Marcelo Ramírez Ramírez
El
desenlace de la contienda electoral el cinco de junio del año en curso, tiene
el carácter aleatorio inherente a la lucha por el poder, cuando las fuerzas
políticas guardan cierto equilibrio que dificulta el pronóstico de un ganador seguro.
La ambigüedad de la situación provoca inquietud al interior de los equipos
políticos, lo cual es comprensible, pero desde otra perspectiva, dicha
ambigüedad puede verse como un signo alentador. En escenarios anteriores, con
un candidato fuerte, que llegaba avalado por la decisión previa de su partido, (o
de quien efectivamente decidía), la decisión final del electorado quedaba
marcada por la inercia y únicamente tenia la función de legitimar el proceso.
En la elección para gobernador de este año, representará un papel fundamental
en la percepción ciudadana – y por lo tanto para la orientación del voto –, la
crisis económica, el incremento de la pobreza, la falta de expectativas para los
jóvenes, el sentimiento generalizado de inseguridad, la pobre calificación que
se otorga a la clase política. En este adverso clima social, la renovación de
los representantes populares pierde su índole de mero ritual y transforma las
campañas de proselitismo en un verdadero examen que deberán aprobar los
candidatos ante la ciudadanía. En su recorrido, estarán obligados a acreditar,
a través del debate serio, de propuestas realistas y de compromisos concretos,
su solvencia política para gobernar en circunstancias particularmente
difíciles.
Se
ha venido hablando de la “mini gubernatura”, expresión que parece condesar con
acierto e incluso con aire festivo la realidad, por tratarse de un periodo de
dos años. Sin embargo, si bien dicha expresión enfatiza la brevedad temporal
del mandato, soslaya lo que políticamente puede ser esencial en esos dos años
de gobierno. Y lo esencial consiste, según mi particular punto de vista, en
sentar las bases para reorientar la administración pública. Esto en el ámbito
interno; en lo relativo al panorama nacional, quien gane la gubernatura estará
en condiciones de favorecer la corriente política a la cual pertenece o se
inclina, para participar en la lucha por la presidencia del 2018. Como lo saben
muy bien los observadores y analistas de nuestra vida pública, hay momentos
políticos decisivos para preparar el futuro y la etapa 2016 a 2018, es uno de
ellos. Es esta circunstancia la que concede significado al proceso electoral en
marcha. El peso específico de la masa electoral veracruzana posee un valor
estratégico en los planes de quienes se proponen construir el futuro político
del país.
El
breve análisis expuesto, según el cual la victoria es una posibilidad efectiva
para dos o más candidatos, dependiendo del posicionamiento que puedan
consolidar a lo largo de las campañas, tiene como presupuesto la participación
ciudadana en una proporción capaz de echar abajo las predicciones de la
mercadotecnia electoral. Si es así, seguramente esta óptica será compartida en
todo o en parte por los candidatos y sus asesores, lo cual puede favorecer un
escenario de confrontación de ideas y proyectos de calidad superior al que
estamos acostumbrados. En tal hipótesis, la ambigüedad, desconfianza y dudas
con que ha iniciado el proceso electoral desde sus etapas preliminares puede
enfocarse con espíritu positivo. La crisis política de los partidos daría paso
a la oportunidad de rehacer su imagen y,
por otra parte, haría de los independientes, no un fenómeno exótico, sino un
factor para el desarrollo democrático de la sociedad. Más allá de las filias y fobias
personales, o de los intereses y compromisos con tal o cual candidato, debe
reconocerse, en quienes son o se perfilan como los mas seguros contendientes
por la gubernatura, las cualidades indispensables para enriquecer la contienda
con un debate argumentado, serio y congruente con su visión partidista o
doctrinaria. Un debate esperado por la ciudadanía que la motivará a mayor
participación y que dará respaldo social a las políticas públicas del nuevo
gobierno.
Los
personajes de quienes dependerá el contenido y sentido de la discusión y
aportación de propuestas durante las campañas, son viejos conocidos de los veracruzanos. Tal es el caso de Héctor
Yunez Landa, candidato del PRI y sus aliados; de Miguel Ángel Yuñez Linares,
muy probablemente el candidato de la alianza PAN – PRD. También Gerardo Buganza
Salmerón se puede considerar muy probable candidato, además de Juan Bueno Torio
y acaso uno o dos más. El candidato de Morena
independientemente de quien obtenga la nominación, llevará consigo la
responsabilidad de difundir tesis y planteamientos del partido recientemente
creado por Andrés Manuel López Obrador. De esta manera, queda garantizada la
pluralidad de enfoques y proyectos. Tal pluralidad entraña, por otra parte, un
peligro que no puede dejar de reconocerse: la fragmentación del voto. Si así
sucediera, la experiencia obtenida servirá para prever las complicaciones futuras con el diseño de
instrumentos electorales más adecuados.
Quisiera
destacar un hecho especialmente alentador, por lo que representa como receta
para conjurar fantasmas y prejuicios ideológicos. Me refiero a la firme y digna
actitud del Presidente Nacional del PRD, Agustín Basave Benítez, quien logró
sacar adelante su propuesta para la alianza de su partido con el PAN,
anteponiendo el criterio político a los intereses facciosos. Ya señalé, en
articulo anterior, que no se trata de crear un hibrido ideológico, una especie
de centauro o algo semejante; las ideologías no pueden mezclarse cuando las
separa, como en este caso, un abismo en la conceptualización del ser humano, de
la sociedad y el destino de ambos. Los que se ponen de acuerdo sobre la
solución de asuntos muy específicos para bien de los ciudadanos, son los
políticos que suscriben los acuerdos bajo determinadas condiciones que, de
ninguna manera, afectan la identidad y autonomía de sus respectivos partidos,
ni sus personales convicciones.
He
expuesto aquí una forma de ver el actual proceso electoral, marcado, sin duda,
por el deseo de un cambio positivo en la competencia electoral de la cual
depende la renovación de la clase gobernante. Este deseo tiene fundamento
objetivo – personalmente así lo espero –, pero también estoy consciente del
riesgo, de que, una vez más, la inercia sea más poderosa que el impulso del
cambio. Pueden prevalecer las clientelas, el desánimo ciudadano, el
abstencionismo, la indiferencia. La libertad política de los ciudadanos entraña
la promesa de transformar la realidad social, pero esta promesa se cumple sólo
si cada uno acepta la responsabilidad de hacer buen uso de ella.
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