Durante
un desayuno entre tres maestros, formadores de docentes, surgió un reto del más
perspicaz de ellos, más por compromiso y congruencia que por egoísmo o vanidad
escribiría cada uno, desde su punto de vista, lo que considerara el “deber ser”
del docente de educación básica. Este reto implicó proponer las peculiaridades,
o como ahora se dice la misión y visión de un modelo de docente ideal, las
características básicas y sustanciales con las que debe contar un individuo que
personifique un “agente de cambio”, también al sujeto de la llamada “profesión
de estado” que se constituye en el docente de educación básica. Entre multitud
de programas formativos, de modelos socio políticos y económicos, de cambios
repentinos y sin sentido de propuestas educativas oficiales, estos tres colegas
se plantearon explicar ese deber ser del formador de ciudadanos desde la
educación inicial, un modelo de maestro de los niños y jóvenes de México.
Poco después se propuso y acordó
considerar la perspectiva de otro maestro, de elocuente sabiduría y de basta
experiencia, un viejo lobo de mar en asuntos de la paideia o educación como hoy
se entiende. Éste último integrante del proyecto podría contrastar las ideas de
los primeros tres que comparten un ámbito laboral común, la Escuela Normal
Veracruzana, de Xalapa Veracruz. Así en este texto de cuatro ensayos se vislumbran
acercamientos a modelos de docente, desde luego que dista mucho del
acostumbrado manual de actividades, técnicas, objetivos y metas de los actuales
textos pedagógicos oficiales, utilitarios, y prácticos que los maestros reciben
de la SEP, este material terminó siendo una propuesta crítica y social de la
docencia, en el inicio y desarrollo se
configuró un trabajo de definición ideológica del estudiante de la carrera de
educación, en la escuela Normal. El documento resultante terminó por definirse
bajo el título de El docente intelectual.
No se plantearon reglas de escritura,
el estilo fue libre, cada quien podría escribir lo que considerara adecuado,
mucho tuvo que ver el trabajo de Henry Giroux Los docentes como intelectuales,
cuyo contenido puede considerarse introductorio o conclusivo del presente
material. Ninguno de los cuatro documentos es igual, pero ninguno es ajeno a
las ideas centrales, por momentos parecen ser bien diferentes, pero al pensarlo
mejor son paralelos y hasta convergentes, en el mejor de los casos son
complementarios, inclusive ante aparentes contradicciones; por ejemplo la
controversia entre Mauro y Luis con relación a Habermas, el primero lo
considera, un autor, superable y el segundo lo ve como panacea. De lo que
podemos inquirir ¿Quién tiene la razón? Pues, al final el lector que encuentre
o no a Habermas útil y oportuno para entender su mejor práctica profesional lo
sabrá.
Los griegos antiguos, son otra
constante en este material, y lo son porque entre ellos nace la cultura, son
los creadores de la filosofía, humanizan a los dioses, pero forman a hombres
haciéndolos dioses, ellos descubrieron las leyes que gobiernan la íntima
naturaleza humana y su cosmovisión es la
nuestra desde hace tres mil años. Dicho lo anterior ya podemos anunciar que en
primer turno aparece el trabajo de Lucio, él desarrolla su propuesta “El
docente como intelectual crítico” lo hace con un lenguaje muy cercano a la
poesía, como envidiablemente él lo sabe hacer, discute las primeras ideas de lo
que implica un intelectual, con el encomiable caso Dreyfus, legitima al docente
cuando asume su capacidad crítica, le demanda además ser poseedor de un capital
simbólico, condiciona el ser del educador a habitar el espacio público, le pide
tener conciencia de su tiempo histórico. Sitúa la profesión docente, la
historiza, la dimensiona y la dignifica. Insta a construir el lugar de la
docencia esencialmente en la esfera de lo público. Conmina a la lectura como a
la escritura que indiscutiblemente las define consubstanciales al trabajo
profesional del docente, con todo ello le insta al maestro a establecer un
diálogo con su época.
Javier ocupa el segundo sitio en el
documento, con “La docencia como problema” Este típico maestro formado en
Historia cuenta con la habilidad de construir una narración crítica
cronológica, ubica el tema central del arte docente; desde Marx aclara que los
hombres son producto de sus circunstancias y de la educación que les concurre,
actividad que demanda del actor educativo “estar educado”. Así nos lleva a uno
de los principios y ejes del sentido de este ensayo, la formación de los
formadores como esencia histórica de los hombres. Javier va desde la academia
platónica y la educación prehispánica hasta la fundación de las escuelas normales
y descubriéndolo para nosotros periodiza la política educativa del estado
nacional mexicano.
Concluye que ante el fracaso de la
modernidad no se puede corregir la docencia, a menos que nazca ésta desde la
actividad misma de la práctica docente mexicana, y propone atendiendo a grandes
pensadores y filósofos revisar la concepción e implicaciones del “tiempo” el
que nos toca vivir, quizás el tiempo del fin de la historia, o el ser sin
tiempo de Manuel Cruz. Aplica una fuerte dosis de filosofía a sus conjeturas,
del pensamiento posmoderno que anula el tiempo y niega el futuro hasta esa otra
modernidad que no es la tradicional, sino una con sentido, tiempo y destino que
les tocaría crear a los maestros, así reparar el fin de la historia
nietszchiana y crear una nueva libertad autoconstruida pedagógicamente.
El maestro Zapata, enriqueciendo la
noción de la práctica esgrimida por Lucio y Javier escribe “Los docentes como intelectuales:
entre el pensamiento y la acción” y es ahí donde, con temor y reverencia lo
reconozco, inicia valientemente el tratamiento epistemológico del tema que nos
convoca, va a la esencia de las palabras ––teoría y praxis–– éstas son muy bien
labradas en su proceso argumentativo, suma a su análisis los conceptos de
poiesis, tekne y hasta phronesis. Recomiendo de manera insistente que se
estudien estos vocablos antes de hacer la lectura o al menos a la par del
desarrollo de la misma. Zapata apuesta por explicar que hay dos formas de
entender la relación entre la práctica y la teoría: Una la concepción técnica o
el modelo del trabajo afín a la modernidad, y la segunda una concepción
práctico moral surgida de la filosofía práctica de Aristóteles.
Su propuesta define al docente
intelectual como aquel que dialoga, delibera, reflexiona en situaciones
concretas que exigen de él un proceder correcto, virtuoso, moral e intelectual,
que será inseparable de la práctica. Sinceramente, es de esos escritos
complejos en su lectura, pero que compensa con creces su valioso mensaje.
Enaltece en la práctica docente el valor del dialogo que provoca una actuación
practico moral, y con ello la concreción de una acción política.
El compilado cierra con el texto de
Luis, con el título “El docente intelectual; premisas para su configuración
ideológica”. Es el más extenso y menos agudo de los cuatro, diría el más
mundano y menos inteligente, pero que a cambio se muestra práctico y
utilitario, inicia con reconocer los estropicios de la Reforma Educativa 2013 y
la necesidad de un nuevo modelo para ser docente. Nuevo modelo que demande y
construya al profesor que atienda principios, políticas y acciones desde su
práctica docente e ideológica. Un mentor que se defina como docente intelectual
a partir de cinco condiciones: 1) Identidad con la política, 2) Conciencia y
crítica de la realidad social, 3) Ser portador de la cultura, 4) Ejercer la
profesión de estado y 5) Albergar habla y acción democrática.
Concluye reconociendo que el docente
intelectual deberá ser educado en la virtud de la justicia, se constituirá como
ciudadano y contagiará su ciudadanía a los suyos, así reivindica la educación
legítima basada en las leyes que gobiernan la íntima naturaleza humana, que es
desde donde se constituye su realización como sujeto social y su plenitud
virtuosa de humano.
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