martes, 6 de julio de 2021

 

México profundo

Por Raúl Hernández Viveros

 

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En la lucha por la Independencia de la Nueva España, el padre de la patria Miguel Hidalgo y Costilla propuso una seria de reivindicaciones, principios indispensables y fundamentales para rescatar la dignidad del pueblo mexicano. Sus ideas se manifestaron en sus diversos decretos y proclamas. Desde el objetivo principal con que señaló a las autoridades de su tiempo, particularmente con su lema: ¡Abajo el mal gobierno! El contenido político de su proyecto de Independencia, se basó en algunos puntos importantes, como el reconocimiento a los derechos humanos y la redención de los pueblos indígenas.

Hay que destacar, por ejemplo los consecutivos motivos: “Desde el feliz momento en que la valerosa nación americana tomó las armas para sacudir el pesado yugo que por espacio de tres siglos la tenía oprimida, uno de sus principales objetos fue exterminar tantas gabelas con que no podía adelantar su fortuna; mas como en las críticas circunstancias del día no se pueden dictar las providencias adecuadas a aquel fin, por la necesidad de reales que tiene el reino para los costos de la guerra, se atiende por ahora a poner remedio en lo más urgente por las declaraciones siguientes:

“Que todos los dueños de esclavos deberán darles la libertad, dentro del término de diez días, so pena de muerte, la que se le aplicará por trasgresión de este artículo. Que cese para lo sucesivo la contribución de tributos respecto de las castas que lo pagaban y toda exacción que a los indios se les exija.” La convocatoria y el mandato hacia las autoridades: “Por el presente, mando a los jueces y justicias del distrito de esta capital que inmediatamente… se entreguen a los referidos naturales las tierras para su cultivo, sin que para lo sucesivo puedan arrendarse, pues es mi voluntad que su goce sea únicamente de los naturales en sus respectivos pueblos”.

            El origen principal de la guerra de Independencia estuvo centrado en el asunto de las tierras, que estudió Lucio Mendieta y Núñez.[1] “Los indios y las castas consideraban a los españoles como la causa de su miseria; por eso la guerra de Independencia encontró en la población rural su mayor contingente; esa guerra fue hecha por los indios labriegos, guerra de odio en la que lucharon dos elementos: el de españoles opresores y el indios oprimidos”.

Octavio Paz confirmó  que: “Nuestra Revolución de Independencia es menos brillante, menos rica en ideas y frases universales y más determinada por las circunstancias locales. Nuestros caudillos, sacerdotes humildes y oscuros capitanes, no tienen una noción tan clara de su obra.  En cambio, poseen un sentido más profundo de la realidad y escuchan mejor lo que, a media voz y en cifra, les dice el pueblo”.[2] Esta deliberación fue cimentada por las ideas sobre la  abolición de la esclavitud y del tributo, y lo más valioso la restitución de las tierras a los indios, como máximas exigencias de Miguel Hidalgo y Costilla.

Con la aparición de la novela Los pasos de López, [3] de Jorge Ibargüengoitia, se logró recrear en forma extraordinaria y fascinante la figura de Miguel Hidalgo y Costilla. Se  trató de abrir el rico manejo de la ironía, a través del protagonista, de esta pieza narrativa. Es decir, volver a escribir la historia, desde el punto de vista de un escritor contemporáneo nuestro. Con la figura del padre Periñón, el cual representó al cura Hidalgo, quien por causas del destino encabezó la independencia independiente y los ideales de una nación soberana, en manos de los criollos.

Este término fue utilizado en el pasado colonial bajo la Nueva España para designar al habitante nacido en América que descendía exclusivamente de padres españoles o de origen español. Desde el siglo XVIII intervinieron en la mayor parte del comercio y de la propiedad agraria, por lo que tuvieron un enorme poder económico y una trascendental importancia social. No obstante, fueron desplazados de los principales cargos políticos y administrativos que eran designados sólo a los originarios de España. Con esto  se calificaba también de mestizo al individuo nacido de criollos.

En la historia de México: la muchedumbre, populacho, los bárbaros, los salvajes, los pelados, o los de abajo correspondía a los grupos étnicos, que continúan marginados y sometidos al abandono social en sus zonas de refugio. Jorge Ibargüengoitia inventó al personaje de Matías Chandón, quien apareció en Cañada, actualmente Morelia, en el lugar de origen del autor. Llegó con la finalidad de hacerse de la plaza de teniente de artilleros. De inmediato se involucró con los miembros de La Junta de Cañada, integrada por los corregidores, entre ellos el Padre Periñón.

Matías Chandón obtuvo la plaza de teniente de artilleros, y casi sin pensarlo ingresó a la conspiración. Al mismo tiempo que se transformó  en un admirador y enamorado de Carmen, la corregidora; pudo advertir el papel de la traición en varios participantes; una de las características del ser mexicano, puede advertirse en la crónica de traiciones y asesinatos entre la clase política.

Matías Chandón también fue testigo del levantamiento de armas en el estado de Plan de Abajo, en  lo que es Guanajuato. Todas estas acciones fueron, casualmente, dirigidas por el padre Periñón, con la  toma de Cuévano, ciudad de Guanajuato. Hasta el arresto de Periñón y los demás jefes de la insurrección. La desobediencia mezclada con la deslealtad, mantuvieron la actitud de cambiar para desconfiar de los poderosos y repudiar la impunidad de los políticos.

            De esta manera, y en forma sarcástica, Jorge Ibargüengoitia narró este episodio nacional mexicano que marcó definitivamente el nacimiento y el rumbo de una nación.  Aunque la versión oficial se permitió ofrecer datos institucionales sobre el cura Hidalgo, considerado como el padre de la patria mexicana, quien inició la lucha por la independencia. Hombre muy culto y profundo conocedor de las ideas de la Ilustración, las puso en práctica entre sus feligreses, en su mayoría indígenas, en el intento de mejorar sus condiciones económicas y de vida.

            Para José Emilio Pacheco: “El pecado original de la independencia mexicana fue que los criollos consumaron la revolución política por medio a la revolución social. No hicieron la ruptura para obtener la libertad de las mayorías sino para conservar sus privilegios aristocráticos. La precaria coalición entre mestizos insurgentes y criollos realistas no tardó en polarizarse en la lucha de liberales y conservadores que se tradujo en medio siglo de guerra civil, invasiones extranjeras, despojos territoriales, miseria y anarquía”[4]. 

Bajo dicho escenario político y social, el cura Hidalgo experto en las artes culinarias y valioso catador, enseñó a los naturales, nativos y originarios de estas tierras, a cultivar viñedos, criar abejas y dirigir pequeñas industrias, lo que le valió el apoyo incondicional de sus feligreses. En 1809 Hidalgo se unió a una de esas sociedades secretas, formada en Valladolid, cuyo fin era reunir un congreso para gobernar el Virreinato de Nueva España en nombre del rey Fernando VII, que en ese momento se encontraba preso de Napoleón, y en último caso lograr la Independencia.

Los conjurados planearon alzarse en armas contra el virrey de Nueva España el primero de octubre de 1810, pero fueron descubiertos a mediados de septiembre. Hidalgo y  otros conspiradores se protegieron gracias al aviso de Josefa Ortiz de Domínguez y se trasladaron a Querétaro, donde Hidalgo se reunió con Ignacio Allende. El 16 de septiembre de 1810, Hidalgo enarboló un estandarte con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de México, en el que se podía leer: "Viva la religión. Viva nuestra madre Santísima de Guadalupe. Viva Fernando VII. Viva la América y Muera el mal Gobierno".

Roger Bartra señaló que: “la Virgen María, ya desde siglo XVII era transformada en la Nueva Eva mexicana que debía despertar el tumultuoso y ardiente amor del pueblo. Pero una Eva criolla no fue suficiente para canalizar el culto popular. Era necesaria una Eva india para exorcizar las viejas culpas y consolar las penas crecientes. En 1672 ya se describe a la Virgen como india, y no como criolla”[5]. Por lo cual, dicho autor recurrió a citar a  Juan de Mendoza:

“formóse esta imagen santa de Guadalupe, a semejanza de los gentiles naturales de esta tierra; dícelo su rostro que muerta un color apagado, moreno semejante al que tienen ellos y púsose así mismo en su traje vistióse las ropas de su usanza  para que viéndola los gentiles formada a su semejanza y vestida a su traje, se enamorasen y convirtiesen”

 Del mismo modo, Octavio Paz señaló que: “la aparición de la Virgen de Guadalupe sobre las ruinas de un santuario consagrado a la diosa Tonantzin, es el ejemplo central aunque no es el único, de esta relación entre dos mundos, el indígena y el colonial”[6]. Un planteamiento que hizo transformar la visión trasplantada por la Conquista española. Pero que nunca pudo ser asimilada plenamente por los verdaderos habitantes originarios de la Nueva España, y que tomó como lábaro patrio el cura Hidalgo cuando lanzó el Grito de Dolores.

Con lo cual inició la revuelta; junto con Allende, y consiguieron reunir un ejército formado por más de 40.000 miembros. El 21 de septiembre, el ejército de Hidalgo y Allende capturó Celaya, por lo que Hidalgo fue nombrado capitán general del Ejército Libertador e Ignacio Allende fue ascendido a teniente general. El obispo electo de Michoacán publicó un edicto el 24 de septiembre en el que eran excomulgados Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo.

En una investigación  que realizó la Iglesia Católica se reveló que los curas Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón no murieron excomulgados, por lo que la arquidiócesis de México se pronunció por una corrección de actas a los libros de texto para que se difunda la historia de manera adecuada.

La Arquidiócesis de México, informó en el presente año, que éste es un primer trabajo de una serie de documentos de investigación que se darían durante la celebración de los festejos del Bicentenario de la Independencia de México, ya que hasta aquella época la Iglesia Católica era excluida de la comisión que prepara este aniversario. El director del archivo histórico del Arzobispado, señaló que no convenía levantar la excomunión para los padres de la patria, ya que se tienen los elementos suficientes para demostrar que murieron dentro de la religión católica y que incluso fueron confesados antes de fallecer.

Dichas recomendaciones permiten repetir las informaciones de Lucio Mendieta y Núñez: “La propiedad eclesiástica favoreció también en gran parte la decadencia de la pequeña propiedad agraria de los indios, por cuanto amortizaba fuertes capitales y sustraía del comercio grandes extensiones de tierra. Además de los despojos de que fueron víctimas, se deshicieron voluntariamente de muchas de sus propiedades a favor de la iglesia mediante donaciones y testamentos. La iglesia era, en la Nueva España propietaria de innumerables haciendas y ranchos que explotaba para beneficio del culto y acrecentamiento de sus riquezas.”[7]    

Después de tomar las ciudades de Salamanca, Irapuato y Silao, hasta llegar a Guanajuato, el 17 de noviembre Hidalgo se encaminó hacia Valladolid con siete mil hombres de caballería y doscientos cuarenta infantes, todos mal armados, entrando el 26 en Guadalajara, pero no logró llegar a la ciudad de México. En Guadalajara, Hidalgo expidió una declaración de independencia y formó un gobierno provisional; además decretó la abolición de la esclavitud, la supresión de los tributos pagados por los indígenas a la Corona y la restitución de las tierras usurpadas por las haciendas. A finales de año había perdido ya Guanajuato y Valladolid.

El 11 de enero de 1811 fue derrotado cerca de Guadalajara por un contingente de soldados realistas. Hidalgo huyó hacia Aguascalientes y Zacatecas, con la intención de huir a Estados Unidos para buscar apoyos a su causa, pero fue traicionado por Ignacio Elizondo y capturado en las Norias de Acatita de Baján el 21 de mayo de 1811. Conducido a Chihuahua, Hidalgo fue juzgado en consejo de guerra y condenado a muerte. Lo degradaron como sacerdote y lo fusilaron en la mañana del 30 de julio de 1811.

Su cabeza, junto con la de Allende y otros insurgentes, se exhibió como castigo en la alhóndiga de Granaditas de Guanajuato. El gobierno virreinal estaba convencido de que con la muerte de los caudillos, fusilados en Chihuahua, acabaría el movimiento insurgente, pero no fue así; con la ayuda del pueblo, Ignacio López Rayón, lugarteniente de Hidalgo, retomó la lucha desde su refugio en Saltillo, al tiempo que en el sur del virreinato se había producido la sublevación de José María Morelos, seguidor de las ideas de Hidalgo. En 1821, el levantamiento obtuvo sus frutos y México logró su independencia de España. Tras el establecimiento de la República Mexicana, en 1824, Hidalgo fue reconocido como primer insurgente y padre de la patria. El estado de Hidalgo lleva su nombre y la ciudad de Dolores pasó a llamarse Dolores Hidalgo en su honor. Sus restos reposan en la Columna de la Independencia, en la ciudad de México.

La reflexión crítica sobre la Independencia de México permitió llevar a cabo el análisis y la interpretación de una historia realizada por los vencedores, que nunca reconocieron las profundidades de un México dominado hasta nuestros días por los criollos. Se deben, nuevamente, repasar las líneas escritas por Octavio Paz sobre: “Un ejemplo muy claro de esta repugnancia ante el poder  -o de esta incapacidad para conquistarlo- es Hidalgo y su ejército de campesinos ante la ciudad de México: la saben inerme y abandonada pero no se atreven a tomarla; dan marcha atrás y unos meses después el ejército campesino es aniquilado e Hidalgo fusilado”[8].

De tal modo, resulta fundamental volver a la lectura de nuestros episodios históricos de la vida nacional. Pero además, solicitar otra vez la recreación narrada por Jorge Ibargüengoitia para comprender el verdadero papel de la improvisación, el relajo y la ausencia de una visión de Estado. Dentro de esta simulación se involucró el proyecto transformador que nunca aceptó la esencia y el reconocimiento de las raíces profundas del ser mexicano.

Hasta nuestros días continúa el enfrentamiento entre el México profundo y el México imaginario, perfectamente estudiado por Guillermo Bonfil Batalla[9]. “Una característica sustantiva de toda sociedad colonial es que el grupo invasor,  que pertenece a una cultura distinta de la de los pueblos sobre los que ejerce su dominio, afirma ideológicamente su superioridad inmanente en todos los órdenes  de la vida y, niega y excluye  a la cultura de colonizado. La descolonización de México fue incompleta: se obtuvo la independencia frente a España, pero no se eliminó la estructura colonial interna…”[10]      

Con la lucha de Independencia brotaron las semillas del nacionalismo, que impuso Hernán Cortés al crear la nación basada en la estructura del imperio azteca. También con el cruzamiento de sangre con Malintzin. Se formalizaron las fuentes religiosas desprendidas de la cosmogonía y los mitos prehispánicos mezclados en la imagen de la virgen de Guadalupe, como imaginario símbolo de la unidad que iluminó la esperanza  de aceptar una vida digna y el reconocimiento de los indios de México. Un ejemplo magistral de esta simulación, fue cuando el ejército realista, fusiló varias veces a los estandartes con el retrato venerado de la deidad morena.

            Estos sentimientos religiosos acompañaron las aspiraciones de cambios económicos y sociales que pudieron sacar de la pobreza y miseria a la mayoría de las clases bajas. La cual hizo a Hidalgo señalar que: “se me acusa de que niego la existencia del Infierno”[11], porque logró percibirlo realmente en la mayoría de los habitantes en la Nueva España. Al sentir el sufrimiento, marginación, desprecio y explotación de los pueblos indios, exigió que “los trataran como sus hermanos, desterraran la pobreza, moderando la devastación del reino y la extradición de su dinero”.

En aquel periodo de la Historia de México, Hidalgo comparó el empleo de indígenas en las minas de plata de la región de Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas[12], como el verdadero infierno terrenal. Entonces representó el más grande saqueo de la riqueza nacional, y la producción de la minería mexicana permitió el enriquecimiento escandaloso de  una aristocracia criolla, terratenientes y comerciantes originarios de la península Ibérica. Todo esto acompañado del crecimiento demográfico con una inmensa miseria en todo el territorio nacional. Frente a los dueños de la plata, Hidalgo no tuvo otra posibilidad que enfrentarse, y asimilar las profundidades del abismo abierto por el rechazo, negación, y miedo a reconocer la búsqueda de un proyecto nacional, donde se reconozca a los pueblos originarios que persisten nada más en las giras electorales y en la compra de sus votos. Todavía en el México contemporáneo, la corrupción, violencia, incertidumbre, y en la actualidad un sesenta por ciento de la población marginada y aislada en la pobreza y miseria. Frente a la resistencia de los pueblos indígenas que sobreviven inmersos en la tragedia de su memoria histórica.

 

 



[1] El problema agrario de México, Porrúa, México, 1971.

[2] El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 1964.

[3] Océano, México, 1982.

[4] Antología del modernismo, 1884-1921, T. I, UNAM. México 1978.

[5] La jaula de la melancolía, Grijalbo, México,1972

[6] Posdata, Siglo XXI, México, 1970.

[7] Op. Cit.

[8] Op. Cit.

[9] México profundo, Grijalbo, México, 1989.

[10] Op. Cit.

[11] Zavala, Silvio, Apuntes de historia nacional (1808-1974), SEP, México, 1981.

[12] Halperin Donghi Tulio, Historia contemporánea de América Latina, Alianza Editorial, Madrid, 1976.

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