Marcelo Ramírez Ramírez
La
afirmación: “no hay libro malo” es trivial y falsa; trivial porque reitera un
lugar común aceptado como evidente; falsa aunque para justificarla se den
razones que no conciernen ni a la relevancia del contenido, ni a la calidad
literaria, sino más bien a la capacidad del lector para obtener un beneficio
–sea cual sea-, de la lectura de un texto. Aceptando semejante criterio, no hay
libros malos, ni en general cosas malas de ningún tipo, pues de todas ellas, si
se toman como parte insoslayable de la existencia, podemos obtener lecciones
positivas. Eso aconseja la sabiduría
antigua y podemos argumentar en favor de este punto de vista, que los seres
humanos crecen como tales al encarar el dolor físico y moral y la certeza de la
muerte, que es la posibilidad irrebasable de nuestra existencia, según afirma
Martín Heidegger. Pero esto es llevar la cuestión demasiado lejos y no es el
punto que nos interesa en el caso de los libros. En medio de la avalancha de
mala literatura con que se halagan los apetitos del instinto, las obras auténticas,
nacidas de una honda necesidad de comunicación, deben considerarse un aporte a
los bienes intangibles de la cultura. En este sentido el libro, cada libro, cumple
una función esencial, porque a través de lo que nos dice justifica su
existencia, es decir, invita a sus lectores a pronunciarse de alguna manera. Si
un libro merece este nombre, nunca nos dejará indiferentes; a partir de la
lectura, surge el dialogo intersubjetivo del cual depende (pende) la
comprensión de la obra, ya sea que ésta se refiera a un tema específico sobre
el cual nos instruye, o bien nos invite, como obra literaria, al puro goce
estético. También el lector puede, como acontece con los escritos de índole
religiosa o filosófica, quedar emplazado a la toma de posición ante
planteamientos relativos a los problemas últimos de la existencia.
Dicho
lo anterior, se entiende el beneplácito con que hoy comento la obra “Diálogos
en torno a la Educación y a la Política” de Reynaldo Ceballos Hernández.
La primera edición fue auspiciada por la sección 56 del SNTE el año de dos mil tres, cuando se
desempeñaba como Secretario General el maestro Homero Pólito. Estaba convencido
este líder de la necesidad de promover la democracia sindical y uno de los
medios para lograrlo consistía en estimular la discusión de los temas
educativos, culturales y políticos en las filas del magisterio. Ignoro las
razones por las que el proyecto no siguió adelante, quedando los Diálogos como único testimonio de una
propuesta interesante que hoy se nos impone con fuerza aún mayor, por razones
demasiado obvias para detenernos en ellas. La importancia intrínseca de los Diálogos, de acuerdo al común sentir de
los miembros del Consejo editorial del Centro Regional de Educación Superior
Paulo Freire, hacía necesaria una segunda edición, que por fortuna ha podido
darse en el marco de los festejos del Décimo Aniversario de la Institución. La
estatura intelectual y/o política de los entrevistados, garantiza un
acercamiento serio y profundo a los temas de la educación y la política,
analizados en el contexto histórico que los explica y en su relación, a veces
sutil, con otros aspectos de la vida social y cultural. En esta obra, prologada
por Javier Ortiz Aguilar, los diálogos deparan al lector la grata experiencia
de escuchar (puesto que se trata de palabra hablada aunque transcrita en un
texto), a ciertos actores de la política y la cultura, que expresan
convicciones y compromisos, dos elementos que constituyen el ser mismo del
intelectual y del político. En tales casos se puede coincidir o discrepar, pero
siempre hay un aprendizaje.
Permítame el lector una breve
digresión. La palabra, pervertida por los intereses más crudos, es ahora también
una mercancía; se puede comprar y vender como cualquier otra: se compran
halagos y falsos reconocimientos para sí mismo o para los amigos y se pagan
denuestos, agravios, descalificaciones y calumnias para el adversario. Encontrar
la palabra verdadera es casi imposible en un mundo que todo lo relativiza,
porque considera muerto el universal, es decir, las esencias estructuradas en
una jerarquía coronada por el Absoluto, referente último y fundamento de los
valores. En este caos, donde no existe asidero para lo estable y todo es fluido
y cambiante, son muy pocos los que pueden dar testimonio de una búsqueda
sincera de la verdad. Y en éstos, todavía es indispensable establecer grados,
porque la veracidad siempre está contaminada por intereses, gustos, preferencias
y otras cosas ajenas a la verdad. Pero al margen de tales consideraciones, se
puede reconocer toda elaboración intelectual autentica cuando se está frente a
ella; incluso en el mismo acto de disentir, reconocemos cuando alguien nos
ofrece una posición asumida con responsabilidad. Como ya señalé antes, la
palabra que nace de una convicción profunda, estimula y provoca o bien el
asentimiento o bien una nueva toma de posición y aquello que se nos ofrece como
verdadero queda integrado en una visión más alta. Es así como entiendo el dialogo:
que como una relación dialéctica del lector con el autor.
Diálogos en torno a la Educación y a la
Política ofrece dieciséis entrevistas, que Reynaldo Ceballos Hernández
hizo en diversos momentos y circunstancias a personajes como el pedagogo
Ricardo Nervi, el profesor Ramón G. Bonfil, el filosofo Abelardo Villegas, el
Arzobispo Sergio Obeso Rivera, el politólogo Fernando Vallespín Oña, el
estadista Fidel Castro Ruz y otros. En algunos casos las entrevistas pudieron
lograrse gracias a las circunstancias y a la audacia del entrevistador. La
coincidencia de ambos factores, nos da la oportunidad de disfrutar la lectura
de textos donde se hacen visibles diversos estilos de análisis y reflexión que,
sin embargo, comparten la virtud común de enfocar las cuestiones con claridad y
coherencia. En lo personal, algunas respuestas a preguntas incisivas de R.C.H.
me han parecido demasiado pulcras, dadas con la intención de no rebasar los
límites de la ortodoxia doctrinaria o de una óptica política asumidas como el
marco dentro del cual ha de ser comprendida y explicada toda situación problemática.
Aún así, en lo que se dice explícitamente y de lo que se guarda silencio, el
lector puede hacer sus propios análisis y sacar las consecuencias que estime
pertinentes.
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