local, ambas de progreso para el bienestar y la convivencia.

La educación como proceso es, además, permanente. Esto indica que debe transcurrir durante toda la vida.  Es la construcción continua de la persona, de su saber y de sus aptitudes, de su facultad crítica, de sus actitudes y su capacidad de actuar; todo ello debe habilitarnos para desarrollar una conciencia crítica sobre nosotros mismos y para fomentar nuestra plena participación en el trabajo y en la sociedad. De aquí la importancia de dirigir los planes educativos hacia una «sociedad educativa y educada» para el siglo que recién comienza, una sociedad basada y sustentada en unos valores modernos, adaptados a las nuevas realidades y escenarios.






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