Aurora Ruiz Vásquez
─Escúchame por favor, Javier; tuve un sueño
extraño y quiero contártelo ─dijo exaltado mi hermano al levantarse.
─Está bien soñador, soy todo oídos, siempre y cuando
no lo alargues demasiado, pues no tengo mucho tiempo.
─Lo vi todo tan claro, hermano, y lo recuerdo tan
bien, que me extraña e impresiona, estoy intrigado.
─Verás, tal vez, en mi deseo de aventura, caminaba
por senderos desconocidos de una selva espesa con plantas exóticas, animales
prehistóricos y ruinas de templos sepultadas por los siglos. Con sigilo y pasos
inseguros recorrí el lugar no sin temblarme las piernas. De aquella
semioscuridad, emergían voces irreconocibles que interrumpían el silencio, yo
mismo no me reconocía entre la penumbra; en ciertos espacios sentía como si volara, atravesaba cascadas
sin mojarme e incendios sin quemar mi cuerpo, así como podía ver en la absoluta
oscuridad. ─¿Quién soy? ¿Dónde me encuentro?, Me preguntaba intrigado.
Bañado en un sudor frío, decidí seguir recorriendo
el espacio, una fuerza interna me empujaba; noté sorprendido figuras
indefinidas, sombras que danzaban cantando alabanzas en un idioma
ininteligible; me acerqué cauteloso; aquello se disolvió como polvo y se elevó
al cielo a fundirse con las estrellas. Intrigado exploré el lugar con temor y
en un rincón encontré a un hombrecillo,
de cara enjuta, barba blanca y mirada penetrante, éste, al advertir mi
presencia, emitió un sonido agudo estridente, agudizando la mirada, que me dejó
paralizado. Sobreponiéndome a mi sorpresa y temor, le pregunté:
─ ¿Quién eres? Con lenguaje entrecortado contestó:
─Represento a los hombres que ya no existen, que son
polvo y vagan en el mundo de los Dioses. Haz llegado a este reino de la
inmortalidad, del que no podrás regresar;
tu cuerpo quedó en la tierra, tu conciencia, tu espíritu me pertenece. Aquí te
acogeremos como un cordero indefenso, no sentirás dolor alguno en las heridas
sangrantes que te causaron los zarzales. Eso fue todo y desapareció y yo me
sentía flotar a la deriva del viento a gran
altura. Sentí miedo y grité fuerte, escuché mi grito y desperté.
Amanecía cuando abrí los ojos; mi cuerpo estaba
entumido en un calambre total que me hormigueaba; me moví con dificultad y
comprobé que estaba vivo, que sólo en sueños había transgredido la vida, para
pasar a la misteriosa muerte.
─¿Qué significará todo esto, que me dejó tan
impresionado? _dímelo tú que todo lo sabes, hermano.
─Significa que sólo es un sueño, no hagas caso, tal
vez cenaste demasiado, que tienes la imaginación muy despierta y que vas a
vivir muchos años, dándome lata con tus sueños de niño ¿no crees, soñador?
Mi hermano quedó un poco más tranquilo pero el
recuerdo del sueño persistía. A los ocho días exactamente, tuvo un accidente en
un bosque cercano, cayó de un árbol, perdió el conocimiento, lo trasladamos al
hospital donde en su delirio, juró haber visto a aquél mago del sueño.
Yo lo escuché
delirante, hablar con él. Por fortuna mi hermano se repuso y no volvió a mencionar
nada del sueño que lo había angustiado tanto, sin embargo, guardaba un trocito
de madera que aseguraba se lo había dado el hombrecillo misterioso con el que
se había encontrado aquella vez en sueños.
30 –III-O15
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