Por: Emmanuel Álvarez Hernández
La teoría social ha edificado la base
para el estudio de la educación, destacan enfoques como el funcionalismo de
Durkheim expuesto en Sociología de la
Educación, o la propuesta crítica de Antonio Gramsci en el papel de los intelectuales en la
organización de la cultura, cuya orientación se ciñe al estudio de la
educación superior desde la perspectiva sociológica.
Posteriormente estas posturas
fructificaron a lo largo del siglo XX y se actualizaron a través de la
diversidad de corrientes. Asimismo se dio pauta a la especialización en el
campo originando de manera general una especialidad de frontera denominada sociología de la educación.
Concomitantemente el caso particular de
la educación superior, cobró importancia, como un efecto global que contrajo la
masificación educativa, extendida a lo largo de la segunda mitad del s. XX. En
los países más desarrollados, originalmente desde perspectivas economicistas,
el estudio de la educación superior se articuló con los cambios que
representaba para el mercado laboral.
En consecuencia, la dialéctica entre la
educación superior y los procesos sociales, ha sido desde entonces del interés
de teóricos sociales, críticos y humanistas, como Galbraith, Touraine, Toffler,
Bell, Masuda, Lyotard, Castells, entre otros; quienes encontraron una veta en
esa intersección para el estudio de la sociedad postindustrial y la sociedad
del conocimiento.
En realidad, hasta Gramsci hay una teorización del Estado
a partir del Estado mismo, de la misma manera en que se teoriza y reflexiona el
estudio de las instituciones de educación superior, una teorización de corte
sociológico sobre las funciones, fines y propósitos de la Universidad, en este
sentido podemos sugerir que Gramsci es uno de los precursores de la sociología
de la educación.
La presente argumentación se entreteje
a partir del andamiaje discursivo referido en El papel de los intelectuales en la organización de la cultura. Gramsci
crea una nueva vertiente de investigación sobre los fines de la educación, que
se aparta de la teleología antropocéntrica, filosófica y humanista, para
encauzarla hacia los propósitos del estado desde el estudio de una pragmática
organizacional.
Gramsci es un pensador intersticial de
los procesos sociales que demarcan, rupturas o puntos de inflexión entre la
tradición y las nuevas figuras de organización de la cultura, entre las que se
localiza, el replanteamiento del papel
de las universidades:
De
modo que junto al tipo de escuela que se podría llamar "humanista" y
que es el tradicional más antiguo, destinado a desarrollar en cada individuo
humano la cultura general aún indiferenciada, la potencia fundamental de pensar
y de saberse conducir en la vida, se ha ido creando todo un sistema de escuelas
particulares de distintos cursos para ramas enteras profesionales o para
profesiones ya especializadas y perfectamente individualizadas. Se puede decir
que la crisis escolar que hoy recrudece está ligada al hecho de que este
proceso de diferenciación y de particularización se produce caóticamente, sin
principios claros y precisos, sin un plan bien estudiado y conscientemente
fijado: la crisis del programa y de la organización escolar, es decir, de la
orientación general de una política de formación de los modernos cuadros
intelectuales, es en gran parte un aspecto y una complicación de la crisis
orgánica más comprensiva y general (Gramsci, 1967, p. 69).
De acuerdo con los planteamientos, ante
la figura moderna de la sociedad industrial, la educación superior clásica,
desinteresada y aristocrática debía ser abolida o reformarse, y propone como
salida a la crisis educativa a partir de una dialéctica, la integración de la
contraposición reunida en la síntesis del sistema unitario de educación
superior configurado por la formación crítica deliberativa y la capacitación
técnico-cultural. Se abre así la pauta a la formación científico social, para
que el intelectual orgánico y organizado por la división racional del trabajo,
el funcionario, o bien, como en nuestros días le llamásemos, la alta
burocracia, lleve a cabo una deliberación o la toma de decisiones.
Aquí surgen algunas preguntas ¿en qué
consiste la perspectiva organicista de la sociedad? y ¿hasta qué punto encontramos
en el esquema educativo unitario una ruptura con la segmentación de clases
sociales?
La respuesta a la reorganización
social, deviene de la sugerencia gramsciana por la organización popular, al
develar la constitución elemental de los procesos hegemónicos educativos,
resultado de una contraposición de acciones hegemónicas y subalternas
arraigados en los productos culturales.
La hegemonía es una relación
pedagógica. El sistema educativo se debe pensar holísticamente como un campo
permeado por otros campos. Así observamos que el elemento organizativo molecular
del sistema educativo se retoma de la experiencia en la organización del sector
laboral, el modelo de la creación de los consejos de fábrica de la unión
soviética. Gramsci de esta manera reorganiza el sistema educativo con base en
la autonomía, rompiendo así, con el modelo de verticalidad jerárquica que
divide a la sociedad en dos; pero por otra parte al concebir al resultado de la
labor como un producto en común que les pertenece a todos. Se trata de hacer
una nueva pedagogía configuradora de una hegemonía cultural al servicio de las
clases populares y no como alienación de un status quo, que no está a su
alcance.
Hegemonía
y dominación en la sociología de la educación.
Desde esta postura, las IES,
principalmente las universidades estatales en México, son vistas como
subalternos en tensión con la hegemonía de las políticas nacionales e
internacionales. Desde estas perspectivas, tanto las políticas internacionales
como los sistemas de medición Rankings,
la gestión de la calidad y la rendición de cuentas, se articulan como
dispositivos discursivos para el aseguramiento de la hegemonía global sobre las
regiones del subdesarrollo; ya que en
esencia son mecanismos que generan desigualdad, sobre la base de criterios
arbitrarios y generales, que inciden en la asignación de recursos con base en
puntajes o indicadores externos a ellos, mas no en la función que las
instituciones cumplen, generando así un sistema de educación superior de
segregación y segmentación. Al mismo tiempo que generan modelos institucionales
de educación superior homogéneos orientados al sector productivo, invisibilizan
a los principales sujetos sociales participantes de la comunidad universitaria,
así como sus demandas o las funciones sustantivas que las instituciones
educativas adquieren históricamente en una región determinada.
Esta tensión hegemónica o conflicto, se
materializa en la perturbación de la autonomía universitaria, donde la
capacidad de las instituciones en la toma de decisiones queda aún más limitada
y la determinación de sus funciones, se modifica por acciones de gerenciamiento
de políticas externas.
Parafraseando a Chakrabarty (2008)
Ningún ejemplo concreto de una abstracción puede pretender ser manifestación de
solo esa abstracción. Por lo tanto, ningún país es un modelo de otro país. De
esta manera se aboga por salvar la distancia entre las palabras y sus
referentes. Así como el historicismo arraiga en las formas modernas del capitalismo
y la democracia, las figuras del pensamiento secular colonizante, la universalidad de un ranking, o los
estándares de calidad sobre la base de un marco global[1],
se develan como dispositivos de hegemonía, carentes de validez universal.
Tomando en cuenta lo anterior, las IES
son vistas como entidades diferenciadas de un macrosistema, ante las que vale
establecer una nueva consideración, que recae sobre el planteamiento explícito
de la cuestión que interroga sobre el sentido de la universidad en tanto que
institución del Estado. Es decir, considerando que las IES son instituciones
insertas dentro de un sistema social y subsecuentemente sobreviene una nueva
cuestión interna, si las tensiones hegemónicas se reproducen en su interior.
Las teorías predominantes tienden a ver
el Estado como fuente de financiamiento, o como una entidad intrusa que
interfiere con el desarrollo de la formación profesional y científica. […] Al
mismo tiempo, adoptan la noción implícita de que el Estado es una institución
pluralista que representa los intereses de la sociedad en general, en vez de
los grupos dominantes. […] Esta perspectiva se sustenta en el poderoso mito de
la naturaleza apolítica de la educación, […] que presenta a la IES como
organizaciones autónomas, políticamente neutrales, sustentadas en su capacidad
profesional y comportamiento racional (Ordorika & Lloid, 2014: 125).
En consecuencia, los conflictos
políticos universitarios son vistos como anomalías, que no alteran
fundamentalmente la vida universitaria. Este doble matiz del análisis político,
posibilita la deconstrucción de los discursos de legitimación de los grupos
dominantes, asimismo, permite reconocer a las IES y a los actores
fundamentalmente como entes políticos.
Referencias.
Chakrabarty, D. (2008) Al margen de Europa ¿Estamos ante el final
del predominio cultural europeo? Barcelona. España: Tusquets.
Gramsci A. (1967) Los intelectuales
en la organización de la cultura. D.F. México: Grijalbo.
Ordorika, I., & Lloid, M. (2014).
Teorías críticas del Estado y la disputa por la educación superior en la era de
la globalización. Perfiles Educativos,
XXXVI (145), 122-139. Recuperado de https://bit.ly/2L1W0hQ
[1]
Para Chakrabarty, en lo global pervive una voluntad historizante, una
formalidad de tiempo y de ideal modelo de Estado, ciudadanía y democracia, que
funciona como logos (2014). Se puede afirmar que para los estudios subalternos,
lo global es la demarcación temporal diferenciadora, que confina a los sujetos
colonizados a la antesala de la modernidad. Así, el subdesarrollo, la economía
emergente, la periferia, es el todavía no,
es decir, la negación de la contemporaneidad de los sujetos colonizados.
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