Raúl Hernández Viveros
David Ramírez Lavoignet escribió el prólogo
al libro libro La enseñanza lancasteriana,
de José Luis Melgarejo Vivanco, su lectura permite a los lectores conocer fragmentos de la
trayectoria de este importante historiador veracruzano. El autor de Totonacapan
reconoció que:: "Habríamos querido redactar un trabajo frío;
reconocemos el pecado de nuestra sangre nativa, justamente indignada frente a
la tragedia inmisericorde que ha sufrido una raza portentosa, pero mientras la
historia la escriban los hombres, la imparcialidad será muy relativa. Nosotros
la buscamos ansiosos de la mayor serenidad y justicia, para cumplir el
imperativo deber del investigador y ante la imparcialidad sacrificamos cuanto
humanamente fue posible."
La presentación
de Totonacapan fue realizada durante el Congreso
Mexicano de Historia en 1951, que
organizó su X Sesión de Mesas Redondas de Antropología e Historia Veracruzanas
con sede en Jalapa, del 22 al 29 de julio, y entonces el Departamento de
Antropología del Estado que dirigía José Luis Melgarejo Vivanco.
En 1950, el gobierno del Estado publicó el
primer tomo de la Historia de Veracruz (época
prehispánica). En plena efervescencia
intelectual se desempeñó en algunos cargos políticos a nivel estatal y federal.
Respondió a la propuesta de Octavio Paz: “A todos, en algún momento, se nos ha
revelado nuestra existencia como algo particular intransferible y precioso.
Casi siempre esta revelación se sitúa en la adolescencia. El conocimiento de
nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros
se abre una impalpable transparente muralla: la de nuestra consciencia”. Estas
líneas fueron escritas en El laberinto de
la soledad.
En plena juventud, José Luis Melgarejo Vivanco escribió un puñado de
canciones que siempre se dieron a conocer en recitales acompañados por la
principal orquesta de música popular de la capital veracruzana. Una muestra de
su inspiración corresponde a los versos de “Aquél rapaz”: “Trepaba por el abra;
/ terca, / resueltamente. / Una nube se
alejó presurosa; / pero el viento bajó de los picachos. / Jadeante / y no supo
qué hacer. / el seguía trepando por él abra.
/ Unos pedruscos rodaron sacudiendo el abismo. / El río, escupió con violencia…
Este 23 de enero se cumplieron 12 años del
fallecimiento del profesor José Luis Melgarejo Vivanco, y el pasado 19 de
agosto de 2014 se celebró el centenario de su natalicio. Cuando conocí al
maestro José Luis Melgarejo Vivanco acababa de celebrar sus 50 años de vida y un grupo de amigos y
colegas festejaron en 1964 su aniversario con la edición de su obra Vieja Rima, y después recogieron:
“Declaración de Amor a Veracruz”. Recuerdo algunos rasgos de su
fisonomía. Era una persona de mediana estatura, de aspecto moreno, con ojos
oscuros, brillantes demasiado vivos; a
través de una sola mirada revisaba y
analizaba todo lo interesante de la vida que estaba a su alrededor. Dialogaba
mediante un lenguaje adecuado con el ritmo pausado y el estilo didáctico del
profesor normalista, o el docente que imparte el conocimiento, de una
forma amena en búsqueda de la empatía y
el deseo de aprender juntos el maestro y el discípulo sobre la realidad que nos
rodea.
Fue el autor del himno “normalista”. En
1942, ofreció a los lectores su colección de corridos Juan Pirulero; escribió en la dedicatoria. “A los héroes anónimos
que luchan por librar a México de la esclavitud espiritual”. Lema que resulta
actual por la desapego del discurso institucional que impone sus dogmáticos
discursos triunfalistas, frente al leguaje popular del México marginado, y
abandonado en muchas partes del territorio nacional. En 1944, apareció Jimbaña, en donde José Luis Melgarejo Vivanco rindió sincero
reconocimiento a su lugar de origen; él siempre decía que había nacido “en un
lugar de la Mancha”, como una ferviente
admiración a la lectura de Don Quijote
de la Mancha. Nunca pudo dejar sus
recuerdos impregnados por el paisaje veracruzano en la región de Palmas de
Abajo. Muy cerca de Quiahuiztlán
reflexionó en sus escritos, constantemente sobre la llegada de los
conquistadores hispanos; ante nuestra
riqueza cultural de la zona arqueológica totonaca, entregándose a descifrar
algunos de los misterios de la belleza de El Tajín.
En aquellos años colaboró con la Revista Momento y publicó su conferencia Historia Antigua de Coatepec y La Provincia de Tzicoac, también Toponimia de los Municipios Veracruzanos. Dichas obras me fueron obsequiadas durante mis encuentros con José
Luis Melgarejo Vivanco. Aunque en las reuniones con Froylán Flores Cancela, recibí de sus manos, además: En torno a la mexicanidad, cuando
colaboraba con nuestro amigo periodista. Fue en el Auditorio “Alberto Beltrán”
donde asistió, en otra ocasión a la presentación de mi libro Memoria, pensamiento y escritura, en
donde una parte se la dediqué a sus trabajos publicados en La Palabra y el Hombre.
En la revista de la Universidad
Veracruzana, ofreció sus poemas: “Lumumba”, y “Prometeo”, entre otras colaboraciones poéticas.
Sin embargo, debo mencionar uno de sus poemas dedicado a: “Xalapa”. En sus
líneas reconoció su amor por la capital veracruzana: “Xalapa, / estoy
debiéndote un poema / que tenga tu
novicia blancura de azucena, / por más que andan rondando unos versos / con mi
nombre y el dejo de cuando era un chiquillo pilguanejo.” Bajo su lirismo
continuó: La gente de Naolinco / dice que te fundaron cuando dieron un brinco /
y por aquí vinieron a caer. / Lo cierto que tu jeroglífico y el sitio / marcan
agua y arena con tesitura de mujer. / Tu mestiza calleja / es la vereda vieja /
donde trotó el indígena cargando su huacal, / y porque don Hernando / dejó aquí
olvidado un potrillo / sin la cuenta de Bernal Díaz de Castillo, / en las noches oímos un triste relinchar.”
Conviene consultar el libro Cantos a Xalapa, de Leonardo Pasquel,
que apareció en 1972. La revista Xalapa, Agosto
de 1954, incluyó su poema “Bocólica”. De sus líneas finales: “Pradera xalapeña,
te venero / tendiéndome a la sombra de tu encina / frente a un libro de versos.
Más divina / conjunción no imagino, / y
me disuelvo entero / en la fragancia de tu suelo fértil / y en el piadoso manto
de tu cielo.” Una década antes, en la
revista Nóema ofreció los versos de
“Parva”, y “Cuento”; en la brevedad de
sus versos destacan estas líneas: “La blanca espuma, en ansia de infinito, /
siguió volando y garza se volvió; / la luna, sorprendida, no sabía / si la
higuera, por fin tuvo su flor”.
Como historiador colaboró y aprendió de
Manuel B. Trens sobre la historia de Veracruz, y José Luis Melgarejo Vivanco,
reconoció que: “Seguir a la tarea educativa en las páginas de la
historiografía, es una opción tan obligada cuanto riesgosa, porque la historia
escrita es una parte mínima de la
historia vulgarmente degenerada en
historiomanía y cháchara de copistas a más de que la historia se ha escrito
para servir a un grupo dominante…” Cita
de su libro La enseñanza lancasteriana, 1975.
Jorge Luis Borges afirmó que: “Puede que yo aceptara aquellos libros
porque los acogí como poesía, como sugerencia o insinuación, a través de la
música de la poesía, y no con razonamientos”, en su discurso sobre “La metáfora”.
El ritmo en los versos de José Luis Melgarejo Vivanco advierten sobre de presencia y la dimensión del paisaje veracruzano.
La nostalgia por su lugar de origen y los recorridos hacia las profundidades
del habla popular y vital de la gente que lo acompañó desde su infancia hasta
la enriquecedora adolescencia bajo la vigilancia protectora e imperecedera de
sus maestros de la Escuela Normal Veracruzana.
En el panorama de la costa
veracruzana se mezclaron las reflexiones sentimentales que lograron transmitir
las características de la belleza natural de las playas y los acantilados
frente al golfo de México, casi como una extraordinaria necesitad de percibir y
demostrar algo de lo que debemos de estar orgullosos de nuestra tierra. El
análisis que permite el ritmo de los sonidos de cada verso de José Luis Melgarejo
Vivanco, contiene una significación que designa el transcurrir del tiempo
vivido. Cada palabra descubre el nacimiento del amor por el paisaje que marca a
cada una de las palpitaciones, con las palabras que son portadoras de las
señales y mensajes del poeta. Los versos tienen la lucidez y el encanto de las
canciones populares o el sentido transparente y eterno de los rimadores de
antaño, que todavía gustan por las descripciones orales de nuestros sentimientos, y gustos por la
naturaleza que nos rodea.
En octubre, 1982, se realizó un
encuentro académico en el auditorio de la Escuela Normal Veracruzana; en el
cual disertaron varios investigadores del Instituto de Antropología de la
Universidad Veracruzana. Al mismo tiempo se les invitó a la construcción de un
altar a fin de conmemorar los días de Todos Santos. El tema de la reunión fue:
“Al rescate de nuestras tradiciones”. En el número 2 del Boletín informativo,
noviembre de 1983, del mencionado Instituto de Antropología se incluyeron las
ponencias, con la presentación de Alfonso Gorbea Soto, quien reconoció que: “El
móvil principal que nos llevó entonces, fue el de expresar nuestra oposición a
los sistemas de penetración imperialista que México está sufriendo, sobre todo
en el terreno de la cultura.”
Desde 1978 comenzó el rescate de nuestras tradiciones, principalmente el
de la celebración de Todos santos. Por lo cual, José Luis Melgarejo Vivanco dio
a conocer “Un aspecto del Todosantos indígena”. Definió que: “Para el antiguo
indígena Todosantos era la fiesta de la cosecha; no en la veintena de Ochpaniztli,
del 20 de agosto al 17 de septiembre, cuando ciertamente granaba el maíz, aun
cuando todavía no está de cosecha sino en
Quecholli de 28 de octubre al 16 de noviembre. Sahagún, en su libro monumental
describió la fecha que hacían 4 días después, equivalente al primero de
noviembre y hoy “festividad de todos los santos”, en el momento en que ponían
“las cuatro teas y las cuatro saetas; ofrecíanlas sobre dos sepulcros de los
muertos; ponían también juntamente con las
saetas y teas dos tamales. Estaba todo esto un día entero sobre la
sepultura y a la noche lo quemaban, y hacían otras muchas ceremonias por los
difuntos en esta misma fiesta”.
Nada más es un fragmento. Vale la
pena mencionar otro ejemplo del lirismo de José Luis Melgarejo Vivanco. De su
artículo “Huracán”, publicado en octubre de 1993: “La temporada veracruzana de
ciclones tiene calendario exacto entre campesinos, a la par con los calendarios
desde las márgenes el Nilo, el Tigris, el Eufrates, el Indo y La Meca es el
mismo. Para usar el santoral católico (24 de agosto) rompe sus amarras huracán,
y solamente logran atarlo de nuevo, el día de San Francisco, 4 de octubre. Su furia
puede ser devastadora cada 7 días con los efectos de la luna; el veracruzano lo
sabe y lucha bravamente; su milpa estaba en agonía; la canícula, sin piedad, la
secaba; sólo el Dios huracán sería capaz de hacer llover; y sólo huracán hace
llover en el norte de México, estepario, desértico.”
Hizo un reconocimiento a Roberto
Williams García, quien por su parte impulsó el rescate de los altares
indígenas, y publicar la leyenda que los indígenas conservaron. Otra
interpretación de José Luis Melgarejo Vivanco que dejó fue la interpretación de
las pinturas de “Las Higueras”, (Vega de la Torre), en donde ubicó un
movimiento de traslación y rotación cada 11 años.
En 1947, Pedro Henríquez Ureña
publicó su Historia de la Cultura en la
América Hispánica; la obra sin citas de pie de página de referencias
bibliográficas le sirvió de modelo. Su Breve
Historia de Veracruz resultó un resumen de publicaciones suyas anteriores.
Con el profundo conocimiento que tuvo de su tierra natal presentó con una
capacidad de síntesis, un acontecer y desarrollo de los grupos humanos
establecidos en el territorio veracruzano. Intentó ofrecer una historia del
arte y la cultura, el análisis crítico del horizonte histórico, y enfocó
aspectos extraordinarios de las culturas prehispánicas que tuvieron su
asentamiento a las orillas del Golfo de México. La historia, antropología,
arqueología, y etnografía permanecen hasta nuestros días como una profunda
lectura y revisión de sus fuentes bibliográficas. Pluralidad y diversidad,
riqueza de voces, usos y costumbres forman parte de la universalidad.
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