Manuel Gámez Fernández
Fuera del cuarto la luna y los perros que aúllan infatigables, los
techos de teja enmohecida y húmeda, la luz amarillenta de las luminarias como
estirando el paisaje, envolviéndolo todo, las calles asfaltadas, los automóviles
estacionados en filas por la noche, los pasos de las botas, los toquidos, mi
puerta en la azotea del edificio México, abro después de pensar quien podrá ser
a estas horas de la noche, las doce y media, hace mucho que sonó el reloj del
palacio
¡Quiubo!
entra Víctor atropellado, la atmósfera del cuarto se vuelve fresca,
sonríe misterioso, palabras secretas, me incomoda recibirlo, anda sucio,
perdido, después de haber sido el mejor alumno durante dos años en la Facultad,
luego decayó. tomó ácidos, anfetaminas, hongos, peyote, coca, tronó con los
excesos, los perros aúllan con sonidos elásticos, la música del FM se agita en
mis oídos
¿qué te haces brother?
las palabras que evocan una respuesta inconclusa, reptante, amodorrada
en el interior del pensamiento: ¿Qué quieres?, me incomoda recibirte, no te
entiendo, estás medio loco y te crees un sabelotodo; un cigarro, sin hablar,
tomándose su tiempo, los libros sucios y ajados bajo el brazo, la ropa prestada
y nunca devuelta, espero, la guitarra colgada en la pared
¿me la prestas?
tómala, indiferente, deseando que no quiera llevársela, no porque la
estoy ocupando, otro día, nunca, mañana la llevas al empeño, pone los libros
sobre la cama, me mira, sonríe idiota, luego observa el instrumento, ceremonia,
se frota las manos, busca algo en sus bolillos, movimiento circular desde la
bolsa derecha del pantalón hasta el extremo de la mano en que se agita colgando
un esqueleto de yeso y alambre, balanceo,
te lo regalo, es la muerte
gracias, de espaldas, sonrisa gutural apenas perceptible que se confunde
con los aullidos, descuelga la guitarra, observo el muñeco de fabricación
casera, rústico, sin arte, se balancea sostenido por un hilo que se anuda en su
cuello, pienso en la luna, ¿hace frio afuera?
hay miles de perros
los aullidos, ¿tendrá miedo?, ¿porqué vino?, ¿entiende lo que le digo?,
la vez anterior que lo vi en una calle estaba sentado en la banqueta, ¿quiubo?.
Los autos pasando, ¿Qué haces aquí?, la
gente pasando, casi atropellándonos, indiferente, él perdido al ras del
pavimento, ¿qué haces Víctor?, mudo, viajando hacia adentro, en lo que no se
ve, pero escuchando, viendo, percibiendo, consciente de su idiotez
¿Cuántas llantas crees que han
pasado por aquí?
No se contestar, su pregunta me pone alerta, es su mundo, un mundo que
yo no comprendo “¿cien?
No
“¿mil?”
No, chin ya perdí la cuenta
¿reír?, lo dice en serio, se preocupa, es su mundo, y ahora los gestos,
la concentración del artista, la preocupación del momento, o descubrir un
objeto olvidado que se transforma en algo bello y delicado, digno de
acariciarse, sol, fa, re mí, sol, suave, casi imperceptible, solo con las yemas
de los dedos, sonríe, los aullidos afuera, el temblor de sus piernas, ligero al
principio, después violento, sumamente concentrado, mirando sus dedos recorrer
el diapasón, intentando, inventando posiciones, los aullidos, la luna, sus
piernas agitadas, la frente arrugada, el canto animalizado
dun dun dun dan
música interior, tal vez una sinfonía completa que intenta reproducir,
los ojos fijos, las piernas ingobernables, el sudor que comienza a brotar,
resbalar, humedecer
dun,dun,dun, dun, dan
¡Victor! La palabra pesada, se derrumba, se pierde
Dun, dun, dun, dan
Las piernas, el temblor, los ojos fijos, Víctor ingobernable, temblando,
los aullidos,
Dudn, dun, dun dun dan
Suplicante, imparable, temblando todo su cuerpo, enérgico, los aullidos
¡Víctor! Ojos perdidos, latidos violentos, carcajadas, babeando, ¡está loco!
Los aullidos, temblando su cuerpo, se levanta y camina hasta la puerta, sale a
tropezones, imitando a los perros
¡uuuuuuuu! ¡uuuuuu!
En la orilla del precipicio, Víctor echado como un perro que ladra a la
luna, transfigurado en animal, aullando, colmillos babeantes, una pelambre
incipiente.
La impresión es tremenda, huyo hacia mi cuarto, me golpeo en la puerta,
un remolino, cayendo hacia el olvido, la luna diluyéndose, olor a perro, fuera
de la realidad, despierto con la luz del día, escucho voces agudas de mis
vecinas de cuarto, la guitarra no está, letrero en la pared
me la llevé prestada
Observo sangre en el piso. Escucho por la ventana
¡mataron mi perrito!
Me asomo y veo al perro tirado a mitad de la azotea, las vecinas
comentan quien habrá sido
Rápidamente limpio las gotas de sangre
Tocan a mi puerta, no yo no escuché nada, los perros ladraban
exagerados, había luna llena
Dijeron que había sido el chupacabras, tenía unos colmillos clavados en
el cuello y desgarrado todo el estómago
Cerré mi puerta y descubrí colgado en la puerta del baño, aún
balanceándose, la muerte de yeso y alambre, el regalo de Víctor.
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