Marcelo Ramírez Ramírez.
Cuando muere, el hombre
continúa vivo en el recuerdo de quienes lo conocieron; si ese hombre realizó
una obra destacada, vivirá en ella y ella dará testimonio de la fuerza con la
que supo amar y buscar la verdad, la belleza, o el bien en cualquiera de sus
expresiones. Dar testimonio del compromiso existencial de un hombre, es
reconocer un modo de presencia que no termina con la muerte; es proyectar la
existencia humana más allá del tiempo que duran la carne y la sangre; es
reivindicar la permanencia del pensamiento y los sentimientos alimentados por
un propósito que va más allá de los afanes cotidianos. Es, en una palabra,
preservar el fulgor de una vida que logró cristalizar en una tarea, aunque esa
tarea no haya alcanzado un acabamiento pleno. Lo que importa es el compromiso
con la verdad de esa tarea, la convicción con que se llevó a cabo. Y cuando esa
tarea tiene que ver con las ideas que alumbran el destino humano, lo esencial
es la honestidad intelectual con que se lleva a cabo, opuesta al oportunismo y
la conveniencia. En el periodismo la honestidad intelectual es el rechazo de la
hipocresía, que acepta doctrinas de avanzada para desvirtuar su sentido,
haciéndolas servir a los intereses del momento.
Enrique Olivares Arce, escribió
siempre respondiendo a los apremios de su conciencia. Lo hizo armado con los
elementos teóricos del marxismo, el cual profesó como una religión social. En
él veía la salvación del hombre, la redención de sus ambiciones desmesuradas,
que lo llevan a transformarse “en el lobo del hombre”. E.O.A. encontró en el
marxismo la respuesta de su deseo de justicia que lo acompañó hasta el final a
sus días; aceptó la dialéctica histórica que enseña cómo la humanidad avanza
hacia un orden social sin contradicciones. En su fervor revolucionario E.O.A,
creyó, como muchos de los jóvenes de su generación que vieron y vivieron el
triunfo de Fidel Castro, que había sonado la hora de emancipación de los
pueblos de Hispanoamérica. Fue una explosión de entusiasmo que creía contar con
el respaldo de los hechos, interpretados apresuradamente. Esos jóvenes vieron
como cosa natural “irse a la guerrilla” y así lo hicieron. E.O.A. fue uno de
ellos; en Nicaragua vivió la experiencia de la lucha en la selva tropical,
plagada de alimañas, con el riesgo constante de ser sorprendidos por el
ejército. Ahí también vivió el amor como refugio, sabedor de que la muerte lo
acechaba. De su grupo, él y su esposa y tal vez uno o dos compañeros más se
salvaron. Después volvió a México, habiendo comprendido que la revolución es un
acontecimiento excepcional y que no representa la solución verdadera para
eliminar la injusticia y la pobreza. A diferencia de otros que terminaron
decepcionados y, en algunos casos, renegaron de sus convicciones, E.O.A. se
mantuvo fiel a su visión optimista de la historia. Hasta donde pude conocerlo,
conservó su fe en el destino del hombre y se negó a ver en él “un error de la
naturaleza”, ser incorregible de pasiones destructivas. Su convencimiento de un
futuro mejor para todos se mantuvo, aún en los momentos en que la
descomposición de la política, las traiciones de los políticos y la doblez de
mucho de sus colegas de los medios de información y la comunicación, coincidían
en un maridaje indecoroso, precipitando al país en una de sus peores crisis.
Como todos los hombres buenos,
Enrique era a veces ingenuo, las omisiones o yerros de los políticos los
atribuía al desconocimiento de los problemas, más que a la mala fe. Con esa
convicción, fue a visitar a su oficina a una política importante para darle a
conocer sus puntos de vista sobre los problemas de la ciudad, esperando
sirvieran para la toma de decisiones. La política lo escuchó atentamente y
prometió llamar a “Don Enrique” en los próximos días para aterrizar las cosas.
Se quedó esperando la llamada.
En sus análisis de la
problemática social, E.O.A. se propuso fortalecer la conciencia social, en favor
del desarrollo con oportunidades para todos; este desarrollo implica la
inclusión de los grupos marginados, el combate a la desigualdad, la pobreza y
la corrupción. En esos análisis permaneció fiel a los conceptos de la crítica marxista;
le gustaba repetir en las pláticas con los amigos, que el marxismo es la
verdadera perspectiva científica de los fenómenos sociales. La caída del
“socialismo real” no le inquietaba, porque el fracaso del estalinismo no había
representado el fracaso del ideal socialista, el cual permanece vigente y
alienta la lucha de los que se proponen llevar al terreno de los hechos el
proyecto del “hombre nuevo”, desenajenado, autónomo, creativo y solidario. Su
adhesión al humanismo en la óptica del materialismo dialectico, le dio a los
escritos de E.O.A. el toque idealista que es el rasgo constante de los
verdaderos hombres de izquierda. Recordamos al amigo Enrique con el afecto y
respeto a los que son merecedores los seres humanos auténticos.
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