Javier Ortiz Aguilar.
En la modernidad existe la convicción de que las rupturas
históricas surgen en los centros del poder hegemónico. Por esta razón, algunos
científicos sociales encuentran en los polos de desarrollo mundial los ámbitos
de la realidad histórica. Es así porque
en el presente de estas áreas concurren el pasado mediante la memoria, y el
futuro a través de un proyecto viable para el cambio social. En el siglo XVI
son los estados absolutistas los antecedentes del estado nación. Las
revoluciones burguesas del siglo XVIII y XIX, dan paso a los estados
democráticos. A finales del siglo XIX surge en el mundo industrial, la
posibilidad de encarnar la utopía: el proletariado aparece como “la clase que
nos llevará al paraíso.
La
historia, entendida como ciencia nueva, aporta los fundamentos a la convicción
de la necesidad del cambio social. La experiencia parece confirmarlo.
La revolución global transforma desde las bases es
sistema de producción, financiación, distribución de bienes materiales y
servicios; modifica sustancialmente el orden trasnacional, prácticamente
desaparecen los estados y las regiones adquieren una importancia insospechada,
el orden epistemológico cambia radicalmente: la teoría es sustituida por la
práctica, el conocimiento no se legitima por los fundamentos teóricos sino por
la eficiencia. En estas condiciones puede entenderse la facilidad encontrada por
los neoliberales para ejercer el poder en Inglaterra, Estados Unidos, México,
Chile. La izquierda queda, en esas circunstancias, en una sola opción:
incorporase a las oligarquías, y negociar desde la subordinación pálidas
demandas populares.
La globalización, en su intento por permanecer, favorece
la tendencia a desconocer la legitimidad de la historia, y de las ideologías. De
esta manera se asegura la creencia de un presente eterno en la temporalidad.
Por tanto pueden descartarse por inválidos los intentos por retornar al ideal
de la soberanía nacional y los proyectos revolucionarios como el socialismo. En
este intento se insertan los magnicidios: la muerte de Dios, del hombre, la
historia, la ciencia. Woody Allen escribe “Dios ha muerto, Marx ha muerto, el
hombre ha muerto, la materia ha muerto, y yo no me siento muy bien”
. No obstante las insurrecciones de África, Asia, y
América Latina, los movimientos feministas y los sujetos con preferencias
sexuales diferentes, indígenas, minorías étnicas, migrantes ponen en evidencia
la crisis del sistema y de la idea de vivir el presente eterno del mundo
global. Los movimientos rebeldes ponen en crisis al sistema y hacen pensar en la
utopía, en la posibilidad real de un mundo humano
I
En un
mundo aparentemente inmutable, donde los cambios parecen consolidar el sistema,
emerge una disidencia inédita, fresca, propositiva y audaz. Manuel Castells
describe el fenómeno emotivamente: “Ocurrió cuando nadie los esperaba. En un
mundo presa de la crisis económica, el cinismo político, la vaciedad cultural y
la desesperanza, simplemente ocurrió. De pronto la gente derrocaba dictaduras
sólo cubiertas con sus manos, aunque estuvieran cubiertas con la sangre de los
caídos. Los magos de las finanzas pasaron de ser objeto de envidia pública a
objetivo del desprecio universal. Los políticos quedaron en evidencia como
corruptos mentirosos (…) La confianza se desvaneció (…) y la confianza es lo
que cohesiona una sociedad, al mercado y las instituciones.”[i]
La
movilización que pone en jaque toda la ideología neoliberal. La historia se
hacía presente en las demandas de los llamados indignados. Lo novedoso de la protesta radica precisamente en que
los movilizados son los beneficiarios del sistema: los profesionales altamente
calificados y los alumnos de las universidades privadas.
Un nuevo
fantasma recorre al mundo global, el fantasma de los indignados. Los estudiantes del sistema de educación privada se
movilizan lo mismo que en Estados Unidos, Inglaterra, el mundo árabe, España,
México con los recursos que proporciona la sociedad red, exigen diferentes
demandas cuyo obstáculo de solución es el mismo: el autoritarismo. La primera
insurrección es la del mundo árabe, Libia, Egipto, Jordania, Siria. El
desplazamiento de la insurrección juvenil se orienta a Occidente, los jóvenes españoles indignados ocupan las
principales plazas del 2011 al 2012, la juventud norteamericana perteneciente a
Occupy Wall Street de febrero a 2011 a 2012.. México no permanece ajeno a las
nuevas tendencias, y en 2006 funda el movimiento #YOSOY132, organización que con sus contradicciones y escisiones
continúa en la lucha popular.
II
En momentos de crisis y de
indignación en el mundo hegemónico del poder global germina una idea
interesante: la necesidad de cambiar el criterio de calificación del desarrollo
económico; hasta ahora, consiste en medir el crecimiento del ingreso per
cápita, y la propuesta es medir el crecimiento del empleo. El cambio es
significativo, el desarrollo deja de ser una categoría economicista para
convertirse en una categoría de justicia social. En otras palabras el
desarrollo no es la panacea de la acumulación, sino una condición para la
distribución justa de la riqueza. Y la propuesta en las condiciones actuales resulta
interesante, pues manifiesta el reconocimiento del error de favorecer
exclusivamente la inversión a costa del sacrificio de la sociedad. La
redistribución del ingreso vía el crecimiento del empleo es una solución
posible . No es seguro el cambio,
pero está la propuesta. Por tanto, la justicia social deja de ser una utopía
para convertirse en una alternativa viable en las actuales circunstancias del
capitalismo salvaje
En una
de las economías emergentes en el mundo es sin duda China. Este país bajo la
dirección del Partido Comunista Chino, se desprende de la política hegemónica
de la URSS para iniciar un acercamiento a Occidente. Posteriormente inicia un
proceso de industrialización e innovación tecnológica que lo lleva a estar entre
los “grandes” del siglo XXI. Independientemente de los avances significativos,
la estructura de poder de China, toma decisiones que pueden repercutir en las
políticas de desarrollo mundiales. Dos son los objetivos del actual presidente
del país más grande de Asia:
1.
Mantener un vínculo con sus cinco mil años de historia. El olvido como propuesta occidental es negado para
buscar en su memoria la identidad de pueblo agredido. “La guerra del opio es un
trauma que convirtió a China en un país semicolonizado, que, desde entonces, está
obsesionado con recuperar su grandeza como nación.”[ii]
2.
Iniciar una campaña contra la pobreza. El presidente
asume un compromiso contraído con el pueblo desde 1927, crear las condiciones
para abatir la miseria, la debilidad y la ignorancia. Pero como buen político,
establece las fases. “’El sueño chino’ (palabras textuales) es el siguiente::
duplicar el PIB per cápita de aquí a
2020 y sacar de la pobreza a 200 millones de personas que aún la sufren,
siguiendo los pasos de 600 millones que ya han salido de ella. Se trata de
conseguir en unas décadas lo que los occidentales han hecho en tres siglos.”[iii].
Una nueva tendencia recorre el mundo. Esta tendencia
amenaza a limitar las condiciones que obstaculiza el desarrollo integral de los
pueblos y sus prácticas.
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