martes, 31 de mayo de 2022

Enrique Olivera Arce: Periodista de las causas sociales.


 

Marcelo Ramírez Ramírez.

 

Cuando muere, el hombre continúa vivo en el recuerdo de quienes lo conocieron; si ese hombre realizó una obra destacada, vivirá en ella y ella dará testimonio de la fuerza con la que supo amar y buscar la verdad, la belleza, o el bien en cualquiera de sus expresiones. Dar testimonio del compromiso existencial de un hombre, es reconocer un modo de presencia que no termina con la muerte; es proyectar la existencia humana más allá del tiempo que duran la carne y la sangre; es reivindicar la permanencia del pensamiento y los sentimientos alimentados por un propósito que va más allá de los afanes cotidianos. Es, en una palabra, preservar el fulgor de una vida que logró cristalizar en una tarea, aunque esa tarea no haya alcanzado un acabamiento pleno. Lo que importa es el compromiso con la verdad de esa tarea, la convicción con que se llevó a cabo. Y cuando esa tarea tiene que ver con las ideas que alumbran el destino humano, lo esencial es la honestidad intelectual con que se lleva a cabo, opuesta al oportunismo y la conveniencia. En el periodismo la honestidad intelectual es el rechazo de la hipocresía, que acepta doctrinas de avanzada para desvirtuar su sentido, haciéndolas servir a los intereses del momento.

 

Enrique Olivares Arce, escribió siempre respondiendo a los apremios de su conciencia. Lo hizo armado con los elementos teóricos del marxismo, el cual profesó como una religión social. En él veía la salvación del hombre, la redención de sus ambiciones desmesuradas, que lo llevan a transformarse “en el lobo del hombre”. E.O.A. encontró en el marxismo la respuesta de su deseo de justicia que lo acompañó hasta el final a sus días; aceptó la dialéctica histórica que enseña cómo la humanidad avanza hacia un orden social sin contradicciones. En su fervor revolucionario E.O.A, creyó, como muchos de los jóvenes de su generación que vieron y vivieron el triunfo de Fidel Castro, que había sonado la hora de emancipación de los pueblos de Hispanoamérica. Fue una explosión de entusiasmo que creía contar con el respaldo de los hechos, interpretados apresuradamente. Esos jóvenes vieron como cosa natural “irse a la guerrilla” y así lo hicieron. E.O.A. fue uno de ellos; en Nicaragua vivió la experiencia de la lucha en la selva tropical, plagada de alimañas, con el riesgo constante de ser sorprendidos por el ejército. Ahí también vivió el amor como refugio, sabedor de que la muerte lo acechaba. De su grupo, él y su esposa y tal vez uno o dos compañeros más se salvaron. Después volvió a México, habiendo comprendido que la revolución es un acontecimiento excepcional y que no representa la solución verdadera para eliminar la injusticia y la pobreza. A diferencia de otros que terminaron decepcionados y, en algunos casos, renegaron de sus convicciones, E.O.A. se mantuvo fiel a su visión optimista de la historia. Hasta donde pude conocerlo, conservó su fe en el destino del hombre y se negó a ver en él “un error de la naturaleza”, ser incorregible de pasiones destructivas. Su convencimiento de un futuro mejor para todos se mantuvo, aún en los momentos en que la descomposición de la política, las traiciones de los políticos y la doblez de mucho de sus colegas de los medios de información y la comunicación, coincidían en un maridaje indecoroso, precipitando al país en una de sus peores crisis.

Como todos los hombres buenos, Enrique era a veces ingenuo, las omisiones o yerros de los políticos los atribuía al desconocimiento de los problemas, más que a la mala fe. Con esa convicción, fue a visitar a su oficina a una política importante para darle a conocer sus puntos de vista sobre los problemas de la ciudad, esperando sirvieran para la toma de decisiones. La política lo escuchó atentamente y prometió llamar a “Don Enrique” en los próximos días para aterrizar las cosas. Se quedó esperando la llamada.

 

En sus análisis de la problemática social, E.O.A. se propuso fortalecer la conciencia social, en favor del desarrollo con oportunidades para todos; este desarrollo implica la inclusión de los grupos marginados, el combate a la desigualdad, la pobreza y la corrupción. En esos análisis permaneció fiel a los conceptos de la crítica marxista; le gustaba repetir en las pláticas con los amigos, que el marxismo es la verdadera perspectiva científica de los fenómenos sociales. La caída del “socialismo real” no le inquietaba, porque el fracaso del estalinismo no había representado el fracaso del ideal socialista, el cual permanece vigente y alienta la lucha de los que se proponen llevar al terreno de los hechos el proyecto del “hombre nuevo”, desenajenado, autónomo, creativo y solidario. Su adhesión al humanismo en la óptica del materialismo dialectico, le dio a los escritos de E.O.A. el toque idealista que es el rasgo constante de los verdaderos hombres de izquierda. Recordamos al amigo Enrique con el afecto y respeto a los que son merecedores los seres humanos auténticos.

  

No hay comentarios: