miércoles, 13 de enero de 2021

GRAMSCI EN LA SOCIOLOGÍA DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR.

Por: Emmanuel Álvarez Hernández

La teoría social ha edificado la base para el estudio de la educación, destacan enfoques como el funcionalismo de Durkheim expuesto en Sociología de la Educación, o la propuesta crítica de Antonio Gramsci en el papel de los intelectuales en la organización de la cultura, cuya orientación se ciñe al estudio de la educación superior desde la perspectiva sociológica.

Posteriormente estas posturas fructificaron a lo largo del siglo XX y se actualizaron a través de la diversidad de corrientes. Asimismo se dio pauta a la especialización en el campo originando de manera general una especialidad de frontera denominada sociología de la educación.

Concomitantemente el caso particular de la educación superior, cobró importancia, como un efecto global que contrajo la masificación educativa, extendida a lo largo de la segunda mitad del s. XX. En los países más desarrollados, originalmente desde perspectivas economicistas, el estudio de la educación superior se articuló con los cambios que representaba para el mercado laboral.

En consecuencia, la dialéctica entre la educación superior y los procesos sociales, ha sido desde entonces del interés de teóricos sociales, críticos y humanistas, como Galbraith, Touraine, Toffler, Bell, Masuda, Lyotard, Castells, entre otros; quienes encontraron una veta en esa intersección para el estudio de la sociedad postindustrial y la sociedad del conocimiento.

En realidad,  hasta Gramsci hay una teorización del Estado a partir del Estado mismo, de la misma manera en que se teoriza y reflexiona el estudio de las instituciones de educación superior, una teorización de corte sociológico sobre las funciones, fines y propósitos de la Universidad, en este sentido podemos sugerir que Gramsci es uno de los precursores de la sociología de la educación.

La presente argumentación se entreteje a partir del andamiaje discursivo referido en El papel de los intelectuales en la organización de la cultura. Gramsci crea una nueva vertiente de investigación sobre los fines de la educación, que se aparta de la teleología antropocéntrica, filosófica y humanista, para encauzarla hacia los propósitos del estado desde el estudio de una pragmática organizacional.

Gramsci es un pensador intersticial de los procesos sociales que demarcan, rupturas o puntos de inflexión entre la tradición y las nuevas figuras de organización de la cultura, entre las que se localiza, el replanteamiento del  papel de las universidades:

De modo que junto al tipo de escuela que se podría llamar "humanista" y que es el tradicional más antiguo, destinado a desarrollar en cada individuo humano la cultura general aún indiferenciada, la potencia fundamental de pensar y de saberse conducir en la vida, se ha ido creando todo un sistema de escuelas particulares de distintos cursos para ramas enteras profesionales o para profesiones ya especializadas y perfectamente individualizadas. Se puede decir que la crisis escolar que hoy recrudece está ligada al hecho de que este proceso de diferenciación y de particularización se produce caóticamente, sin principios claros y precisos, sin un plan bien estudiado y conscientemente fijado: la crisis del programa y de la organización escolar, es decir, de la orientación general de una política de formación de los modernos cuadros intelectuales, es en gran parte un aspecto y una complicación de la crisis orgánica más comprensiva y general (Gramsci, 1967, p. 69).

 

De acuerdo con los planteamientos, ante la figura moderna de la sociedad industrial, la educación superior clásica, desinteresada y aristocrática debía ser abolida o reformarse, y propone como salida a la crisis educativa a partir de una dialéctica, la integración de la contraposición reunida en la síntesis del sistema unitario de educación superior configurado por la formación crítica deliberativa y la capacitación técnico-cultural. Se abre así la pauta a la formación científico social, para que el intelectual orgánico y organizado por la división racional del trabajo, el funcionario, o bien, como en nuestros días le llamásemos, la alta burocracia, lleve a cabo una deliberación o la toma de decisiones.

Aquí surgen algunas preguntas ¿en qué consiste la perspectiva organicista de la sociedad? y ¿hasta qué punto encontramos en el esquema educativo unitario una ruptura con la segmentación de clases sociales?

La respuesta a la reorganización social, deviene de la sugerencia gramsciana por la organización popular, al develar la constitución elemental de los procesos hegemónicos educativos, resultado de una contraposición de acciones hegemónicas y subalternas arraigados en los productos culturales.

La hegemonía es una relación pedagógica. El sistema educativo se debe pensar holísticamente como un campo permeado por otros campos. Así observamos que el elemento organizativo molecular del sistema educativo se retoma de la experiencia en la organización del sector laboral, el modelo de la creación de los consejos de fábrica de la unión soviética. Gramsci de esta manera reorganiza el sistema educativo con base en la autonomía, rompiendo así, con el modelo de verticalidad jerárquica que divide a la sociedad en dos; pero por otra parte al concebir al resultado de la labor como un producto en común que les pertenece a todos. Se trata de hacer una nueva pedagogía configuradora de una hegemonía cultural al servicio de las clases populares y no como alienación de un status quo, que no está a su alcance.

Hegemonía y dominación en la sociología de la educación.

Desde esta postura, las IES, principalmente las universidades estatales en México, son vistas como subalternos en tensión con la hegemonía de las políticas nacionales e internacionales. Desde estas perspectivas, tanto las políticas internacionales como los sistemas de medición Rankings, la gestión de la calidad y la rendición de cuentas, se articulan como dispositivos discursivos para el aseguramiento de la hegemonía global sobre las regiones del subdesarrollo; ya que en esencia son mecanismos que generan desigualdad, sobre la base de criterios arbitrarios y generales, que inciden en la asignación de recursos con base en puntajes o indicadores externos a ellos, mas no en la función que las instituciones cumplen, generando así un sistema de educación superior de segregación y segmentación. Al mismo tiempo que generan modelos institucionales de educación superior homogéneos orientados al sector productivo, invisibilizan a los principales sujetos sociales participantes de la comunidad universitaria, así como sus demandas o las funciones sustantivas que las instituciones educativas adquieren históricamente en una región determinada.

Esta tensión hegemónica o conflicto, se materializa en la perturbación de la autonomía universitaria, donde la capacidad de las instituciones en la toma de decisiones queda aún más limitada y la determinación de sus funciones, se modifica por acciones de gerenciamiento de políticas externas.

Parafraseando a Chakrabarty (2008) Ningún ejemplo concreto de una abstracción puede pretender ser manifestación de solo esa abstracción. Por lo tanto, ningún país es un modelo de otro país. De esta manera se aboga por salvar la distancia entre las palabras y sus referentes. Así como el historicismo arraiga en las formas modernas del capitalismo y la democracia, las figuras del pensamiento secular colonizante,  la universalidad de un ranking, o los estándares de calidad sobre la base de un marco global[1], se develan como dispositivos de hegemonía, carentes de validez universal.

Tomando en cuenta lo anterior, las IES son vistas como entidades diferenciadas de un macrosistema, ante las que vale establecer una nueva consideración, que recae sobre el planteamiento explícito de la cuestión que interroga sobre el sentido de la universidad en tanto que institución del Estado. Es decir, considerando que las IES son instituciones insertas dentro de un sistema social y subsecuentemente sobreviene una nueva cuestión interna, si las tensiones hegemónicas se reproducen en su interior.

Las teorías predominantes tienden a ver el Estado como fuente de financiamiento, o como una entidad intrusa que interfiere con el desarrollo de la formación profesional y científica. […] Al mismo tiempo, adoptan la noción implícita de que el Estado es una institución pluralista que representa los intereses de la sociedad en general, en vez de los grupos dominantes. […] Esta perspectiva se sustenta en el poderoso mito de la naturaleza apolítica de la educación, […] que presenta a la IES como organizaciones autónomas, políticamente neutrales, sustentadas en su capacidad profesional y comportamiento racional (Ordorika & Lloid, 2014: 125).

En consecuencia, los conflictos políticos universitarios son vistos como anomalías, que no alteran fundamentalmente la vida universitaria. Este doble matiz del análisis político, posibilita la deconstrucción de los discursos de legitimación de los grupos dominantes, asimismo, permite reconocer a las IES y a los actores fundamentalmente como entes políticos.

Referencias.

Chakrabarty, D. (2008) Al margen de Europa ¿Estamos ante el final del predominio cultural europeo? Barcelona. España: Tusquets.

Gramsci A. (1967) Los intelectuales en la organización de la cultura. D.F. México: Grijalbo.

Ordorika, I., & Lloid, M. (2014). Teorías críticas del Estado y la disputa por la educación superior en la era de la globalización. Perfiles Educativos, XXXVI (145), 122-139. Recuperado de https://bit.ly/2L1W0hQ

 

 

 



[1] Para Chakrabarty, en lo global pervive una voluntad historizante, una formalidad de tiempo y de ideal modelo de Estado, ciudadanía y democracia, que funciona como logos (2014). Se puede afirmar que para los estudios subalternos, lo global es la demarcación temporal diferenciadora, que confina a los sujetos colonizados a la antesala de la modernidad. Así, el subdesarrollo, la economía emergente, la periferia, es el todavía no, es decir, la negación de la contemporaneidad de los sujetos colonizados.


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