Juan Francisco Gaspar
Velazco
Desasociados,
desintegrados, despedazados, fragmentados, mutilados, así estamos en este tiempo en el que la muerte, la angustia y la
desolación están constantemente mostrándonos su rostro bastante macabro
y perverso. Ante esta situación
estos seres extraños se han
presentado en la época en la cual el hombre ha desaparecido, esas constantes que hoy rondan nuestros
rumbos se encuentran con vendedores, compradores,
pobres, ricos, hombres, mujeres, hay estudiantes y trabajadores , existen
obreros y campesinos, se han encontrado
con profesores, abogados, choferes, han encontrado una lista infinita de categorías diferenciadoras, un mundo partido, escenario
propicio para que estos fantasmas exterminen al mundo; hay de todo, pero no hay un todo, no hay
hombre, el que existía ya hace mucho
tiempo que se ha ausentado, ha sido
diseminado por aquí y por todas partes, esto sucedió
previo a la llegada de las
bestias que hoy lo acechan a los grupos.
La
indiferencia no se si llego antes que las fieras, quizá llegó después, pero ya
está en el corazón del mundo, hoy cada
quien se preocupa por su gremio, por su
tribu y su familia. En aquellos tiempos en donde el hombre
reinaba todos los humanos peleaban por
defender un concepto de familia el que colectivizaba, el hombre era consciente
de sí mismo, de su futuro que es la muerte y de su pequeñez, de su importancia,
se entendía la existencia del otro, por tal motivo su obra
estaba dedicada a construir
categorías integradoras, en
plantear un escenario idóneo para morir; con el advenimiento de la
indiferencia el hombre se fue separando
en hombres, se crearon reinos distintos, en algunos casos o en algunos reinos
imperó la riqueza, a otros reinos se les reservó la pobreza. En otros
tantos la justicia, la libertad y la correcta
distribución de los bienes fueron avasalladas y enclaustradas por los que detentaron los poderes terrenos, a partir de
entonces los hombres no han podido superar el sentimiento de
separación por lo tanto, la antipatía por el otro o la exaltación del muchos antes que la
comunidad han dirigido nuestras vidas.
Se
ha soñado que algún día aparezca un mesías que venga a
poner las cosas en su justo lugar, los judíos lo esperan, los cristianos
juran ya haberlo visto, pero también fue
secuestrado por la indiferencia, a ese hombre de los cristianos fue puesto en
una cruz, lo clavaron de pies y manos,
lo flecharon, lo injuriaron, pero a pesar de eso seguía siendo un hombre. A pesar de esto, a ese que debería ser ejemplo del hombre consciente,
libre, soberano y autentico lo
estamparon en imágenes, lo colgaron en los templos y se dictó
como deberíamos dirigírnosle; esto
llego a la enajenación del hombre, y
aquel que cuya idea central era la
unidad de la comunidad fue
divulgado como fundador de una nueva religión y eso lo convierte en uno más, en una partícula de esta materia desintegrada. Con lo
señalado el Cristo ha sido negado por los cristianos, fue
despedazado en advocaciones.
En
nuestros días, enterados de que la
muerte ha tocado a un hombre o a una mujer
solo es interés del grupo al que
pertenecía, esto significa que en las
actuales parcelas exista un narcisismo, se nota una falta de interés por el
exterior, por tal motivo cada quien ha de llorarle a sus muertos. En los tiempos en que el hombre entero imperó, la muerte era problema de todos, pero a su
vez la muerte no era a lo que había que
combatir; el hombre se reconocía como un mortal, luego entonces lo que había que atacar eran las causas de la muerte, por lo
tanto la ciencia y la tecnología se preocupaban por generar
cuerpos fuertes, capaces de
enfrentarse a las cepas que podrían matar al cuerpo, no buscaban hombres eternos,
se sostenía la idea de que el hombre
mientras viviera tuviera vida con
plenitud y sano y así poder combatir al demonismo que se presenta cuando los
cuerpos están dañados. Con la
presencia de la indiferencia, la salud queda reservada para el que pueda pagarla, aunque
este se salvará de las
enfermedades correspondientes al cuerpo,
probablemente le ataquen las patologías de una sociedad descompuesta cuyas
expresiones son el secuestro, el robo y la mutilación.
El
escenario que ahora vivimos donde la bestialidad se impone siempre ha existido,
no es nuevo, su existencia data desde el origen de la humanidad. El mal siempre ha estado presente y el hombre integro por mucho tiempo lo enfrentó; el amor
fue una orientación para luchar, su enfrentamiento contra la maldad se veía como un cumplimiento de una
responsabilidad, la cual le generaría
frutos a futuro. El hombre entendió que el acto de amar era pertinente a los humanos y así amor y hombres juntos combatieron
a las bestias que desde hace ya
mucho tiempo querían arrebatarle al hombre su
libertad; entendiéndose por liberad la
voz del corazón y la conciencia y así enfrentarse a las voces de las pasiones
irracionales, ahora en nuestro
presente la libertad y sus voces han
sido enmudecidas y las voces demoniacas son hoy las que más resuenan.
Un
ejemplo de la inconsciencia y de la frecuente escucha de esas voces
desintegradoras se encuentra en el hecho de que
se cree, se vive, se profesa, se sostiene que el mal y la desgracia es solo de los otros y ellos son
los que tienen que resolverlos. Para
escenificar esto es pertinente describir
que en nuestro tiempo hay quien
ve que un gigante golpea a un enano y no se mete
y el dice con todo el cinismo del hombre mutilado tengo la libertad de no meterme, esto rompe con la esencia humana de libertad. La libertad se entiende
como la búsqueda de virtudes y
valores comunes, la libertad de elección solo existe para el hombre de degeraciones
contrapuestas dado a que su elección siempre
está estrechamente condicionada por deseos inconscientes y por justificaciones
tranquilizadoras.
La
fraternidad que se entendía como el amor al semejante no existe;
no obstante se queda en las palabras huecas dado a que se han eliminado
todos los lazos del reconocimiento del yo con el otro; esto nos conduce a una
tendencia incestuosa de la sociedad, es decir,
se quiere seguir dependiendo egoístamente de la madre, dígase dinero, status quo, poder
político, prestigio académico, etcétera.
Esto lleva a que los miembros de esta
descompuesta sociedad asienten con
firmeza, los ideales no me darán de comer, el hombre está afanado a su control,
por mínimo que esto sea, se ha olvidado del principio cristiano que advierte “el
que quiera salvar su vida la perderá”, muchos entes han querido salvar su
vida y a causa de esto han destrozado el hábitat
en el cual la vida se realiza y se fecunda la misma.
Hoy
debemos emprender un combate contra la indiferencia, hay que recuperar la esencia del otro, este quehacer nos exige una mirada
humanista, de no hacerlo la sociedad seguirá paralizada. El pelar contra la indiferencia
significa la recuperación de la dignidad, en su sentido estrictamente social no debe reducirse este término
a una religión o alguna ONG, debe universalizarse; el amor estrictamente
universal debe invocársele, este debe ser el guía. El amor permitirá la igualdad entre los hombres, esta
comprende el evitar que unos sean instrumentos
de otros; de esta manera una vez que se
han recuperado al hombre podemos hablar
de salvación y empezar a trabajar por ella acusando de que la salvación no es
particular, esta no se podrá dar
mientras exista un ser humano al que no se le hayan hecho vigentes sus
derechos fundamentales, una vez que se cumpla este requisito podemos esperar una sociedad coherente que fomente la capacidad del hombre de amar
a sus semejantes, de trabajar y de crear
y desarrollar su razón y un sentido
real de sí mismos, basados en la experiencia de su energía positiva, la que le
ayudó a combatir el demonio mayor de la indiferencia.
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