Juan Francisco Gaspar Velazco
El mundo construido
desde la mayoría de los que poco
tienen, el ambiente que se destruye, se
violenta, se aniquila por los pocos que mucho tienen, lleva a imaginar que lo único que nos hace común a los pocos que tienen mucho y a los muchos
que tienen poco es la miseria; la miseria se puede entender como aquellos en donde el infortunio, la debilidad, la
carencia de lo necesario y la desdicha
es lo único que los cobija; la otra forma de entender a la miseria es en torno a una categoría que se les
da a aquel que goza de fortuna, que tiene más de lo que puede y ha sido castigado con la desdicha de lo
abundante. Esto nos conduce a pensar que
la miseria, más que vista desde un punto material debe ser
observada desde la ética y desde la historia. Es importante ver a la
miseria desde la ética, ya que desde allí podríamos dimensionar los caracteres que describen lo miserable. Una
definición de miseria que actualmente ha sido puesta en duda se refiere a pensar
a esta como el permanecer alejado; podríamos decir que esto significa
estar separado de un imperativo moral o estar fuera de contexto; cuando un pecador le pide perdón a su Dios lo que está haciendo
es reconocerse miserable, es decir, está pidiendo que su
corazón regrese a su referente supremo (misericordia).
Se había dicho
que la miseria también debe ser atendida desde la historia: ¿Qué nos hizo
miserables en la historia? La respuesta puede estar entendida desde el señalamiento humano: nos hicimos miserables desde que nos
alejamos de la humanidad, cuando
aparecieron los distintos hombres: el blanco y el negro, el poseedor y
el carecido; cuando surgieron estas diferencias entramos a la des-gracia. Fue
allí cuando el trabajo se volvió infortunio,
puesto que aunque el hombre
trabajara más y se esforzara a la máxima expresión seguirá teniendo necesidad,
en lo subsecuente su trabajo le resultará
insuficiente e insatisfactorio, querrá alcanzar al poseedor y como esto le será imposible, se
denominará miserable.
Curiosamente en el momento
en que el progreso se volvió moda, evolucionó la máquina, en donde
aparecieron mejores formas de comunicación. En el instante en que se logró concentrar la mayor cantidad de riqueza hasta
ese momento no vista, fue cuando la miseria
dejó ver su rostro total y generó adeptos: los miserables, tanto aquellos que no poseían y aquellos, los
poseedores. A continuación se cita un
fragmento de Henry George (1880) que
ejemplifica lo dicho:
“…El
vagabundo llega con la locomotora, y los hospicios y cárceles son señales del
progreso material tan seguras como las suntuosas viviendas, los ricos almacenes
y las magníficas iglesias. Este hecho, el gran hecho de que la pobreza con
todas sus derivaciones aparece en las sociedades precisamente cuando éstas
alcanzan la situación a que tiende el progreso material, demuestra que las
dificultades sociales existentes dondequiera que se ha logrado un cierto grado
de progreso, no provienen de circunstancias locales, sino que son engendradas,
de una u otra manera, por el progreso mismo. Esta asociación de la pobreza con
el progreso es el gran enigma de nuestros tiempos. Es el hecho central del cual
dimanan las dificultades económicas, sociales y políticas que tienen perplejo
al mundo y contra las cuales el arte de gobernar, la beneficencia y la
enseñanza luchan en vano….”
Aquí se nota que el
miserable de lo abundante impone su idea de progreso, esa que él ha
construido, la que lo describe y que
desde luego debe seguir divulgándose y su divulgación no tiene que ver en presentarla para que todos la puedan alcanzar
sino, para demostrar el poder de quien lo ha inventado. La industrialización nos dejó un largo camino de miseria, la cual
se hizo política y parió a los gobiernos de los Estados modernos del siglo XIX. En
donde fue necesario la pobreza para tener a quien mandar, la pobreza vino a
acompañar las intensiones de las multinacionales, dado que el pobre debería trabajar no para realizarse o para
edificar su mundo; su trabajo era para poder comer y sostener a su familia que heredaría su
pobreza, mientras que su patrón podría seguir viviendo en la abundancia, en ese
escenario de la propiedad privada, de la producción en serie, los que
antes eran semejantes ahora son
distantes, la miseria los obligó a incluir en su labor a sus mujeres y a sus hijos y generar así una
lucha de clanes para generar riquezas, el único beneficio que contrajo le correspondió al gran empresario que después patrocinaría
guerras para acabar con los hambrientos y así solucionar el problema del hambre.
Las políticas de la
miseria han llevado
a una noción de progreso tecnológico que a su vez se ha vuelto el
consumo de moda: las mediciones de progreso radican en la posesión de cosas que a su vez la única atención
es que el pobre busque parecerse al rico. Es común escuchar a
los presidentes de las naciones sostener
una filosofía de la miseria, con aseveraciones tales como: “cuando yo llegué el 30% de los habitantes del país usaban
celular, a mi salida ya un 80% posee este recurso”. Estos sofismas políticos
han sido bien vendidos a los habitantes de las naciones tercermundistas en donde sus habitantes poco producen, mínimamente
ganan, pero son ellos y sus países los más endeudados del mundo. Como advierte nuevamente Henry George, el progreso
industrial es una mera contradicción:
“de él vienen las nubes que amenazan el
porvenir de las `naciones más progresivas y seguras de sí mismas. Es el enigma
que la esfinge del destino plantea a nuestra civilización, y no resolverlo es
ser destruido. Mientras todo el aumento de riqueza suministrado por el progreso
vaya sólo a formar grandes fortunas, a aumentar el lujo y acentuar el contraste
entre la Casa de la Opulencia y la Casa de la Privación, el progreso no es real
y no puede ser permanente”
El cristianismo en esencia busca la protección del miserable
desprotegido y la salvación del miserable que posee, el cristianismo no está
contra el hombre miserable, su combate está contra la miseria y las condiciones
que limitan a esta, el cristianismo no condena al hombre que posee, busca llevar a este al camino de la solidaridad y la empatía. Por otro lado, el cristianismo
no protege al miserable desprotegido, no se sostiene en éste, no enseña para
que comprenda lo importante que es el
trabajo para ser realmente un humano. Falsa es la interpretación de que el rico no entrará por el ojo de la
aguja y el pobre si, ambos accederán si
en su camino trabajaron y fueron solidarios y juntos desde su fortuna y desde su esfuerzo
combatieron la miseria.
Dirigentes políticos
y religiosos han hecho de la miseria una
virtud, la religiosidad es la versión
miserable de la religión. Es necesaria
porque son ellos los que sostienen las
instituciones religiosas, estos son la base
de la economía de cualquier
ministro de culto, los seguidores
del rito ven en el líder al salvador, al mayor, estos se ven inferiores ante él
y por tal motivo se acercan a su guía para que este a su vez los acerque a su deidad adorada. Por otra parte los
políticos desempeñan su trabajo con
discursos cargados de retorica salvífica, le dan al ciudadano lo que éste le pide para resolver su problema momentáneo, el que
recibe el regalo piensa en que ese
bien le es pertinente a él y a su
familia, no importa la patria, lo
importante es comer ese día; el político ha creado esta miseria sabiendo de ante mano que así tendrá
miserables para la próxima campaña, religioso o político han colaborado para que en este mundo la miseria
no sea algo a combatir, sino a exaltar, por lo tanto la miseria se ha convertido en virtud de miserabilidad y el miserable en un objeto
para hacer el bien.
En las intenciones de hacer
el bien el miserable tiene su
misericordioso, este deberá alejarlo de la miseria del no tener y llevarlo a la
miseria del no comparto, el misericordioso enarbola su espíritu de generosidad,
él también es un miserable, dado que no
se percata que lo que tiene y lo que da, no es algo que realmente le pertenece, de lo
que él se desprende es de lo que la naturaleza le ha dado a la humanidad y él
solamente es un mayordomo, no el dueño. La verdadera dueña de ese bien que se despliega
a todos es la tierra, la que todos los humanos según sus virtudes y capacidades
deben hacerla producir, el agua y la tierra son las verdaderas ricas, los
humanos solo somos sus beneficiarios. Los gobiernos de los pueblos del mundo
discuten el problema de la economía, su objetivo es combatir la pobreza. Hay
quienes creen que se puede resolver con
la tecnología; otros suponen que con el asistencialismo social. El problema
real reside en que la pobreza y la
riqueza se miden con parámetros disímbolos, en donde abunda el oro, la riqueza
se debe medir en oro, en donde yace el petróleo, la riqueza debe medirse con
petróleo, en donde la tierra
ha provisto a la humanidad con frutos así se medirá su riqueza; desde la
noción de venta no podríamos igualar una
manzana a una pepita de oro, del mismo modo el petróleo desde esta idea no se equipararía a un árbol o a una mina,
pero si lo vemos desde el intercambio podríamos entender que todos los humanos
necesitan frutas, del mismo modo entenderíamos que el petróleo nos daría el
combustible para generarnos calor, poder preparar nuestros alimentos, del mismo modo
el oro lo podríamos utilizar como
transmisor de energía en los hospitales
y en las industrias en donde se construyan
las herramientas que el hombre ocupa para realizar sus trabajos; “Esta
cuestión, a pesar de su capital importancia y de llamar universal y
dolorosamente la atención, aún no ha tenido una solución que explique todos los
hechos y señale un remedio claro y sencillo. Prueban esto los diversísimos
intentos de explicar las crisis de la producción. No sólo muestran una
divergencia entre los pareceres populares y las teorías científicas, sino
también que la coincidencia que debería haber entre los adeptos de las mismas
teorías generales se disgrega, ante las cuestiones prácticas, en una anarquía
de opiniones. Las ideas de ser inevitable el conflicto entre el capital y el
trabajo, de ser nociva la maquinaria, de haberse de restringir la competencia y
abolir el interés, de poderse crear riqueza emitiendo dinero, de ser un deber
del gobierno el proporcionar capital o trabajo, se abren rápidamente paso entre
la gran masa del pueblo que siente hondamente el daño y tiene viva conciencia
de una injusticia…” Por lo que aquí se ha reflexionado podemos entender que la
miseria se ubica como una palabra polisémica, sin antónimo. Podríamos hablar de la miseria cultural, de
miseria de valores, de miseria política,
etcétera.
Lo que nos debe aquejar
ante todo es la miseria humana acuñando
la idea de “miserere”, el estar alejado.
El estar separado de otro, el alejado del dolor, la no comprensión, la vanidad
política y la presunción religiosa son las que nos desvinculan del otro. Debemos
transitar hacia el acuerdo, entendido esto como
el corazón común que nos permita aceptar
la diferencia siempre y cuando ésta pertenezca
a la autodeterminación humana, pero no aquella
que nos haga disímbolos, es
decir, el yo y aparte el otro, sino yo con el otro. Por esta vía podríamos
hablar del uno y del todos y todos en uno trabajando por una humanidad donde ninguna expresión de miseria sea exaltada.
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