Yasdeimi Ramirez González.
La incorporación del individuo a la
sociedad se opera a través de un proceso ininterrumpido que le permite
adaptarse a la convivencia con sus
semejantes y, a su vez, el aprendizaje
de ciertas normas de comportamiento individual y colectivo, a este proceso
suele denominarse como proceso de socialización. En él corresponde a la práctica histórico-social
un papel determinante.
La educación tiene entre sus
finalidades que el proceso a través del cual el hombre se integra en la sociedad
y se adapta a sus formas de vida se logre de manera completa, su objetivo
supremo es la preparación general del individuo para su incorporación a la vida
social, lo cual tiene siempre un carácter histórico-concreto.
Los cambios que suceden a lo largo
del tiempo operan en diversas esferas de la vida y hacen necesario la
modificación de aspectos y presupuestos en consonancia con los mismos. Así, frente a los críticos y complejos problemas
que tienen lugar en la sociedad, se atribuyen a la educación responsabilidades,
misiones y roles de significativa trascendencia, que a su vez también están
íntimamente relacionados al proceso de socialización.
Un enfoque centrado en el
aprendizaje constaría de seis dimensiones en el proceso del avance humano,
según Carneiro, (2001): aprender la condición humana; aprender una sabiduría
moderna; aprender nuestra cultura original; aprender cómo procesar información
y organizar el conocimiento; aprender a desarrollar una identidad vocacional y
aprender el logro de la sabiduría; es decir, aprender a ser hombre y a convivir
con los demás. Por eso hemos de ocuparnos de orientar el rumbo, no con el ánimo
de trazar de antemano el camino y “cortarles las alas” sino con la intención de
que el alumno se convierta en una persona capaz de tomar sus propias
decisiones, para que sea capaz de identificar que el saber está en él y de
pensar en cómo lo que está diciendo el maestro se relaciona con él y el impacto
que tendrá sobre los demás; de tal forma que desde la institución se eduque a
la sociedad.
Siendo así, el profesorado necesita
estar formado para asumir su labor, la cual debe ser concebida como parte
indisoluble del trabajo que éste realiza y como proceso de interacción. En tal sentido, los docentes deben emplear en
su trabajo de formación ético-cívica los recursos comunicativos de que disponen
para todo su desempeño profesional. No puede pretenderse, sin embargo, el
cumplimiento de esta misión, sin conocer qué acontece en el ámbito de la
enseñanza, las opiniones del alumnado y profesorado sobre el proceso
pedagógico, sin indagar los avances que hemos logrado y determinar cuánto aún
nos queda por hacer.
Las expectativas que la sociedad tiene
de la educación son cada vez mayores. La gran parte de las exigencias se concentran
en el profesorado, que está llamado a llevar a la práctica los cambios que se
esperan de las acciones educativas. Paradójicamente,
se complejiza el desempeño de las funciones docentes, pero se mantienen invariables
otros elementos como su formación, condiciones laborales, etc. En el caso del sector privado, no debe descuidarse
el hecho de que el profesorado, en su gran mayoría, posee una escasa preparación
pedagógica, porque no se han formado como docentes antes de ejercer como tales.
Aunque se fijan nuevas demandas y
retos, relacionados con propiciar una educación integral u holística que
prepare al individuo para la comprensión de un mundo complejo y para interactuar
en él, las maneras de enseñar, generalmente ajustadas a la tradición de la
enseñanza disciplinar, se mantienen prácticamente invariables, incluso desde la propia
concepción del estado y las autoridades.
Actualmente volvemos una y otra vez
a formularnos interrogantes como éstas: ¿Cuál es la finalidad de la educación
y cómo se relaciona con los valores? ¿Es
la adaptación a la civilización moderna, y por consiguiente la preparación para
participar en su actual curso de desarrollo? ¿O bien consiste en conseguir un
perfeccionamiento sistemático en todos los campos que requieren un control
juicioso?
El
hombre, en el proceso de educación asimila las nociones morales que la
sociedad elabora. A partir de esto es
que puede regular su conducta y juzgar el significado moral de lo que acontece
en su entorno, de manera que no sólo resulta objeto del control social, sino
que a su vez es sujeto consciente. Por
tanto, una de las facetas del desarrollo de su personalidad es el desarrollo
moral.
Como parte de sus objetivos, la
educación debe formar la personalidad moral de los hombres, pero también la
labor del maestro está guiada por categorías morales que definen su actuación,
las actitudes y cualidades que debe poseer para garantizar el cumplimiento de
sus funciones y la apropiación por sus alumnos de los contenidos que imparte
(incluidos los de valor).
De ahí que una finalidad del
proceso de educación, tanto formal o institucionalizado como espontáneo, es
lograr la concordancia de la conducta de cada individuo con los intereses de
sus semejantes y los de la sociedad en su conjunto.
La relación entre personalidad y
sociedad en esta esfera se manifiesta, de un lado, (personalidad) por la
predisposición a aceptar las exigencias sociales, de modo que pueda obtener el
apoyo de esa comunidad y, de otro, (sociedad) en forma de sistema de normas
sociales que orientan a la personalidad en la toma de decisiones morales y de garantía
de aprobación y respaldo de la opinión pública. Para la práctica educativa
resulta un asunto de primer orden investigar el mecanismo a través del cual la conciencia
moral del hombre influye en su conducta, tanto como el análisis de los métodos,
medios y procedimientos que deben
emplear los agentes educativos para
ejercer su influencia en los educandos.
En nuestra opinión, el contenido de
los valores está determinado, en primer término, por las necesidades sociales,
toda vez que la sociedad en su conjunto o grandes grupos de hombres (clases o
grupos sociales) intervienen como sujeto valorante; sin embargo, es preciso
comprender que como sujeto de valoración pueden intervenir no sólo la sociedad
y los grupos humanos, sino también el individuo.
El individuo, a cada instante, en
cada situación de su vida valora los objetos del mundo circundante, siempre
desde su perspectiva, sus necesidades.
No obviamos aquí el hecho de que estas valoraciones individuales pueden o no estar en correspondencia
con las que realiza la sociedad o la clase a la que pertenecen.
Sólo en la relación sujeto-objeto
que se da en la actividad práctica de los hombres surgen los valores, por ello,
consideramos que al ser la práctica donde el hombre comprueba la veracidad de
sus representaciones es la práctica humana la que determina sobre los valores
que guían la actividad de los individuos, por lo tanto, el proceso de formación
de valores transcurre como un proceso práctico, por lo que los valores que se
enseñan tienen que estar ajustados al tiempo y lugar en que tiene lugar la
acción educativa.
Los valores, por lo anteriormente explicado,
no tienen existencia fuera de la sociedad, poseen un carácter histórico-concreto,
de ahí que en diferentes épocas, contextos y condiciones históricas, la
significación de objetos y fenómenos puede variar, con lo que objetos que
durante un largo período de tiempo se consideraban valores pueden dejar de
serlo en otras circunstancias, del mismo modo que objetos que poseen en un contexto gran significación pueden
carecer absolutamente de significación en otros, o llegar a tener una mayor
significación.
Siendo así consideraremos los
valores como aquella significación social que desempeña un papel positivo en el
desarrollo social y que constituyen, para los individuos proyectos ideales de
comportarse.
En este sentido, la educación está llamada
a proporcionar esos proyectos ideales que han de guiar su conducta como
profesionales y ciudadanos y que se sitúan a tono con el desarrollo, de manera
que contribuyan a su avance.
Los valores son fuerzas orientadoras
de la acción y están estrechamente relacionados con las valoraciones, por lo
que no hay valor sin valoración ni valoración sin valor. (Vásquez, 2002)
La relación entre educación y
valores constituye, en estas condiciones, un desafío. La educación es un proceso
de mejora de la persona que trasciende los límites del período escolar, sin
embargo, esto no exime a la institución escolar de sus funciones, ni de los
retos que implica asumirlas en este momento.
La educación históricamente se ha
encargado de formar a las personas para su convivencia con los demás y para que
constituyan pilares importantes en el mantenimiento y preservación de lo que es
considerado como bueno y valioso.
Hoy día la sociedad humana asiste a
lo que universalmente ha sido reconocido como cierta "crisis" o
"quiebra" de valores, o al menos a la ruptura de ciertas escalas o jerarquías
de valores aceptadas por mucho tiempo como estables y definitivas y que se
cuestionan, cuando no han perdido absolutamente credibilidad. ¿Qué hacer ante tal situación? No existe una
única respuesta para tal interrogante.
De acuerdo a lo que se ha venido
describiendo, no es posible considerar que los valores se adquieren o se forman
de una vez, y que son inmutables, sino que partimos de la consideración de que éstos se adquieren y se
configuran a lo largo de toda la vida y
que en cada etapa de ésta los individuos entran en juego con un conjunto de valores
que expresan cómo ven el mundo y se sitúan en
él. Siendo así no estamos hablando exactamente de una crisis sino de una
reestructuración en el qué y el cómo comprender y asumir los nuevos cambios
sociales y contextuales.
El hombre es un ser perfectible y
la educación constituye una tarea perfectiva.
Este reconocimiento confiere a la
relación entre educación y valores una mayor preponderancia en las discusiones
acerca del lugar y papel de la educación que es considerada, con razón, como
una de las vías que garantiza el cambio hacia posturas positivas cuando la
sociedad humana parece amenazada por la irracionalidad, en tales circunstancias
el sistema educacional debe postular una educación ética que fundamente y
posibilite que el género humano no se autodestruya, sino que perdure y pueda
alcanzar un desarrollo superior.
La institución escolar en general
no puede concebirse como un sistema autónomo, situado al margen de lo que
acontece en la vida social. Lejos de eso, representa un factor clave en
la continuidad del sistema social, y a su vez, en la transformación y cambio de
la misma sociedad (Ortega, et al., 1996).
La educación contribuye a la preservación
y desarrollo de los sistemas sociales que la prefiguran, en tal sentido, la
sociedad le fija a la educación su
contenido axiológico. Esto hace que la
educación desempeñe un rol innegable en el proceso de formación de valores, lo cual
puede verificarse de manera consciente y planificada o espontánea e inconsciente. La educación constituye, pues, una
herramienta insustituible en la difusión e internalización de valores éticos
porque su contenido es la configuración de la mentalidad y la personalidad
social de las nuevas generaciones.
Independientemente de la significación que se atribuye hoy
a la llamada educación en valores, hay autores como
Ortega, et al., (1996 : 9)que apuntan
hacia la existencia aquí de una
redundancia y, en tal sentido, afirman: " (...) cuando hablamos
de educación necesariamente nos
referimos a los valores, a algo valioso
que queremos que se produzca en los educandos. De otro modo, no habría un acto educativo..."
Si pensamos que el propósito de la
educación es preparar personas competentes, hay que partir de la sociedad en
que vivimos y de las necesidades reales para poder decidir cómo dar tratamiento
al contenido de la enseñanza; hay que saber en qué mundo estamos para poder
discernir entre lo deseable y lo posible.
Las instituciones educativas educan
a la sociedad y desde este planteamiento queda implícito el binomio entre ésta
y los valores. La construcción de una sociedad del conocimiento tiene como eje fundamental
a la educación. Frente a la mundialización o globalización financiera
capitalista actual, la educación es un tema que debe abordarse en todos los
países y regiones del mundo, tanto para considerar nuevos paradigmas educativos
como de comunicación.
Con la misma importancia deben incluirse
aquellas características locales indispensables para que la educación sea de
calidad, y con las características culturales que mantengan un sano equilibrio
entre la modernidad y la tradición, entre lo global y lo local, para una
sociedad mundial y una comunidad local, ambas de progreso para el bienestar y
la convivencia.
La educación como proceso es, además,
permanente. Esto indica que debe transcurrir durante toda la vida. Es la construcción continua de la persona, de
su saber y de sus aptitudes, de su facultad crítica, de sus actitudes y su
capacidad de actuar; todo ello debe habilitarnos para desarrollar una
conciencia crítica sobre nosotros mismos y para fomentar nuestra plena
participación en el trabajo y en la sociedad. De aquí la importancia de dirigir
los planes educativos hacia una «sociedad educativa y educada» para el siglo
que recién comienza, una sociedad basada y sustentada en unos valores modernos,
adaptados a las nuevas realidades y escenarios.
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