Ohtli L. Enríquez González
Hasta la fecha nuestro México sigue avanzando a traspiés y no logra unificar un proyecto de transformación social real. La pulverización de los grupos precolombinos a manos de españoles produjo el nacimiento de una sociedad mestiza viciada, resentida y golpeada. Hijastra de las disposiciones occidentalistas, esta heterogénea sociedad se instruyó en el “callar y obedecer” que pervive en lo hondo de nuestras estructuras mentales como nación. Cuando intereses de una minoría con poderío económico y en desacuerdo con las directrices gubernamentales proclamaron la independencia política respecto a España, se dio paso a la encarnizada lucha de sátrapas. Un clima (¿similar al actual?) de inseguridad prevalecía en las ciudades, caminos y pueblos, sobreponiéndose la ley del más fuerte. El ambiguo proyecto de Estado no logró cristalizar hasta el triunfo del liberalismo en la segunda mitad del siglo XIX, y su puesta en práctica definitiva bajo el conservadurismo Porfiriano.
Con el estallido de la Revolución Mexicana sobrevino otra querella confundida entre la justicia social, el anhelo modernizador y nuevamente los intereses de grupo. Cuando el país se institucionaliza bajo aquella Dictadura perfecta que señaló Mario Vargas Llosa en 1990, nuestro país adquirió la faz de país emergente que aspira, busca y pretende un mejor nivel de vida pero que no se logra. Ese es quizás uno de los grandes dilemas del mexicano, cuando de populacho pasó a ciudadano consciente de sus derechos y obligaciones. Pero, ¿A qué es atribuible esa situación? ¿Es en verdad sólo culpa de la política o las grandes empresas transnacionales que gobiernan con sus chequeras? ¿Cuáles son las limitantes reales que impiden dar el paso definitivo al desarrollo con bienestar social?
Tras las malas decisiones en las esferas económicas, políticas y sociales se encuentra un modo de ser, de entender al mundo y a nosotros mismos, un ADN social que desafortunadamente traemos gran parte de los mexicanos y del cual no es difícil desprendernos. Para dar explicación a tal estado, la teoría Bourdeausiana nos puede apoyar en la comprensión de algunos elementos que generan este dilema y algunas formas en las que opera.
Pierre Bourdieu y el concepto de Habitus.
Autodenominado como constructivista estructuralista, este sociólogo francés pretende dilucidar los mecanismos de acción al interior del mundo social mediante las prácticas cotidianas y en general esquemas de percepción, pensamiento y acción de los seres humanos. Para ello sostiene el genuino interés de abolir la frontera tradicional entre lo colectivo y lo individual, lo público y lo privado, entre determinismo y relativismo, por citar algunos. Sin duda un referente para la sociología actual por lo vasto de sus propuestas teóricas y metodológicas, entre otros, propone el empleo del concepto de Habitus para comprender el complejo entramado de motivaciones y condiciones objetivas que orientan el pensar, decir y hacer de grupos sociales concretos. En términos generales el Habitus se ocupa de los procesos mediante los cuales los individuos estrechan la relación entre las condiciones objetivas y la interiorización de ese mundo de representaciones.
Bajo esta perspectiva, Bourdieu nos dice que los hombres hacen concordar las estructuras externas con su capital cultural, educativo y político. Así, las condiciones económicas y de clase juegan un papel preponderante, pues no todos los habitantes poseemos un mismo habitus. De ahí que éste sirva como punto de partida para la creación y reproducción de prácticas culturales y representaciones sociales.
El destacado sociólogo conceptualiza el habitus como una “estructura estructurante, que organiza las prácticas y la percepción de las prácticas (…) es también estructura estructurada: el principio del mundo social es a su vez producto de la incorporación de la división de clases sociales (…) Sistema de esquemas generadores de prácticas que expresa de forma sistémica la necesidad y las libertades inherentes a la condición de clase y la diferencia constitutiva de la posición. El habitus aprehende las diferencias de condición que retiene bajo la forma de diferencias entre unas prácticas enclasadas y enclasantes (como productos del habitus), según unos principios de diferenciación que, al ser a su vez producto de estas diferencias, son objetivamente atribuidos a éstas y tienden por consiguiente a percibirlas como naturales.
David Morley lo interpreta de manera más sencilla, ya que el habitus “permite aprehender la articulación de las dos dimensiones de estructura y acción: en tanto matriz de disposiciones y competencias capaz de generar y asegurar una amplia variedad de prácticas específicas, donde sin embargo, como lo advierte Murdock, <
Ese saber es resultado de una larga construcción histórica que hoy en día dinamita en el grueso de la población a pesar de la gran diferenciación laboral y social que hemos experimentado los últimos años. Aquí es necesario realizar una observación, Bourdieu considera que su concepto es aplicable exclusivamente a grupos con una pertenencia socioeconómica particular. Para esta situación entendemos que ese grupo en realidad se compone por millones de habitantes con manifestaciones humanas tan variadas y heterogéneas como resultado de los diversos procesos hegemónicos y culturales locales. A pesar de lo cual expresan multitud de rasgos comunes, uno de ellos el de la actitud pesimista y de sorna ante la vida. Octavio Paz en su Laberinto de la soledad ya advertía que “nos reímos de la muerte porque la vida ya nos ha curado de espanto”. Cuando decimos “nos reímos de todo” se pondera el carácter jocoso, festivo y desenfadado de una sociedad que en el fondo debe buscar medios para desentenderse de una realidad poblada de injusticias, irresponsabilidades y miseria.
El habitus se alimenta de un capital vivencial y más relacionado con los saberes significativos y el prestigio que con el dinero y los valores materiales. Grosso modo, el capital que identifica Bourdieu se divide en:
• Económico: seguramente más relacionado por el lector con el pensamiento marxista, efectivamente remite al nivel de ingresos y cantidad de inmuebles acumulados que brindan seguridad material y superioridad a un grupo a partir de la posesión de recursos para la producción.
• Cultural: en oposición se ubica éste que se alimenta de los conocimientos, habilidades y aptitudes (competencias) aprendidas y desarrolladas como el saber expresarse de forma oral en público o el saber redactar correcta y coherentemente un texto, por citar algunos ejemplos. Pero como sabemos que bajo el sistema capitalista en el que vivimos nadie (o casi nadie) vive por el puro amor al arte, es menester acumular títulos académicos que acrediten nuestro saber. Finalmente un individuo acrecentará ese capital cultural en la medida que conserve y utilice mayor cantidad de bienes culturales como libros, discos, software, etc.
• Social: compuesto por dos esferas íntimamente ligadas. Por un lado el código ético que permite relaciones de convivencia sanas y pacíficas, engendradas por la familia y la escuela, génesis de la reproducción social. Aquí se ubican los valores, las normas morales y legales, así como las tradiciones. Además se deben sumar las relaciones sociales en general, sobre todo los lazos existentes con personas ubicadas en un estrato social superior que pueda ofrecer algún apoyo a futuro.
• Simbólico: Se le puede llamar así al conocimiento y reconocimiento que los otros tienen y dan de los capitales económico y cultural. Esto es, el prestigio, honorabilidad o buen gusto que ve o sabe la sociedad que un individuo carga consigo. Este nutre de forma considerable los contactos o padrinos y compadres que incrementan nuestro capital social.
Cada uno de ellos nos identifica como personas y colectivo. Nacemos con un habitus y un capital específico que sirve como base para adquirir, rechazar y desarrollar nuevas prácticas y creencias, así como sustentar otros valores. No son una cárcel que nos limite, más bien son las estructuras que delimitan nuestro andar por el mundo, pero que se puede acrecentar o dilapidar, según sea el caso. La propuesta es que situemos las características que dan forma a nuestra persona a partir del grupo en el cual nos desenvolvemos y aprendamos a desarrollar los que pueden llevarnos al éxito. Sin duda, como toda propuesta teórica, tiende a ser reduccionista y en ocasiones no aprehende completamente la gran cantidad de elementos que ofrece el potencial humano. Sin embargo, ofrece algunas pistas para dar sentido a nuestra integralidad y el por qué de nuestras filiaciones, fobias y omisiones.
Un vistazo a la realidad.
Para situar de manera concreta algunas de estas ideas, observemos un caso concreto con jóvenes inscritos en el nivel de educación básica en una colonia periférica de la ciudad de Xalapa. Antes que nada, se debe reconocer en ellos el interés por mejorar sus condiciones de vida. De ahí que cursaran estudios de primaria y secundaria el ciclo escolar 2010-2011. Algunos poseen relativa conciencia de que yendo a la escuela adquirirán algún tipo de conocimiento que les permita “ser mejores”. Pero en realidad asisten obligados por familiares que ven en los estudios una forma de movilidad social, pues un certificado de educación básica quizás redunde en un mejor trabajo. Como se ha visto, sólo una parte, la más pragmática, del capital cultural.
Los jóvenes y adultos poseen una percepción, valoración y acción inculcada por su familia de manera no intencionada, pues es el actuar cotidiano de sus mayores el que les revela las estrategias para desenvolverse. Lo que se puede observar es lo siguiente, con padres sin estudios y dedicados a empleos informales, a oficios diversos, a labores domésticas en el caso de las madres y a la albañilería los padres, principalmente, los hijos aprenden esa como la única forma de vivir. Los niños y jóvenes saben que lo importante es resolver las necesidades presentes, apremiantes como la de comer. Como las jornadas laborales son amplias y extenuantes, la vida se reduce a una pesada y sufrida existencia; bajo este esquema la escuela, los estudios, no representan prácticamente nada. Estos jóvenes prefieren fumarse un cigarro en la esquina de la colonia en compañía de su grupo de amigos, beber una cerveza en la banqueta, pasar el tiempo en las maquinitas (videojuegos) en la miscelánea de costumbre o perseguir a su quimérico amor. Y por supuesto, gustos (para más de uno necesidades básicas) construidos por su historia de familia y por el colectivo que les rodea con un similar capital económico. Tras la larga jornada, lo que el cuerpo menos requiere, según su habitus específico, es pasar un par de horas en la escuela para leer y escribir; ¡qué inútil el libro de Español! (estudio de las corrientes literarias), exclamó en alguna ocasión una alumna del tercer grado de secundaria. Un esfuerzo mayor no es posible, un “no puedo porque trabajo” es una frase muy repetida. En alguna ocasión dicha por otro muchacho que atendía un puesto de ropa en el centro de la ciudad. Trabajo reconocido por sus amigos y familiares como bueno. Joven que motivado por su madre, al final sí concluyó sus estudios, pero a regañadientes.
Como es obvio reconocer, el capital económico de esta población es muy limitado y la mayor parte del tiempo es invertido en el trabajo. Casi todos los jóvenes se han incorporado a actividades laborales. Algunos de ellos contribuyen con el gasto familiar de manera porcentual. En el mayor de los casos ese dinero sirve para atender las necesidades que su capital social les exige. Portar el teléfono más novedoso (smartphone), comprarse ropa y calzado de moda (normalmente imitación), mantener el cabello teñido o incluir una nueva perforación en la cara, todo ello hasta redundar en un gusto kitsch.
Los títulos escolares son mínimos o inexistentes, no ostentan bienes culturales más que discos de reggaetón, banda o chunchaca. Los libros ni regalados, se humedecen y se tiran a la basura, pero, lo más significativo, se cree que los componentes de formación básica no brindan ningún conocimiento real para la solución de sus carestías o la concreción de sus anhelos. En todo caso, se muestra una conciencia en la trascendencia del manejo de las operaciones matemáticas básicas, pues son el medio para que no les vean la cara en el trato comercial.
Los códigos que guían su vida son lealtad a la familia, la ley del mínimo esfuerzo y la cultura del agandalle. Un pilar fundamental dentro de esta forma de ver la realidad tiene que ver con el sustento que ofrecen los programas federales de asistencia social. No se respetan gran parte de las normas legales e impera un pasarla bien que se expresa en el chachareo, el baile y el alcohol o las drogas. Existen las redes sociales ligadas a la protección del grupo y el apoyo fraterno/económico de las familias respecto a cumpleaños, celebraciones religiosas y fechas especiales del calendario festivo. Finalmente, el capital simbólico se expresa en corpulencia física o atractivo ante el sexo opuesto, destreza para el fútbol o el baile, aguante al momento de las chelas, cantidad de novias (os) y por supuesto nivel de ingreso, normalmente mal administrado o empleado en cosas superfluas.
Con algunos de estos indicadores puede hacerse una suerte de figuración de un posible habitus concreto, aplicable a otros contextos similares de nuestra nación. Es un grupo con un proyecto de vida limitado e incluso inexistente y con un imaginario profesional y cultural restringido. La violencia es otro factor fundamental, pues las agresiones en banda por el territorio es otra preocupación con la que después cada individuo prosigue su andar. Los altercados con la justicia se vuelven parte de la normalidad. Así, el respeto a las normas y la convivencia armónica no figuran dentro de su forma de socialización. En los casos más radicales este es el caldo de cultivo de los futuros empleados de la delincuencia organizada, quienes buscan dinero fácil.
Tomando como pretexto a Tlanestli para la aproximación a ese habitus del que se han esbozado algunas líneas, esperamos pueda ser de utilidad no para burlarnos, abrumarnos o compadecernos de esa magra realidad, sino para comprender un estado y favorecer el advenimiento de otro mejor. Recordemos que el habitus nos define y es base para nuestra transformación. Es importante respetar las diferencias culturales, pero no podemos contentarnos con el confort de una vida fácil que no exige nada más que el cumplimiento de necesidades básicas presentes y el desentendimiento con los medios que no se aprovechan de forma efectiva. La idea es superar el no me exijan porque yo no exijo con el que regularmente nos encontramos. Tras esa negra noche de mediocridad un nuevo “Amanecer” es posible. Todo recae en nuestros esfuerzos individuales y en la actitud con la que cuerpo, espíritu y mente de cada uno de nosotros enfoque los retos que esta compleja sociedad día con día impone. Sin duda, más allá del dinero, el reconocimiento social y los títulos lo más importante es mantener una paz interior que nos da la felicidad de hacer lo que nos gusta. Esperemos pueda aportar algo en beneficio del colectivo y ese dilema del ya merito obstaculizado por las decisiones políticas-económicas materialice en un pude y soy mejor guiado por una toma de conciencia de nuestras posibilidades.
FUENTES DE CONSULTA:
Pierre Bourdieu (2008) Capital cultural, escuela y espacio social. Siglo XXI editores, México.
Pierre Bourdieu (1988) La distinción. Taurus, Madrid.
Gilberto Giménez, La sociología de Pierre Bourdieu, recuperado el 16 de julio de 2011 en http://www.paginasprodigy.com/peimber/BOURDIEU.pdf
David Morley (1996) Televisión, audiencias y estudios culturales. Amorrortu editores, Buenos Aires.
Octavio Paz, El laberinto de la soledad. Recuperado el 16 de julio de 2001 en http://biblio3.url.edu.gt/Libros/16/laberinto.pdf
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