Héctor Leonel Reyes Mora
No
es el espejo que deforma,
las
sandalias han sido veneradas por la montaña,
por
la oceánica duda del arroyuelo,
contra
el árbol el pelo en su sombra es ternura de insectos,
el
campo florido concede fotos de flores amarillas,
el
cielo es una mancha gris sobre un lienzo de seda blanca,
de
rodillas los huecos de los animales subterráneos
desglosan
más negrura contra las hormigas,
todo
en derredor es azul,
la
hora retorna a su lecho terroso,
no
es la jaula de culpas una mueca contra la conciencia,
es
la paz que se encumbra sigilosa en su perdón conquistado,
no
es el odio disperso de la noche en que ya no obedeciste
los
estúpidos mandatos,
alguien
descubriría lo imposible sintiendo el asfalto caliente
que
a lo lejos deja transitar viajeros hacia la nada,
se
despierta un íntimo fulgor
sobre
el follaje conmovido,
el
viento hace rondas infantiles que disipan otra vez la guillotina
instantánea
de la conmiseración,
invisibilidad
de saberse otra vez diestro en un sinfín de alteraciones,
hay
gotas que derraman un dulce desatino,
beber
la luz que insiste en borrar la figura que la zahiere,
bastara
dar unos pasos,
las
huellas marcadas sobre la tela de arenisca convaleciente,
las
grietas de las rocas desgastadas por vientres de reptiles
en
detenida evolución,
¿la
discordia fenece cuando el pan desgranado
alimenta
tus labios con el dulce estertor del adiós?
para
el cielo apenas un minúsculo ser opta por declinar,
de
rodillas sobre la espesura que las mantiene intactas,
si
en este momento pensaras en quien dislocó tus certezas
saltarían
en esquirlas contra el horizonte que se desteje
con
presagios incompletos los terrores más lujosos de tu estirpe,
sin
embargo nada, nadie culmina su egoísmo recusando civilidad.
no
es el espejo, no son sus miradas sin pestañear
las
que incineran mi apariencia,
no
hay espejo,
no
hay quien se mire,
no
hay hoja que palpe esta escritura.
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