lunes, 9 de febrero de 2015

Una experiencia inolvidable


David Nepomuceno Limón

Mi trabajo había terminado en esa población. Ahí, la gente se ha acostumbrado al clima frío, por la cercanía del volcán.
   La tarde empezaba a rasgar su madurez. Por lo tanto me sería difícil que un autobús de paso me llevara a la planicie, pues a esa hora sólo habría corridas directas, que sólo pasan de largo.
   No sé qué tiempo caminé para llegar a la caseta de cobro de la autopista, con la esperanza de que alguien me diera un “aventón”, aunque me cobrara alguna cantidad para bajar de la cumbre.
  La suerte estaba de mi lado. Un taxi vacío y de regreso paraba cerca de mí para pagar su cuota de peaje. En unos minutos el chofer y yo convinimos el precio del viaje y me senté junto al conductor. De momento pensé que, por su seriedad, me vería obligado a viajar sin hablar.
   El auto se deslizaba con libertad pero y a la vez precaución, para no correr riesgos, mientras el silencio era mi refugio para la meditación o para la curiosidad de lo que ofrecía el paisaje del camino.
   La cumbre se veía imponente ante ese atardecer de primavera, en que la vegetación nos invadía con su gama de matices verdes y el aroma de naturaleza viva.
   El taxista conducía con atención. No sería oportuno distraerlo. Lo accidentado de la cordillera hacía  que el panorama sea fuera asombroso, mientras que, a lo lejos, los túneles por los que atravesaba el camino, comparados con la enormidad de la sierra, hacían que ésta se comprendiera en toda su majestuosidad.
   Las curvas inyectaban emoción al viaje, mientras impacientes esperábamos llegar a los iluminados túneles, que seguían siendo el atractivo principal al descender por la cordillera.
   Con todo, me sorprendo, pues pese a que conozco esta ruta nunca me he cansado de admirarla cada vez que transito por ella. Los valles son imponentes, y su flora, impresionante.
   Mi mente iba atenta a los encantos del paisaje, los que hacen reflexionar tocante a la grandeza de la vida. En cualquier momento un puente o una curva daban paso a un valle lleno iluminado por el sol vespertino.
   El silencio que reinaba dentro del auto fue roto por el chofer al comentar que, al pasar el puente, sintió un escalofrío que lo invadió por completo. Al terminar el comentario disminuyó la velocidad. Esto provocó que su plática se dirigiera hacia otras ocasiones en que aparecen los escalofríos, incluyendo algunos comentarios chuscos.
   Su mirada siempre atenta a la autopista lo obligaba a tener en cuenta los espejos retrovisores. El entronque hacia una población rural nos indicaba que faltaba poco tiempo para llegar a nuestro destino.
   El conductor seguía en lo suyo, ahora callado, como guardando respeto a la madre naturaleza, que se va extendiendo conforme avanzamos. De pronto, me estremeció su exclamación pidiendo ayuda celestial. Inmediatamente volví la cabeza para verlo. Una expresión de espanto surcaba su rostro. Respiraba por la boca como si así encontrara más rápido una respuesta lógica a lo que veía.
   Afortunadamente su perturbación no perjudicó nuestra ruta. Me explicó, de una manera atropellada, que cuando miró por el espejo central vio a dos personas sentadas en el asiento trasero, que lo miraban fijamente y con una sonrisa que parecía burlona.
   Al escucharlo sentí que el miedo desgarraba mi espíritu y, tratando de ocultarlo, volteé hacia atrás. El asiento, por supuesto, estaba vacío. El silencio se apropió del momento. Sólo se escuchaba el zumbido del motor en marcha.
   El chofer permaneció callado, con la misma expresión de sobresalto. Aumentó la velocidad como si quisiera terminar más rápidamente con la inquietud que lo invadía.
   Llegamos a la ciudad con la idea de habernos librado de algo que superaba nuestras fuerzas. Me bajé en la calle principal. El taxista me cobró lo acordado y se fue de inmediato mientras la noche nos empezaba a envolver.
   Han pasado varios días de lo sucedido y todavía siento la confusión en mí. La población es pequeña. Conozco de vista a casi todos los taxistas del único sitio que existe.
   Cuando veo circular un taxi por las calles busco a ver si es el número diecisiete.
No lo he vuelto a ver. No sé qué será del conductor. Al parecer, para mí, un nuevo misterio se suma al anterior.


No hay comentarios: