lunes, 13 de abril de 2015

Mi tratado sobre la “miserabilidad”


Juan Francisco Gaspar Velazco


El mundo  construido  desde la mayoría  de los que poco tienen, el ambiente  que se destruye, se violenta, se aniquila  por los pocos  que mucho tienen,  lleva a imaginar  que lo único que nos hace común  a los pocos que tienen mucho y a los muchos que tienen poco es la miseria; la miseria se puede entender   como aquellos  en donde el infortunio, la debilidad, la carencia de lo necesario y la desdicha  es lo único que los cobija; la otra forma de entender a la miseria  es en torno a una categoría que se les da  a aquel  que goza de fortuna,  que tiene más de lo que puede y  ha sido castigado con la desdicha de lo abundante. Esto nos conduce a pensar  que la miseria,  más que vista  desde un punto material debe ser observada  desde la ética  y desde la historia. Es importante ver a la miseria desde la ética, ya que desde allí podríamos dimensionar  los caracteres que describen lo miserable. Una definición de miseria que actualmente ha sido puesta en duda se refiere a pensar a esta  como el permanecer  alejado; podríamos decir que esto significa estar separado de un imperativo moral o estar fuera de contexto;  cuando un pecador  le pide perdón a su Dios lo que está haciendo es  reconocerse  miserable, es decir, está pidiendo que su corazón regrese a su referente supremo (misericordia).

Se había dicho que la miseria también debe ser atendida desde la historia: ¿Qué nos hizo miserables en la historia? La respuesta puede estar entendida desde el señalamiento  humano: nos hicimos miserables desde que nos alejamos de la humanidad, cuando  aparecieron los distintos hombres: el blanco y el negro, el poseedor y el carecido; cuando  surgieron   estas diferencias entramos a la des-gracia. Fue allí cuando el trabajo se volvió infortunio,  puesto que  aunque el hombre trabajara más y se esforzara a la máxima expresión seguirá teniendo necesidad, en lo subsecuente su trabajo le resultará  insuficiente e insatisfactorio, querrá alcanzar  al poseedor y como esto le será imposible, se denominará miserable.

Curiosamente  en el momento  en que el progreso se volvió moda, evolucionó la máquina, en donde aparecieron mejores formas de comunicación. En el instante  en          que  se logró  concentrar la mayor cantidad de riqueza hasta ese momento no vista,  fue cuando la miseria dejó ver su rostro total y generó adeptos: los miserables, tanto aquellos  que no poseían y aquellos, los poseedores.  A continuación se cita un fragmento de  Henry George (1880) que ejemplifica lo dicho:

“…El vagabundo llega con la locomotora, y los hospicios y cárceles son señales del progreso material tan seguras como las suntuosas viviendas, los ricos almacenes y las magníficas iglesias. Este hecho, el gran hecho de que la pobreza con todas sus derivaciones aparece en las sociedades precisamente cuando éstas alcanzan la situación a que tiende el progreso material, demuestra que las dificultades sociales existentes dondequiera que se ha logrado un cierto grado de progreso, no provienen de circunstancias locales, sino que son engendradas, de una u otra manera, por el progreso mismo. Esta asociación de la pobreza con el progreso es el gran enigma de nuestros tiempos. Es el hecho central del cual dimanan las dificultades económicas, sociales y políticas que tienen perplejo al mundo y contra las cuales el arte de gobernar, la beneficencia y la enseñanza luchan en vano….”

Aquí se nota que el miserable de lo abundante impone su idea de progreso, esa que él ha construido,  la que lo describe y que desde luego debe seguir divulgándose y su divulgación  no tiene que ver  en presentarla para que todos la puedan alcanzar sino, para demostrar el poder de quien lo ha inventado. La industrialización  nos dejó un largo camino de miseria, la cual se hizo política  y parió  a los gobiernos  de los Estados modernos del siglo XIX. En donde fue necesario la pobreza para tener a quien mandar, la pobreza vino a acompañar  las intensiones  de las multinacionales, dado que el pobre  debería trabajar no para realizarse o para edificar su mundo; su trabajo era para poder comer  y  sostener a su familia que heredaría su pobreza, mientras que su patrón podría seguir viviendo en la abundancia, en ese escenario de la propiedad privada, de la producción en serie, los que antes  eran semejantes ahora son distantes, la miseria los obligó a incluir en su labor  a sus mujeres y a sus hijos y generar así una lucha de clanes para generar riquezas, el  único beneficio que contrajo  le correspondió  al gran empresario que después patrocinaría guerras para acabar con los hambrientos y así solucionar el problema del hambre.

Las políticas de la miseria  han  llevado  a una noción de progreso tecnológico que a su vez se ha vuelto el consumo de moda: las mediciones de progreso radican   en la posesión  de cosas que a su vez la única atención es  que el pobre  busque parecerse al rico. Es común escuchar a los presidentes de las naciones  sostener una filosofía de la miseria, con aseveraciones tales como: “cuando yo llegué  el 30% de los habitantes del país usaban celular, a mi salida ya  un 80%  posee este recurso”. Estos sofismas políticos han sido bien vendidos a los habitantes de las naciones tercermundistas  en donde sus habitantes poco producen, mínimamente ganan, pero son ellos y sus países los más endeudados del mundo. Como advierte  nuevamente Henry George, el progreso industrial es una mera contradicción:

 “de él vienen las nubes que amenazan el porvenir de las `naciones más progresivas y seguras de sí mismas. Es el enigma que la esfinge del destino plantea a nuestra civilización, y no resolverlo es ser destruido. Mientras todo el aumento de riqueza suministrado por el progreso vaya sólo a formar grandes fortunas, a aumentar el lujo y acentuar el contraste entre la Casa de la Opulencia y la Casa de la Privación, el progreso no es real y no puede ser permanente”

El cristianismo en esencia  busca la protección del miserable desprotegido y la salvación del miserable que posee, el cristianismo no está contra el hombre miserable, su combate está contra la miseria y las condiciones que limitan a esta, el cristianismo no condena al  hombre que posee, busca llevar a este  al camino de la  solidaridad y la empatía. Por otro lado, el cristianismo no protege al miserable desprotegido, no se sostiene en éste, no enseña para que comprenda  lo importante que es el trabajo para ser realmente un humano. Falsa es la interpretación  de que el rico no entrará por el ojo de la aguja y el pobre si, ambos accederán  si en su camino trabajaron y fueron solidarios y juntos  desde su fortuna y desde su esfuerzo combatieron la miseria.

Dirigentes políticos y  religiosos han hecho de la miseria una virtud, la religiosidad  es la versión miserable de la religión.  Es necesaria porque son ellos los que sostienen  las instituciones  religiosas, estos son  la base  de la economía de cualquier  ministro de culto,  los seguidores del rito ven en el líder al salvador, al mayor, estos se ven inferiores ante él y por tal motivo se acercan a su guía para que este a su vez los acerque  a su deidad adorada. Por otra parte los políticos  desempeñan su trabajo con discursos cargados  de retorica  salvífica, le dan  al ciudadano lo que éste le pide  para resolver su problema momentáneo, el que recibe el regalo  piensa en que ese bien  le es pertinente a él y a su familia, no importa  la patria, lo importante es comer ese día; el político ha creado esta miseria  sabiendo de ante mano que así tendrá miserables para la próxima campaña, religioso o político  han colaborado  para que en este mundo  la miseria  no sea algo a combatir, sino a exaltar, por lo tanto  la miseria se ha convertido en virtud de  miserabilidad y el miserable en un objeto para hacer el bien.

En las intenciones de hacer el bien  el miserable tiene su misericordioso, este deberá alejarlo de la miseria del no tener y llevarlo a la miseria del no comparto, el misericordioso enarbola su espíritu de generosidad, él también es un miserable, dado  que no se percata que lo que tiene  y lo  que da,   no es algo que realmente le pertenece, de lo que él se desprende es de lo que la naturaleza le ha dado a la humanidad y él solamente es un mayordomo, no el dueño. La verdadera dueña de ese bien que se despliega a todos es la tierra, la que todos los humanos según sus virtudes y capacidades deben hacerla producir, el agua y la tierra son las verdaderas ricas, los humanos solo somos sus beneficiarios. Los gobiernos de los pueblos del mundo discuten el problema de la economía, su objetivo es combatir la pobreza. Hay quienes creen que se puede resolver  con la tecnología; otros suponen que con el asistencialismo social. El problema real reside  en que la pobreza y la riqueza se miden con parámetros disímbolos, en donde abunda el oro, la riqueza se debe medir en oro, en donde yace el petróleo, la riqueza debe medirse con petróleo,  en donde   la tierra  ha provisto a la humanidad con frutos así se medirá su riqueza; desde la noción de venta  no podríamos igualar una manzana a una pepita de oro, del mismo modo el petróleo desde esta idea  no se equipararía a un árbol o a una mina, pero si lo vemos desde el intercambio podríamos entender que todos los humanos necesitan frutas, del mismo modo entenderíamos que el petróleo nos daría el combustible  para generarnos calor, poder  preparar nuestros alimentos, del mismo modo el oro lo podríamos utilizar  como transmisor de energía en los hospitales  y en las industrias  en donde  se construyan  las herramientas que el hombre ocupa para realizar sus trabajos; “Esta cuestión, a pesar de su capital importancia y de llamar universal y dolorosamente la atención, aún no ha tenido una solución que explique todos los hechos y señale un remedio claro y sencillo. Prueban esto los diversísimos intentos de explicar las crisis de la producción. No sólo muestran una divergencia entre los pareceres populares y las teorías científicas, sino también que la coincidencia que debería haber entre los adeptos de las mismas teorías generales se disgrega, ante las cuestiones prácticas, en una anarquía de opiniones. Las ideas de ser inevitable el conflicto entre el capital y el trabajo, de ser nociva la maquinaria, de haberse de restringir la competencia y abolir el interés, de poderse crear riqueza emitiendo dinero, de ser un deber del gobierno el proporcionar capital o trabajo, se abren rápidamente paso entre la gran masa del pueblo que siente hondamente el daño y tiene viva conciencia de una injusticia…” Por lo que aquí se ha reflexionado podemos entender que la miseria  se ubica  como una palabra polisémica, sin  antónimo.  Podríamos hablar de la miseria cultural, de miseria de valores, de miseria política,  etcétera.


Lo que nos debe aquejar ante todo  es la miseria humana acuñando la idea  de “miserere”, el estar alejado. El estar separado de otro, el alejado del dolor, la no comprensión, la vanidad política y la presunción religiosa son las que nos desvinculan del otro. Debemos transitar hacia el acuerdo, entendido esto como  el corazón común  que nos permita aceptar la diferencia  siempre y cuando ésta pertenezca a la autodeterminación humana, pero no aquella  que nos haga  disímbolos, es decir, el yo y aparte el otro, sino yo con el otro. Por esta vía podríamos hablar del uno y del todos y todos en uno trabajando  por una humanidad  donde ninguna expresión de miseria  sea exaltada.

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