· Ancestral práctica de la medicina
natural.
· Estudios científicos del presente
siglo confirman sus efectos sanadores.
Benito Carmona Grajales.
Los padecimientos crónicos están
minando la salud de la humanidad por todos los rumbos de la civilización. La
causa principal, coinciden investigadores, es el alejamiento del entorno
natural, como evitar el contacto con la tierra, una mala alimentación y el
sedentarismo, entre otros descuidos de la vida moderna.
Las últimas noticias indican que, tan sólo
en México, mueren más de 600 mil personas al año por algún padecimiento. Las
muertes naturales desaparecieron de las estadísticas. La causa primera es la
diabetes; pero, entiéndase, que ésta también es la causa de otros padecimientos
como el daño renal que a la vez da lugar a un nivel elevado de presión arterial,
lo que puede conducir a un infarto cerebral o cardiovascular. Por lo tanto, el
certificado de defunción, difícilmente dirá; “causas de la muerte: Diabetes”.
Lo más seguro es que diga: Infarto agudo al miocardio, ataque isquémico
cerebral, insuficiencia renal, entre otros.
Lo mismo pudiéramos decir de la obesidad;
pues ésta también genera otros padecimientos, entre los que destaca la misma
diabetes. Por lo que podemos entender que el estado de salud de un individuo es
toda una complicación; así, al pretender establecer un diagnóstico, al médico
le cuesta ubicar el verdadero padecimiento ya que podría ser la causa o
consecuencia de otros.
Estudiando este fenómeno con
mayor profundidad encontramos que la gran mayoría de enfermedades tienen su
origen en el alejamiento de una vida natural, como desligarnos de la luz del
sol, del aire, de la tierra y de una alimentación natural. El tema que nos ocupa es sobre el
aislamiento de la tierra, porque de los demás ya los hemos abordado en otros
artículos.
Desde tiempos remotos, las culturas
antiguas ya han recomendado la terapia de los pies descalzos para sanar de
algunos padecimientos. A principios del siglo pasado, Manuel Lazaeta Acharán,
terapeuta chileno, recomienda caminar con los pies descalzos para “fortalecer y
purificar el sistema nervioso” ya que, según su experiencia, así se expulsan
materias malsanas, al mismo tiempo que se facilita el paso de corrientes
magnéticas y eléctricas de la atmósfera y la tierra a través de nuestro cuerpo.
Para este autor, las horas propicias eran las de la salida del sol. También
recomendaba dormir directamente sobre la tierra para sentir sus beneficios.
Estas prácticas, con sus grandes alcances
para la salud, se aprendían muchas veces de manera oral y de generación en
generación. Con el transcurrir de los años y con la llegada de la industria y
la tecnología, estos conocimientos se fueron perdiendo. Llegan a nuestros
tiempos a través de trabajos de investigación documental; sin embargo, es a
partir de año 2000 cuando la ciencia comenzó a tener pruebas de la eficacia de
esos procedimientos.
Fuentes confiables afirman que el sistema
inmunológico está sobrecargándose, entre otras razones, por la pérdida de conexión con el flujo
natural de la energía eléctrica de la superficie del planeta. La naturaleza
toda se manifiesta en ritmos que son
circunstancias que se repiten una y otra vez en medidas que la humanidad le ha
llamado tiempos, a lo que los estudiosos han catalogado, respecto a los seres
vivos, ritmos biológicos. Se afirma que ese “reloj corporal” debe ser calibrado
continuamente por el pulso de la tierra ¿Cómo? Simplemente con andar descalzos,
pisando tierra directamente, sobre el pasto o cemento. Ese pulso terrestre
gobierna los ritmos circadianos de todos los seres vivos.
Según
el Dr. William Rossi, de Massachusetts, por cada pulgada cuadrada de la planta
de los pies, hay más de mil terminaciones nerviosas que nos mantienen en
contacto con la tierra y sus vibraciones. De esta manera logramos una
“respuesta sensorial” o producción de energía revitalizante. Esta energía es
fundamentalmente eléctrica. Por algo el escritor David Wolfe, culpabilizó a los
zapatos como los causantes más nefastos de la inflamación y de las enfermedades
autoinmunes, “ya que nos separan de las energías curativas de la tierra”.
En 1999, Clinton Ober es el primer
investigador que realiza un estudio para comprobar que “la carga eléctrica de
la corteza terrestre siempre es negativa, lo que significa que está llena de
electrones libres, capaces de moverse y hacer disminuir una carga positiva”.
Este hecho motivó al cardiólogo Steve Sinatra, quien, a partir de la
electromedicina, comprobó que los seres vivos somos una acumulación de energía
bioeléctrica, ya que en nuestro cuerpo hay como una colección de circuitos
eléctricos dinámicos, tal como ocurre con los latidos del corazón. La
inflamación, según él y estudios que previamente había realizado en Harvard,
tiene que ver con el deterioro de esas energías.
Si es que la corteza terrestre vibra con
electrones libres de carga negativa y la ciencia médica afirma que el cuerpo es
de naturaleza eléctrica y que los radicales
libres son moléculas de carga positiva, entonces, estamos ante una
evidencia clara: Si ponemos los pies en la tierra los radicales libres se
neutralizan y, con esto, combatimos la
inflamación y los padecimientos crónicos que de ella dependen.
De esta manera, se comprobó que los
electrones libres “fluyen por el circuito conductor del cuerpo y suprimen la
inflamación” bajo la condición de que el cuerpo esté en contacto con la tierra.
Este es uno de los más importantes descubrimientos del siglo que estamos comenzando.
La medicina tiene un aporte más para coadyuvar en las curaciones naturales donde
la oxidación y el envejecimiento prematuro se han venido tratando con
antioxidantes como las vitaminas E y C, complementándolos con Coenzima Q 10,
entre otras sustancias. Así también, las afecciones como alergias, Alzheimer,
anemia, artritis, asma, autismo, cáncer, enfermedades cardiovasculares,
diabetes, dolores, esclerosis múltiple, fallo renal, fibromialgia, lupus,
pancreatitis, psoriasis, eczema, trastornos intestinales, entre otros,
encuentran alivio con la terapia del contacto con la tierra, según estudios
realizados en Los Estados Unidos.
La mayoría de estudiosos del tema saben
que los radicales libres son
moléculas que han perdido un electrón del par que deben tener. Al buscarlo,
tienden a invadir las membranas celulares alterando el funcionamiento de éstas,
comenzando por hacerlas muy resistentes; de ese modo, las células pierden el
ciclo normal de nacimiento, vida y muerte, resistiéndose a morir en los tiempos
normales, lo que da lugar, primero, a la inflamación y, posteriormente, a la
posibilidad de tumores.
El daño provocado por la proliferación de
radicales libres fue expuesto por primera vez por el Dr. Denham Harman de la
Universidad de Nebraska en 1956. Se explicó que el daño consiste en el ADN
provocando mutaciones y enfermedades sobre todo en el campo de la energía ya
que altera la función de las mitocondrias disminuyendo la producción de trifosfato
de adenosina.
El hipotálamo envía señales sobre las
condiciones de luz a la glándula pineal para que controle la producción de
melatonina; esta es una hormona que se segrega en condiciones de oscuridad.
Además, esta hormona es un poderoso antioxidante que protege al cerebro
evitando la pérdida de sus células. Cuando hacemos tierra, los ritmos o
vibraciones de la corteza terrestre tienden a regular los ritmos corporales
como el de sueño y vigilia evitando
el insomnio, el estrés y otros problemas neuronales. Los investigadores afirman
que “la conexión a tierra genera una
mayor estabilidad fisiológica debido a que los diversos ritmos corporales están
coordinados no sólo con el ciclo de luz y oscuridad, sino con todos los ritmos
naturales del medio ambiente”.
El sistema cardiovascular fue uno de los
primeros que se pusieron a prueba para observar la influencia de la tierra,
tomando en cuenta que el corazón es un
órgano, cuyos impulsos son de origen eléctrico y que, además, su ritmo debe ser
constante y preciso. El corazón y los riñones son los órganos que contienen más
mitocondrias en sus células. Las mitocondrias, como centrales energéticas son
las más fortalecidas con estas prácticas de hacer tierra. Se fortalecen con la
energía de ésta para la producción de trifosfato de adenosina, mejorando así el
sistema nervioso simpático, el ritmo cardíaco, la presión arterial y la
consistencia de la sangre.
Los investigadores descubrieron que el
hacer tierra asegura la disponibilidad de electrones en las mitocondrias.
Estas, en su interior, desarrollan un proceso complejo y sin descanso. Los
electrones recorren una cadena de enzimas que van creando el combustible
llamado trifosfato de adenosina que permite el funcionamiento de las células y
la reparación de sí mismas. Los electrones de la tierra, entonces, ayudan a
producir esa energía que necesita el corazón para reponer la que pierde en su
trabajo constante; además, se fortalece el sistema cuando ha sufrido de angina
de pecho, insuficiencia cardíaca, isquemias y
disfunciones diastólicas.
Respecto al estrés, el contacto con la
tierra también guarda respuestas favorables. El estrés es un sistema de alerta
que tiene el organismo ante circunstancias peligrosas, lo que llamamos
excitación simpática: ya sea que se tenga que eliminar toxinas o que tengamos
que responder ante lo inminente de un peligro. La respuesta se da de la
siguiente manera: Imaginemos una circunstancia; por ejemplo, en un camino se
nos cruza una víbora. Inmediatamente, el sistema inmunológico ordena la
secreción de la hormona adrenalina, de esa manera, los músculo adquieren una
fuerza extraordinaria que nos hará saltar y salvarnos de una mordedura. La
dopamina, que es el neurotransmisor que incita el movimiento, hace que el
cerebro ordene la ejecución. Pero, si siempre que vamos por un camino pensamos
que una víbora se nos va a cruzar y que nos puede morder y que, además, ya en
la casa tememos que esos animales entren y nos ataquen, esos peligros
infundados pueden provocar un estrés crónico. Hay gente que sufre por lo que no
ha ocurrido y viven temerosos por un futuro incierto. Estos temores son los que
provocan que el estrés se prolongue. El organismo, ante esto, produce cortisol
para apaciguar y detener la producción innecesaria de adrenalina. El sistema
inmunológico va quedando un tanto indefenso y esto ocasiona la facilidad para
que cualquier tóxico, virus u otro agente invasor encuentre un medio favorable
para desarrollarse. Es la causa de los padecimientos crónicos.
El contacto con la tierra fortalece todos
los sistemas corporales para mantener un terreno vigoroso, alejado de la
enfermedad. Como se intuirá, esta terapia, por demás novedosa, resulta muy
económica. Basta con quitarse los zapatos y pisar la tierra ya sea caminando o
simplemente sentándonos en una silla baja y disfrutar de un buen libro,
mientras las vibraciones sanadoras penetran por las plantas de los pies. Recomiendan
los científicos que caminar por cemento también da un buen resultado. Lo que se
requiere es que no haya aislantes como plásticos o maderas que nos separen del suelo.
Para finalizar, sólo nos resta reconocer
el gran acierto de aquellos que se van de pesca y disfrutan de las arenas con
las plantas de sus pies y todo su cuerpo, a los que se bañan descalzos, a los
que nunca usan zapatos y que viven en las riberas de los ríos, a la orilla del
mar o en el campo, a los que acostumbran andar descalzos en las horas de
descanso, porque con un mínimo de media hora de hacer tierra sus cuerpos
responden con más vitalidad. Amigo lector, si no lo haces con frecuencia, te sugiero
que invites a la persona amada a disfrutar, así, descalzos, de tu jardín, del
campo, de las playas y, por qué no, de cualquiera de las calles o campos
deportivos de tu pueblo, ranchería o ciudad y goces del aire, del sol, de la
lluvia, de la arena o el pasto. Tus zapatos y la salud te lo agradecerán.
benitocarmona52@hotmailcom
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