lunes, 8 de agosto de 2011

ALFONSO REYES, UN MEXICANO UNIVERSAL


Por Lisardo Enríquez L.
El gran escritor argentino Jorge Luis Borges calificó al mexicano Alfonso Reyes como el mejor estilista de la prosa española del siglo XX, y reconoció que en su escritura aprendió mucho de él respecto a la simplicidad y la manera directa. Reyes era apenas diez años mayor que Borges. Ambos vivieron entre libros desde su niñez. El primero se vio obligado a exiliarse cuando tenía 24 años, a consecuencia de la trágica muerte de su padre, el General Bernardo Reyes, y no regresó a vivir a México sino hasta 26 años después. El segundo, fue heredero de graves deficiencias de la vista que le provocaron la ceguera completa a los 55 años. Allá por 1960, el crítico literario José Luis Martínez afirmó: “Alfonso Reyes fue el lujo y el orgullo de las letras mexicanas. Durante los últimos cincuenta años nadie le disputó el título de nuestro más distinguido hombre de letras. . . Su obra, enorme y múltiple, es uno de los monumentos que honran la inteligencia de México”1.
Alfonso Reyes nació en la Ciudad de Monterrey en 1889 y murió en la Ciudad de México en 1959. Después de realizar estudios básicos en su natal Monterrey, se fue a la Ciudad de México a continuar estudiando, y cuenta que durante unas vacaciones, al llegar a ver a su familia, encontró a su padre leyendo la primera edición de los Cantos de vida y esperanza del nicaragüense Rubén Darío. Estos acontecimientos, desde luego, son la esencia vivencial para un espíritu como el suyo. En México cursó la carrera de abogado, que mucho le serviría durante su exilio, pero definitivamente su destino era otro. Lo esperaban las letras, a las que estaba llamado de origen.
Después de un breve periodo en Francia se estableció en España, en donde permaneció de 1914 a 1924; dice él mismo que España le permitió liberarse de las terribles experiencias anteriores a su exilio, y le dio la posibilidad de liberarse de su pasado, para dedicarse a ser escritor de tiempo completo. Tal vez por ello se dice que en Madrid escribió varios de sus mejores libros, como es el caso de Visión de Anáhuac (1915), El suicida (1917) y Cartones de Madrid (1917). En España tiene uno de sus mejores periodos de creación y es ahí donde se convierte en un gran escritor. En esta época hace traducciones de obras de Chejov, Sterne, Stevenson y Chesterton.
Entre 1924 y 1938 llevó una vida un tanto agitada. Son años en que desempeñó cargos diplomáticos en Paris, Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo, cuyas actividades le permitieron una vida social grata, que él aprovechó para que nuestro país tuviera presencia en aquellos lugares. Sin embargo, se dio tiempo para escribir. De esta otra época son algunos de sus poemas más bellos, y obras como México en una nuez (1930), Discurso por Virgilio (1931), Tren de ondas (1932), A vuelta de correo (1932), Atenea política (1932), Homilía por la cultura (1938), y muchos otras.
En 1939 regresa definitivamente a México. Es la hora de su madurez intelectual, el periodo del sabio y el humanista que fue Don Alfonso. En esta nueva etapa escribe estudios como los siguientes: La crítica en la edad ateniense (1941), La experiencia literaria (1942), Última tule (1942), El deslinde, estudio sobre teoría literaria, tal vez la obra más ambiciosa con aproximadamente quinientas páginas (1944), Norte y sur (1945), Letras de la Nueva España (1948), etc. Sus obras se han traducido al alemán, al checo, al francés, al griego, al inglés, al italiano, al portugués y al sueco. Se atribuyen a Reyes 154 obras escritas entre mayores y menores, que el Fondo de Cultura Económica editó en 26 volúmenes como Obras Completas.
En esta pequeña nota, mero pretexto para leer a Don Alfonso Reyes, Alfonso el Grande, Alfonso el Sabio, he dejado para el final la explicación de sus primeros trabajos como escritor y académico, que le dieran largos afectos y permanentes contactos intelectuales, iniciados en el Ateneo de la Juventud, desde finales de 1909, junto a hombres como Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Enrique González Martínez, Luis G. Urbina, José Vasconcelos, Julio Torri, Martín Luis Guzmán, Carlos González Peña, Alfonso Cravioto, Jesús T. Acevedo, Alejandro Quijano, Genaro Fernández Mac Gregor, Luis Castillo Ledón y Ricardo Gómez Robelo. Todos ellos destacados en distintos ámbitos.
José Luis Martínez dice que los dos primeros eran los maestros del grupo, los dos siguientes eran los hermanos mayores, y todos los demás, incluyendo a Alfonso Reyes, eran quienes se convertirían pronto en maestros. Henríquez Ureña, dominicano de origen, vino a México y realizó una labor importante, luego anduvo en distintos países, pero siempre estuvo ligado a Don Alfonso Reyes porque eran muy afines en sus intereses y en su capacidad de trabajo. Cuando el dominicano muere es Reyes quien escribe la Evocación de Pedro Henríquez Ureña, que todo mexicano amante de su país y de la cultura debe leer. Es el homenaje más sincero, de mayor gratitud, a quien también entregó la vida a las letras, al estudio. El texto de Reyes es revelador del trabajo incansable que realizó Henríquez Ureña dondequiera que estuvo, y de lo humano y solidario que era. Cuando Reyes habla de un amigo al que Pedro dio sus ahorros, está hablando de él mismo. Hay que leerlo. Es una manera de conocer lo humano y de conocer a México a través de uno y de otro.
1 Reyes, Alfonso. Antología. Selección y prólogo de José Luis Martínez. B. Costa-Amic Editor, Colección Pensamiento de América, Segunda Serie, Volumen 1. México, 1965.


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